Nos
presenta Francisco Caro su último libro editado, consecuencia del premio
“Antonio González de Lama” que obtuvo a finales del 2017, El oficio del hombre que respira (Eolas ediciones), título que toma
de un verso de Luis Feria citado al inicio y que nos remite, no obstante, al
oficio que ejerció Cesare Pavese, para que nosotros pudiéramos hacer algo más
que vivir. Así en este libro, Paco Caro nos ofrece una poética consecuencia del
acontecimiento en el transcurso vital y maravilla la realidad puesta de
manifiesto cuando descubrimos que algo cotidiano, por sus palabras, se revela
novedad.
Con la filosofía que nos da las
propias actitudes, Paco Caro, tras una docena de libros que serán, tiene mirada
amplia y la generosidad de quien ya no odia; acogiéndonos a las palabras de
Carlos Sahagún diríamos “un hombre bueno y alto”, donde su experiencia de
crear, va unida a la experiencia de ser, “el ser es escritura” dice su colega
Juarroz, “Va la tarde al secreto / y yo mientras escribo…”, nos dice Caro.
Albas, árboles o patio ofrecen su gran
potencia de imágenes, engastadas en una estructura de cuidada elaboración, un
diario camino por los meses (más señalado de agosto a diciembre) donde el poeta
selecciona cuidadosamente los recursos expresivos del lenguaje poético, enfrenta
significados inauditos (“creí ser solo un verso / tendido sobre el martes…”),
sustantiva verbos, adverbios o adjetivos (“los dos geranios ángeles…”),
mostrando una espléndida sencillez léxica de afinada composición. En cada poema de Paco Caro parece latir un
núcleo semejante, un pensamiento que murmura (“runrunea” diría él) a través de
un ritmo abierto que va aquilatando sin fórmulas predeterminadas, generándole
una inquietud incómoda que ordena el azar y no se acaba hasta dar con la
cadencia justa.
La poesía sería un medio de
conocimiento ideal para interpretar la realidad, ofreciéndonos su esencia. Como
José Agustín Goytisolo, Paco Caro encuentra el poema al bajar a la calle, al
salir al campo, detiene su mirada en algún aspecto de ésta, atraído por una
sensación de presencia de la que sería fácil dar noticia simple, pero la recrea
y carga de sentido, controlando su patente del yo, un sujeto que trasmuta presentando
un terreno de entendimiento entre poeta y lector, proponiendo una analogía
sentimental de la que hablaba Julio Cortázar, que la poesía del poema (no solo
el poema) puede evocar y reconstruir.
Su disposición anímica diaria, volcada
con los comportamientos de quienes le rodean, le
convierte en un hombre poético con privilegios en este locus poetarum. Hay momentos interiores, sin grandes escenas de
desintegración moral, sí de una cierta angustia, de confinamiento y pregunta,
pero no de huida trágica. Ofrece raudales de luz, cuya raíz podemos ver en el
verso de Salvatore Quasimodo (“…mientras la luz, como una libélula / temblaba
en las tibias lámparas.) que da título a un poemario suyo y a su celebérrimo
blog.
Podríamos seguir en ecos de poesías y autores precedentes, pero llegaríamos a un nudo argumental que se desplaza de poeta a poeta; las palabras ajenas nos impresionan, resuenan dentro de nosotros y nos permiten encontrar nuevos motivos. Sí he de manifestarme en contra de un lugar común que él mismo dice en sus presentaciones: que ha llegado tarde a esto de la poesía. Con ello se refiere, claro está, que empezó a escribir… da igual cuándo, la cuestión es acceder, llegar, estar... Sería una proclama egotista decir que se ha llegado a la poesía, cuando sería la Poesía la que, en caso raro, nos acogiera. En esto de la poética hay quien está trabajando toda una vida de poeta haciendo versos y no logra acceder a la Poesía. No en el caso de Paco Caro; no es que llegara tarde, él ya estaba y no sabía, al escribir, nos dimos cuenta… y lo celebramos.