Es probable que la reciente exposición sobre Artemisia en Londres (National Gallery), abierta y reabierta por estos efectos de la pandemia, apenas la hayan podido ver siquiera los propios británicos. No obstante se puede hacer en la web de la galería un recorrido por la misma. Asimismo en Filmin se ha estrenado una película interesante, sobre Artemisia, donde se analizan algunas obras suyas y también se hace mención a sus cartas con un detalle pocas veces visto, de manera que se entrelazan su pasión pictórica y amorosa. Es por estas cuestiones que dejo un artículo que no llegué a publicar en este blog en su momento sobre la exposición de la artista en París en 2012 y que quizá sea editado junto a otros artículos más adelante.
ARTEMISIA 1593-1654
Después de
dos siglos de olvido, la trayectoria de recuperación de Artemisia podríamos
decir que comienza en 1916, con Roberto Longhi y su artículo "Gentileschi,
padre e figlia". Posteriormente en 1947 Anna Banti con la biografía
novelada Artemisia (ahora con un
ensayo de Susan Sontag Un destino doble,
en Ediciones Alfabia, 2008) inició una serie de escritos e investigaciones que
prosiguió hasta su fallecimiento. En la segunda mitad del siglo XX, cuando se
disparan los estudios feministas, la investigación, entre otras, de Raymond Ward
Bissell y Mary Garrard han reevaluado gradualmente sus obras, con exposiciones
ya individuales como la de Milán en el
Palazzo Reale en 2011 o esta de París en Museo Maillol, que recorre cuatro
grandes periodos: su aprendizaje en Roma (1608-1612), Florencia (1613-1620),
Roma de nuevo (1620-1627) y Nápoles (1630-1654).
El apellido
Lomi que podemos ver en alguna de sus pinturas y cartas, le llega desde su abuelo Giovan Battista que
provenía de una dinastía de orfebres florentinos bien integrados en la
profesión. Usaban el "Gentileschi alias Lomi", o "Seu de Lomis
", o "Lomi de Gentileschis ", utilizada en una u otra de su
declinación según los tiempos y situaciones que les conviniese. La obra de
Artemisa se acompaña de una fascinación por su existencia atrevida y
atormentada, sin embargo, la comprensión, el estudio de esta artista
excepcional, tan personal e íntima como es, debe basarse esencialmente en su
pintura.
Con los papas
Julio II, Pablo III, Sixto V, ahora Pablo V y posteriormente Urbano VIII, Roma
recupera poder y esplendor. La decoración de los palacios de la aristocracia
pontificia, la construcción o reestructuración de las innumerables iglesias y
los inmensos conventos de las grandes órdenes religiosas ofrecen a los pintores
oportunidades ilimitadas. Los artistas que logren resistir los golpes de sus
rivales podrán producir una obra notable, pero la competencia es salvaje,
semejante a la época de Caravaggio, Bernini o Borromini. Todos residen en el barrio de los artistas,
compran sus marcos o sus colores en las mismas tiendas, se conocen y a menudo
se desprecian, siempre celosos, los juicios se suceden a un ritmo alarmante.
Saben que el castigo se aplicará al artista sin talento, aquel a quien el papa y sus sobrinos no necesiten
para completar sus palacios. Cuando casi la mitad de Europa rechaza la
autoridad pontificia, Roma precisa esta gigantesca fuerza laboral para presentar
al mundo una cara triunfante, como resultado de las resoluciones del Concilio
de Trento en contra de los principios de la Reforma Protestante, que, en parte,
engendrarán esta aventura formidable que vendrá a Roma para buscar riqueza y
gloria.
Artemisia es
la única mujer en el taller de su padre Orazio Gentileschi, sirve como sus
hermanos de garzoni o aprendices, mucho
más dotada que ellos, ayuda a su padre en la preparación y terminación de los
cuadros. Orazio correligionario de Caravaggio, es uno de los grandes pintores
en este momento y su obra figura en todas partes, en el taller también está
Agostino Tassi llamado “lo Smargiasso”, el fanfarrón, por jactarse de
asesinatos y deudas.
