Hay un espacio de lentitud emboscado en la mirada por el
asedio frenético de color en que nos envuelve la pintura de Bonnard. Su visión
etérea y arcádica del mundo procura una integración del hombre en la naturaleza
reconvertida en su paraíso familiar: Le Plaisir,
(1906-10), Jeux d’eau, (1906-10), La Symphonie pastorale (1916-20).
Sus investigaciones plásticas le imbrican en las vicisitudes vanguardistas y
aunque algunas referencias críticas traten de mantenerle alejado, su pintura se
desenvuelve bien en el
laberinto cosmopolita del mundo del arte parisino. En este ambiente, nos dice
John Rewald, una variedad de tendencias estilísticas circulaban, no
necesariamente en el orden metódico que la historia del arte ha establecido. Cada
día se podía discutir del estilo elegido entre la plétora existente:
naturalismo, impresionismo, puntillismo, simbolismo, variaciones del modernismo,
fauvismo o expresionismo. Máxime cuando Bonnard cultiva diversos lenguajes
artísticos: cartel, ilustración de libros, escultura, decorados teatrales…
En 1888 se
forma, por decirlo brevemente, el grupo de los Nabis (profeta, en hebreo), a
partir de la iniciativa de Paul Sérusier en la Académie Julian ,
al tiempo que la estampa japonesa entraba en su búsqueda de simplificación formas
plásticas. Nabi
japonesoide, el
profeta de las imágenes flotantes, llama Ángel González a Bonnard en el
catálogo de la exposición que la Fundación Juan March
celebró en 1983. Un propósito del movimiento nabi era unir arte y vida, y la pintura decorativa proporcionaba el
medio para lograrlo. Bonnard pronto dio cuenta de ello en Femmes au jardín,
entre otras obras. Por esta reputación alcanzada en este aspecto, le llegaron
encargos murales residenciales donde reflejaba un mundo arcádico, con
imaginativas escenas voluptuosas, armonioso con la naturaleza, donde continúa con
la expresividad “lírica” del color que podemos ver en los paneles que realizó
para Misia Edwards (1906-10) y que evoluciona hasta el espléndido panel La
Terrase ensoleillée, (1939-1945), en un tratamiento paralelo a su evolución
en lienzo.
L’Après-midi
bourgeoise (1900): Retrato colectivo muy representativo
de su obra, en la que apreciamos un despegue de la estética nabi, con una manifestación de tranquilidad
y felicidad, que se mantiene a lo largo de todas las etapas de su vida con cuadros
que describen un universo de ensueño, modelado por sus deseos y fantasía. Hacia
1914 acabaría su periodo nabi, recobrando
el interés por Max Liebermann, Adolf von Menzel y la tradición grecorromana inserta
en Bellini, Tiziano y Poussin.
Pierre
Bonnard apreciaba los aspectos más leves de la existencia reproduciendo escenas
de la vida íntima, sus primeros lienzos reflejan la vida cotidiana de los
barrios de París, como si le asaltasen repentinamente sus agitadas escenas, así
nos dice Isabelle Cahn, en el catálogo de la exposición: “La fórmula de Bonnard
consistente en combinar síntesis lineal y manchismo violento se adaptaba
perfectamente a los paisajes urbanos, animados por el movimiento aleatorio de los
viandantes y de los vehículos sobre un fondo de fachadas de edificios alineados
y de árboles plantados a intervalos regulares.” A partir de 1900 apenas hay
referencias al mundo moderno y hacia 1910 la arcadia se vuelve melancólica desarrollando
una inquietud en sus autorretratos, con una cierta vehemencia en la mirada
prescinde de todo contexto, se muestra despojado… de sí: Le Boxeur (1931),
puños tensos en angustiosa lucha vital, una sensación de figura consumida.
