En las cartas entre Camille y Lucien Pissarro
(Cartas a Lucien. Barcelona, Muchnik,
1979. París, 1950, recopilación de John Rewald con la asistencia de Lucien
Pissarro), se puede observar el empeño por la exactitud que tanto caracterizó a
Pissarro, así como el detalle en la explicación técnica o conceptual del cuadro
en el que está trabajando o bien acaba de ver, interesándose tanto por Rembrandt
o Turner, como por el puntillismo de Seurat.
A Baudelaire debemos gran parte de la
terminología descriptiva en torno al Impresionismo: vigor de la ejecución,
armonía de colores, poder creador… Añadiendo, podemos decir que sus paisajes de
inicio tienen una clave corotiana (Orillas
del Marne, 1864) donde predominan los pardos, si bien donde Corot utiliza
gris, Pissarro usará un azul quebradizo (un color quebrado viene a ser un color
que se rompe por la adición de otro que le resta viveza y saturación). Sus
composiciones tienen una impronta tradicional y con dibujo que estructura el
cuadro, estableciendo una relación cálida, plácida y tranquila entre el
individuo y la naturaleza, muy equilibrados en sus masas y directos, captando
todo lo que hay.
Hacia 1868-69 pasa del paisajismo de la
escuela de Barbizon a la concepción impresionista cuya técnica consistirá, básicamente,
en el uso de reflejos de luz coloreada y colores sin mezclar. Pissarro coincide
con Cézanne y Monet en la
Academie Suisse donde predominan los modelos al natural, sin
programas de estudios. Los tres admiran a Delacroix en su faceta de rebelde y
anticlásico, así como su pasión por el color. El carácter pacificador de
Pissarro le hará cohesionar el grupo impresionista limando diferencias hasta
constituir la cooperativa “Sociedad Anónima de Artistas, Pintores, Escultores,
Grabadores, etc.”.
La muestra presentada se inicia con esos
paisajes amplios, con pequeñas pinceladas que evocan el follaje, con la
perspectiva jalonada, interrumpida por los árboles que recuerda los de Meindert
Hobbema, así El camino de Marly (c.
1870). Paisajes bucólicos que se irán moteando de humos y chimeneas en ese afán
impresionista de reflejar la vida moderna (Vista
de Saint-Ouen-l’Aumône, 1876). Si bien hay cuadros donde se canaliza la
mirada, se presentarán otros que vienen a producir un cierto desequilibrio, así
El camino en cuesta (1875), una composición merecedora de una
bicefalia prospectiva donde una mirada tiende hacia la derecha y otra a la izquierda. Disposición
que preludia el tipo constructivo de Cézanne y los puntos de vista insólitos en
Degas (sus bailarinas) y que vuelve inestable la placidez y equilibrio de los
anteriores. Llegando a las obras donde una pantalla de árboles (álamos,
manzanos, perales, ciruelos y álamos, fueron los más representados) dificulta
el avance de la mirada que tiene que indagar hasta encontrar el caserío (La Côte des Boeufs, el Hermitage, 1877),
como un filtro que obstaculizase la consecuencia del horizonte.
Hacia 1890 sus obras, sean rurales o urbanas,
serán realizadas a través de una ventana cerrada debido a una enfermedad en la
vista, terminando forzosamente una etapa plein air, característica del impresionismo. A partir de 1893 comienzan
sus series y también inicia una alternancia entre paisajes rurales y vistas
urbanas. En éstas, en el caso de París, aparecerán elementos de la reforma de
Hausmann con la tipología semejante de edificios rematados por mansardas con
cubierta de pizarra, o los parques (lo verde es higiene), con aquel eco de sus
caminos bucólicos, donde pasear y dejarse ver. Estas obras se caracterizan por
reflejar la densidad urbana, su agitación humana y con un punto vista en picado
(lo podemos ver ya en La joven criada,
1882) desde la ventana que anula el horizonte y nos ofrece un conjunto entre
suspendido y volátil por su corta duración del efecto plasmado (efecto lluvia,
efecto amanecer, efecto nieve…).
