martes, 2 de julio de 2019

FRA ANGELICO Y LOS INICIOS DEL RENACIMIENTO EN FLORENCIA




La espléndida restauración realizada, hace probable que tengamos que recurrir a la tópica recogida por Vasari: el quiasmo con lo sobrenatural que impulsaba sus pinceladas, cuando nos sobrecoge ese latigazo de luz alada del arcángel que vuelve banal este intento narrativo sobre La Anunciación. Esta obra que impulsa la exposición que comentamos, se pone en contexto en una Florencia ligada a los primeros pasos del Renacimiento que, parafraseando a Panofsky, era el “verdadero”, en contraste con los anteriores “renacimientos” medievales, ahora se realiza no un cambio evolutivo, sino mutacional, una alteración repentina y permanente, que transforma la representación de la figura humana, el espacio y la luz en la pintura europea.



A inicios del siglo XV en Florencia se produce una variación radical de la concepción, de los modos y de la función del arte, donde la forma artística ya no responde a una ilustración o traducción de figuras, sino que tiene un contenido intrínseco y especifico propio. Para ello, la perspectiva ayudará a construir racionalmente la representación de la realidad natural, ésta ya no aparece como un inventario de cosas, sino como un sistema de relaciones métricas, su descubrimiento y primera formulación son obra de Brunelleschi y su teorización a Alberti (Tratado de la Pintura, 1436). Hasta la versión de Alberti, en lengua vulgar, entender las complejas explicaciones que se daban en los libros de óptica sobre la perspectiva, requería saber latín y tener la habilidad de un geómetra. 

En un devenir convulso entre familias florentinas: Alberti, Albizzi, Brancacci o Medici, se produjo el nacimiento del individuo, de lo subjetivo, siendo el XV el siglo de las capacidades universales. En los treinta primeros años del Quatroccento se realizó gran cantidad de arte público como las puertas del Baptisterio o la cúpula de la Catedral, con los gremios como estructura en la participación de los asuntos de gobierno y encargos de ese arte público. Si bien nuestro artista pintó para las grandes dinastías florentinas, su pertenencia a la Orden le eximió de las reglas de los gremios.  

Monje dominico de la Orden de los Predicadores Giovanni da Fiésole o Guido di Pietro, conocido como Fra Angelico (después de su muerte) o Beato Angelico, a semejanza de santo Tomás de Aquino, por su condición de teólogo de la pintura, ha sido descrito como el místico que, en éxtasis, pintaba visiones celestiales. Siendo un artista religioso fue consciente de los problemas culturales de su tiempo, trabajó según un programa inspirado en elevados principios doctrinales y dirigido a fines concretos. Con cargos importantes en la Orden, fue amigo de San Antonino, arzobispo de Florencia y también dominico; gozó de la estima de los papas Eugenio IV y Nicolás V y contribuyó a la orientación religiosa de la burguesía florentina. Captó las nuevas corrientes artísticas y las trató de encuadrar en la doctrina oficial de la Iglesia y en la doctrina filosófica de santo Tomás, de la que su Orden era heredera y guardiana.

Su pintura predicada (Baxandall) le había encasillado como un pintor aislado del mundo artístico de su tiempo, hasta el ensayo de Roberto Longhi de 1940 “Fatti di Masolino e di Masaccio” donde Fra Angelico se concibe como receptor de la vía del arte-conocimiento de Masaccio, demostrando un nivel de comprensión y capacidad para adoptar las lecciones de esta revolución en el pensamiento visual que eran comparables a los logros originales del propio Masaccio. Otros estudios posteriores situaron a Angelico como un pintor racional y altamente intelectual  e inclinado a lo que se ha llamado en ocasiones “pintura de luz”, pues reelabora las novedades en perspectiva, encaminándolas a la expresión luminosa de los colores. Si el espacio es forma geométrica (Brunelleschi) y la luz divina llena el espacio (santo Tomás), ¿cómo negar que la forma geométrica es la forma de la luz? Según nos dice Argan (pg. 173), y continúa: “Por tanto el color no es ya la frágil y engañosa apariencia que reviste y oculta la sustancia de las cosas; identificándose con la luz, la materia coloreada se sublima en luz, en sustancia espacial”.

