Giovanni
Domenico Tiepolo nace ya con una relación estrecha con la pintura, no solo por
hacerlo en Venecia, sino por ser hijo de
Cecilia Guardi, hermana de Gian Antonio y Francesco, y de Gian Battista Tiepolo
(Tiepoletto le llama Casanova cuando
coincide con Giandomenico en Madrid por ser conocido así en Venecia). Giambattista,
el más reconocido de los tres, de joven, se ajustó momentáneamente a la moda
del sombreado de Piazzetta, alegrándolo de inmediato con las luminosidades que
harán célebre su fasto y opulencia en decoración de palacios donde recupera la
composición y fuerza del color de Veronés.
En la
formación de sus dos hijos, Giambattista logra que los tres (“factoría Tiepolo”
lo denomina Andrés Úbeda, autor del catálogo de la exposición y referencia para
este artículo) una manera semejante de afrontar la decoración mural y unos
recursos imaginarios semejantes. Según la distinción que hace Goethe de ambos,
se podría decir que Giambattista es más teatral con un estilo soberbio,
mientras que Giandomenico es más natural, destacándose por resaltar la elegancia
femenina. De Lorenzo, muy sucintamente, subrayaríamos sus espléndidas y
realistas pinturas al pastel (más “humanizados” sus bustos), que podemos ver en
el Museo del Prado.
Los tres
llegan a Madrid en junio de 1762 para pintar al fresco la bóveda del Palacio
Real. Giandomencio ayuda a su padre en el Salón del Trono y posteriormente
acometería otras salas ya en solitario. Su suerte decae al morir el padre
(1770; Lorenzo también fallecería en Madrid en 1776) y enseñado en esa deriva
rococó, no cuaja con los gustos en boga, más neoclásicos del delicado Mengs, en
expresión de Jovellanos; regresando a Venecia en 1770 donde aún recibiría
algunos encargos españoles.
Es en
Madrid donde acomete estas piezas que vemos, de difícil sondeo coleccionista y
cuya fantasía está cercana a su sus fascinantes decoraciones murales en Villa
Valmarana o su villa familiar en Zianigo, posteriormente trasladadas Ca’ Rezzonico en Venecia, donde podemos
rastrear la relación de sus “retratos de espalda” con Retrato de mujer con tambor, ofreciéndonos parte del dorso, hace un
semejante juego de torsión.
Según
el catálogo mencionado, el modelo para los barbados lo procura fundamentalmente
Rembrandt y Benedetto Castiglione, que basándose en el anterior aporta una
mayor carga decorativa muy alejada de la sobriedad de los filósofos del joven
Ribera que se pudo ver recientemente en el Prado. Giambattista ya comenzó estos
retratos de fantasía con el tipo de “filósofos” barbados que más tarde
Giandomenico grabó al aguafuerte y posteriormente reproduciría en lienzos como
los que aquí se pueden ver.
Para
las mujeres se señala la tradición véneta en estos tipos de retratos donde
resalta, por proximidad, Rosalba Carriera. Acostumbrado como estaba a pintar
las numerosas representaciones de la Inmaculada , donde se trata de alcanzar una
depurada representación arquetípica, estos retratos presentan un tipo o modelo
con una cierta idealización femenina; no siendo, por tanto, retratos de alguien
concreto; excepto Retrato de mujer de
perfil, que supuestamente es su hermana Anna Maria en base a la
identificación que hace George Knox comparándola con otra figura en la iglesia
de San Polo de Venecia, que decoró él, y con otro dibujo donde la retrata.
La
vestimenta de fantasía y aire distinguido añaden vibración colorista en
recuerdo, quizá, de los aparatosos frescos. En los retratos femeninos podemos
observar el óvalo del rostro en suave rubor, rasgado por el trazo que forma la
ceja derecha y la nariz, los apretados labios ofrecen una elegante plasmación
expresiva y la mirada perdida unos rostros de silencio.
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