Muchos
elementos biográficos fueron capaces de determinar el carácter de Artemisia: la
pérdida de su madre, Prudenzia Montoni, cuando tenía solo diez años, la difícil
relación con su padre, su relación violenta con Agostino Tassi, que iba a
terminar solo muchos meses después de la violación, su confusión y vergüenza
durante el juicio que se vio obligada a declarar, o el matrimonio reparador con
Pierantonio Stiattesi. Para luego reinventarse, a través de su arte, una vida,
un papel, una libertad asombrosa, en un momento en que las mujeres tienen un
estatus legal de eterno menor, no duda en abordar la pintura histórica y
mitológica y el arte del desnudo, principales géneros reservados para el varón.
Con los
estudios feministas se propone un acercamiento crítico a la Historia del Arte,
alejándose del modelo de construcción de héroes o heroínas y nos propone una revivificación
que muestre las nervaduras de la misma. La violación de Artemisia no puede
estar asociada automáticamente a su desarrollo artístico, que habría alcanzado
por su tenacidad a toda costa. La violencia ejercida hacia Artemisia nos habla
del abuso de poder por parte del padre y el amigo, hay que dejar de mirar su
obra a través del trauma y ver su pintura como expresión de su deseo, de su
afán. La violación de Artemisia por Tassi supone, además del honor familiar, un
daño para los propios intereses del padre, como él se encarga de declarar en el
juicio un año después. En esa moral barroca la voluntad de Artemisia es
irrelevante, ella pertenece stricto sensu
a su padre cuando no está casada, o a su esposo cuando está casada; a sus
hermanos e hijos cuando ella quede viuda.
Artemisia ha
crecido en ese ambiente hostil, de competencia extrema, en un mundo donde las
dagas y los pinceles se reunían en las mismas manos, pero eso la ha hecho
tozuda y solo quiere pintar. En tres años consigue lo que ningún maestro
alcanza y vuela a la capital de los Medici con el marbete de fenómeno
pintora-mujer. Aunque hay un obstáculo para que pueda ejercer la pintura: una
mujer solo puede seguir una carrera con su esposo. Sin ello, no puede comprar
colores, lienzos ni pinceles y ni pensar en firmar contratos o recibir los
pagos. Su padre llega a un matrimonio de conveniencia, por así decir, con
Pierantonio Stiatessi para conformar una tutela. Solo la pertenencia a la
Accademia del Disegno le reemplazará de cualquier tutela y lo consiguió con
veintitrés años, la primera académica de Florencia. Esto le permitirá viajar
sola, regresar a Roma al barrio de los artistas y medirse contra cualquier
pintor. Trabajará para el nuevo papa Urbano VIII, Luis XIII, Richelieu, Carlos
I de Inglaterra, Felipe IV en España. Todos quieren una “Artemisia” para su
galería. Después de haber pasado por su escarnio público, ya no teme a nada,
ningún escándalo, quizá por eso se pinta desnuda para proclamar su
autosuficiencia y encarnar a todas las demás mujeres prohibidas. Pero triunfa
no solo en desnudos sino en piezas de altar, retratos, bodegones y alegorías
mitológicas. Su inspiración está, en parte, en las mujeres fuertes de la Biblia
o de la Historia: Susana, Judith, Cleopatra, Lucrecia…, sus heroínas siguen
vivas en esa lucha entre libertad y muerte.
Aunque la
mayor parte de los especialistas datan la primera obra de Artemisia hacia
1608-9, en 1610, hizo su debut oficial como artista con Susana y los viejos (que no figura en esta exposición), una pintura
de calidad excepcional y fuerza narrativa inesperada. Si bien ningún dibujo de su mano ha llegado
hasta nosotros, es difícil imaginar que Artemisia podría haber retratado el
cuerpo de Susana (el suyo propio) con tanta sofisticación sin la ayuda de
bocetos.
