domingo, 31 de mayo de 2015

PRESENTACIÓN RAÍZ Y BROTE y +



El día 29 de mayo se presentó en el Ateneo de Madrid, dentro del ciclo La Cacharrería, el libro de poemas Raíz y brote. Hacemos aquí un breve recorrido fotográfico. Asimismo por el interés que a mi juicio supone, dejó la presentación que hizo José Cereijo. 




Portada de Carlos León, Doble carmín (óleo sobre dibond, 2005)



PRESENTACIÓN DE “RAÍZ Y BROTE”, DE JESÚS DEL REAL, ATENEO DE MADRID, 29-5-2015



La poesía de Jesús del Real parte, a mi parecer, de una constatación que muchos otros han hecho antes que él. Pondré un par de ejemplos. Jaime Gil de Biedma, en su prólogo a la novela“Valentín”, de Juan Gil-Albert, habla de “la irremediable insuficiencia de la vida”. Mario Vargas Llosa, en su discurso de aceptación del Premio Nobel, titulado “Elogio de la lectura y la ficción”, señalaba que  “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor”. En otro pasaje de ese mismo discurso cita, haciéndolas suyas, unas palabras de Flaubert: “Escribir es una manera de vivir”. Es decir, entiendo, no sólo una opción vital, sino una manera de entendérselas con la vida, de revelarle (o tal vez encontrarle o añadirle) el sentido.

De convicciones parecidas me parece participar la poesía de Jesús del Real. En la página 43 de su libro (el poema, como casi todos los la colección, no tiene título), empieza diciendo: “Será difícil que hoy amanezca”. (Esa constatación de un día más que empieza, y de la dificultad para atribuirle una significación que lo ilumine, aparece repetidamente en el libro). Y continúa, unas líneas más abajo, indicando que las cosas que ese día, uno entre otros, trae consigo, “un futuro de nada anuncian”, que “esa aspiración de vacío me recorre”, y termina afirmando que “a falta de enemigos de guerra y sangre / me desdoblo y en mi contra batallo / haciendo visible esta inexistencia / que ya se prolonga demasiado”. “Haciendo visible esta inexistencia”: véase que el primer propósito del verso, tal como él lo entiende, es dar corporeidad, presencia visible, a esa insuficiencia, porque sólo desde esa presentación de lo que ella trae consigo le parece posible entender en qué consiste, de dónde parte y de qué modo enfrentarse a ella: una aspiración a la lucidez, por tanto, como un primer paso para que esa insuficiencia, al vaciar de sentido al vivir, no nos expulse de él, no nos convierta en meros espectadores más o menos alucinados por sus disfraces, o por el propio vacío que en él le parece descubrir centralmente, como si quisiera precaverse contra aquello que, con su afilada lucidez, advirtió Nietzsche: “si miras al abismo durante mucho tiempo, el abismo empieza a mirarte a ti”.

Él, pues, se advierte a sí mismo, se precave, contra la posibilidad de ceder a esa seducción de lo abismal, a esa “aspiración” o tentación del vacío. En el poema de la página 47, por ejemplo, empieza diciéndose a sí mismo: “No llegues tan pronto al dolor esta mañana”. Y una manera, la más inmediata y necesaria, de hacer posible esa resistencia, es salir de uno, de ese solipsismo en que lo abismal cierra una especie de circuito con nuestra propia mirada del que quedaría excluido, o reducido al menos a una pura condición de fantasma, cuanto no forma parte de ese diálogo (que en realidad es un monólogo). No es que la ruptura de esos muros, la huida de esa cárcel, sea cosa fácil (como señala en la página 34, sabe bien que “tanto cuesta corregir la mirada”), pero ciertamente es la única vía por la que puede producirse una apertura auténtica. Ese Otro al que dirigirse es, privilegiadamente, la amada; ella, con su presencia, ya sea real, tangible (“tengo el futuro prendido en tus brazos”, pág. 66), ya puramente recordada o aun imaginaria, es efectivamente una puerta practicable hacia la realidad y la plenitud del mundo, y una cura de la despoblación interior que nos amenaza (“sigo andando ya impregnado de ti el día”, página 40). Así exactamente se nos dice en el breve poema de la pág. 37, que cito entero: “Me pide el día un aval de existencia, / llevo salvaguarda de tu mirada, / abrumado, cesan hostilidades, / su amplitud no alcanza el compás de tu horizonte”.

Parte de ese proceso de apertura, de liberación, es la escritura misma, que aquí más de una vez toma consistencia física y se implica activamente en esa construcción de otredad, y aun en esa relación  con Ella: “este yo cohabitado, / a empellones me lleva a escribir: / desdoblado, génesis constante de reinicio. / Eres tú quien me habita, / tratando de llegarme te escribo” (pág. 48); o, como decía (reveladoramente) en un libro anterior, “Dejar en tus labios / las poesías arrancadas, / en tus senos / aquellas nunca dichas...”.

No olvida sin embargo Jesús del Real lo que las palabras pueden tener también de traición a lo mismo que designan; cómo, al decir de Eliot (en “Burnt Norton”, primero de los “Cuatro Cuartetos”), “Las palabras se esfuerzan, / se agrietan y a veces se rompen, bajo la carga, / bajo la tensión, resbalan, se deslizan, perecen, / se deterioran de imprecisión, no se quedan en su sitio, / no se quedan quietas. Voces chillonas / regañando, burlándose, o meramente charloteando, / las atacan siempre”. Y por eso es preciso remitirse continuamente a la presencia, a la realidad concreta (“Por tu recuerdo vuelvo a querer vivir sin palabras, / te escribo para deshacerme de ellas”, pág. 26). “Y no escribir, / ser / beso en tu piel, / amor en tus labios. / No decir más caricias y dejarlas / perseguirte...” (pág. 58). Esa fisicidad, esa realidad que, aunque recreada a través de las palabras, se impone sobre ellas, es de algún modo el punto de llegada; si empezábamos con una inquisición de raíz de la vida misma, de su insuficiencia y su significado, el brote al que al fin llegamos es la afirmación de que, conquistada a través del paisaje de la otredad, y particularmente de la amada, esa realidad no es sólo la Pregunta, sino también la Respuesta y el posible sentido último de esta indagación, lo que al decirse, más allá de las palabras que no pueden sino reflejarlo imperfectamente y en último término encarcelarlo o limitarlo, nos dice también, nos regala ese sentido que no es nada más (ni nada menos) que su pura presencia, el absoluto irrenunciable de su realidad, el ser que antes decíamos, y que sin embargo encarna finalmente en la palabra y se revela en ella, o por ella.

    
 José Cereijo




José Cereijo, el autor, Antonio J. Huerga y Miguel Losada




















En primer término Paco Caro, al fondo José Manuel Lucía, Pepa Nieto y Javier Lostalé


Miguel Losada y Mª Antonia Ortega


















Con Sandy García



Parte de la familia





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