Clara Peeters se encuentra entre los
autores de inicio del bodegón en Flandes, su prestigio se extendió por los
Países Bajos llegando hasta Francia y Alemania. Los estudios le otorgan unos
treinta y nueve cuadros, once fechados, diez entre 1607-12 y el siguiente de
1621. La datación tiene algo de conjetura debido a los pocos documentos sobre
su vida, por lo que tenemos que completar su biografía a través de su
iconografía. Sobre términos y denominaciones acerca del bodegón y naturalezas
muertas, nos remitimos, por no repetirnos, a lo mencionado en estas páginas,
sobre la exposición De la vida doméstica, celebrada en la Fundación Juan March
a inicios de 2013.
Su primera obra fechada que se
conserva es de 1607, por lo que su nacimiento se estima hacia 1594; aunque hay
varias obras sin firmas, corresponden a la década de 1630 y otro incierto
fechado en 1657, por lo que su muerte suele datarse entre 1657-58. Entre los
más tempranos (1607-8) manifiesta un punto de vista alto que irá bajando en
obras posteriores de 1611-12 donde además mejora el escorzo de los objetos.
Los Países Bajos desde la Unión de
Utrech están a menudo en guerra, el conflicto con España se prolonga hasta 1609
y se retoma en 1621 hasta 1648. Tras unos pocos años de tranquilidad surgen
nuevas guerras contra Inglaterra y Francia. Más de cuarenta años entre
conflictos armados y aún así es una sociedad enriquecida por el comercio
holandés que abarca el mundo entero. Del comercio y la guerra podemos decir,
muy abruptamente, que resulta una sociedad tolerante ante los intereses
económicos, políticos y religiosos. Si bien la religión predominante es el
calvinismo, que adopta la
familia Orange , la iconoclastia protestante producirá el
florecimiento de la pintura “profana” holandesa.
En Amberes, donde todo indica que
residió Clara Peeters, existía una industria pictórica desde hacía décadas, era
una ciudad líder en el comercio de pintura y sus bodegones formaban parte de
esa economía de exportación. Al lado de Clara Peeters encontramos a Jan Brueghel
el Viejo, Rubens, Frans Snyders o Van Dyck. Los bodegones afloraban la belleza interior de
la materia, exagerando a Hegel, la radiografía de ese interior supone un
hiperrealismo material donde valorar los actos de la vida cotidiana. Evocan
sensaciones, sabores y texturas, mueven los sentidos, exhiben objetos
relacionados con los hábitos sociales más elitistas, al tiempo que no se
necesita un conocimiento erudito para ser entendida.
Con Bodegón con panecillos,
arenques, cerezas y jarra de barro y Bodegón
con dulces, granada y copa sobredorada, pintadas hacia 1612, Peeters se
adelanta a la ordenación piramidal de los objetos características de las
‘mesas’ de la segunda mitad del XVII. En la segunda, entre las barritas de
azúcar y las galletas, una con forma de P, característica de esta pintora y que
se considera alusión a su apellido. En esta obra la tapa de la copa refleja un
rostro que pudiera ser el de ella. Esta forma de autorretrato o reflejo
distorsionado fue iniciada por Jan van Eyck hacia 1434 en El matrimonio Arnolfini y La
Virgen y el Niño con el canónigo Van der Paele y Clara Peeters recurre a
ella al menos en otros cuatro bodegones, a través de ellos se ha podido
deducir, por su vestimenta, que pertenecía a una clase media urbana (las
mujeres de clase alta vestían golas más anchas y elaborados tocados).
Peeters repitió elementos en distintos
cuadros (empleando plantillas o calcos), pero eso formaba parte del repertorio
necesario del que debía constar un bodegón y al que nos referimos en el
anterior artículo sobre bodegones citado. Era práctica habitual en los pintores
flamencos desde el XV, si bien Peeters modificaba, con mucha sutileza, ciertos
elementos en los objetos repetidos para que no pareciesen meras copias. Estas
repeticiones sugieren la idea de un taller para incrementar la producción, así
como la mayor o menor definición o esquematismo en esas repeticiones. También
las copias que tratan de imitarla sugieren el éxito de Peeters. Esas figuras
esbozadas del taller también pudieran ser de ella, corresponden a animales
vivos, y también a una figura femenina. El estudio de la figura humana al
natural, realizado con modelos desnudos estaba vetado a las mujeres, de ahí que
sus dibujos de movimientos estuvieran pintados de forma algo más torpe.
La sociedad holandesa del XVII no se
distingue de otras y lo que se esperaba de la mujer entra en los tópicos a ella
asociados, casa, limpieza e hijos. Si bien podemos destacar que acceden a
algunas prerrogativas masculinas como gestionar la economía, dirigir el
comercio desde casa y, al estar al cuidado de los hijos, adquieren al tiempo
una determinada instrucción, como muestran algunos cuadros donde vemos
escritoras y pintoras. Será en las casas, en sus interiores donde la mujer
ejerza su competencia por una especificación estricta en las tareas. Y aunque
la igualdad no ha ido por este reparto, sino por la integración en el mundo
profesional, hay que señalar, que aun siendo restringida, la superioridad moral
del hogar era mayor que la del mundo exterior.