Angelico introduce en su gama de colores un filtro de luz que enriquece con nuevas sutilezas lumínicas derivadas del miniaturismo, muy practicado en los monasterios doctos y en la que él hizo su aprendizaje. Asimismo, es importante para Angelico el arte de Ghiberti, su monumentalidad estatuaria actualiza el lenguaje de Angelico, y estará presente hasta sus últimas obras junto a su sutileza decorativa.

No se puede determinar exactamente cuándo tomó sus votos y si era un hombre muy joven en ese momento, como era típico en ese período, o si su ingreso en la orden fue el resultado de una deliberación madura y considerada. Por un documento de 1418 que se refiere a Guido di Pietro como pintor y registra el pago por la producción de un retablo para la iglesia de Santo Stefano al Ponte, es posible inferir que haya nacido alrededor de 1395, por lo que habría tenido aproximadamente veintitrés años en 1418, y por lo tanto su aprendizaje artístico pudo haber comenzado alrededor de 1410. En el momento en que tomó los votos, los dominicos representaban una de las dos principales comunidades de actividad intelectual en Florencia, junto con la camalduense en Santa María degli Angeli. La decisión en 1418 de construir un convento en Fiésole para albergar a la comunidad observante fundada hace más de una década por Giovanni Dominici, pero hasta entonces residente en el exilio en Foligno, y la ráfaga de comisiones para redecorar y embellecer Santa María Novella antes de la llegada allí del Papa recién elegido en 1419, se tradujo en un flujo constante de patrocinio y oportunidad para un joven artista.

Algunas de las peculiaridades técnicas del estilo de pintura de Angelico apuntan a un período de aprendizaje en el taller de Lorenzo Monaco, o al menos a algunos años de servicio como asistente allí. Por lo general, Lorenzo Monaco no prestaba mucha atención al espacio perspectivo, fueron sus colaboradores quienes empezaron a investigar ese camino, entre los cuales estaba Angelico o Battista Sanguigni. Entre Monaco y Angelico se encuentran la paleta muy similar y su forma casi idéntica de llenar las esquinas de los campos de imágenes de forma irregular con indicaciones resumidas de bosques densos. En Florencia, los vivos colores no saturados de las obras de Gerardo Starnina y su modelado firme pero de línea sinuosa, hallaron una respuesta inmediata en Lorenzo Monaco. Asimismo Monaco y Fra Angelico tuvieron en cuenta las novedosas soluciones de Ghiberti a la narración figurativa en los relieves cuatrilobulados de las puertas del Baptisterio. Ghiberti mantenía abierto su taller y contaba con numerosos empleados, ente ellos un joven Paolo Uccello, cuya Anunciación (h. 1424-25), presente en esta muestra, cobra importancia por el arcángel Gabriel que lo presenta en tres fases diferentes: recogiendo las azucenas de Dios Padre; descendiendo sobre unas nubes rosáceas; ya en la tierra, la salutación a la Virgen. 

Otro nexo importante con el taller de Monaco, podría ser el conjunto de dibujos incluidos en esta exposición, preparados para un gradual iluminado encargado a Mónaco poco después de 1410, pero en realidad nunca se pintó. Mucho más allá de los medios de Mónaco, él mismo, talentoso como era en esta área, algunas de las formas empleadas en estas iniciales se pueden encontrar como detalles en la decoración esgrafiada de alfombras y telas de honor, en las pinturas de la Virgen de San Petersburgo (h. 1417-19) y Róterdam (h. 1420), donde se incluyen garzas y tallos retorcidos de flores, con brotes vistos alternativamente desde arriba y abajo, que se comparan estrechamente con los del gradual. Por otra parte, estas dos tablas marcarían la independencia de Guido di Pietro como maestro, ya que presentan un ejercicio perspicaz con las figuras de los ángeles proyectándose hacia el espectador, y en la de Róterdam, realiza un magistral juego de luces y sombras en el rostro de la Virgen, que otorga una vivacidad apreciada por sus colegas y que lo pone en relación con la escultura coetánea, como las madonas de Donatello, así La Virgen y el Niño entronizados con dos ángeles y dos profetas, h. 1420. Aparece aquí el vocabulario arquitectónico que estaba modificando el paisaje urbano de Florencia: una exedra en forma de concha, pilastras acanaladas, capiteles con una variante del corintio clásico y un entablamento con ovas y dardos y dentículos.

