En este tiempo de Pasión habrá dos lamentos sobre esta
muestra, uno los que no hayan conseguido entradas para verla; dos, los que aún
viéndola, el enorme y constante flujo de personas presentes en las salas y su
agolpamiento, hacía realmente incómoda la contemplación de los cuadros. En
otras ocasiones nos queda el catálogo como sucedáneo que tranquilice la mirada pero
en este caso los responsables, haciendo gala de ese multilingüismo que
caracteriza el centro de Europa, lo han editado en neerlandés, unos pocos en
francés, al doble de precio, (es la que hemos utilizado como consulta para la
realización de este artículo) y en inglés (pero había que comprarlo en una
librería fuera del museo). Sin embargo, hay que señalar en enorme tránsito de
personas por el Rijksmuseum, su vivacidad y dinamismo no solo en la exposición
de Vermeer, sino por el resto de sus salas, algo que sí he podido ver en el
Thyssen (pongamos que hablo de Madrid) pero no lo he percibido, últimamente, ni
en el Museo del Prado (veremos ahora con Guido Reni) y mucho menos en el Reina
Sofía (pagando), pero dejemos las anécdotas a un lado.
Johannes
Vermeer (1632-1675) fue un artista no muy pródigo, que probablemente no pintaba
más de dos obras al año de media, sin contar las obras perdidas (cinco de ellas
documentadas). Pero cada uno de ellos es una creación excepcional que fascina y
asombra. El pintor lleva al espectador a un mundo introvertido y congelado. En
sus interiores la luz juega un papel inimitable y el uso de los colores no deja
de sorprender. Vermeer compone sus cuadros, elige sus temas y modifica
espacios, hasta llegar a una forma de ilusionismo por lo que, más de
trescientos cincuenta años después, su universo pictórico aún se percibe como
reconocible y familiar.
All
the Vermeers in the Rijks podríamos
titular esta exposición, aludiendo a la película de Jon Jost de 1990 All the
Vermeers in New York. Cine experimental, por entonces, donde Jost utiliza
celuloide de 35 mm. de alta velocidad y con un grano fino que le permitía rodar
con luz ambiente en el Metropolitan, que ha prestado dos de los cinco que
tiene.
Esta
exposición monográfica reúne veintiocho pinturas, las tres cuartas partes de su
obra conservada, lo que hace que conozcamos mejor su arte. Han pasado casi
treinta años desde la última (y primera) exposición monográfica sobre Vermeer,
en La Haya y en Washington D.C. Esta es la primera vez que el Rijksmuseum
dedica una exposición individual a Vermeer. Hablaremos en general aludiendo a
sus treinta y siete pinturas que la mayor parte de los historiadores le
atribuyen, señalando en negrita aquellas (28) que se encuentran en la
exposición. De las treinta y siete veinticuatro están firmadas y cinco datadas.
Es un número modesto comparado con la producción de sus contemporáneos como
Frans Hals y Rembrandt, con más de doscientas y trescientas cincuenta pinturas
respectivamente.
Johannes
Vermeer es uno de los pintores holandeses más renombrados, con más talento y de
los más originales del siglo XVII, siendo hoy de los artistas mundialmente
conocidos, simplemente como Vermeer. La lechera y La joven
de la perla, en particular, han adquirido un estatus icónico, lo que
hace que la notoriedad de las obras supere sin duda a la del propio pintor.
Un
equipo de conservadores, restauradores y científicos que utilizan las últimas
técnicas de análisis de materiales, han permitido identificar modificaciones
reveladoras, que nos han ilustrado sobre el modo de trabajo de Vermeer, sus
opciones artísticas y su búsqueda de la composición perfecta.
Cinco
de sus pinturas solo se conocen por menciones en fuentes de los siglos XVII y
XVIII. Han sido víctimas del fuego, la guerra, la violencia de la naturaleza,
la destrucción o la negligencia, a menos que tengan una existencia discreta en
alguna colección privada o conjunto museístico. Una pintura, El Concierto,
se robó hace más de treinta años del Museo Isabella Stewart Gardner en Boston y
aún no ha sido encontrada.
De
carácter modesto su entorno familiar, un inventario establece en diciembre de
1623 que poseen una pequeña colección de cuadros, naturalezas muertas, pintura
de historia, retratos y escenas de género. Su vida y obra giran entorno a
Delft, su centro vital y artístico. Sabemos por varios documentos que salía ocasionalmente
de la ciudad para ir a Ámsterdam, La Haya o Gouda y que probablemente se quedó
fuera de Delft como parte de su formación artística.
Delft
era una de las ciudades principales de Holanda de la época, mantiene estrechos
vínculos políticos y culturales con la corte de los príncipes de Orange en La
Haya. El padre de Vermeer tenía relación con diversos artistas especialistas en
naturalezas muertas como Pieter Steeenwijck y Evert van Aelst, también con el
paisajista italiano Pieter Anthonisz van Groenewegen, además con un pintor de
historia reconocido, Leonaert Bramer que es amigo de la familia.
Al
igual que su hermana mayor, Geertruijt, Johannes creció en la posada De
Vliegende Vos ("El zorro volador") que sus padres llevaban en
Voldersgracht. En los documentos, a su padre Reynier se le suele llamar Van der
Minne, por su suegro, o Vos (zorro) como el animal que aparece en el cartel de
su posada. Quizá un guiño a la epopeya animal medieval “Van den vos Reynaerde”,
o “Reinaart de vos”, por su nombre de pila. No fue hasta septiembre de 1640 que
utilizó en documentos el apellido de Van der Meer o Vermeer, con quien su hijo
alcanzaría luego fama mundial. Ambas formas son parte de una larga tradición
holandesa de nombres que indican el origen ("nombres de procedencia")
o el lugar de vida ("nombres de barrio o de vecindario") del
portador. La familia prefirió presentarse bajo el nombre topográfico de “meer”,
que desde la noche de los tiempos ha designado tanto una zona de aguas
interiores como el mar.
Gracias
a la mediación de su padre como marchante de arte, Vermeer tuvo gran
conocimiento de la pintura y los artistas más destacados. Los albergues y las
tabernas en el siglo XVII eran lugares importantes de encuentro, puntos de
reunión concurridos donde las pinturas a menudo se exhiben y se intercambian en
la sala.
