Si alguien sale de la exposición de pinturas académicas del Salón de
París en la Fundación Mapfre y se acerca a ver esta otra de Raoul Dufy, pudiera
apreciar lo que éste sentía cuando pasaba por la galería de Durand Ruel y
contemplaba cuadros de Pissarro o Monet camino del taller de Leon Bonnat en la
Escuela Nacional de Bellas Artes de París. No sé si será por lo reducido de las
salas de la Fundación Mapfre que se llega a sentir cierto agobio; quizá se haga
patente el peso de la Historia en los cuadros de esta muestra, pero al salir y
ver la exposición de Dufy del Museo Thyssen uno parece más ligero y siente
ahora que es el Arte el que se hace cargo de la Historia.
Hacia 1905 abandona los tonos sombríos de su maestro Leon Bonnat
(expuesto entre las pinturas académicas citadas) y se acerca a la composición y
temática de carácter impresionista, centrando su atención en los contrastes y
en los cambios de luz. Si la técnica impresionista consiste en captar el instante,
Dufy trata de superar ese momento ofreciendo en secuencia una alquimia de
sensaciones. Para ello adopta el lenguaje fauve (del que ya hablamos en
estas páginas en la exposición de Matisse en 2009, en este mismo museo). Es ya
un lugar común que fue al contemplar Lujo, calma y voluptuosidad (1904),
de Matisse, comprendió la nueva mecánica
de la pintura, aun conservando las composiciones con punto de vista elevado de
carácter impresionista. Aparte de Matisse hay que señalar a Vlaminck y Derain
en cuanto fauves; si bien La justicia de Trajano (1858) de Delacroix, fue su primera revelación que le impulsó a
ser pintor, sin olvidar a Claude Lorrain, su dios (según se recoge en el
catálogo de la exposición que nos sirve de base a este artículo).
La grafía impresionista se deja sentir en El mercado de pescado, Marsella (c. 1903) donde Dufy capta la acción como si fuera un
fotógrafo con pequeñas pinceladas alargadas, movidas y yuxtapuestas, en
permanente oposición verde-rojo, rojo-azul, amarillo-rojo, que confieren un
aspecto vibrante a los distintos elementos. Se trata, no tanto de pintar un
tema, sino de pintar la luz que incide sobre el tema.
En Terraza junto a la
playa (1907) podemos observar cómo el fauvismo le da mayor libertad
cromática y tensión entre dibujo y color. Aunque como vemos en La pequeña
palmera (c. 1907) emplea el negro, que estaba desterrado de la paleta fauve,
si bien podemos observar las pinceladas magentas yuxtapuestas que recuerdan
lienzos neoimpresionistas.
La experimentación con el
punto de vista le lleva hacia 1907 a composiciones con perspectiva volcada
(“naturaleza abatida” que diría Guillaume Apollinaire) y geometrización de
figuras al descubrir la obra de Cézanne. Su encuentro en L’Estaque con Braque,
simplifica la estructuración del espacio con formas geométricas y restringe la
gama cromática, dando paso a su periodo constructivo (1908-15): Barcos y
barcas, Martigues (1907-8), Paisaje de L’Estaque (1908) y Paisaje
de Vence (1908).
El punto de vista elevado le permite cambiar la perspectiva
renacentista, por una “perspectiva moral” donde el tamaño de las figuras
depende de su importancia afectiva. Un ejemplo de esta disociación espacial es Gran
bañista (1914) con reminiscencia de las imágenes de vidrieras góticas y la
libertad de escala en los grabados.
Sobre Cézanne ya señalamos,
también en estas páginas, la luz en la Provenza, que parece dibujar esculturas
aquietando sus paisajes y donde el Mediterráneo parece invadirnos tierra
adentro. Allí encontramos a Dufy hacia 1919, le embarga la fijeza de la luz
mediterránea, su calma clásica frente al inquieto Atlántico. Será hacia 1920, después de haber hecho sus ensayos
con otro estilo, el cubismo, cuando Dufy desarrolló su propio
enfoque distintivo que implicaba estructuras esqueléticas, colocadas en una
perspectiva disminuida, y el uso de color dispuesto mediante veloces pinceladas,
de una manera que llegó a conocerse como taquigráfica. En sus vistas, llegará a disociar
el color del contorno, acentuando la vehemencia del trazo y sometiendo la
composición a grandes zonas de color donde se contraponen pequeñas figuras y
objetos. Su madurez, al contacto con el
paisaje y luminosidad de Vence, en la Provenza, otorga a sus cuadros una
luminosidad abstracta que denomina ‘color-luz’, luz que
emana de los propios colores y no del sol: « Je fais de la couleur l’élément créateur de la
lumière, la couleur à mes yeux n’étant que génératrice de lumière ».
Raoul Dufy pinta el cuadro En las carreras a
principios de la década de 1930, cuando domina su arte y se le considera un
artista consumado que ha desarrollado un estilo propio con una grafía espontánea
a base de comas y arabescos, acentuando la disociación del trazo y del color,
nunca encerrado dentro de unos límites. Que ha llevado hasta sus últimas
consecuencias sus investigaciones sobre el color, la luz, junto con los trabajos realizados en el ámbito
de las artes decorativas.
