La
arquitectura es una expresión del espacio geométrico y en esta exposición
encontramos pinturas donde la arquitectura pierde su condición de táctil y la
solidez tectónica cobra sueño de ligereza tan caro a los arquitectos. Podremos ver
las bellas mentiras que encierran los capricci
o la presencia histórica de las ruinas, evocadoras del paso del tiempo y escusa
para el discurso filológico o análisis estético. Una amplísima variedad de
arquitecturas pintadas, reales o imaginarias que permitían plasmar las
intenciones de arquitectos, artistas, del príncipe respecto a la ciudad: arquitectura
del deseo y deseo de ser arquitectura.
Aunque
podían reflejar un futuro cercano (hay pinturas de edificios hechas cuando
aquéllos no estaban terminados), en su mayor parte encontramos ruinas que
evocan con su magnificencia melancólica la elocuencia de un pasado que anuncia
figurativamente el futuro, la ruina mide el tiempo de nostalgia. Así del
cristianismo de cabaña pasamos al catolicismo triunfante de San Pedro de la
Edad Moderna. El poder de evocación de la ruina consiste en recordar la
importancia de mantener la autoridad que implica la conservación de sus
edificios. De ahí que la Natividad pueda leerse como nacimiento de una nueva
arquitectura (y ruina de la antigua) al tiempo que se produce una renovación
religiosa, inicio y símbolo del renacer cristiano. Fin del paganismo y el advenimiento del cristianismo:
renovación arquitectónica semejante a la renovación espiritual.
Fue en
el XVII y XVIII especialmente cuando se estrechan las relaciones entre
perspectiva, teatro, escenografía y arquitectura, sin olvidar las famosas tablas
del XV de Urbino, Baltimore y Berlín, construcciones conceptuales y
geométricas, de evocación racional y espacios inventados. El tiempo y la
posibilidad cierta de pensarlo y sentirlo es uno de los argumentos
simbólicamente presentes en muchas de las arquitecturas pintadas. El tiempo se
transforma en historia, en religión, en metáfora visual de la elocuencia y
retórica del poder, de las emociones, con puestas en escena de arquitecturas,
esculturas y relieves sacados muchas veces del estudio directo de las ruinas y
de colecciones de antigüedades. Con la Torre de Babel como símbolo del construir
y destruir, como si edificar y construir estuviesen inevitablemente unidas a la
condición de artificios abocados a la destrucción a la decadencia. El tiempo
que construye las ciudades es el mismo que el que las destruye, en definitiva es
ingrato y voraz, lo convierte todo en ruina e indica la fugacidad de cualquier
cosa en la fortuna del curso de la vida.
A veces
edificios romanos, antiguos o modernos cambiaban de ubicación, es la arquitectura
“viajera” y cambiante de los caprichos, una hermosa ordenación de la
arquitectura. O bien se reflejaban edificios acabados en el lienzo como si lo
hubieran sido realmente, una imagen virtual de propaganda del comitente y del
arquitecto, también un reto a realizar por la propia arquitectura. Entre 1760-1770 se produce el máximo número de
viajeros del Gran Tour que demandan
estos capricci, suscitaba tanto
interés entre el público, que propició un nuevo género de pintura. Gaspar van
Wittel, con sus espacios abiertos, sería el inventor de la veduta moderna de Venecia, Nápoles o Roma con encuadres que serán
reiterados hasta casi nuestros días, también podemos señalar Roma con Hubert
Robert, o Venecia con Canaletto. Pensadas para atender a los visitantes, intelectuales
y diplomáticos del Gran Tour, que
luego decoraban estudios y gabinetes, también funcionan como instrumentos de
propaganda política y cultural de esas ciudades, son lugares para habitar con
la imaginación, como dice el profesor y comisario de la exposición Delfín
Rodríguez (junto a Mar Borobia) en el exhaustivo catálogo de la exposición y
fuente de este artículo.
Las
arquitecturas pintadas se sitúan entre el proyecto del arquitecto y la
experiencia de la construcción real. Expediciones a Baalbek o a Palmira, no hacen sino abrir el campo de las
especulaciones de la fantasía, asimismo las “Maravillas” se convierten en
pretexto para reconstrucciones fantásticas en las cuales
se recogían los instrumentos de construcción aunque no tuvieran que ver con la
época del edificio, así en las Pirámides o el Faro de Alejandría se hace
verosímil el sueño, la ruina. De esta forma, también vemos como con Piranesi la imaginación entra en
la historia de la arquitectura, espoleada por la veduta ideata de Panini
o Ricci donde es la imaginación la que ensambla los monumentos al capriccio,
un instrumento de progreso científico, como diría Manfredo Tafuri. Perdida la
orientación que nos daba la perspectiva central y pervertidos los sentidos por
Sade ya no nos conformamos con el placer travieso que propone Canaletto a
propuesta de Algarotti. Contenemos la respiración ante el abismo de las
cárceles piranesianas, con el tiempo extraviado, donde el placer pierde todo pintoresquismo y
donde más que mirar nos buscamos a nosotros mismos como si fuéramos alguno de sus
personajes de abrupta transparencia.