Como
muchos de sus contemporáneos no se tiene documentación fehaciente que permita
saber de qué maestro o maestros recibió su formación de pintor. Lo más probable
es que frecuentara la escuela cercana de Cornelis Daemen Rietwijck, ya que en
ambos hay un interés por el retrato. Aunque para una formación de mayor calidad
debió salir de Delft. Después de la firma de la Paz de Münster que puso fin a
la Guerra de los Ochenta Años con España y la independencia formal de la
República de los Países Bajos en 1648, la importancia artística y cultural de
Delft fue decayendo. Si bien por esas fechas Delft se convierte en un punto de
encuentro y partida de muchos pintores: Carel Fabritius, antiguo alumno de
Rembrandt se establece en Delft en 1650, desde Ámsterdam; Pieter de Hooch en
1652 desde Rotterdam y Jan Steen y Cornelis de Man en 1654 desde La Haya e
Italia respectivamente. Aunque se van Paulus Potter a La Haya en 1649, Emanuel
de Witte en 1651 hacia Ámsterdam y Gerard Houckgeest hacia Brabante en 1650.
Todo este intercambio supone una interacción de la producción artística que
estimula las innovaciones en los dos grandes géneros que allí predominan,
paisaje (vistas) y escenas de interior.
Nada
nos indica que haya ido a Roma como viaje de formación artística. Puede ser que
como otros pintores holandeses tuviera una formación en Ámsterdam, que devino
principal centro artístico de Holanda en el segundo cuarto del XVII. Aunque no
hay documento alguno en los archivos de Utrech, se puede asegurar que estuvo
allí y vio la obra de los caravaggisti locales, Hendrick ter Brugghen,
Dirck van Baburen y Gerrit van Honthorst que sí habían estado en Italia
fascinados por el realismo crudo y el claroscuro de Caravaggio.
Unos
seis meses después de la muerte de su padre, Vermeer se casó con Catharina
Bolnes, se conocían desde la infancia y para Vermeer significaba un ascenso
social, pues la familia de Catharina tenía un mayor estatus socioeconómico que
la suya, de ahí el pequeño recelo de Maria Thins a la boda de su hija con un
pintor, de familia protestante y de origen modesto.
En
cuanto a si Vermeer se convierte al catolicismo después de su matrimonio, eso
no es seguro. De ser así, fue rebautizado en 1653 por los Padres Jesuitas. Sea
como fuere, Vermeer entra a través de su matrimonio en una familia católica con
estrechos vínculos con la Compañía de Jesús, es decir, la orden de los
jesuitas. Los registros indican que no tendría más contacto con la Iglesia
Reformada a partir de entonces y que ninguno de sus hijos sería bautizado o casado
según el rito protestante. La fe católica, por otro lado, jugará un papel
importante en la vida diaria del hogar.
El
29 de diciembre de 1653 se inscribió en la cofradía (gremio) de San Lucas como
maestro pintor. A partir de ahí, tiene derecho a vender sus pinturas y a tomar
aprendices, aunque no se sabe bien si los tuvo. A este respecto, no se conocen
réplicas o copias coetáneas de sus pinturas. Se conoce una copia de un cuadro
de Vermeer, La joven de la guitarra de finales del XVII (1680-1690) en
el Museo de Arte de Filadelfia, realizado después de la muerte de Vermeer.
La
temática de Vermeer, de inicio, se orienta a pinturas basadas en la Biblia o en
la mitología clásica, generalmente son telas de gran formato. Así Santa
Práxedes de 1655, una copia de la obra de su contemporáneo italiano
Felice Ficherelli y La alcahueta de 1656. Poco a poco se extiende
su reputación en Delft hasta algún importante marchante de Ámsterdam. Al
matrimonio le está yendo bastante bien durante estos años.
Hacia
1656-57 Vermeer abandona la pintura de historia para realizar escenas
cotidianas, contemporáneas, cuadros de pequeño formato para decoración de
estancias, en las que detectamos cierto parentesco con la obra de compatriotas
como, Cornelis de Man, Hendrick van der Burgh y Pieter de Hooch, si bien a
diferencia de este último, Vermeer se concentra en una sola figura en un rincón
del espacio de la representación, al lado de una ventana por la que entra la
luz que se posa sobre la figura y los objetos y da forma al espacio.
Durante
los cuatro años siguientes, realiza lo que se cree que son, después de La
alcahueta, sus tres primeras obras representando una única figura
contemporánea, dormitando, leyendo o realizando tareas domésticas Joven adormecida (h. 1656-1657), Lectora en la ventana (h. 1657-1658), La
lechera (h. 1658-1659), más cuatro representaciones de hombres y
mujeres jóvenes bebiendo o tocando música juntos El oficial y la joven
riendo (h. 1657-1658), La copa de vino (h. 1659-1661), Lección
de música interrumpida (h. 1659-1661), Mujer joven con copa de vino
(h. 1659-1661). De esta fructífera etapa datan también Vista de casas en
Delft, conocido como El callejón (h. 1657-1658) y Vista
de Delft (h. 1660-1661).
Poco
después en 1662, con treinta años fue elegido en representación de los pintores
de la ciudad como presidente del gremio de San Lucas, el primer año con
Cornelis de Man, el segundo con Anthonie Palamedesz. Con lo cual, se reúne
mensualmente con los demás administradores para cuidar de las finanzas del
gremio, realizar transacciones comerciales actuales e inscribir maestros,
compañeros y ayudas de cámara.
En
los años 1662-1664, Vermeer realiza dos interiores en “plano general”, La
lección de música y El concierto, además otras cinco pinturas donde
figura una joven concentrada en el gesto: ella sostiene delicadamente un
aguamanil, lee una carta, afina un laúd, mira un collar de perlas en un espejo
o sostiene una balanza.