Dánae (h. 1612), una pintura “juvenil” es
testimonio de sus extraordinarias dotes narrativas, ofrece una de las
representaciones más sexualizadas en la historia de Dánae, con una tensión
focalizada en el puño, alejada de la complacencia seductora de otras representaciones
del Cinquecento que tratan ese mito:
Correggio, Tiziano o Tintoretto. Algunos autores la atribuyen a su padre
Orazio, pero éste rara vez se centró en los detalles narrativos y en su propia
ilustración del mito, representó a una casta virgen, inconsciente de las
relaciones sexuales inminentes.
Judith y Holofernes (h. 1612-14), del Museo de
Capodimonte en Nápoles. Suele asociarse al deseo de venganza que quizá se
despertó en ella, pero también es un gran desafío para los artistas (recuérdese
el de Caravaggio de 1599), para representar la figura humana en acción y rica
en potencial dramático. No sería preciso ni razonable afirmar que pintó solo
escenas con contenido narrativo fuerte, desnudos femeninos o heroínas
seductoras. Sin embargo, es esencial enfatizar que cuando pintó tales temas, se
basó en gran medida en sus propios procesos y en su imaginación narrativa
personal, así como en sus notables dotes de observación. Artemisa logró crear
una de las imágenes más fuertes de esta figura bíblica, combinando un enfoque
pragmático de cómo dos mujeres pueden prevalecer sobre un hombre con una
composición detonante. En la página 57 del catálogo de la exposición, que nos
sirve de base para este artículo, se recoge una cita de Elizabeth Cropper:
"No debemos subestimar el papel desempeñado por la ira en el trabajo de
Artemisia, no solo hacia Tassi (la ira contra él estaba vinculada a un
sentimiento de traición que va mucho más allá de la violación), sino también a
su padre y su vida, tanto profesional como privada.”
Al respecto
de la pintura de Caravaggio, no puede darse por sentado que la viera pues sus salidas en Roma eran a determinadas
iglesias y oficios religiosos y no es seguro que conociera los tesoros romanos.
Puede muy bien haber diseñado su propia descripción de la escena con ese
encuadre apretado y la maraña de miembros pálidos, iluminada por una luz desde
la izquierda, dramatiza el compromiso y refuerza la impresión de lucha. En el
catálogo de la exposición (pg.64) Judith W. Mann nos dice sobre Judith y Holofernes: “se ha demostrado
en otro estudio radiográfico que Artemisia realmente rompe allí con la técnica
paterna, y que el trabajo debe considerarse como una declaración de
independencia. La sutileza de los tonos de piel, el tratamiento incómodo del espacio
y la anatomía argumentan a favor de la fecha temprana, ampliamente aceptada
hoy”.
En octubre de
1612, apenas hizo el veredicto del juicio, Artemisia se casó con el florentino
Pietro Antonio (Pierantonio) di Vincenzo Stattesi. Durante su estancia en
Florencia, la técnica y las influencias que su padre le había transmitido,
Artemisia las enriqueció con un léxico toscano-romano de fuerte influencia
caravaggesa y comienza a afirmar su extraordinaria libertad como mujer y como
pintora. Rápidamente, el Gran Duque Cosme II (1590-1621) le otorgó una pensión
y en 1616, se convirtió en la primera mujer en ser admitida en la prestigiosa
Accademia del Disegno y la primera con obra (la Alegoría de la Inclinación -o
del Gusto- un desnudo que luego se cubrió) en la Casa Buonarroti.
En Florencia,
Artemisia amplía su vocabulario y su repertorio gracias en particular a las
sugerencias de los estudiosos y los pintores de la corte. También se inspira en
las obras de los más notables maestros de la pintura toscana, desde Ludovico
Cardi, conocido como Cigoli, hasta Jacopo Ligozzi, Santi di Tito y Cristofano
Allori, que fue el padrino de uno de sus hijos. El entorno florentino es
profesionalmente acogedor, su talento y la presencia de patrocinadores muy
cultos (Miguel Ángel Buonarroti el Joven) o en la cima de la pirámide social
(Cosme II) e intelectual (Galileo) formaron el marco de la formación
"política" de Artemisa, con un medio artístico con sensibilidades
radicalmente diferentes del caravaggismo romano. Ella adapta su formación
romana al lenguaje más estructurado de la época, representa principalmente a
figuras femeninas como la Virgen de la
Leche del Palazzo Pitti (1616-18) o Santa
Catalina de Alejandría de la Galería de los Uffizi (1618-1620) y también
alegorías y autorretratos.
