Nada más entrar al CAC Málaga nos recibe una
obra El
nombre de los meses (óleo sobre Dibond, 2016), dispuesta a modo de friso enorme
que parece advertirnos del título global de esta muestra. Tenemos que tomar
distancia, aliento para tra(n)spasarla y una vez logrado, llegar al otro lado,
al lado de allá, donde nos mostrará sus últimas obras. En esta obra se camufla
no solo el nombre del mes, al que sustituye su número, como si jugara con el
francés (nombre-número), también se
embosca un calendario del color que nos enseña los trabajos de la luz, si
queremos, como los capiteles románicos soportaban las labores de la tierra.
En esta reseña se hallarán pocos argumentos
teóricos para visitar la exposición. Por otro lado, quien deseé encontrarlos,
en este blog ya nos hemos referido varias veces a la obra de Carlos León.
Reflexiones teóricas admirables, se pueden hallar en sus catálogos y especialmente
en este último donde Fernando Castro Flórez (comisario de la muestra) hace un
recorrido detallado por su obra y sus etapas artísticas.
Por seguir con la exposición el motor que (me)
impulsa a recorrerla es instintivo, un deseo que, si bien apela a lo inmediato,
descubriremos más tarde la hondura de su razón de ser. Por otra parte, lo he
hablado con el autor, ese instinto es algo que le dicen un altísimo porcentaje
de personas que se sienten atraídas por su obra e invita a visitar
irremisiblemente la exposición.
Hay un ejemplo en esta muestra, La tarde de octubre (óleo sobre Dibond,
2015) que puede ser epítome de lo que de una manera intuitiva recibió la
denominación de “veneciano” y sea cierta o no la vinculación, nos entendemos al
referirnos a él o a una serie de cuadros de factura semejante, quizá por la
perspectiva fantasma o el desafío del color con el que construye su espacio
plástico, donde la desmesura de la pasión nos indica el camino.
La naturaleza, en la obra de Carlos León, es
sensualidad, nos quedamos atrapados en el ensueño de una imagen, una luz se
vuelve pensamiento y los desgarrados pigmentos de impronta expresionista
(abstracta), da a sus paisajes la dimensión telúrica en la mejor tradición de
la escuela española que se aleja del paisaje ideal clasicista para adentrarse
en una representación agitada del mismo. Una metamorfosis que nos retrotrae a
una primigenia identificación con una naturaleza aún sin nomenclatura que
trataba de conciliar al ser humano con su animalidad. Como esas piezas
escultóricas suyas ensambladas, metamorfoseadas, que han perdido su utilidad,
pero aún recuerdan su pasado industrial de máquina.
Sus últimas obras parecen ofrecernos el envés
donde antes aparecía el haz. Destacan sus títulos, locuciones latinas como las
que se suelen intercalar en nuestro lenguaje, muchas de ellas con enfático
resumen de lo que queremos decir y solo lo alcanzamos con el latín, esa lengua muerta
tan vivaz.
En las piezas sobre Dibond, combina este
material industrial (pensado en inicio para la fotografía, véase en este blog
la exposición de Erwin Olaf, también en el CAC), con el óleo, la técnica
tradicional desde el Renacimiento. En las últimas, de 2019, parece invertir el
proceso, sobre madera (que nos retrotrae a las tablas en las que se pintaba al
temple, o a los retablos), Carlos León aplica una pintura plástica que nos
acerca al elemento industrial más contemporáneo del homo faber. Aunque nuestro artista se caracterizaría más por su hedonismo, su lado ludens, como se puede deducir
de sus reflexiones, muchas a vuelapluma, que recoge Fernando Castro en No sé si me explico… (Colección
Infraleves, CENDEAC, 2019, pg. 26): “Polifonías del deseo y tormentas de sal.
Voces que rebotan sobre las piedras labradas. El sollozo y los mirlos. Los
labios que pronuncian el nombre de quien ama. Voy a buscar el vaso de tu boca,
amiga lumbre.”
El nombre de los meses (Óleo sobre Dibond, 2016). |
Ad hoc - Nolens volens - Mutatis mutandi (Todas, pintura plástica sobre madera, 2019) |
Vista general últimas obras |
Eldorado, 5 (Óleo sobre Dibond, 2018) |
La tarde de octubre (Óleo sobre Dibond, 2015) |