El día 29 de mayo se presentó en el Ateneo de Madrid, dentro del ciclo La Cacharrería, el libro de poemas Raíz y brote. Hacemos aquí un breve recorrido fotográfico. Asimismo por el interés que a mi juicio supone, dejó la presentación que hizo José Cereijo.
Portada de Carlos León, Doble carmín (óleo sobre dibond, 2005) |
PRESENTACIÓN DE “RAÍZ Y
BROTE”, DE JESÚS DEL REAL, ATENEO DE MADRID, 29-5-2015
La poesía de Jesús del Real
parte, a mi parecer, de una constatación que muchos otros han hecho antes que
él. Pondré un par de ejemplos. Jaime Gil de Biedma, en su prólogo a la
novela“Valentín”, de Juan Gil-Albert, habla de “la irremediable insuficiencia
de la vida”. Mario Vargas Llosa, en su discurso de aceptación del Premio Nobel,
titulado “Elogio de la lectura y la ficción”, señalaba que “igual que escribir, leer es protestar contra
las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice,
sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos
basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y
que debería ser mejor”. En otro pasaje de ese mismo discurso cita, haciéndolas
suyas, unas palabras de Flaubert: “Escribir es una manera de vivir”. Es decir,
entiendo, no sólo una opción vital, sino una manera de entendérselas con la
vida, de revelarle (o tal vez encontrarle o añadirle) el sentido.
De convicciones parecidas me
parece participar la poesía de Jesús del Real. En la página 43 de su libro (el
poema, como casi todos los la colección, no tiene título), empieza diciendo:
“Será difícil que hoy amanezca”. (Esa constatación de un día más que empieza, y
de la dificultad para atribuirle una significación que lo ilumine, aparece
repetidamente en el libro). Y continúa, unas líneas más abajo, indicando que
las cosas que ese día, uno entre otros, trae consigo, “un futuro de nada
anuncian”, que “esa aspiración de vacío me recorre”, y termina afirmando que “a
falta de enemigos de guerra y sangre / me desdoblo y en mi contra batallo /
haciendo visible esta inexistencia / que ya se prolonga demasiado”. “Haciendo
visible esta inexistencia”: véase que el primer propósito del verso, tal como
él lo entiende, es dar corporeidad, presencia visible, a esa insuficiencia,
porque sólo desde esa presentación de lo que ella trae consigo le parece
posible entender en qué consiste, de dónde parte y de qué modo enfrentarse a
ella: una aspiración a la lucidez, por tanto, como un primer paso para que esa
insuficiencia, al vaciar de sentido al vivir, no nos expulse de él, no nos
convierta en meros espectadores más o menos alucinados por sus disfraces, o por
el propio vacío que en él le parece descubrir centralmente, como si quisiera
precaverse contra aquello que, con su afilada lucidez, advirtió Nietzsche: “si
miras al abismo durante mucho tiempo, el abismo empieza a mirarte a ti”.
Él, pues, se advierte a sí mismo,
se precave, contra la posibilidad de ceder a esa seducción de lo abismal, a esa
“aspiración” o tentación del vacío. En el poema de la página 47, por ejemplo,
empieza diciéndose a sí mismo: “No llegues tan pronto al dolor esta mañana”. Y
una manera, la más inmediata y necesaria, de hacer posible esa resistencia, es
salir de uno, de ese solipsismo en que lo abismal cierra una especie de
circuito con nuestra propia mirada del que quedaría excluido, o reducido al
menos a una pura condición de fantasma, cuanto no forma parte de ese diálogo
(que en realidad es un monólogo). No es que la ruptura de esos muros, la huida
de esa cárcel, sea cosa fácil (como señala en la página 34, sabe bien que
“tanto cuesta corregir la mirada”), pero ciertamente es la única vía por la que
puede producirse una apertura auténtica. Ese Otro al que dirigirse es,
privilegiadamente, la amada; ella, con su presencia, ya sea real, tangible
(“tengo el futuro prendido en tus brazos”, pág. 66), ya puramente recordada o
aun imaginaria, es efectivamente una puerta practicable hacia la realidad y la
plenitud del mundo, y una cura de la despoblación interior que nos amenaza
(“sigo andando ya impregnado de ti el día”, página 40). Así exactamente se nos
dice en el breve poema de la pág. 37, que cito entero: “Me pide el día un aval
de existencia, / llevo salvaguarda de tu mirada, / abrumado, cesan
hostilidades, / su amplitud no alcanza el compás de tu horizonte”.
Parte de ese proceso de apertura,
de liberación, es la escritura misma, que aquí más de una vez toma consistencia
física y se implica activamente en esa construcción de otredad, y aun en esa
relación con Ella: “este yo cohabitado,
/ a empellones me lleva a escribir: / desdoblado, génesis constante de
reinicio. / Eres tú quien me habita, / tratando de llegarme te escribo” (pág.
48); o, como decía (reveladoramente) en un libro anterior, “Dejar
en tus labios / las poesías arrancadas, / en tus senos / aquellas nunca
dichas...”.
No olvida sin embargo Jesús del
Real lo que las palabras pueden tener también de traición a lo mismo que
designan; cómo, al decir de Eliot (en “Burnt Norton”, primero de los “Cuatro
Cuartetos”), “Las palabras se esfuerzan, / se agrietan y a veces se rompen,
bajo la carga, / bajo la tensión, resbalan, se deslizan, perecen, / se
deterioran de imprecisión, no se quedan en su sitio, / no se quedan quietas.
Voces chillonas / regañando, burlándose, o meramente charloteando, / las atacan
siempre”. Y por eso es preciso remitirse continuamente a la presencia, a la
realidad concreta (“Por tu recuerdo vuelvo a querer vivir sin palabras, / te
escribo para deshacerme de ellas”, pág. 26). “Y no escribir, / ser / beso en tu
piel, / amor en tus labios. / No decir más caricias y dejarlas /
perseguirte...” (pág. 58). Esa fisicidad, esa realidad que, aunque recreada a
través de las palabras, se impone sobre ellas, es de algún modo el punto de
llegada; si empezábamos con una inquisición de raíz de la vida misma, de
su insuficiencia y su significado, el brote al que al fin llegamos es la
afirmación de que, conquistada a través del paisaje de la otredad, y
particularmente de la amada, esa realidad no es sólo la Pregunta, sino también
la Respuesta y el posible sentido último de esta indagación, lo que al decirse,
más allá de las palabras que no pueden sino reflejarlo imperfectamente y en
último término encarcelarlo o limitarlo, nos dice también, nos regala
ese sentido que no es nada más (ni nada menos) que su pura presencia, el
absoluto irrenunciable de su realidad, el ser que antes decíamos, y que
sin embargo encarna finalmente en la palabra y se revela en ella, o por ella.
José Cereijo
José Cereijo, el autor, Antonio J. Huerga y Miguel Losada |
En primer término Paco Caro, al fondo José Manuel Lucía, Pepa Nieto y Javier Lostalé |
Miguel Losada y Mª Antonia Ortega |
Con Sandy García |
Parte de la familia |
http://huergayfierro.com/ |