En Autorretrato con laúd (h. 1617-18)
observamos azules y blancos, grandes manos delicadamente colocadas en el mástil
y las cuerdas, y el contorno de una sonrisa casi un enrojecimiento debajo de
los ojos brillantes que miran más allá del lienzo, a la edad de veinte años,
comprometida en un intenso diálogo con el espectador. Esta pintura constituye
un elemento de importancia para documentar los primeros días de su relación con
Francesco Maria Maringhi, a quien le ofreció este autorretrato en un gesto de
amor y amistad. Las cartas que le dirige nos hablarán de su relación amorosa
más prolongada, nos descubren una personalidad profunda, delicada y con una
moral emancipada, casi libertina, irónica y una obsesión por la pintura.
Artemisia se
enamora del caballero Francesco Maria Maringhi, heredero de una familia de la
aristocracia florentina al servicio de los Medici desde fines del siglo XV y
durante generaciones asociado del banquero mercantil Matteo Frescobaldi (en el
archivo Frescobaldi se hallaron esas cartas de amor). Conoce y frecuenta a los
intelectuales más eminentes de Florencia: Galileo, Miguel Ángel Buonarroti el
Joven, los poetas Antonio Corsi, Jacopo Cigognini y otros miembros influyentes
de la corte y puede interceder varias veces con el Gran Duque para justificar
los retrasos de su amiga, lo que en un momento dado le costará la cárcel.
Artemisia
parece sinceramente apegada al padre de sus hijos, que se había casado con ella
para arreglar el escándalo del juicio, es su garante más conveniente y parece
ser un fiel compañero que la “protege” y participa en las tareas diarias del
taller. Es más, se cartea con Francesco Maria Maringhi, donde expone una
relación comercial, sin el tono íntimo de las que le escribe la propia
Artemisia. Ella a menudo representa a las audaces protagonistas del Antiguo
Testamento que matan a su enemigo, a un hombre violento y arrogante, o que,
como Salomé, alientan asesinatos horribles. En la primavera de 1620, estas heroínas
gradualmente dan paso a las amantes más famosas de la historia. Artemisa, de
vuelta en Roma y enamorada, pudo identificarse con Cleopatra, Lucrecia o Dánae,
quienes se convirtieron en sus mejores embajadoras.
Creciendo
endeudada, después de años de dificultades económicas y cuatro embarazos (solo
sobrevivió su hija Prudenzia), oprimida por un contrato mal pagado por el duque
enfermo, Artemisia decide irse y no someterse a las condiciones adversas que
Cosme II le impone. A pesar de los múltiples encargos y relaciones sociales,
los gastos se irán acumulando y será una de las causas de su huida a Roma. En
el otoño de 1618, a medida que la tuberculosis de Cosme II empeoraba, la vida
de la corte, como la de las artes, comenzó a extinguirse gradualmente hasta su
muerte el 28 de febrero de 1621. La fuga de Artemisia y su marido fue un
verdadero riesgo, pero su elección fue providencial, ganaron un año antes de la
diáspora de los pintores de Cosme II que viajaron en masa a Roma a su muerte.
En la
primavera de 1620, vuelve a Roma y muestra una nueva faceta de su arte. La
implementación de las lecciones de los maestros florentinos le permite
especificar su naturalismo objetivo y muy medido, especialmente en sus
retratos, donde reflejara la influencia de Lavinia Fontana, excelente
especialista del género cuyas obras fueron muy buscadas en Roma. En 1621,
embelleció sus pinturas con ecos internacionales, Simon Vouet (1590-1649), así
como las estancias romanas de Antoine van Dyck en 1621 y Guercino constituyen
para ella nuevas fuentes de inspiración decisiva para perfeccionar su estilo.