Angelico trata de conjugar la poética de la naturaleza con la arquitectura del observador, con la nueva proyección de escenas en soportes bidimensionales, es decir pasar del tratado de Cennino Cennini a los de Alberti. De inicio, recurrió a Giotto para replantearse los problemas espaciales, las expresiones del rostro y las miradas para lograr, quizá bajo influencia de Masaccio, el reconocimiento de la tactilidad y la monumentalidad de las figuras y los ambiciosos efectos espaciales creados por los escorzos. Así lo podemos ver en la obra de Angélico, La Crucifixión, h. 1418-20: Cristo crucificado que se asemeja al de Brunelleschi de Santa María Novella, que también influyó en Masaccio en la Trinidad en la misma iglesia.

Una de las dificultades planteadas por las pocas pinturas de Angelico que se asignan razonablemente a su primera etapa, la década 1410-1421, es que varían mucho en el tipo, como si el artista experimentara conscientemente con diferentes afectaciones para satisfacer diferentes clases de mecenas. En ninguna parte este problema es más obvio que con la pintura más grande atribuida al joven Angelico, la llamada Tebaida, o Historia de los padres del desierto, en los Uffizi, con las figuras extrañamente caricaturescas dispersas a lo largo. Es razonable suponer que esta gran pintura fue ejecutada aproximadamente o solo un poco antes de 1420. Sin embargo, no está claro que represente un indicador fiable del estilo de Angelico en ese momento, o si la naturaleza de su tema provocó una respuesta intencionalmente burda del artista, ya que podría ser una copia fiel de otra obra que se describe con más detalle en el ensayo de Pia Palladino en el catálogo del Metropolitan (pgs. 33-37) y en el del Prado (pgs. 100-5). Por lo tanto, las posturas exageradas de las figuras, sus proporciones y su disposición en el espacio no resultan de una tendencia natural en el desarrollo estilístico de Angelico; representan sus intentos de actualización y, al mismo tiempo, permanecen fieles al prototipo de Trecento que se le pidió que replicara. Poco después, la atención del joven pintor sería atraída irresistiblemente hacia las innovaciones en el realismo pictórico traídas a Florencia por Gentile da Fabriano y luego suplantadas rápidamente por las de un maestro toscano más joven, Masaccio.

En la década de 1420 Florencia era un vibrante laboratorio en el que las ideas saltaban de un artista a otro, lo que hace casi imposible atribuir la patente de las innovaciones a un solo artista. Si bien, con la aparición de Gentile da Fabriano en Florencia, el estilo de Monaco resultó desacompasado, su llegada en 1420 tuvo una repercusión inmediata, era el artista más afamado de Italia. Gentile acabó con el verdaccio (una base de verde terroso) en las carnaciones, utilizando una combinación de blanco, rosa y anaranjado. Esto lo heredó, Masolino que también empleaba amplias pinceladas de óleo, que no era usual en los artistas florentinos que lo reservaban para las capas finales de lacas.

Gentile da Fabriano, La Virgen con el Niño, h. 1420-23: Ventana que se abre a un jardín en el que hay ramas de rosas blancas, manzanas verdes y granadas que han penetrado en los motivos calados del marco. Estos jardines cercados debían estar adornados de manera similar en Florencia. En este de Gentile lo vemos a modo de hortus conclusus, (Cantar de los cantares, 4,13.) con la granada, como un símbolo de la universalidad de la Iglesia, que también vemos en la obra de Angelico Virgen de la Granada (h. 1424-25).

La Anunciación del Prado (1425-26):

El retablo de La Anunciación es el primer ejemplo que conocemos del nuevo estilo pala quadrata, que sigue las indicaciones de Brunelleschi para acabar con las decoraciones góticas usando el lenguaje clásico en arquitectura. Además, la logia de la Anunciación se asemeja mucho a la del Hospital de los Inocentes de Brunelleschi, quizá Fra Angelico contara con los consejos o directrices del mismo Brunelleschi o Ghiberti, que se enfrentaba al mismo problema en las puertas del Baptisterio. La perspectiva óptica la había ensayado Brunelleschi durante las dos primeras décadas del siglo y se lo había enseñado a los amigos. También había sido objeto de conversaciones y experimentos en Il paradiso degli Alberti a finales de la década de 1390, según el catálogo del Metropolitan en consonancia con el académico libro de Alfred von Martin.