Entre 1886 y 1890 adopta el puntillismo o
impresionismo científico de Seurat frente al impresionismo romántico que había
venido practicando (en esas nuevas denominaciones que les dieron). Este
postimpresionismo establece un espectro luminoso sin ocres ni pardos, trabaja
con colores puros y no mezcla excepto los grises. Los colores se aplican tal
como salen del tubo tras haberse secado el toque anterior, lo que hace un
sistema lento y laborioso para esperar el secado de puntos, terminando el
cuadro en el estudio. Todo esto alejaba a Pissarro de la inmediatez
impresionista, aunque al volver hacia 1896 al impresionismo originario, lo hará
con una nueva frescura y claridad producto de su experiencia divisionista.
El inicio de sus series viene espoleado por
el conjunto de almiares de Monet, si bien al principio le repelen, más tarde ve
en ellos (sobre todo en la soberbia serie de Ruan) la posibilidad de conseguir
los diferentes efectos que siempre tanto le han preocupado. Dará lugar a la
serie de Boulevard Montmatre (Boulevard
Montmartre, martes de carnaval por la tarde, 1897 o Boulevard Montmartre, mañana de invierno, 1897) que retoma la
composición general de los paisajes de perspectiva central ahora dominada por
los bulevares. Asimismo, quince telas realizadas desde el Grand Hotel du Russie
(recordemos su enfermedad visual) donde cobra una nueva espacialidad sin la
angostura de los bulevares (Rue Saint-Honoré
por la tarde. Efecto
de lluvia, 1897). También captará ese hormigueo mitad urbano y rural en
Ruan (El puente de piedra de Ruán, día nublado, 1896). Consiguiendo en la
década 1893-1903, quizá su década más notable, el mayor conjunto (series) de
paisajes urbanos hasta la llegada de Warhol. Terminando sus series en El Havre,
donde desembarcó desde su lugar de nacimiento en las Islas Vírgenes, por
entonces territorio danés (El Anse des
Pilotes, El Havre, por la mañana, día nublado y niebla, 1903).
Autorretratado en sus cartas como rústico,
melancólico y de aspecto tosco, Pissarro retrata gente trabajadora por su
conexión a la corriente de pintores demócratas. En su manera de acercarse a la
tierra está su humildad y clave de penetración. Las obras de Pissarro con
hombres y mujeres gestionando su propio trabajo confiere una dignificación que
enlaza con la vertiente anarquista que exalta la libertad del individuo,
socialmente concebida, entre ese mundo agrario de pequeñas células de
población, lejos del tópico del terrorista anarquista como la quintaesencia del agente del
caos. En
1860 empieza a moverse en círculos anarquistas en los que se perseguía unos
ideales donde se anulara la burocracia gubernamental y el estado aboliera la
propiedad privada. Plasmó diversas obras ideas políticas avanzadas, siguiendo
el ejemplo de Courbet y las ideas de Proudhon que defendía un arte que
representara valores como la libertad y la igualdad, la riqueza compartida y la
educación universal. A juicio de Richard S. Brettell, en el catálogo de la
exposición, lo hará integrando en sus cuadros ciertas escenas que encarnen esos
valores como La cosecha (1882) o Casas en Bougival (1879), y
fundamentalmente en su gran desconocido cuaderno de ilustraciones Turpitudes sociales (1889-1890), en que
con textos extraídos de la literatura anarquista representa los males de la
sociedad capitalista.
En carta a su hijo Lucien de 3 de marzo de
1886, le escribe: “Oigo por todas partes a burgueses, profesores, artistas,
comerciantes, decir que Francia está perdida, que ha entrado en decadencia, que
Alemania gana terreno, que la Francia de los artistas ha sido derrotada por las
matemáticas, que el futuro es para los mecánicos, los ingenieros, los grandes
financieros alemanes y americanos…”. El camino, el bulevar o el río serpentean
nuestra mirada, nos demora el punto de su fuga descansando en las cadencias de
las sombras de sus árboles, en los caballetes de las cubiertas o en los muelles
y puentes; nos muestra que nuestra vida es una vida provisional con paisajes
transitorios… y recurrentes.