Como
resultado de su larga experiencia florentina y gracias al apoyo de Maringhi, su
"bendito amor", Artemisia está lista para dedicar lo mejor de sí
misma a la pintura. En Roma trabaja denodadamente y en un año se afirma a nivel
europeo (hay una clientela internacional que vivía en la capital pontifica) con
obras maestras como Jael y Sísara de
Budapest (1620). Por otro lado, su negocio está experimentando una verdadera
edad de oro. Pierantonio administra e informa a Maringhi del progreso de
Artemisia, no ignora el gran amor que une a su esposa con el patricio
florentino, con el que están en deuda. Desde que Artemisia le escribió en
secreto a su amante las apasionadas cartas, Pierantonio informa al florentino
del éxito de las pinturas de su esposa, no sin un cierto desdén.
Los encargos
se acumulan, cardenales y príncipes le encargan cuadros inéditos de heroínas de
la historia bíblica y antigua; las jóvenes de la alta nobleza romana le piden
que pinte su retrato, como el retrato de la (probable) princesa Savelli hacia
1620 cuando, en ese momento, las sesiones de pose con una pintora eran más
fácilmente aceptadas por las familias de la aristocracia papal.
Es la
originalidad y la creatividad de esta artista, lo que hechiza a Simon Vouet y
artistas próximo a él como Charles Mellin y Claude Mellan. El Retrato de Artemisia Gentileschi pintado
por Vouet entre 1623 y 1626 para Cassiano dal Pozzo hace palpable la fuerte
amistad entre ellos. Gracias a éste, se
une al círculo de los artistas más destacados de la capital papal y pinta para
los patrocinadores más importantes de la época. Ahora Artemisia vive fácilmente
con su hija y dos sirvientes en sus apartamentos en la Via del Corso donde sus
hermanos reaparecen y a menudo se quedan cerca de ella.
La exemplum virtutis encarnada por Cleopatra (1620-25), quien prefirió el
mordisco fatal del áspide al fracaso amoroso y la humillación pública,
proporciona a Artemisia una magnífica razón para realizar, con un naturalismo
poderoso, un desnudo femenino en una representación de un gran efecto visual, en
un clima de dolor y languidez donde la reina egipcia pone un final a su
existencia con un gesto estilizado y teatral: labios entreabiertos, ojos al
cielo, cerca la serpiente de su pecho; sentada en un pedazo de tela roja que
alerta de la palidez de su carne y la penumbra de su abdomen audazmente
descubierto.
La Anunciación de 1630 conservada en
Nápoles quizá sea la primera pintura que ejecutó Artemisia allí para la
Iglesia. Esto justifica la mención de un gran número de obras de la artista en
los inventarios de las colecciones napolitanas de la cuarta década del siglo. Desde
el principio, la artista desempeñó un papel destacado en la escena artística
partenopea, con encargos ilustres, como obras de gran formato para la Corona de
España (Nacimiento de San Juan Bautista,
h. 1635, Museo del Prado), o los tres lienzos de la Catedral de Pozzuoli
(1535-37). Nápoles era centro de exportación de obras hacia España, donde las
demandaban desde Felipe IV a los aristócratas y funcionarios. Esta situación
beneficia a Artemisia gracias a la recomendación del duque de Alcalá y el conde
de Monterrey, admiradores y coleccionistas de su obra y también gracias al
cardenal español León y Cárdenas obtendrá los encargos para la Catedral de
Pozzuoli.
Durante casi
un cuarto de siglo Artemisia se quedó en Nápoles, con la excepción de dos o
tres años en Londres, invitada por Carlos I de Inglaterra. Su naturalismo era un
tanto desconocido allí, donde reinaban los herederos de Van Dyck y el
refinamiento gélido de las alegorías de su padre, que falleció en Londres en
1639 y provocó su vuelta. En Nápoles, Artemisia sigue siendo una referencia
esencial para todos aquellos que están a favor de un estilo naturalista
enriquecido con los accesorios grandilocuentes del Barroco. La proliferación de
sus obras entre las grandes familias napolitanas y la abundancia de obras hace
pensar en un taller con sus colaboradores de esta época: Domenico Gargiulo
(dicho Micco Spadaro), Pacecco de Rosa y Onofrio Palumbo.