El conocimiento de las teorías de Brunelleschi da a las obras de Angelico ese aspecto teatral que destaca Argan, aquél era un especialista en maquinarias escenográficas. Una de las representaciones más celebradas era la de la Anunciación en la basílica de la Santísima Anunciación de Florencia, donde un niño descendía, a modo del arcángel Gabriel hasta María, papel que encarnaba un actor vestido de Virgen. Si bien en la Anunciación, Fra Angelico intenta que la arquitectura no se imponga al relato y crea dos espacios diferenciados: uno el jardín, donde confluye historia sagrada e historia natural; otro, la logia donde tiene lugar la Encarnación. Los últimos retoques los hizo adaptando el conjunto a una percepción empírica y no a un esquema estrictamente matemático. La perspectiva le interesa para dar visualidad a la historia, ésta del Prado fue el inicio de sus reflexiones sobre la representación espacial, con sus cambios durante la ejecución, vistos en los estudios con infrarrojos.

Angelico logra, tras múltiples correcciones, la perspectiva correcta, lo consigue a ojo, lo que le valió de experiencia para la de Cortona y finalmente para San Marco. “La Anunciación del Prado fue el primer ensayo serio de Fra Giovanni con el nuevo sistema de proyección en perspectiva pero, quizás por lo forzada que resultaba visualmente en el estrecho espacio de la logia, enmascaró las ortogonales dirigidas hacia el punto de fuga para que la imagen final fuera convincente, una práctica que recomendaría poco después Alberti y Leonardo. Esta fue una solución que adoptaron otros pintores, entre ellos Piero de la Francesca en su Flagelación y Tintoretto en su Lavatorio del Prado.” (pg. 60 catálogo del Prado).

En La Anunciación del Prado es la luz la que genera la narración y anima la escena. El arcángel está vestido de luz, las manos de Dios Padre emiten un haz de rayos dorados por el que la paloma del Espíritu Santo desciende hacia la Virgen. Se entremezclan la luz celestial y la luz terrenal; la bóveda del pórtico se ilumina al entrar en contacto con los rayos dorados, a la vez que por la ventana de la estancia posterior entra la luz natural y dibuja un brillante cuadrado dorado en la pared, al tiempo que refleja las sombras del pequeño banco. También observamos a un ángel amable que expulsa del Paraíso a Adán y Eva, un hortus conclusus, sin cerrar, conecta el pecado y su expiación. El jardín tan poblado y abigarrado podría recordar “la divina floresta espesa y viva”, de Dante (Purgatorio, XXVIII, 2), presenta un cerezo, un manzano, una palmera, un granado en flor, rosas y claveles, un asilvestrado vergel (selva selvaggia) frente al orden geométrico de la logia donde está la Virgen.

En el catálogo del Prado pg. 71: “En la Anunciación todos los colores son puros, y salvo los verdes de la vegetación ninguno está mezclado con negro”. La enorme variedad de tonos verdes del jardín la conseguiría, según nos dice Ana González Mozo en el catálogo del Prado “con temple al huevo, veladuras oleosas y quizás una emulsión de temple magro y aceite, que da un gran sensación de relieve”. Asimismo se destaca, la complejidad de los delicados esmaltes de color definiendo las plumas de las alas del arcángel o resaltando el bordado dorado de su túnica, suavemente distorsionado a lo largo de cada pliegue para indicar el movimiento de la genuflexión; la precisión matemática de los puntos dorados en retroceso en las bóvedas cuidadosamente sombreadas de la logia; el azul ultramar puro del manto de la Virgen o los reflejos sobre el piso y la pared posterior en la pequeña cámara detrás de la Virgen, son una indicación de la sutileza y la sofisticación técnica de Angelico.

