Arlequines
y saltimbanquis eran figuras simbólicas de la vida y del mundo artístico
que habían sido plasmadas en poesía por
Baudelaire o Leoncavallo con I Pagliaci.
En 1904 Picasso ya está instalado definitivamente en París, en el Montmartre
canalla de sabor impresionista. En 1905 establece relaciones comerciales con
Clovis Sagot, un ex payaso de circo con galería en Rue Laffitte donde los
hermanos Stein se fijarían en su obra. Sin entrar en demasiadas profundidades,
en esta época Picasso combina una serie de influencias, que quedan reflejadas
en el cuadro, a saber: la solidez del arte clásico recibida durante su
formación; la influencia del Greco y de Ingres alientan el camino de la
anulación espacial y la perspectiva renacentista, la elongación de las figuras
y la mezcla de planos. En este lienzo, sobrepintado y girado en vertical, vemos
también la linealidad brillante de sus arlequines; plasmados conceptos como
ligereza y pesantez, contraste de tamaños y fragilidad, desembocando todo en el
logrado equilibrio de la acróbata que contagia al propio cuadro.
La plasmación de arlequines conlleva también una reflexión sobre la forma, a modo de variaciones sobre la errancia como si de una polifonía visual se tratara, con sus preludios, estudios y repeticiones que también lo plasmará en sus poemas, de los que escribe y reescribe numerosas variantes. Así, no debe extrañar la inscripción en su taller de Bateau-Lavoir, donde fue realizado el cuadro: “Au rendez-vous des poétes”, convirtiendo la pintura en un acto de poesía.