Entre
1664 y 1667 Vermeer pinta Una dama escribiendo y La señora
y la sirvienta y por estas fechas ya gozaba de cierta fama, así en un
poema fúnebre dedicado a Carel Fabritius, que murió trágicamente en la
explosión del almacén de pólvora en Delft en 1654, donde tenía su estudio "el
artista más grande que Delft en Holanda haya conocido", el editor y poeta
local Arnold Bon, vecino de Vermeer, establece un vínculo directo entre este
último y el difunto: "El Fénix, por tanto, no ha pasado de la treintena,
corazón y cúspide de su gloria. Pero afortunadamente, sus cenizas engendraron a
Vermeer, quien magistralmente sigue su camino.”
Entre
1666 y 1668, Vermeer también pintó La encajera y El arte de la
pintura. La virtuosa vida católica que se desarrolla en torno a Oude
Langendijk, el barrio de Vermeer, se refleja en La encajera: primer
plano de esta joven concentrada en su trabajo, en una mesa sobre la que está
colocado un libro, podemos ver una combinación de trabajo manual y estudio, un
ejemplo general de virtud, que aquí recuerda específicamente la enseñanza de la
lectura, la escritura, el idioma francés y el trabajo manual en la escuela
católica para niñas, que se ofrecía en ese momento a las señoritas de la clase
acomodada.
Las
únicas otras dos pinturas conocidas que se centran en un personaje masculino
principal datan de la segunda mitad de la década de 1660. El astrónomo
está fechado en 1668 en números romanos por Vermeer y El geógrafo
lleva en una anotación comparable el año 1669. Los dos las obras deben estar
relacionadas con los desarrollos científicos que tuvieron lugar en Delft en
este momento, durante el cual los compatriotas de Vermeer se ocuparon de la
filosofía de la naturaleza, las matemáticas y la óptica. La presencia de estos
estudiosos en la ciudad sin duda nutrió el discurso intelectual sobre la óptica,
la luz y la perspectiva, en el que Vermeer debió de interesarse vivamente a
título profesional, en particular porque también jugaron un papel herramientas
ópticas como la famosa cámara oscura en la doctrina devocional de la orden de
los jesuitas.
Es
de suponer que Vermeer pintó entre 1669 y 1672 sus últimas obras conocidas.
Después de La carta de amor y La alegoría de la fe católica,
se dedicó a una representación depurada de la acción constitutiva de la obra,
como puede verse en Mujer joven de pie ante el virginal, Mujer
joven sentada al virginal, Dama escribiendo una carta y su criada,
La guitarrista y finalmente Mujer joven al virginal.
Tras
la guerra con Francia, Inglaterra y varios obispados alemanes, la situación de
Vermeer se deterioró lentamente a partir de 1672. El mercado del arte se
derrumba y el pintor casi no vende. Además de eso, la familia crece a catorce,
quizás quince hijos después de nacimientos sucesivos. En este momento, Vermeer
todavía estaba activo como piquero en la milicia de Delft, lo que quizás lo
expuso a situaciones bélicas peligrosas, como la defensa de Gouda en mayo de
1673. Su degradación física le llevó, en diciembre de 1675, a su repentina
muerte, a la edad de cuarenta y tres años. Para su viuda Catharina y sus once
hijos aún vivos, el menor de los cuales no tiene ni un año y medio, las
preocupaciones continúan. Vermeer murió arruinado, su fama póstuma superará con
creces los principales éxitos cosechados en vida.
La
inmensa notoriedad actual de Vermeer no se impuso de inmediato. Medio siglo
después de su muerte en 1675, su obra apenas es conocida excepto por un grupo de
aficionados y coleccionistas. En el siglo XVIII varias obras de Vermeer fueron
copiadas por artistas holandeses, en un proceso de grabado que imita dibujos
orientales en tinta china. El primer impulso al ascenso de su notoriedad lo dio
en 1792 el marchante de arte parisino Jean-Baptiste-Pierre Lebrun en su Galería
de pintores flamencos, holandeses y alemanes. Ese marchante parisino hizo que
se interesase otro marchante británico, y así lentamente el nombre de Vermeer
creció. Sin embargo, cuando se inauguró el Rijksmuseum en 1885, Johannes
Vermeer no entró en la selección de artistas cuyos nombres quedaron
inmortalizados en la galería de honor. Se contentó con exhibir La mujer de
azul leyendo una carta, le seguirán La carta de amor, La lechera
y El callejón en 1893, 1908 y 1921.
La
visibilidad de sus obras en colecciones públicas de Europa y Estados Unidos no
tardó en despertar el interés y el amor por su pintura así como el deseo de
saber más sobre él. Durante las últimas décadas se han realizado numerosos
análisis técnicos de sus pinturas en instituciones, trabajo científico que
continuará durante los próximos años en previsión del 350 aniversario de la
muerte del artista en 2025.
Desde
la primera exposición que se le dedicó Vermeer. Origin and Influence,
organizado en 1935 en el Museo Boymans de Róterdam, se han realizado un gran
número de eventos en todo el mundo alrededor de su obra. A veces, su arte se
presenta en el contexto de su época (Vermeer y el interior holandés, en
el Museo del Prado en 2003), a veces se ilumina parte de su obra, otras se
destaca una pintura en particular. Antes de la exposición de Vermeer en el
Rijksmuseum en 2023, solo se había organizado una retrospectiva estrictamente
monográfica de su arte en 1995 y 1996, que habían reunido más de veinte
pinturas del artista en la National Gallery of Art de Washington y en el
Mauritshuis de La Haya, con asistencias inusualmente grandes a ambas ciudades.
No
sabemos que dejara alguna carta de su mano, no dejó diarios y no se ha
encontrado documento alguno sobre su juventud y su formación. Tampoco escritos
personales sobre sus ambiciones e intenciones como artista, y no hay certeza de
que hiciera uso de instrumentos ópticos. Sí hay otras fuentes conocidas sobre
el pintor y su entorno, que vale para él y para muchos de sus colegas del siglo
XVII. Sin embargo, Vermeer ha estado asociado durante más de ciento cincuenta
años con la imagen de un artista enigmático, que se ha mantenido en el tiempo
hasta el punto de volverse inseparable de la identidad y reputación del
artista.
