viernes, 28 de febrero de 2014

CÉZANNE site/non-site

La trayectoria artística de Paul Cézanne arranca, por así decir, en una finca campestre, a las afueras de Aix-en-Provence, llamada Jas de Bouffan (Casa del Viento), donde logra montar un estudio y realizar unos frescos sobre las estaciones. Del contacto con la naturaleza hará un microcosmos del que no se desprenderá y un motivo sobre el que irá evolucionando. A modo de pinceladas biográficas breves: aprendizaje en la Académie Suisse y en el Louvre; amistad-enemistad con Zola y sus numerosos rechazos en el Salon. Asimismo sus contactos impresionistas y la ejecución directa del motivo con Pissarro, hasta que en 1881 encuentra su propio estilo. En 1882 tendrá su admisión en el Salon como discípulo de Guillemet y en 1895 la gran exposición con Vollard en París que le consagra de cara a los artistas, aunque no hacia el público. Ya en 1904, establecido en Aix tendrá encuentros con jóvenes que admiran su arte y en ese año a raíz de su exposición en el Salón de Otoño comienza su influencia en la pintura del siglo XX y especialmente en las denominadas vanguardias históricas. Para más detalle:

Con el subtítulo de la exposición se recoge una “Teoría provisional de non-sites” de Robert Smithson, a nuestro entender una metáfora dimensional donde extender diferencias y aproximaciones entre el mapa y el territorio. Una metafísica dualista de oposiciones deudoras al estilo de Merleau-Ponty, un tropo del lenguaje para entender la mirada. Smithson, como hiciera Cézanne, se aleja de la mimesis y se acerca esa naturaleza originaria no a interpretar la perspectiva geométrica, sino a intervenir en una perspectiva vivida, vivir en la geometría.

La muestra se inicia con Retrato de un campesino (1905-1906), único “retrato” de la exposición y última de sus obras, según el relato de su marchante Ambroise Vollard. Su trabajo es lento y no siempre firma, de ahí cierta dificultad en las dataciones. Este retrato enlaza estilísticamente con la serie de seis del mismo tema, donde el jardinero Vallier figura con las manos y piernas cruzadas (en Chemin des Lauves, en una colina cerca de Aix, donde montó un espacioso estudio es donde el jardinero posaba). Esta asiduidad hace especular que fuera él, si bien el rostro sin definir nos puede inclinar por el non finito (hay zonas sin capa de pintura en el rostro, las manos y la servilleta o pañuelo) o hacia la irrelevancia de la identidad. Asimismo se puede pensar en un autorretrato, ya que cuando el jardinero no podía acudir al trabajo, el propio Cézanne, vistiéndose para la ocasión, le sustituía como modelo. La frontalidad en la pose, el fuerte juego de verticales y horizontales que estructuran la composición y la vestimenta camuflada entre el paisaje hace que el fondo se haga figura, ¿o quizá sea al revés? (site/non site).

Su contacto con Pissarro facilita el paso de una pintura subjetiva (su periodo “romántico” donde la devoción por Manet le lleva a sus dos versiones de Olympia) a otra donde aparece su rigor geométrico y su punto de vista alto en los paisajes, que parece encerrar un mundo entre dos fronteras. Pissarro compartió con Cézanne, en su casa de Pontoise, en el valle del Oise, su manera de aprovechar los tres pigmentos fundamentales (rojo, amarillo y azul) y sus combinaciones, su gradación y contrastes en plena observación de la naturaleza: El camino del bosque (1870-1871), una senda poblada de pinos y un colorido lleno de contrastes con su juego de luz y sombras que dan una gran fuerza expresiva. Sus paisajes de Auvers tienen una luminosidad clara y armoniosa, estructuras geométricas con formas y volúmenes que no se disuelven en la atmósfera. Cuando un grupo de artistas de Aix le invitó a que expusiera con ellos en 1902 y nuevamente en 1906, Cézanne añadió junto a su nombre: alumno de Pissarro.

Desde su juventud y siempre que estuvo en Aix recorrió una y otra vez sus caminos con su caja de colores. Si bien estos paisajes se ponen en relación con la pintura holandesa del XVII (así como los manteles que cubren las generosas “mesas” o bodegones), en los holandeses encontramos un camino que lleva a la mirada a un destino. En Cézane (Curva del camino en el bosque, c. 1873-1875) parecen un camino de cierre, un límite sin posibilidad de regreso, una variante angustiada de los caminos de Pissarro, vistos recientemente en el mismo museo. De ahí, lo que nos dice en el catálogo el comisario de la muestra, Guillermo Solana: “Para ordenar sus impresiones del aire libre, el pintor las somete a la estructura cúbica del interior, con sus coordenadas verticales y horizontales, que simbolizan el control racional del sujeto sobre la naturaleza. El recuerdo del ámbito construido y cerrado del atelier determina el paisaje cézanniano de un extremo a otro. Detrás de cada vuelta del camino, en cada cielo de fondo, nos encontramos la pared del estudio.”