Bonnard y
sus amigos nabis se sentían atraídos
por las manifestaciones artísticas que se habían desarrollado en dos
dimensiones, como los mosaicos bizantinos, la pintura egipcia, las vidrieras
medievales o los frescos y tablas de los primitivos italianos. La Table (1925): La mesa, en blanco y casi
en vertical crea un poderoso contraste con el resto de la habitación. Nu
dans la baignoire (1925): perspectiva atrevidamente empinada que remite
toda ella a un cierto enigma donde todo está por la mitad, mutilado. Nos ofrece una geometría rigurosa con un
punto de vista sesgado y una acción inane. En su obra,
los interiores domésticos conservan un cierto misterio que la mirada del
artista no se atreve a desvelar del todo. La dimensión enigmática y el carácter onírico de los cuadros
de Odilon Redon intrigaban a Bonnard, que acercándose a lo corriente perseguía
esa estrategia visual de carácter ambiguo.
La
exposición de 1890 en la Escuela de Bellas Artes de París fue una revelación
para muchos artistas (como vimos también, en el artículo anterior, referido a
Munch) por la estética novedosa que simplifica motivos y formas, que permite renunciar
a la perspectiva renacentista y modifica proporciones. Estampas de Kunisada,
Kuniyoshi e Hiroshige colgarán habitualmente en su taller y le sirven para
desarrollar una línea
rítmica y emotiva con diferentes grosores que establecen
la plasticidad de la figura, proporcionando volumen y profundidad espacial. Así
Femmes au jardín (1890-91) da volumen corporal mediante contornos
sinuosos que se engrosan y se afinan. Concebidos como cuatro paneles
decorativos para un biombo (el biombo está en el origen del ukiyo-e), lo que le permitía una
abstracción ornamental con múltiples puntos de vista pero armonizadas. Al final
los expuso como independientes, colgados en la pared como las composiciones
verticales o kakemono japoneses a los que aluden, pensados precisamente
para ser colgados.
Crépuscule. La Partie de croquet (1892): Espacio flotante que remite
a las perspectivas asiáticas. La renuncia a un modelado poderoso, a través de
la riqueza de matices y tonos verdosos se encarga de desplazar nuestra mirada
por la superficie, creando múltiples imbricaciones cromáticas; nos propone una
sintonía entre el hombre y la naturaleza.
En el arte de Extremo Oriente el género pictórico más
relevante es el del paisaje, con la montaña y el agua como elementos
principales que tratan de capturar al espectador, provocando una intensa
emoción de pertenencia e integración del hombre en la naturaleza. En este
aspecto podemos diferenciar tres “perspectivas”:
Distancia profunda: una gran panorámica donde se puede
distinguir una bruma con la montaña al fondo como desgajada. Tendría un foco
móvil que rompe el realismo y nitidez con un punto de vista que imprime
dinamismo.
Alta distancia: quizá la más importante, con un solo punta
de vista, vertical, con una montaña a la que no vemos la base.
Distancia a nivel: desacraliza el paisaje, es un paisaje más
cercano a lo occidental donde surge una contemplación en calma, en horizontal y
a lo lejos, con contornos difuminados (perspectiva aérea), de carácter
expresionista propone un tú a tú con la naturaleza.
Estilo de esquina: donde solo se muestra una esquina y el
resto vacío, un vacío pictórico (Xu)
que insta al espectador a completar la obra. Este punto de vista forzado liberó a los
artistas de las perspectivas frontales y los marcos, especialmente a la vista
del Manga de Hokusai.
Además de la referencia japonesa,
en su trabajo como ilustrador en La Revue Blanche conectó con la eclosión artística
de la época, el impresionismo; trabajó en encuadre y pudo experimentar con el grabado
a contra-veta, muy utilizado por los expresionistas alemanes. Asimismo empleará
el arabesco lineal para cerrar superficies lisas. Bonnard
borda líneas ondulantes alrededor de sus motivos para transformar las
situaciones triviales en visiones mágicas engalanadas de colores. El arabesco era un elemento
estructurante de las formas decorativas islámicas, que pudo observar en su
recorrido por España en 1901. También lo apreciamos en la complejidad
decorativa de Matisse, si bien Alois Riegl, coetáneo de los impresionistas,
habla de él y de la ornamentación floral en Problemas de estilo: Fundamentos
para una historia de la ornamentación.