Aun
con ese enigma, el artista siempre logra crear una impresionante ilusión de
realidad, si bien no está tan interesado como Gerard Dou en la representación
minuciosa de cada objeto. Los efectos dinámicos, los movimientos de la imagen
le interesan poco, ya sean movimientos visualmente perceptibles, como figuras
caminando o gesticulando, o emociones internas transmitidas por expresiones
faciales habladas. Vermeer prefiere buscar otras maneras.
Sus
imágenes nacen de una interacción de varios componentes perfectamente ensamblados:
la inmovilidad de sus figuras, la maestría arrancada de la perspectiva, la
nitidez (o no) de la representación, reproduciendo los efectos de luz y mostrando
un agudo sentido de la composición, es decir de la disposición y distribución
de los temas en el lienzo, con su juego de líneas y su nivel de vivacidad. Además
de todas estas cualidades como pintor, los temas y el valor artístico de sus
obras también revelan sus méritos como pensador. Enriquece la iconografía de
una serie de temas tradicionales con nuevos aspectos y elementos, como en La
Mujer de la balanza o El arte de la pintura.
Cuando
Vermeer se inscribe en el gremio de San Lucas en 1653, el uso de la perspectiva
era conocido. Pieter de Hooch, que pintó entre 1654 y 1660-61 figuras en
interiores de Delft construye, como otros, su perspectiva utilizando un alfiler
que clava en el lienzo en el lugar del punto de fuga y al que luego une un hilo
coloreado con pigmento. Entonces es suficiente estirar ese hilo y moverlo sobre
la superficie del lienzo para dibujar una línea en cada ángulo deseado. En el
catálogo de la exposición (pg. 103) señala el curador y experto de Vermeer,
Jorgen Wadum, que Vermeer practicó este método en al menos dieciséis obras,
siendo la primera identificada El oficial y la joven riendo (h.
1657-1658). Una extensa investigación ha demostrado que en sus obras
posteriores el artista calcula la perspectiva en función de una mayor distancia
entre el espectador y la pintura, con la ventaja de que las líneas de
perspectiva se perciben como menos dominantes.
Pero
dominar la perspectiva es solo un aspecto del arte de Vermeer, otros tenían
tanto talento como él en este área, sin embargo, es mucho más eficaz que la
mayoría de sus colegas en el uso de formatos entre los objetos del primer y
último plano. Un ejemplo: en La joven con laúd (1662-1664), una
silla se coloca en primer plano, la cabeza de león que corona el respaldo es
casi tan grande como el rostro de la joven sentada de la mesa. Otro ejemplo que
se menciona a menudo es una pintura temprana titulada El oficial y la
mujer joven que ríe (1657-1658), donde el hombre en primer plano parece
mucho más alto que la mujer. Todo el mundo conoce este efecto de la fotografía
de retrato: la mano se vuelve mucho más grande que la cara si se acerca al
objetivo. Para evitar este fenómeno real pero desconcertante, otros pintores
simplemente han negado la diferencia de dimensiones o han colocado el punto de
distancia más lejos. Vermeer se adhiere fielmente a la perspectiva correcta y
el mundo representado parece aún más convincente a los ojos del espectador.
Asimismo
Vermeer es considerado el pintor de la luz, captó sus efectos con una
minuciosidad desconocida en ese momento. Esto se aplica tanto a los colores que
surgen de la luz (claro y oscuro, cálido y frío) como a las superficies y
formas que ilumina (reflejos de luz, desenfoque y precisión). Reflejar estas
cualidades de la luz requiere destreza y habilidad, y en Vermeer vemos
contornos vagos o precisos según su posición en el espacio. En La lechera,
lienzo temprano de 1658-59 vemos el detalle de los clavos y agujeros en la
pared, mientras que en primer plano la transición se opera progresivamente
hacia formas que se rompen en pequeños puntos de color. Poco después, Vermeer
también practicó la pintura basada en puras intensidades cromáticas y lumínicas
sin recurrir a los puntos de color granulados, mezclando sutilmente las
tonalidades entre ellos sin nitidez entre las diferentes formas.
Cuando
el ojo deambula en un espacio físico sobre objetos colocados más o menos lejos,
realiza cada vez un enfoque inconsciente, así en La encajera
(1666-1668) representa con nitidez los
hilos en la mano de la joven y los objetos en primer plano se desvanecen y se
disuelven en puntos luminosos. Era un leitmotiv en su obra desde 1556-57, al
tiempo que en los tapices siembra con pinceladas pastosas, manchas de color que
hacen casi tangibles los nudos.
La
cuestión de si empleó la cámara oscura para obtener las composiciones de sus
cuadros, no está afianzada del todo. No ha quedado rastro de ninguna de la
época de Vermeer y era fácil resolver la perspectiva central con los medios
mencionados de los hilos. El uso general de la luz, la sombra y los reflejos de
luz en superficies brillantes y mates también se puede hacer sin recurrir a la
cámara oscura, como sabían muy bien los pintores de bodegones. Hay que tener en
cuenta que para los jesuitas la cámara oscura, que sí la conocían, se consideraba
como un modelo del ojo, capaz de resaltar el mecanismo de la percepción y por
tanto también el efecto de la luz como metáfora de Dios. El contacto de Vermeer
con sus vecinos jesuitas en el Oude Langendijk, le debió interesar en esas
exposiciones.
Es
probable que Vermeer conociera y estudiara las propiedades de la luz y su
percepción utilizando la cámara oscura, pero que no la emplease para plasmarlo
en cada pintura. Vermeer ya no basa la representación en sus contornos
gráficos, sino en su particular intensidad cromática y lumínica. Quizá sea en objetos compuestos principalmente de
líneas, como una cesta de mimbre o una vidriera, donde este fenómeno
omnipresente en Vermeer aparece con mayor claridad. Cuando los pinta, a Vermeer no le interesa su
estructura gráfica, sino sólo las manchas creadas por la luz que absorben o
reflejan.
Lo
que destaca en Vermeer es el juego de nitidez y desenfoque de la representación
que depende del punto de fuga elegido. Se traduce en transiciones difuminadas
dentro de los objetos, a través de sus contornos y los reflejos luminosos
aplicados a las superficies reflectantes. Vermeer simultanea el dominio del
color para representar fielmente la luz, si bien en una pintura la luz no sólo
se da por la intensidad de los colores, sino también por la textura del
material. En Vermeer, las partes más claras suelen pintarse de forma muy
pastosa, aunque la superficie capta mucha más luz que una parte clara que sería
lisa.