La luz de Provenza sumerge al paisaje en una coloración intensa, saturada, debido al potente sol, el cielo bajo y la atmósfera clara, solo enturbiada por la neblina del mediodía. En l’Estaque hay poca variación entre estaciones y la luz permanece muy uniforme a lo largo del año. En esta zona, con el azul intenso del mar, la luz parece emanar de los propios objetos descomponiendo el paisaje en un conglomerado de manchas de color como lugares de calma. Para Cézanne la luz, si bien no puede reproducirse, sí puede representarse con colores. Él refleja la luz con intensidad de color, no con mayor claridad, con una pincelada corta para los motivos vegetales y otra más amplia para los rocosos, con contrastes cromáticos para estructurar el cuadro (el azul da profundidad y altura, hace sentir el aire). Paulatinamente va separando línea de contorno y color, disociándolos, e inicia el periodo constructivo donde prescinde de lo anecdótico para llegar a formas geométricas fundamentales (cilindro, esfera, cono) con los colores como elemento primordial constitutivo de la imagen, combinándolos determina la forma.

El tema de “bañistas” comenzó en los sesenta, con una forma más provocativa que los presentados en los últimos años. Lo inicia por su admiración a los clásicos, con escenas arcádicas que buscasen una armonía entre el hombre y la naturaleza. Aspira al clasicismo de Poussin, para ello recurre a sus antiguos dibujos de la Académie Suisse y de sus visitas al Louvre donde dibujaba obras de Delacroix, Rubens, Rafael, Veronés o Miguel Ángel. Pudoroso hasta el extremo ante el sexo femenino, no suele juntar mujeres y hombres desnudos, ni desvestía a modelos en estudio, las imaginaba (“... la inteligencia olvida, la imaginación no olvida nunca.” Peter Handke, La doctrina del Sainte-Victoire. Madrid, Alianza, 1985, pg.79).

Bañistas descansando (1875-78) podría resultar un estudio de posturas donde destaca una tomada de los esclavos de Miguel Ángel, con una distribución a modo de friso (o de columnata, como nos indica Guillermo Solana) y con los árboles erguidos (los castaños eran sus más queridos) acompasando las figuras masculinas. No están en la exposición sus famosas bañistas (no hay ninguna figura de mujer, como si el comisario hubiera querido – site/non-site – marcar suavemente una cierta misoginia del artista), donde hubiéramos podido contrastar otra forma de árboles, como arcos apuntados, y ellas distribuidas en triángulo.

Hay una corriente interpretativa que vincula bañistas y naturalezas muertas en relación al paisaje. El paisaje provenzal es el que más le cautiva, fue tanto su afán de conquista de la montaña Sainte-Victoire que podemos reconocer su silueta en los desbaratados manteles de los bodegones, distribuyendo manzanas y melocotones como árboles y arbustos, como bañistas. A este respecto, donde la potencia de la imaginación necesita de empuje, podemos recodar a Cennino Cennini: “Si quieres conseguir buenas imágenes de montañas y que parezcan reales, coge piedras grandes que sean escabrosas y sin pulir y cópialas del natural, dando las luces y las sombras, tal como te dicte tu buen sentido.” (El libro del Arte. Akal, 1988, pg. 133). Asimismo Leonardo nos invita a ver en las manchas de los muros diferentes composiciones: batallas, bajíos, mares, nubes, bosques; a estimular el ingenio a varias invenciones: “si observas algunos muros sucios de manchas o construidos con piedras dispares y te das a inventar escenas, allí podrás ver la imagen de distintos paisajes, hermoseados con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, grandes valles y colinas de todas clases”. (Leonardo da Vinci, Tratado de pintura. Edición de Ángel González García. Akal, 1998 pgs. 362-364). Quizá por ese “coger” la forma de Cennini, esa evidencia del volumen, seguimos encuadrando la pintura dentro de las artes plásticas (plastiké) por su facilidad para ser moldeable, que aprecia también Peter Handke cuando hablando de Cezánne pasa de las tentaciones de San Antonio a las manzanas y las rocas: “Lo real era entonces la forma alcanzada; la forma que no lamenta la desaparición de las cosas en los avatares de la historia, sino que transmite un ser en paz.” (Op. cit., pg. 20).

Lionello Venturi ve los bodegones de Cézanne como un pretexto formal, sin implicación filosófica, y la exposición explica esta disposición de objetos: la montaña en el bodegón y las manzanas como piedras. De ahí, nos dice Rilke, que sus manzanas sean para ser vistas, no degustadas. Se han transformado en otra cosa, indestructibles en su pertinaz presencia (R.M. Rilke, Cartas sobre Cézanne. Barcelona, Paidós, 1985, pg. 30-32). Elementos paisajísticos conformando sus naturalezas muertas y esquemas compositivos de las naturalezas muertas llevadas a los paisajes. El aparador (1877-79), las cosas parecen unas encimas de otras, como en las alacenas o apiladas en las estanterías, en capas, aplicando la bidimensionalidad a las naturalezas muertas.