En los años
que siguieron, nos muestran nuevas facetas como Clio, Musa de la Historia en 1632 (Fondazione Cassa di Risparmio di Pisa), que
muestran su continuo aprendizaje (recordemos “ancora imparo” de Miguel Ángel) un
verdadero camaleón pictórico con posibles influencias de Ribera e incluso de
Velázquez con el que pudo coincidir en 1631 cuando éste partió desde Nápoles a
España de vuelta en su primer viaje a Italia.
Minerva (h. 1635), Atenea es la diosa virgen
y sabia, representada aquí de una forma natural, girada distraídamente hacia la
derecha, la deidad guerrera agarra una lanza en su mano derecha y sostiene una
rama de olivo en la izquierda, aludiendo al regalo mítico que hizo al pueblo ateniense.
Dañada por restauraciones imprudentes, este lienzo pertenece a la primera
actividad napolitana de Artemisia con rasgos semejantes en cara y drapeado con
la Anunciación del Museo Capodimonte y con Clio. A este respecto Artemisia maneja a
la perfección los drapeados y los vestidos que acompañan cada gesto, definen la
atmósfera y participan de la tonalidad de la composición. Artemisia ha pasado por Florencia, Roma,
Venecia, Nápoles, Londres, capitales todas de un elevado refinamiento de
vestuario y accesorios de moda.
El Autorretrato del palacio Barberini (h. 1637) probablemente se pintó en Nápoles,
muestra a la artista envuelta en una pesada corona de hojas de laurel, mientras
pinta el retrato de un hombre y mira fijamente al observador. Tiene
aproximadamente cuarenta años y ha conservado toda su seducción, con la misma
cara, un poco más gruesa, con la excepción de la nariz, que se representa con
los labios más cortos y bien dibujados, más gruesos, ligeramente entornados.
Sus enérgicas manos, algo frecuente en ella (que las suele pintar grandes o
fuertes), recuerdan a las de las heroínas tan queridas por la artista, al igual
que los detalles del encaje, telas de diversas texturas y el precioso cabujón
de la horquilla rodeado de cuentas ejecutadas con un toque cercano. Pero el
caballero marrón que ella pinta no es identificable. No se parece al caballero
Dal Pozzo, podría ser Francesco Maria Maringhi, que vivió en Nápoles con ella
desde 1635 por lo menos y permaneció allí hasta su muerte. O Velázquez… según una
fantasía inconfesable de Roberto Contini en el catálogo de la muestra (pg.
120).
Aparte de los
poetas mencionados con los que se relaciona Artemisia, podemos citar otros que
cantan la excelencia de sus cuadros, como algunos madrigales de Antonio
Collurafi que recoge Patrizia Costa. También Girolamo Fontanella, Nove Cieli, en 1640 o Francesco
Antonio Cappone, Poesie liriche de
1643. El primero con un soneto a un cuadro de Apolo: “Così bello o gran Donna in tela hai pinto / De le musiche Ninfe il
biondo Arciero, / Che d’immenso stupor ligato, o cinto / Giudicar non sapre
s’è finto, ò vero./ …”, donde recoge la tradición clásica sobre
si es verdad lo pintado, aquí dentro de la investidura humanista que desarrolla
el tópico Ut pictura poesis, candente
en el XVII. En este otro soneto de Cappone: “A le vaghe là sù, forme del Cielo / Ogni Pittura tua più corresponde,/
Che la Vener d’Apelle, ò l’vue bionde / Diu Zeusi, ò di Parrasio il finto
velo./…” se hace eco
de lo que dijera Plinio el Viejo en su Historia
Natural.