Rubens, Jan Brueghel el Viejo y Frans Snyders
representaban el gusto dominante en Amberes, Peeters difiere de ellos con un
estilo más realista, semejante al estilo de Osias Beert que posiblemente ejerciera
como su maestro y la
enseñara. Beert compone sus cuadros con una mayor abundancia
de formas sinuosas, platos y fuentes rebosantes de frutos o dulces, lo que hace
dar un mayor brillo y lujo a sus cuadros, consecuencia, quizá, de su
colaboración en algún cuadro con Rubens. El punto de vista más bajo le da a las
composiciones de Peeters una aire más vanguardista y discreto. Su lenguaje
realista, le aleja un tanto del idealismo del siglo anterior y del estilo de
Rubens y Brueghel con sus fantasías alegóricas. Peeters se centra en lo real,
cercana a la experiencia cotidiana y representa una alternancia a la tradición
renacentista italiana.
Los antecedentes en Amberes remiten a
Pieter Aertsen y Joachim Beuckelaer, que en la segunda mitad del XVI pintaban
escenas de mercados y cocinas plenas de alimentos. Asimismo las ilustraciones
científicas, con sus representaciones de animales y plantas fueron precedente para
el bodegón. Estos grabados fueron numerosos en Amberes, también en la segunda
mitad del XVI, normalizan la representación de animales y plantas y sirven de
fuente para los artistas de bodegones del XVII, máxime en Clara Peeters donde
ese punto de vista y composición menos artificiosa le acerca a la observación de
la naturaleza material (naturalia)
que ofrecen los catálogos.
Otra fuente de los bodegones eran los
banquetes de reyes y aristócratas que posteriormente fue imitado por las clases
emergentes que deseaban mostrar riqueza y posición durante las comidas.
Salvando las distancias, hoy en día rebosa la elaboración de comidas y su
ceremonial, si no en cuadros, sí en las pantallas publicitarias de los media, como también abundaba a comienzos
de la Edad Moderna
en cientos de publicaciones sobre los alimentos.
Queso y mantequilla (algo excesivo) se
ofrecían a los postres del almuerzo junto con nueces y hierbas confitadas. Las
pilas de quesos que pinta Peeters expresan cierta opulencia, aunque era un producto
muy abundante y relativamente barato, suponía un elemento de exportación y
prosperidad. De forma semejante ocurre con la porcelana de encargo (kraak o Wanli), comercializada a través
de las Compañías de Indias Orientales, de uso frecuente debido a su abundancia
en los Países Bajos, tanto que llegó a saturar la producción de Jingdezehn,
teniéndose que decorar en Cantón. Aún así, la porcelana kraak se asociaba al cosmopolitismo y estar a la moda.
También importaban cerámica vidriada
alemana y copas de vidrio de Venecia, o bien realizaban, en Amberes, esta cristalería
a la manera veneciana, que, junto con el característico vaso Römer, eran para
tomar vino, mucho más caro (al igual que hoy) que la cerveza.
Uno de los
rasgos destacables de Clara Peeters lo encontramos al incorporar cuchillos
nupciales en sus cuadros, muy raros en las representaciones de bodegones, lo
reflejó varias veces (cinco en esta exposición), con su nombre grabado. Hasta que se extendió el uso del tenedor, la
punta del cuchillo se utilizaba para la pizca de sal (carísima) y aderezar la
comida, servían tanto para cortar como para pinchar una porción de comida y
llevarla a la boca (citando a Rubén Darío, en su
centenario: “… el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada”).
Bodegón
con flores, copa de plata dorada, frutos secos, dulces, panecillos, vino y
jarra de peltre
(1611). Las flores recuerdan la relación con las ilustraciones científicas que
utilizaban como fuente. Observando de cerca esta obra vemos varios
autorretratos en la copa y en la jarra, con doble lectura: realza su técnica,
pues estos reflejos eran un desafío para los artistas; al tiempo que afirmaba
su profesión en un medio dominado por hombres.
Mesa
con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con
aceitunas y aves asadas
(h. 1611). La presencia de aves de caza le otorga el elitismo asociado a la
nobleza. Punto de vista elevado como en el anterior y en Bodegón con gavilán, aves, porcelana y conchas (1611) y Bodegón con pescado, vela, alcachofas,
cangrejos y gambas (1611). En 1612 su punto de vista es algo más bajo: Bodegón con flores, copas doradas, monedas y
conchas.
Bodegón
con frutas y flores
(h. 1612-13). Óleo sobre cobre, una de cuatro conocidas en este soporte, lo
habitual es tabla de roble. Nos muestra con minuciosidad del botánico a un saltamontes
semejante a las ilustraciones científicas mencionadas.