Vermeer
nos llama la atención con sus sombras azuladas. A partir de una obra temprana
como El oficial y la joven riéndose (1657-1658) utiliza el azul
lapislázuli en las sombras del pañuelo blanco y la camisa del personaje femenino,
mientras integra el amarillo en las partes claras, el color de las sombras. Según
Gregor J.M. Weber en el catálogo de la exposición (pg. 114) la práctica le
enseño a Vermeer que una luz cálida genera sombras frías y viceversa, de manera
que los colores cambian a sus respectivos colores complementarios (así el
amarillo torna azul, rojo en verde y viceversa). Por lo que las sombras azules
frías emanan de una fuente de luz amarilla cálida. Aparecen sombras azuladas no
sólo en El oficial y la joven que ríe, sino también en La
mujer de azul leyendo una carta (1662-1664) y en muchos otros cuadros.
También hacia 1665 utiliza el rojo y el verde, colores complementarios, para
dar a la piel luz y sombra, así en Joven de pie delante de virginal
de 1670-1672, tiene una parte de la cara sombreada de verde. Algo que se puede
ver en la pintura italiana, por ejemplo en Pinturicchio, Retrato de un
muchacho, h. 1480-82.
Vermeer
había observado bien el efecto de la luz sobre la piel y se dio cuenta de que
una sombra no debía oscurecerse simplemente usando negro, sino que era más
efectivo crearla usando el color complementario de la parte iluminada. Vermeer
no muestra una vista directa del cielo o las nubes por la ventana, así mantiene
el blanco más claro para un marco iluminado por el sol y luego oscurece
gradualmente todos los demás colores en la habitación (Lectora en la
ventana y El oficial y la joven riéndose). Si no hay
ventana, es la pared más luminosa la que recibe la intensidad (La mujer
de azul leyendo una carta y El arte de la pintura), lo que le
permite pintar habitaciones con gran luminosidad y sugerencia de luz natural
más brillante.
Lo
que más le diferencia de otros artistas cercanos a su estilo e intención como
Jan Steen o Gerard ter Borch con sus pinturas de género o de personajes
interactuando al modo de un escenario, es que las figuras de Vermeer son
pausadas, como si no interactuasen entre sí y se concentrasen en la actividad
propia que hacen. Parece detener el tiempo congelando la escena que nos pinta,
rodeándola de intimidad.
Hay
un gran contraste entre las cuatro primeras obras que nos han llegado de
Vermeer y las famosas que le han dado mayor popularidad. Cristo en casa
de Marta y María, Santa Práxedes, Diana y sus
ninfas y La alcahueta. Las cuatro están firmadas y Santa
Práxedes y La alcahueta, además, fechadas, lo que significa que
Vermeer aspiraba a ser considerado pintor de historia, la disciplina artística
de más prestigio.
Cristo en casa de Marta y María (1654-1655) es la pintura más grande de Vermeer y la única que nos
consta que sea de tema bíblico. Elige el momento en que Marta protesta y
conmina a María a que también se ocupe de las tareas hogareñas, en vez de
quedarse sentada oyendo a Jesús. Es un debate entre la vida activa y la
contemplativa y este reproche de Marta tuvo mucho eco en el arte de la
Contrarreforma, tanto por motivos religiosos como a causa de los progresos del
realismo. En este cuadro ya se puede observar su fascinación por las cualidades
físicas de la luz que se convertirá en una de sus principales características.
La alcahueta (1656).
Firmada y fechada en 1656, se puede considerar como una pintura de transición
entre las primeras obras de historia y sus posteriores pinturas de género de
escenas cotidianas. Es una escena donde el hombre de rojo paga por sexo a la
mujer de amarillo. La mujer de negro es la casamentera y observa con usura la
parte de ese dinero que se va a llevar. Se ha sugerido que el joven que mira
hacia el espectador fuera un retrato de Vermeer, pero no se conoce ningún
retrato del artista y por tanto esa identificación es hipotética. Es la primera
vez que Vermeer introduce un personaje de conexión visual con el espectador. Se
inspiró en escenas de burdeles de la década de 1620 realizados por los caravaggisti
de Utrecht, como Van Baburen y Jan van Bijlert, pero menos “ruidosa” y
alborotada.
Después
de este cuadro abandonó la pintura de historia, redujo las dimensiones de sus
cuadros y se dedicó a pintar escenas domésticas, quizá para despertar las
expectativas entre su posible clientela y el tamaño de sus casas. Había mucha
demanda de estas piezas de género.
El callejón (h. 1658-59)
y Vista de Delft (h.1660-61). En ambas vistas refleja la ciudad
alejada del bullicio del tránsito de los canales, como hará en sus interiores
nos muestra serenidad, aunque era un momento importante donde se estaba
fraguando la solidez y prosperidad de los Países Bajos como estado
independiente a raíz del Tratado de Münster. Alrededor de 1650 Delft se
convirtió en un centro importante del desarrollo de vistas de la ciudad, así
Carel Fabritius, Daniël Vosmaer y Johannes Vermeer, produjeron representaciones
de su propio entorno. En El callejón nos muestra la importancia del
vestíbulo en las casas, que era donde se desarrollaba gran parte de la vida
familiar y se mezclaba armónicamente el exterior y el interior. En Vista de
Delft nos muestra el muelle de entrada principal a la ciudad, desde donde
parten y llegan los transportes fluviales. Esta vista no es una representación
fiel de la realidad, Vermeer se permite modificar campanarios e iglesias
acercándolas más de lo que están en realidad.
“La
luz de Delft / es lisa como el aire, / va dibujando / formas, / perspectivas. /
Se empaña a veces / con un velado / aliento / que perfila el contorno / de las
cosas. / Filtra las impurezas / destacando la esencia / del color. / Se remansa
/ en los bordes amarillos / por condenar la sombra / a sus raíces. / ¡Qué
tormento es entonces / la belleza! / ¡Cómo duele en los ojos! / Un constante
festín / de los sentidos / para el mundo imposible / de tus manos.” //
El
poeta Miguel Losada se hace eco de la luz de la ciudad y del peligro de muerte
que puede provocar el goce de la belleza, tanto como lo hizo Marcel Proust a
través de su personaje Bergotte de En busca del tiempo perdido que
fallece cuando contempla ese pequeño trozo de muro amarillo de Vista de
Delft.