En la época
de Artemisia tan solo algunas mujeres de la aristocracia sabían leer y
escribir, detrás de sus errores de ortografía, que eran muy comunes en ese
momento incluso entre las mujeres de alto rango, se esconde una rica cultura
literaria: Ovidio, Petrarca, Ariosto, Tasso y las Sagradas Escrituras. Si bien
sus cartas (Lettere di Artemisia) revelan
más, una pasión intensa, que las hacen verdaderas obras maestras de la
correspondencia amorosa, como ésta, a Francesco Maria Maringhi, del 5 de marzo
de 1619 (1620 del calendario florentino), donde podemos ver el pseudónimo que
ambos utilizaban:
[...] Io ho tanto
gusto che voi mi voliate bene che più non si puole immaginare, massimo come mi
pare che Vostra Signoria me ne volia. Serbativi sano acciò che la veggia
presto, che con grande disiderio vi aspetto. Ricordatevi di me la millesima
parte che io fo di voi, io sono tutta vostra e vi ricordo quelle promesse e
tutte tutte. La mia cassa non è venuta, che subito che è giunta, sò quanto io
sono in obrigo. State allegramente piú che sia possibile. A dio vita mia carissima,
senza voi io non so’ niente e vi bacio le mano che tanto mi piacciono, di Roma
il 5 di marzo 1619.
Di Vostra
Signoria Amatissima serva fedele,
Fortunio Fortuni.
“Me alegro
tanto de que me ames hasta un punto que no puedes imaginar, tan grande es el amor
que Vuestra Señoría tiene para mí. Mantente bien para que te vea pronto, porque
te estoy esperando con gran deseo. Recuérdame la milésima parte que yo a ti,
soy toda tuya y te recuerdo estas promesas, todas ellas. Mi dinero no ha
llegado y apenas habrá llegado, sé cuánto seré tu obligación. Sé lo más feliz
posible. Adiós, mi vida más querida, sin ti no soy nada, y beso tus manos que
tanto me gustan…”
BIBLIOGRAFÍA
CONSULTADA
CAPPONNE, Francesco Antonio, Poesie Liriche. Venetia,
1675. (Nápoles, 1643. Libro electrónico
disponible en la biblioteca digital The Internet Archive. Se ha transcrito, en
lo que se ha podido, el segundo cuarteto del soneto, completo en su página
187).
CATÁLOGO
exposición Artemisia 1593-1654. París,
Gallimard, 2012.
--- exposición Heroínas. Madrid, Museo Thyssen-Fundación Caja Madrid, 2011.
--- exposición
Artemisia Gentileschi e il suo tempo.
(Exposición celebrada en Roma, Palazzo Braschi del 30.11.2016
al 7.O5.2017). Milano, Arthemisia Group, Skira editore, 2016.
CHIRINOS, Leticia, “Artemisia Gentileschi y Sor Juana
Inés de la Cruz: Autorretratos o el
arte de controlar las miradas” en CIEHL,
vol. 22, 2015, pgs. 11-20.
COSTA, Patrizia, “Artemisia Gentileschi in Venice” en Source: Notes in the History of Art. Vol. 19, nº 3 (Spring 2000), pp. 28-36.
FONTANELLA, Girolamo, Nove
Cieli. Napoli, Per Roberto Mollo, 1640. (Libroelectrónico
disponible en la biblioteca digital The Internet Archive. Se ha transcrito, en
lo que se ha podido, el primer cuarteto del soneto, completo en su página 257).
GENTILESCHI,
Artemisia, Lettere di Artemisia. Edizione
critica e annotata con quarantatre documenti
inediti. A cura di
Francesco Solinas. Roma, De Luca Editori d’Arte, 2011. (La traducción parcial
de esta carta, pgs. 38-39, es nuestra y aproximada).
--- Cartas
precedidas de las actas del proceso por estupro. Edición de Eva Menzio (con
prólogo de Estrella de Diego y nota sobre Judith
y Holofernes de Roland Barthes). Madrid, Ed. Cátedra, 2016.
PÉREZ
CARREÑO, Francisca, Artemisia Gentileschi,
Madrid, Historia 16, 1994.
--- “Drama y espectador en Artemisia
Gentileschi” en Asparkía 2 (1993),
pgs. 11- 24.