A pesar de ver a Marthe en numerosos cuadros, tenemos la impresión de no
llegar a ella, de no poderla conocer, manteniéndose inaccesible con su rostro
borroso (incluso en las fotografías que vemos en la exposición). Se conocieron
en 1893 y se convirtió enseguida en su modelo predilecta. En sus desnudos distinguimos
pequeñas pinceladas de aceite mezcladas con pigmento, resultando una pintura suave,
sin gran fuerza demostrativa, cargada de tristeza y de mudez.
L’Indolente (1899). Diferentes obras forman un conjunto temático en
torno al encuentro sexual, con una carga de soledad y ensimismamiento, que
también encontramos en L’Homme et la femme (1900): retrato de la pareja
desnuda y separada por espejo. Miradas que se huyen y cuerpos
desnudos que se ignoran, como los gatos, que tanto aparecen, tan desprendidos
después del ronroneo. Al acometer el desnudo L’Home et
la femme y L’Indolente hacia 1900, se aleja del estilo ‘nabi
japonista’ y se entrega a una pincelada sutil, modelando los volúmenes con
sombras. En L’Home et la femme
encontramos un ritmo de verticales, subrayado con largas pinceladas y
atemperado por los tejidos y prendas esparcidas. Como es habitual, esconde el
rostro de Marthe, parece que quisiera incidir en la fobia social que padecía
Marthe y de la que hablan prácticamente todas las reseñas
y que hacía que su vida diaria estuviera lejos del hedonismo y encanto de sus
lienzos.
Los
médicos recomendaron a Marthe unos baños terapéuticos, curaba su melancolía en
diversos tratamientos termales, de ahí sus series de desnudos en bañeras: “La tensión
entre la trivialidad y el deseo produjo un apasionamiento inédito en su pincel
en esas composiciones en las que el aire, la luz y el agua se fusionan.”
(Isabel Cahn). Estas series de
bañeras se extienden de 1925
a 1942, desde el suicidio de Renée Monchaty hasta la
muerte de Marthe, así Le Bain (1925), Marthe está sumergida con una rigidez
cadavérica, sin la sensualidad de desnudos anteriores. Lienzo lúgubre que
condensa el sentimiento de pérdida de Renée y la melancolía de ese momento.
Marthe fue pintada casi cuatrocientas veces, siempre como
una mujer joven, como si fuera un recuerdo de convivencia acumulado en la memoria. Gestos
que remiten al pasado, quizá más vivo que las experiencias presentes. Por
decirlo bruscamente, Bonnard en su relación sentimental con Marthe (con Renée
Monchaty, con…) está más cerca del drama de Ibsen que a la Alegría de vivir de Matisse. En sus desnudos hay citas clásicas
vistas en el Louvre: Afrodita agachada, El hermafrodita, o
El espinario. Pintaba en la soledad de su taller, tras tomar diversos
apuntes en una primera aproximación a la modelo, a la que pedía que se moviera,
en vez de posar largamente. De aquí quizá esa expresión condenatoria de Linda
Nochlin hacia Bonnard, cuando ve a Marthe flotando con una pasividad cercana a
la muerte, una exquisita putrefacción.
Luminosidad
del Mediterráneo, aunque esté y pinte en Normandía: L’Été 1917, una
escena arcádica donde los personajes desnudos disfrutan del sol. Si bien sus
dioses son dioses lares, divinidades del hogar cuyo papel consiste en
santificar las funciones de la vida doméstica. En Vernon se centra en el jardín de su casa (Paysage
au remorqueur, 1930). que se encuentra en la ribera del Sena, cercano a
París y a Giverny donde residía Monet al que visitaba con frecuencia.