En la era del catolicismo triunfante que sucedió al Concilio de Trento (1545-63), Fra Angelico se había convertido en un maestro venerado por las intensas expresiones de religiosidad. Todo parece indicar que Miguel Ángel alabó la obra del dominico y esto elevó la categoría artística de Fra Angelico, que lo hacía idóneo para regalo al Duque de Lerma, valido de Felipe III, coleccionista exigente, con el que todo el mundo quería llevarse bien. El retablo de la Anunciación acabó en el convento de las Descalzas Reales de Madrid en 1611 y en 1861 el Museo del Prado se hizo con él. Fra Angelico desparece de la escena artística hasta el XVIII, con la entrada de alguna obra suya en los Uffizi que llamó la atención de visitantes extranjeros interesados por los primitivos italianos, expandiendo el interés por su obra a artistas como Ingres, Federico de Madrazo, Overbeck, Ruskin, Degas o Manet.

Fra Angelico muestra una mayor osadía y originalidad en las predelas de los retablos, como en la de San Miguel Arcángel hace que se retiren las aguas del mar para que pase una mujer que ha dado a luz de 1417 en Yale University. Aparte de la predela de La Anunciación del Prado, en esta exposición se pueden ver otras más: Tablas de predela con la leyenda de san Antonio Abad (h. 1430-35), Tablas de predela del retablo de la Coronación de la Virgen o del Paraíso (h. 1435-40) y Tabla de predela del retablo de Perugia (h. 1437-38). En ellas experimenta con nuevas ideas y desarrolla con rápidas pinceladas sus historias con personajes llenos de expresividad.

La respuesta de Angelico al nuevo estilo de pintura introducido por Masaccio fue, como argumentó Roberto Longhi, más inteligente y más profundo que el de cualquier otro maestro de su generación. Las innovaciones de Masaccio como la construcción de un espacio pictórico creíble y la racionalización de los efectos de la luz en el modelado, Angelico las comprendió intuitivamente y las adoptó como refinamientos de sus propios experimentos. Otros aspectos del arte de Masaccio, como la monumentalidad escultórica de sus figuras (derivadas quizás de su asociación con Donatello), o la simplicidad reductora de su paleta, Angelico se acercó con mayor escepticismo, jugando brevemente con algunas de sus implicaciones sin abandonar por completo su propia predilección por las superficies descriptivas y la verosimilitud textural, más en consonancia con su formación anterior en la órbita de Lorenzo Ghiberthi y su admiración por Gentile da Fabriano. En obras como La Coronación de la Vigen (h. 1429-31), la delicadeza innata de la visión de Angelico se combina con las aspiraciones monumentales para producir imágenes de gran serenidad clasicista.

Después de la muerte de Masaccio en 1428 en Roma, ningún pintor florentino podría impugnar seriamente el dominio de Angelico en el campo pictórico hasta la maduración de Filippo Lippi como maestro independiente hacia el final de la siguiente década (en la exposición se puede ver La Virgen y el Niño con santos y ángeles, de 1430-35). Este período de aproximadamente diez años vio la producción por Fra Angelico de un retablo mayor casi todos los años, junto con una producción de obras devocionales más pequeñas (como el díptico expuesto de 1430, con las tablas separadas una en Detroit y otra Delaware), así como varias comisiones de frescos de las cuales era responsable total o parcialmente. También fue en este momento cuando se dieron a conocer en sus obras los primeros indicios de la colaboración de los asistentes, aunque fue solo a mediados de la década de 1430 cuando confió en ellos para realizar contribuciones sustanciales a sus pinturas, en algunos casos, si bien Angelico nunca descendió al nivel de la invención de fórmulas en aras de una mayor productividad.

El primer ejemplo, y quizás el más grande, es el famoso retablo  de La Anunciación (que no figura en esta muestra), pintado para la iglesia de San Domenico en Cortona, probablemente ejecutado alrededor de 1430-31. Allí, toda la sutileza y sofisticación pictórica de la Anunciación del Prado de Angelico de cinco años antes se acentúa y se vuelve más urgente y dramáticamente expresiva como resultado de la influencia de Masaccio. Sin embargo, a pesar del virtuosismo técnico de su ejecución, esta pintura revela los primeros vestigios de la confianza de Angelico en el trabajo de los asistentes. La resolución incierta de las elipses que definen las bases de las columnas del pórtico en las que se establece la Anunciación no se debe al propio Angelico, y las escenas en las bases de predela y pilastra del retablo son en gran parte los esfuerzos de un asistente, que posiblemente sea identificable con el joven Zanobi Strozzi. Es probable que Angelico estuviera dispuesto a conceder un papel tan importante en la ejecución de esta pintura a su estudio porque el trabajo no estaba destinado a un patrón florentino.