Joven
adormecida (h. 1656-57), puede que
sea su primera obra que refleja una escena interior, convirtiendo al espectador
en observador de una siesta, tema que remite a Nicolaes Maes, alumno de
Rembrandt que trabajaba por esas fechas en Dordrecht, cerca de Roterdam y no
muy lejos de Delft. También aquí comienza ese reflejo de figuras quietas,
aquietadas, que transmiten sensación de calma, como Lectora en la ventana
(1657-58), que después de tres siglos aproximadamente, en su última
restauración, se descubrió un Cupido caminando entre máscaras tiradas en el
suelo. La serenidad de sus escenas es una de las cualidades más destacas en la
obra de Vermeer, otorga un cierto aislamiento del exterior. Las ventanas sirven
de conexión con ese exterior, como en Mujer con laúd (1662-1664),
que acentúa oscureciendo el primer plano para enfatizar la luz que entra por la
ventana e incidir así en la sonrisa de la instrumentista.
Después
de los temas musicales, los motivos más frecuentes de Vermeer son escribir y
leer cartas, así Dama escribiendo una carta y su
sirvienta (1670-1672), donde también vemos la ventana por donde
escapa la mirada de la sirvienta y también la nuestra, pues construye la
perspectiva clavando un alfiler en su ojo izquierdo. Esta obra sirvió para pagar,
por parte de su viuda, las deudas acumuladas al panadero.
La copa de vino (h.
1659-1661), La lección de música interrumpida (h. 1659-1661), Mujer
joven con copa de vino (h. 1659-1661). En estas tres obras se refleja el
estereotipo de seducción en el ambiente refinado de la época, jóvenes a la
moda, elegantes, en interiores muy cuidados. Mujeres bebiendo vino, leyendo
partituras, el amor asociado a la música, con Pieter de Hooch como antecedente
en los motivos y las escenas, si bien Vermeer acerca sus figuras a un primer
plano, aproxima los actores al espectador, por usar términos teatrales.
La copa de vino una obra
de excepcional maestría por la ilusión de luz reflejada (en la copa que realza
la transparencia del vidrio), creada mediante puntos luminosos de colores
apagados, logra evocar una realidad casi tangible y donde el ojo puede vagar de
un detalle a otro. Se inspira en una obra similar de Gerard ter Borch, Hombre
incitando a beber a una mujer de 1658-1659, que se dedicó a este tipo de
escenas. Mujer joven con copa de vino es una variante del que estamos
tratando, pero presenta formato vertical el cual se hizo popular en la década
de 1650 para la pintura de género holandesa. Tanto en éste como en el anterior,
Vermeer utiliza el patrón del mosaico en el suelo para crear la perspectiva y
una ilusión óptima de profundidad.
En
La carta de amor (h. 1669-1670) vuelve a explorar el grupo de
personas observado a distancia, en este caso como enclaustrado entre dos
paredes que parecen dificultar la visión del espectador, al que le impiden
entrar (no mirar) una escoba y unas zapatillas dejadas en la puerta. Separa el
espacio privado del lugar donde se encuentra el espectador al que trata como si
fuera un intruso que asiste a la escena de entrega de la carta a una mujer que
estaba tocando un cistro. La carta se infiere que es de amor por la marina que
hay detrás de ellas. En esa época el mar sugería el amor y el barco al amante.
Con
La lechera (1658-1659), Vermeer encuentra una composición que
combina una representación convincente del espacio y la luz, con una figura
femenina centrada en su actividad, en su ámbito privado. Esto también lo
desarrolla en La Mujer de azul leyendo una carta (h. 1662-1664) y
La encajera (h. 1666-1668). El alcance de su fama se debe sobre
todo al lado íntimo y recogido de sus luminosas composiciones. En la primera,
Vermeer observó que una luz cálida y amarillenta da una sombra fría y azulada,
pasaría mucho tiempo antes de que la presencia visible del color complementario
en la sombra fuera elevado al rango de ley óptica. A través de esta
interpretación de la luz, Vermeer aísla la figura para reforzar la sensación de
privacidad y concentrar la acción en la mujer y la carta. En este cuadro, a
diferencia de La lechera, Vermeer aplica el color no en puntos, sino
pinceladas más suaves y haciendo transiciones sutiles entre los tonos. La privacidad,
el ensimismamiento, se acentúa en La encajera, un pequeño lienzo que
guarda un preciso detalle de los finísimos hilos entre los dedos y que es el
centro de la acción. Lo logra con pinceladas suaves en el trazo combinadas con
puntos y capas transparentes, en un festival de efectos de luz.
Hacia
1660 Vermeer explora nuevos campos teniendo como base La lección de
música interrumpida (h. 1659-1661), donde una joven sentada nos mira
con interés, poniéndose en contacto con el espectador. En La mujer joven con
copa de vino (h. 1659-1661), va más allá y la sonrisa de la joven nos
involucra directamente en la escena. Esto conlleva entre 1664 y 1667 la
creación de un pequeño grupo de pinturas que muestra mujeres vista de cerca que
nos miran directamente a los ojos: Mujer joven
con flauta, Mujer joven con sombrero rojo, La joven
de la perla y Mujer joven con velo. Cabezas vivas o trognes,
de personajes vivos y retratos con trajes imaginarios donde se trata el rostro,
la fisonomía y los efectos de claroscuro. A pesar de ser similares en su
expresión y pose, se pueden observar diferentes cualidades individuales. Ese
giro del rostro que se vuelve hacia nosotros fue un hallazgo que tuvo mucha
repercusión, lo aplicó por primera en La lección de música interrumpida
y remite en última instancia a Tiziano.