Bodegón
con cesto de fruta, aves muertas y mono (h. 1615-21). Las pequeñas aves que muestran, se solían
comer cocidas o servían para dar sabor a los caldos. Quizá lo que llama la
atención es el mono, que podría acentuar el exotismo del cuadro, o bien derivar
la lectura hacia otras simbologías que se vienen asociando a los bodegones. El
mono, como atributo del gusto, puede englobarse en una alegoría de los cinco
sentidos (vid. Jan Brueghel el
Viejo), tiene la costumbre de llevarse frutos a la boca. El mono podría ser
también un atributo de la imitación, por los artistas, de la naturaleza,
acentuado por esa mosca que, a través de Vasari y Plinio en última instancia,
nos remitiría a Zeuxis y la tradicional mimesis.
Bodegón
con halcón peregrino y su presa (h.
1612-21). Los cuadros de cetrería manifiestan la importancia de la caza y
aluden al derecho exclusivo de la aristocracia a ejercerlo con aves y perros. Para
alguien tan detallista como Peeters, las garras demasiado cortas del halcón,
sugieren la existencia de un taller o algún ayudante (Nicolaes Cave, que realizó
otros cuadros semejantes a éste).
Bodegón
con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas (1611). Autorretrato en jarra
cerámica. Primer bodegón de pescado que se conoce, según Alejandro Vergara,
comisario de la muestra, en el catálogo. La vela apagada podría recordar la
fugacidad de la alegría. También en estos bodegones con pescado (en las carpas)
emplea plantillas que modifica para no dar sensación de repetición.
Bodegón
con flores, copas doradas, monedas y conchas (1612). En Flandes, exquisitos cuadros de flores de Jan
Brueghel el Viejo extendieron el gusto por estos. Aquí podemos apreciar seis o
siete autorretratos donde Clara Peeters se muestra joven, con la paleta, se
pinta pintando.
Bodegón con quesos, almendras y
panecillos (h.
1612-15). Podemos destacar su autorretrato en la jarra de cerámica importada de
Raeren (para agua o cerveza) y su nombre inscrito en el mango del cuchillo
nupcial, del que ya hemos hablado, como forma de procurarse reconocimiento. Las
marcas en las hojas de los cuchillos (una mano), así como marcas de la ciudad
en la vuelta de muchos de sus cuadros, indicarían que trabajó en Amberes,
aunque no hay documento que así lo pueda certificar. Azul lapislázuli en el
plato de cerámica kraak que es
semejante a otros, solo que en aquellos se ha desvanecido el azul con base de
cobalto, más barato.
En cuanto al significado de los
bodegones, ya nos referimos en el anterior artículo nuestro mencionado. Hay
símbolos en Peeters como la cruz de azúcar o la vela encendida en alusión al
tema de la vanitas. Pero no todos son
alegorías, aunque puedan tener otros significados posibles, estos bodegones
tenían que ver con el gusto, la posición social y la educación. En los libros
de cocina de la época se puede encontrar descripciones que concuerdan con los
bodegones de esta época y que alejan la interpretación alegórica acercándolos a
una disposición de mesa elegante y cara, apropiada para decorar el comedor de
una casa opulenta, evocando comercio y prosperidad.
Hegel nos muestra
cómo los holandeses se ocupaban de lo mundano, sin esa transfiguración
espiritual de la belleza que sucedía en el Renacimiento italiano, que aporta la
belleza de la fantasía rica en espíritu. Esa intimidad de la fe también les
aporta tenacidad formal y virtudes como la fidelidad, constancia y rectitud. El
goce de lo mundano, de los objetos y la vida doméstica en su honestidad, les
aporta autoestima sin orgullo, satisfechos de su riqueza, gozan de la fama de
su comercio y de sus navíos.
Provocar al
hermetismo de la materia y abrirla al ciclo de las pasiones y las
satisfacciones, así “Zeuxis vaga por los campos,
junta piedras, las arroja, vuelve a su taller, toma sus pinceles, y le tiembla todo
el cuerpo cuando un pájaro, rápido como una flecha, llega a tomar una uva de la
cesta. Espera entonces, va a la ventana, mira los grandes vuelos migratorios
elegir un techo, allá lejos en la luz de la tarde, reduciendo a polvo azul el
racimo del sol que declina”.
Yves Bonnefoy, Las uvas
de Zeuxis. Ed. Bilingüe, trad. Elsa Cross. México, D.F., Ediciones Era,
2013:
« Zeuxis erre par les champs, il
ramasse des pierres, les rejette, il revient à son atelier, prend ses pinceaux,
il tremble de tout son corps quand un oiseau, rapide comme une flèche, vient
prendre un des grains dans la corbeille. Il attend alors, va à la fenêtre, il
regarde les grands vols migrateurs élire ut toit, loin là-bas dans la lumière
du soir, réduisant à poussière bleue la grappe du soleil qui décline ».
Obras consultadas para la redacción de este artículo:
Catálogo de la exposición El arte de
Clara Peeters. G.W. Hegel, Lecciones
sobre la estética. Madrid, Akal, 1989.