En el último periodo (1433-55) de Angelico podemos destacar que su experiencia en Fiésole (de donde procede nuestro retablo) y Cortona, le sirvió para acometer los frescos en el convento de San Marco, donde tuvo que adaptarse a un vocabulario nuevo por el formato y tamaño impuesto por las celdas de los dormitorios. El contraste entre la estética de los frescos de San Marco y los excesos decorativos, casi irreverentes, de los frescos posteriores de Angelico en la Capilla Niccolina en el Vaticano (1447-48) difícilmente podría ser más exagerado, pero los principios de composición que subyacen a estas dos series dispares, así como la mayoría de las últimas pinturas de Angelico, son fundamentalmente las mismas.

Los últimos doce años de su vida constituyen un período verdaderamente peripatético de la carrera de Angelico, entre Fiésole, Roma, Orvieto, Florencia y en 1453 en Roma una vez más, donde murió el 18 de febrero de 1455. La estancia en Roma está marcada por su actividad con Nicolás V, y los cuatro ciclos que debió realizar en su estancia allí, del que solo queda lo realizado para la capilla personal del papa, la pequeña capilla Niccolina, con historias de san Esteban y san Lorenzo, diáconos de la iglesia primitiva y ejecutadas con ayuda de Benozzo Gozzoli y otros artistas. En Roma, Angelico asimilo la atmósfera humanista y los ambientes arquitectónicos de fuerte impronta clásica que se deben a Alberti amigo de Nicolás V, que mezcla con la sutileza de su expresión pictórica, con efectos de preciosismo luminoso insólito hasta entonces en los frescos.

Las máximas tomistas serían incorporadas por Fra Angelico a través de Antonino Pierozzi que lo formó durante su noviciado: integritas, proportio, claritas y eutrapelia (perfección, proporción, luminosidad y alegría). Pierozzi pensaba que la expresión artística era capaz de transformar un texto en expresión visual, lo que aprovechamos nosotros para relacionarlo con la poesía de Dante, cuyo sistema presenta una estructura doctrinal modelada sobre el pensamiento de santo Tomás, al que el poeta cita en varios cantos. Dante es posible que conociera a Giotto cuando éste pintaba, sotto le stelle, la Capilla Scovegni en Padua, y apreciara su obra con un punto más de detalle, pues parece ser que el poeta era también un buen dibujante. Giotto le sirvió a Fra Angelico para resolver problemas de composición; aparte de citarlo en el Purgatorio (XI, 95), otra concomitancia podríamos verla en que la acción de la Comedia se iniciaría un 25 de marzo, fiesta de la Anunciación y pintura que celebramos, que hasta 1611 estuvo en San Domenico de Fiésole, colina a cuyos pies nació Dante (Paraíso, VI, 53). Además, el gran poema mantiene el criterio de la vanidad de la gloria y según José María Micó, diseña “un mundo imaginado y onírico que era el trasunto de otras realidades, naturales, teológicas y simbólicas”.


   “Y uno de aquellos soles dijo: ‘Como
el rayo de la gracia en que se enciende
el verdadero amor que crece amando,
   multiplicado resplandece en ti
y te conduce por aquella escala
que todo el que desciende a ascender vuelve,
   quien te negase el vino de su jarra
para tu sed, nunca sería libre,
como agua que al mar nunca llegase”.

   E dentro a l’un senti’ cominciar: “Quando
lo raggio de la grazia, onde s’accende
verace amore e che poi cresce amando,
   multiplicato in te tanto resplende,
che ti conduce su per quella scala
u’ sanza risalir nessun discende;
   qual ti negasse il vin de la sua fiala
per la tua sete, in libertà non fora
se nom com’ acqua ch’al mar non si cala.








BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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Acantilado, 2018. (Cita del prólogo, pg. 28; del fragmento del poema, pg. 627, Paraíso, X, 81-90).
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--- exposición Fra Angelico. New York, The Metropolitan Museum of Art, 2005.
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    Cultura Económica, 1946.
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