En el Midi provenzal el reto de la pintura es con el sol. En
Le Cannet, empapado de luz, cargará sus cuadros de tonos ultravioleta,
especialmente amarillos y azules con gran fuerza expresiva. L’Enlèvement
d’Europe (1919), máxima expresión de ese concepto arcádico de la naturaleza. Luz
sofocante, virtuosismo de color y sinuosidad de formas que conectan con esas
tonalidades nabis, vitalismo en pleno
idilio con Renée Monchaty, modelo para Europa.
La Palme (1926): realizado en Le Bosquet, en Le Cannet, donde pasa largas
temporadas con Marthe. Este lugar permitía un aislamiento donde ella se
encontraba cómoda. En este lienzo parece reflejar ese cobijo necesario para su
intimidad. Con una manzana en la mano, cual Pomona entre esos dioses lares
romanos.
Coin de table (1935), Le Dessert (1940): Si en 1925 veíamos esas
perspectivas atrevidas en vertical en contraste cromático (La Table), en éstas seguimos distinguiendo ese riesgo compositivo,
si bien predomina una mayor intensidad de luz “mediterránea” que baña la composición.
La fotografía fue uno de los recursos que permitieron junto
a las estampas japonesas la osadía compositiva, por ejemplo Danseuses (c. 1896, recuerda a Degas). Su
carrera fotográfica se desarrolla desde 1891 a 1920, captando situaciones cotidianas
con sencillas instantáneas (Kodak) sin artificio, plasman un momento
particular, privado y sentimental, de recuerdo principalmente.
La relación entre lo cotidiano y lo poético, entre una
realidad vivida en lo cotidiano y una realidad representada dentro de la
poética se somete a un cambio en el siglo XIX. Lo cotidiano se convierte en un
tema literario aceptable y su tratamiento se caracteriza por un uso
relativamente común de la sintaxis y el léxico. Asimismo Bonnard establece composiciones que muestran escenas de la vida diaria
que se mantienen unidas por una atmósfera tensa, marcadas por una estructura
formal de cesuras: un mundo finito de cosas cotidianas.
Como Robert Goldwater explica: “Hay algo en la obra de
Bonnard de minuciosa observación en la superficie estética de Mallarmé y su
devoción a la suma efectiva de la sugestión infinita, la mirada indirecta que
capta la realidad desconocida” (Citado por Amanda Boetzkes and Aron Vinegar, Heidegger and the Work of Art History.
England / USA, Ashgate, 2014, pg. 239). Bonnard, que era un lector permanente y
atento de Mallarmé, muestra una afinidad con el pensamiento poético a través de
su atención a los detalles. Bonnard no conocía personalmente a Mallarmé, pero
sí Vuillard (el non finito de Bonnard le encantaba y
calificaba sus cuadros como pequeños poemas en pintura). Mientras Bonnard veraneaba en
Dauphiné, Mallarmé pasó un tiempo en Valvins, cerca de la casa de Thadée y
Misia Natanson, editores de La Revue Blanche. Tras el cometido de
Ambroise Vollard para ilustrar Hériodiade, el poema épico en el que
Mallarmé trabajó más de treinta años, Vuillard se convirtió en un buen amigo de
éste. Durante el verano de 1896, durante su estancia con los Natansons,
Bonnard, por invitación de Vuillard, visitó al poeta. Fue quizá durante este
encuentro que Bonnard puede haberse familiarizado con la línea de pensamiento
de Mallarmé donde las cosas de la naturaleza sugieren ideas análogas así en
pintura como en poesía.
(Hérodiade :
Reculez. / Le blond torrent de mes cheveux immaculés / Quand il baigne mon
corps solitaire le glace / D’horreur, et mes cheveux que la lumière enlace /
Sont immortels. O femme, un baiser me tûrait / Si la beauté n’était la mort… )
Herodías:
Retrocede.
Mi inmaculada cabellera rubia: un torrente,
baña mi cuerpo solitario, lo hiela
de horror, y mis cabellos que la luz encarcela,
son inmortales. Nodriza: un beso me mataría
si la belleza no fuera la muerte…