lunes, 7 de abril de 2008

OJOS LLENOS DE VENECIA







Será difícil hablar de Venecia sin caer en tópicos o en paráfrasis de textos más leídos, pues al hacerlo, no hacemos más que imitar lo que se viene haciendo desde el XVIII con los viajeros, sobre todo, del Grand Tour. Quizá, empezar por lo último que se está haciendo: el llamado Puente de Calatrava. Nada hay más parecido a una ruina que una obra en construcción, ambas en medio de sus posibilidades. La ciudad lleva tantos siglos hundiéndose que podemos hablar de ella desde un constante renacimiento, por cada centímetro sumergido cientos de miradas la balizan, sosteniéndola en un deseo de futuro.
La ciudad viene marcada por la “S” del Gran Canal, como si esta ciudad hubiera querido ya retar con un dibujo impreso en su plano, con una serpentinatta miguelangelesca, a los más arrebatados coloristas de Cinquecentto. Es esa “ese” que veremos en columnas y motivos sogueados, que sentiremos en esa constante ondulación del vaporetto que no nos abandona ni en tierra, por eso porque también se está moviendo. Es la torsión del Puente de Calatrava. Es la ondulación constante de las olas que chocan contra cualquier palazzo, revolviéndose, doblándose sobre sí, convirtiéndose en un imaginado ouróvoros de constante retorno.
Sentir tres venecias: con lluvia, nublado y con sol. La lluvia, no hace sino confirmar el cuadro de Giorgione La Tempestad, y más que el bautizo de la naturaleza, como recoge Argan, es una comunicación directa entre dos aguas para que la laguna se cargue con el verde veronés y podamos, así, retener en nuestras cámaras canalettos por cualquier resquicio. Para ser justos con Argan, deberíamos ser tan apasionados como él. Entiendo su Venecia; más entiendo el alivio en la mirada veneciana con la perspectiva. La mirada en Venecia choca constantemente con cualquier muro. Esa estrechez física se debía suplir con el juego prospéctico y así esa vibración del agua llevarla a las fachadas y que engañe a los ojos en zig-zag, en “S”, en vibración de luces, en captación de la luz, como sucede con San Giorgio Maggiore. Haga el tiempo que haga el blanco palladiano parece recoger cualquier atisbo de luz y convertirse en fanal que orienta al viajero cautivo ya del regreso.