Entre
la enorme avalancha de obras de exposiciones rusas, el envolvente romanticismo
de Delacroix y la gran maquinaria pictórica para contemplar arquitecturas,
emerge formidable la tenaz delicadeza de Berthe Morisot (1841 Bourges - 1895
París). Asociada al Movimiento Impresionista evitaremos repetirnos sobre
cuestiones de técnicas cromáticas, abordadas ya en estas mismas páginas al ver
la exposición impresionista de la Fundación Mapfre en abril de 2010, por no incidir
asimismo sobre la avant-garde
impresionista de Delacroix.
Berthe
Morisot tuvo un reconocimiento más justo en su momento que posteriormente,
puesto que sus obras, y las de su hermana Edma, desde 1864 eran admitidas
regularmente en el Salón hasta que optó por las exposiciones impresionistas.
Asimismo era admirada por sus compañeros pintores. Las hermanas Morisot (Yves,
Edma y Berthe) fueron educadas en el gusto por las artes y la música, viendo el
talento en el dibujo de Edma y Berthe, su profesor llegaría a advertir al padre
que tuviera cuidado porque podrían llegar a ser artistas. Al estar vetado el
acceso de mujeres a la École des Beaux-Arts Edma y Berthe se hicieron copistas
en el Museo del Louvre, continuando, en principio, la poderosa y nada
desdeñable tradición de la pintura femenina amateur.
Ambas tuvieron aprendizaje con Corot y su modo luminoso de reflejar la
naturaleza. Edma lo dejaría al casarse, Berthe conseguiría no solo culminar una
importante trayectoria artística sino formar parte del grupo más revolucionario
y vilipendiado del momento, a pesar de todo lo que lo podía arruinar en ese
momento: familia acomodada, casada y con una hija.
Siendo
copista en el Louvre, su audacia sorprende al enfrentarse a Boucher,
Fragonard (parentesco con él: en unas fuentes bisnieta, en otras, su madre,
sobrina segunda), Veronés y Botticelli. A través de Fantin-Latour, en 1868, conoce a Edouard Manet, ambos
quedan impresionados. Prácticamente de inmediato Berthe posaría para El balcón por lo que acudiría a su
estudio con regularidad, eso sí, acompañada de su madre. Le seguirían una decena
de retratos suyos por Manet en los que destacaría su cercanía hasta reflejar
una cierta intimidad y la belleza trágica de sus grandes ojos. No obstante
Morisot sentiría cierto despecho cuando Manet decidió también pintar a Eva
Gonzalès, que dejó la tutoría del pintor de gusto rococó Charles Joshua Chaplin
por las audacias plásticas de Manet, que los críticos, amigos de su padre
Emmanuel, periodista y novelista afamado, le urgían abandonar. Esta relación,
con ser importante, no debe ocultar la verdadera fidelidad de Berthe al grupo
impresionista participando en sus exposiciones desde el inicio (solo faltó en
1879) e incitando el ánimo del grupo cuando flaqueaba.
Cuando
su hermana Edma se casó supuso un trauma para ambas que queda reflejado en la
correspondencia que mantienen y son una buena fuente para ver el clima
artístico del momento. Edma admira que Berthe hablara con Degas (aunque éste no
apreciaba su obra), riera con Manet o filosofara con Puvis de Chavannes, que pidió su mano y fue
rechazado casándose con Eugène Manet (hermano de Edouard). Berthe fue una gran
animadora cultural que apoyó a artistas en su casa: Mallarmé (que se convirtió
en el tutor de su hija Julie), Monet, Caillebotte, Renoir o Whistler. Otras
mujeres que tuvieron relación con el círculo impresionista fueron Mary Cassat,
Marie Bracquemond o Suzanne Valadon, modelo de varios de ellos y primera
pintora en ser admitida en la Société Nationale des Beaux-Arts en 1894.
La
figura de la mujer, como cuenta Paloma Alarcó en el catálogo de la exposición,
es la “gran novedad en la transformación urbana de París de la segunda mitad
del XIX”, reflejándose en la literatura y pintura impresionista. El
desconcierto de los varones de finales del XIX era tremendo pues se habían
criado con madres dedicadas por completo a sus maridos e hijos y se encontraban
con esposas que querían votar, estudiar en la universidad y llevar sus cuadros
al Salón. Esto también tiene un efecto en la mirada al pintar con un tratamiento
diferente del espacio. Desde el inicio Morisot se había decantado
por reflejar interiores, un mundo íntimo y doméstico y excepcionalmente actos
públicos como En el baile (1875),
representativo retrato pues ella retrataba mujeres con elegantes vestidos o arreglándose para
la fiesta (la estrategia del dandy para ser moderno era vestir moderno, como más
tarde formularía Adolf Loos). El pincel de Morisot es más escrutador de la
intimidad “interior” frente a la de ellos, una mirada más voyeur, intimidad “externa”.
Las
mujeres de Morisot, como sigue diciendo Paloma Alarcó, actúan como “motivo
pictórico y no como objeto de la mirada masculina”. Lo podemos ver en El espejo psiqué (1876) donde con toques
suaves e intensa luminosidad refleja una escena íntima de su boudoir. Era su propio espejo de
dormitorio, de la época de Luis XVI, muy popular en el XIX y que refleja un
cierto ensimismamiento, quizá ante el reflejo del alma escindida acaso entre
las divergencias de Eros, acaso un desdoblamiento con su hermana Edma o quizá
sea una modelo. Manet bebe de esto en Ante
el espejo (1876-77) y en Nana
(1877) y podemos comparar la profundidad femenina en Morisot frente al voyeurismo de Manet o el abismo en este
tipo de mirada con Toulouse-Lautrec (Desnudo
ante el espejo, 1897). En las toilettes
de Morisot hay una cierta incitación muy moderada a lo erótico (Ante el espejo psiché, 1890), no por
pudibundez sino que no le interesa esa carrera con la mirada masculina.
Pintar de forma impresionista era representar la realidad
diaria con unos rasgos dinámicos que reflejasen los cambios de luz, el ímpetu
de los colores con una adjetivación placentera, no obstante no olvidará las lecciones de “Papá” Corot al
aire libre: En el manzano (1890), Pastora tumbada (1891) o Pastora desnuda tumbada (1891). Asimismo
también supone un comportamiento atento a las personas de su entorno,
pequeños fragmentos de la vida como a veces se los describía. Al dar a luz su
hermana Edma, la maternidad se vuelve frecuente en su pintura, de igual modo
cuando nace la hija de Berthe Julie Manet en 1879 protagonizará sus pinturas, y
si antes su álter ego era su hermana, ahora su hija, y curiosamente cuando
tiene tres años empieza a autorretratarse, no lo había hecho antes (pudimos
contemplar un magnífico autorretrato suyo en la exposición Heroínas).
Desde un primer momento predomina en su ella la ligereza de
su trazo, de su paleta, así ya su primer maestro se lo reprochaba pensando que
la misma estaba más destinada a la acuarela. Llegó a pintar unos cuatrocientos
óleos y un número mayor de dibujos, su talento combina ligereza y emoción y en la exposición traída del
Museo Marmottan vemos obras del entorno familiar que Berthe Morisot las había
conservado para ella como parte de su propia vitalidad, en la cual según su
íntimo amigo Mallarmé “nunca le faltó ni admiración ni soledad”.