Las
cuatro jóvenes llevan pendientes de perlas. Vermeer sugiere sus perlas con unas
simples pinceladas, como en La joven de la perla, aquí se contenta con
trazar un reflejo brillante de luz en la parte superior izquierda, mientras en
la parte inferior derecha deja un suave reflejo del borde blanco de su blusa. En
general las mujeres de sus cuadros no usan gran variedad de joyas, ni anillos
ni broches, ni pulseras, solo algunas cintas en sus cabellos.
Mujer
joven con flauta y Mujer joven con
sombrero rojo, ambas en la National Gallery de Washington, son las dos
únicas obras realizadas sobre tabla, atribuidas a Vermeer gracias al inventario
de bienes realizado a su muerte. Son de las más atípicas que han salido del
estudio de Vermeer aunque hay correspondencia estilística con el resto de su
obra.
En
numerosas obras Vermeer ha representado instrumentos musicales como parte
integral de la escena. En Mujer joven de pie ante
el virginal (h. 1670-1672) hay tal cantidad de variaciones
graduales de tonos para determinar la luz entrante, que parece una pequeña
sinfonía abstracta de formas y colores. Así el azul del tapizado de la silla se
repite en la ropa de la mujer, en el cuadro del fondo y en los paisajes de la
tapa del virginal. Si volvemos a dirigir nuestra atención al marco negro
colgado en la pared del fondo, notamos rápidamente que se completa con el
estrecho borde negro que enmarca la tapa del virginal. Esta tapa (y el paisaje
que en ella se reproduce) se estrecha en un abrupto atajo hacia la pared, de
modo que las diagonales ofrecen un contrapunto a las formas cuadrangulares de
los marcos de la pared al tiempo que reflejan las líneas oblicuas de la ventana
de enfrente.
El
redescubrimiento de Vermeer en el siglo XIX enlaza con el nacimiento de la fotografía
y una nueva forma de mirar, en la que no se necesita tener todos los objetos
claramente a la vista para obtener una impresión realista del todo. Menos es
más, parece haber anticipado Vermeer, entre sus coetáneos. Vermeer nos dejó
seis pinturas con temas epistolares, tres con mujeres solas, leyendo o
escribiendo una carta: Lectora en la ventana (h. 1657-1658), La
mujer de azul leyendo una carta (h. 1661-1664), Una dama de
amarillo escribiendo (1664-1667). Los tres siguientes muestran a
mujeres elegantemente vestidas en compañía de una criada o camarera: La señora
y la criada (h. 1664-1667), La carta de amor (h.
1669-1670) y Señora escribiendo una carta y su criada (1670-1672).
En estos cuadros se revela el hecho aceptado de las cartas amorosas, era la vía
para que los jóvenes profundizasen en sus relaciones de forma privada y
escapando a la censura de los padres.
Si
bien estas escenas son habituales en la pintura de género holandesa del XVII,
con Vermeer adquiere una mayor profundidad y penetración, ricas en matices que
conectan con la interioridad de los personajes evocando un mundo que se
despliega más allá del ámbito doméstico. Este tema en particular aparece hacia
1630 y está ligado a la alta tasa de alfabetización en las Provincias Unidas
del XVII, en comparación con el resto de Europa: en infantil, casi todos, niños
y niñas, recibieron una educación básica en religión, aritmética, lectura y
escritura y ya en un nivel más elevado las alumnas aprenden francés, el idioma
del savoir-vivre. Aunque las niñas pueden asistir a la escuela, la
alfabetización de las mujeres es un problema complejo. Por un lado, consideran
apropiada y provechosa para las mujeres una educación modesta, en cuanto les
ayuda a evitar el pecado de la ociosidad y a orientarse a sí mismas y a los
demás a una mejor práctica espiritual. Por otro lado, la lectura abre la puerta
a un mundo de conocimiento e imaginación incontrolable; en cuanto a la
escritura, ofrece un medio para comunicarse con el mundo exterior y establecer
contactos más allá del ámbito doméstico. Desde una perspectiva protestante
(según Marjorie E. Wieseman, en el catálogo de la exposición, pgs. 234-237),
estas actividades mundanas representan una amenaza para la virtud y el honor de
la mujer, que permanecen intactos mientras permanezca segura en el interior y
asuma plenamente sus responsabilidades domésticas.
La
alfabetización no solo permite a todos ampliar sus horizontes, también
contribuye a la realización interior al estimular el pensamiento independiente,
la imaginación y el desarrollo intelectual. Esto se refleja en la disposición,
en clases acomodadas, de habitaciones tranquilas e íntimas, que ofrecen un
espacio mental y físico donde se puede aislar para leer, escribir o a meditar
sin ser interrumpido. Mientras que los hombres de negocios se retiran a una
sala de estudio o un mostrador privado en la parte delantera de la casa, las
mujeres suelen distraerse de sus quehaceres en habitaciones tranquilas en el
centro de la casa, desde donde dirigen también las tareas domésticas. La
alfabetización de las mujeres está más extendida y es más aceptada en los
estratos sociales más altos, al igual que la libertad que proporciona. Y debido
a que está asociado con la sofisticación urbana, la riqueza, el ocio, el
estatus social y la libertad del trabajo doméstico o remunerado, es un tema
popular en las artes visuales.
El
astrónomo (1668) y El geógrafo
(1669), una novedad en Vermeer estas figuras de científicos. Este tipo de
representaciones de eruditos era habitual en el arte holandés del XVII, aquí
Vermeer hace reflejar el mundo exterior en el interior, resaltando la ambición
universal del trabajo científico. La luz se convierte en un símbolo de la
inteligencia espiritual del mundo por parte del científico, un eco que recorre
la habitación. Vermeer acentúa esa luz en los instrumentos de trabajo, enfatiza
así su relación con el universo mental del geógrafo. Esa distribución de luz
nos viene a decir que el mundo no solo se desarrolla espacialmente sino también
mentalmente. La astronomía y la geografía complementarias para la cartografía o
las exploraciones eran ramas de las matemáticas e íntimamente ligadas en el
XVII. En los Países Bajos con su desarrollo económico y cultural, potencia
comercial y colonial existía gran demanda de mapas.
Hay
una serie de obras realizadas entre 1662-1664 que representan a una mujer de
pie ante una mesa en un espacio estrechamente estructurado, tres de ellas La
mujer del collar de perlas, La mujer de la balanza y La joven del aguamanil, con muchas similitudes.