No teorizó por escrito, si bien sus declaraciones tienen precisión de
reflexión meditada. En sus ventanas abiertas podemos observar la dialéctica
entre el exterior y el espacio de la pintura de forma semejante a como Monet, Vuillard o Valloton reconocieron la
importancia de la ventana que combina interior y exterior en el espacio
pictórico. Se acerca a los balcones de
Matisse, a su profusión de
ventanas como referencia de continuidad del exterior en lo interior, como
invitación a entrar en ese espacio volumétrico, donde quedaríamos integrados
con esa simultaneidad de efectos perceptivos que obligan a crear un recorrido
de la mirada en profundidad. Esta síntesis de luz que consigue en sus paisajes
desde el interior de su estudio o de una habitación se acentuaría a partir de
su poliartritis; se volverá más “sonal” según manifiesta él mismo.
Su padre fue organista y desde joven mantuvo estrecha relación con el
mundo de la música. “El sonido de la visión”, podríamos llamar a este proceso,
siguiendo el sugerente título de un reciente curso en el Museo Reina Sofía del
profesor Félix de Azúa, donde se ha tratado, entre otros, el misterio de los
sonidos negros de García Lorca; o una cierta anamnesis que recupera o refuerza
un sentido cuando otro se pierde, por ejemplo unos ojos que se vuelven más
musicales cuando se pierde el oído. Podríamos decir que, desde 1940, trata de dar expresión plástica a la sonoridad
de los instrumentos, dando un efecto de luz a uno o varios instrumentos y otorgándoles
una forma o signo abstracto de la música en un pasaje, así Música y violín
rosa (1952) o Naturaleza muerta con violín. Homenaje a Bach (1952), donde una concentración cromática apoyada en un
dibujo simplificador, genera una tensión y potencia que se corresponde con su
amor por la música y su elocuencia
pictórica.
Desarrolló un estilo colorido y decorativo que se hizo
popular en diseños para cerámica (en colaboración con Joseph Llorens
Artigas), tejidos y esquemas decorativos de edificios
públicos. Cambió la cara de la moda y el diseño de telas con su obra para Paul
Poiret. Gracias a este modista consiguió plasmar su creatividad en tejidos
prolongando su experiencia del grabado y liberándose de este rigor con una
mayor fantasía ornamental. Aparece el Dufy mundano que tanto
le caracteriza, con obras que evocan diversiones y fiestas de la sociedad despreocupada
en los años veinte.
Desde finales del siglo XIX,
los artistas profesionales se habían mostrado cada vez más interesados en el
diseño tanto de ropa y textiles, colaborando con los modistas de París y los
hábiles tejedores de Lyon, que durante mucho tiempo habían sido protegidos por
el gobierno francés y promovidos a nivel mundial por su formación y talento. Además
de colaborar con figuras literarias, músicos, compositores, bailarines, y los
empresarios teatrales, estos artistas dieron a diseño francés la explosión de
creatividad y renovación inventiva.
Hacia 1909 Paul Poiret se interesó en la obra de Dufy. En una cena
con amigos le presentó, entre otros a Max Jacob y a Apollinaire, que estaba esperando
a Picasso para producir las láminas de Le Bestiaire, pero Picasso, ni siquiera
había comenzado la obra y Apollinaire decidió contratar a Dufy del que le
atraía el eco del expresionismo alemán y su primitivismo, unas cualidades
evidentes para Poiret, que había viajado
en Alemania, donde había quedado impresionado por el progreso de las artes
decorativas, especialmente en lo relativo al Deutscher Werkbund. Compartieron
un profundo interés por el color y pronto estaban planeando una empresa
conjunta para producir textiles para la casa de alta costura de Poiret donde
Dufy podría experimentar con tintes y matices.
El Bestiario
lo componen
treinta estrofas, la mayoría de cuatro versos dedicadas a Orfeo y a los animales
que acompañan su música, utilizados como metonimia prácticamente todos los
animales convocados dirán algo del poeta. Sus
estampas complementan los versos de Apollinaire que señalaba a Dufy la
iconografía a seguir en la elaboración de las figuras, si bien en alguna Dufy
no se ajustó a lo indicado. Las ilustraciones de Dufy han contribuido a asociar el Bestiaire con
una cierta estética medieval, los dibujos de Dufy son principalmente
ornamentales; aunque siguen en muchos casos las consignas de una iconografía
tradicional en el tratamiento de la imagen del animal.
Ventana abierta, Niza (1929), El estudio, interior (1929):
expansión del azul mar por el marco de la ventana, al tiempo que los tonos
azules, rojos y amarillos se desplazan de la habitación al paisaje, fusionando
interior y exterior. En sus paisajes
trata de plasmar no lo que ve, sino lo que es, lo que existía para él, su
realidad. Su propia visión aísla el objeto separándolo de la naturaleza,
añadiéndolo al arte. Autonomía al color que no sigue la pauta del trazo del
dibujo, la mancha de color invade y sobrepasa el entorno que le estaba
delimitado, como vemos en Regatas y gaviotas (c.1930).
Al reinventar la realidad parece deshacer la pintura
expulsando de ella el objeto pictórico, disociando
el color del contorno, como tinta corrida de la luz cruda del sur que le lleva
al paroxismo cromático: “Me horroriza la silueta, no me sirve nada más que para
describir el movimiento. Mis dibujos están hechos siempre para fijar el
fenómeno luz…” En 1926 Dufy ilustró El poeta asesinado, también de
Apollinaire, donde leemos: “Calló Croniamantal un instante, para luego añadir:
‘En lo sucesivo no he de componer sino una poesía libre de cualquier estorbo,
aunque sea el del lenguaje’”.
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