El tema en las tres es una mujer que se concentra en su gesto, absorta en sus
pensamientos, una actitud meditativa. En La mujer de la balanza, algunos
críticos ven una alusión al Juicio Final, máxime con el cuadro que hay detrás
con ese motivo. La mujer está pesando sus collares de oro, piezas de plata y
perlas, pero se resalta ese momento de reflexión con la balanza que podría
aludir al pesaje de almas del arcángel san Miguel. Este modelo seguiría el
principio didáctico de los jesuitas, por el cual un motivo religioso concreto
se integra en una escena de género, que ilustra por contraste un tema
importante de la Biblia. Asimismo en los ejercicios espirituales de san Ignacio
de Loyola se insta a mantener el equilibrio (la balanza) para tomar la mejor
decisión en relación con Dios. Parece que Vermeer quiere elevar a estas mujeres
por encima de los sucesos anecdóticos y cotidianos, reflejando alegorías
cristianas frente a lo efímero de las realidades terrenales, una elevación
moral por encima de la mera personificación.
Alegoría de la fe católica
(h. 1670-1674), inspirada en la teología jesuita, también se basa en la edición
holandesa de Iconología de Cesare Ripa (1644), así: la Fe se lleva la
mano al corazón para indicar que ahí se asienta la fe verdadera y viva. Con vestido
azul aludiendo al color del cielo y el blanco a la pureza, descansa su pie
sobre un globo terráqueo para mostrar que la fe triunfa sobre todas las cosas
de este mundo. La piedra que aplasta la serpiente como piedra angular
fundamento sólido de la fe que derrota al diablo. La manzana mordida, el pecado
original. La mesa como altar donde reposa un cáliz, un crucifijo, una corona de
espinas y un libro abierto que simbolizan la doctrina cristiana. En vez de
representar el Sacrificio de Abraham, como recomienda Ripa, Vermeer opta por el
equivalente de la Crucifixión, de gran valor para los jesuitas y sus ejercicios
espirituales para tener una idea viva del sufrimiento de Cristo. La esfera (prodigio
técnico de Vermeer) adonde dirige la mirada con atención el personaje, no la
menciona Ripa, aunque se encuentra en un libro jesuita (recordemos que eran
vecinos) Emblemas sagrados de la fe, esperanza y caridad.
Si
bien El arte de la pintura (h. 1666-1668) no se encuentra en la
exposición, es uno de los lienzos más personales y ambiciosos dentro de la obra
de Vermeer y haremos alguna referencia. Se acepta que realizó esta pieza como
presentación para posibles compradores en su estudio, donde permaneció hasta su
fallecimiento. Se puede considerar la quintaesencia de su arte y ahora una de
sus obras maestras, aunque estuvo olvidada mucho tiempo hasta el XIX. Atribuida
a Pieter de Hooch por una firma falsa, posteriormente se descubrió la firma
original Ver-Meer en el borde inferior del mapa. Asimismo, en 2009 se descifró
la fecha MDCLXVI(?), 1666 o más probablemente 1668 según la clasificación
estilística aceptada ahora para la obra de Vermeer.
La
puesta en escena nos permite observar disimuladamente (por el tapiz drapeado) un
estudio de artista donde posa una mujer joven y el pintor sentado ante su
caballete. Como sugiere el título El arte de la pintura no es la
representación de un estudio habitual, sino una alegoría de su arte. El
mobiliario caro, el pavimento de mármol, tapiz de vegetación, lámpara de araña
de latón y el mapa de las Diecisiete Provincias (antes de la Paz de Münster de
1648), está alejado del entorno habitual de un pintor holandés del XVII y
podríamos decir que de cualquier época.
Nos
ofrece una interpretación innovadora de un tema alegórico, se abstiene de
personificar la pintura (contrariando a Cesare Ripa) y transforma la alegoría
en una escena de estudio, de aspecto realista. Estamos asistiendo a la creación
de una obra de la que ya tenemos ante nosotros el resultado final, como pieza
demostrativa del artista. La noción de pieza de demostración se relaciona con
un periodo donde era habitual visitar los estudios de los artistas por parte de
los aficionados ilustrados o los aristócratas.
La
modelo encarna a Clio, musa de la Historia. Vermeer, ahora sí, fundó sus
atributos según la Iconología de Ripa. El libro que sostiene ofrece la
garantía que el arte resistirá la prueba del tiempo. La corona de laurel
simboliza la importancia de la historia que ayuda a comprender mejor el
presente y, además, la pintura de historia era considerada la tarea más alta
del artista y como un esfuerzo por considerar la pintura como arte liberal.
Como
viene repitiendo la literatura de historia del arte desde hace siglo y medio,
Johannes Vermeer es un misterio. Del maestro del siglo XVII no tenemos cartas
ni diarios, e incluso su retrato no se conoce con certeza. Las pinturas de
Vermeer dejan una impresión indeleble de un mundo aislado que no reacciona ante
el observador. El acercamiento intimista de su obra tiene el efecto de detener
el tiempo en un mundo que atrae y cautiva:
“Al
fin pintar es como una experiencia
de
renuncia a las cosas,
las
que uno pierde o da
cuando
cree poseerlas más que nunca.
Quedan
fuera, a distancia,
con
una exactitud hecha despego,
libérrimas,
esquivas.
Su
representación
no
está para añadir
conocimientos,
sólo
ocasionales
pormenores
que
ya no son de nadie.
Lo
pintado señala nuestros límites,
lo
que es posible hacer con lo perdido”.
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA:
CATÁLOGO
exposición VERMEER. Ámsterdam, Rijksmuseum, 2023 (Catálogo publicado con
motivo de la exposición en el Rijksmuseum entre 10 de febrero y 4 de junio
2023).
LOSADA,
Miguel, Todas las estrellas solitarias. Madrid, Vitruvio, 2015, pg. 174.
PUJOL,
Carlos, La pared amarilla. Valencia, Pre-Textos, 2002. Con este poema de
Carlos Pujol (pg. 20) terminamos esta primera parte sobre la exposición de
Vermeer, si bien a raíz de este libro hemos considerado otra segunda parte,
basándonos en él.