Contornos de mesa rotos, asimetría vasijas, fruteros levantados hacia el plano de la tela (construcción table-top) como visiones sucesivas de un mismo objeto desde distintos enfoques fundidas en una sola imagen que equilibre las relaciones en superficie, es lo que incitaría al cubismo. En sus naturalezas muertas, los objetos como representantes del lugar, topos (τόπος) espirituales de la región.  Cézanne sabía de la grande machina de Poussin, donde disponía figuritas en una maqueta para llevarlos a una escala mayor en sus composiciones paisajísticas, él quería vivificar a Poussin al contacto de la naturaleza, resurgir de Poussin en Provenza.

En Jas de Bouffan crea una nueva realidad a base de planos bidimensionales de la imagen, evitando la perspectiva lineal que daría ilusión de tridimensionalidad. Merleau-Ponty nos dice: “… el espacio es la evidencia del dónde” (El ojo y el espíritu. Buenos Aires, Paidós, 1977, París 1960, pg. 36) y Cézanne intenta reproducir el espacio mediante el color solamente, llegando a la estimulación del tacto, a esa visión táctil que se recrea en lo plano y en lo cercano, como nos dice Guillermo Solana en el catálogo de la exposición: “El ideal táctil es el del objeto individual de límites bien definidos y formas geométricas. La manera más directa de alcanzar ese efecto en un paisaje es recurrir a la arquitectura. Por eso buena parte de los paisajes de madurez de Cézanne son paisajes construidos.”


Según nos indica John Rewald (Historia del impresionismo, Barcelona, Seix Barral, 1994, pg. 448) para Cézanne una cuestión principal era encontrar la distancia del cuadro, así sus vistas de Auvers-sur-Oise y l’Estaque con el punto de vista elevado hace que los pueblos aparezcan como una maqueta, esquemas geométricos de poblaciones hasta llegar al paisaje escalonado en Gardanne, que será decisivo en Picasso (Horta del Ebro); Braque (Castillo de La Roche-Guyon, 1909) o Vista de Saint-Paul de Vence de Derain (1910) con sus formas facetadas y geométricas, interpenetración de los planos y densidad en el centro. Maurice Denis, Pierre Bonnard o Edouard Vuillard… Cézanne seducía a todos ellos, admiraban su equilibrio, simplicidad y austeridad, daba una salida a sus preocupaciones de estructuración espacial y reducción de formas a su carácter esencial; volviendo a Rilke: “Da tu belleza siempre, / sin palabras ni cálculos. / Calla. Ella hablará por ti: dirá yo existo. / Y en miles de maneras distintas / acabará por fin llegando a todos”.

lunes, 24 de febrero de 2014

EN RECUERDO DE ANTONIO MACHADO


                               Imágenes, enlaces y recortes de prensa del homenaje. 



Enlace con El País:



Marisa Calvo. Ian Gibson. Pepa Nieto

       
                                          Leonor Machado al terminar unos versos de su tío Antonio



                                         Leonor Machado y Miguel Losada


                                          Leonor flanqueada por Mª Jesús Fuentes y Pepa Nieto



HOMENAJE EN SEGOVIA


En la Casa Museo de Antonio Machado


En el Ayuntamiento

Balcón del Ayuntamiento de Segovia donde un 14 de abril Machado se asomó



Miguel Losada en la Casa Museo


Javier Lostalé


¿En qué pensaba el poeta Cereijo?


Se recitaron versos en la Academia de San Quirce

Sandy García

Marifé Santiago Bolaños

Mª Jesús Fuentes García


Pepa Nieto


Leonor Machado

En la Plaza Mayor junto a la estatua del poeta


Pepa Nieto en el Mirador de la Canaleja, frente a la Casa de los Picos


Enlace con El Norte de Castilla

Enlace con El Adelantado de Segovia:

Enlace con Segovia al día:

RECORTES DE PRENSA
El Norte de Castilla


EL ADELANTADO DE SEGOVIA:










sábado, 15 de febrero de 2014

ARCO POÉTICO




Agradecer a los que acudieron y cuidaron que los versos lanzados no se perdieran en la estrategia del olvido. Y a lo que no pudieron, gracias por el aliento enviado.
La lectura comenzó con el bisturí preciso de José Cereijo un proemio venturoso. Luego los versos se defendieron. Apenas preguntas y Pepa Nieto requirió un último poema que despidiera y que al final dejo. A la tertulia acudieron amigos, amigas fundamentales, parte de la familia, escritoras queridas y admirados poetas: María Antonia Ortega, Javier Lostalé, José Luis Morales, Gracia Iglesias (tantos proyectos siempre al vernos), Paco Caro (salud Latus), Graciela Rodríguez Alonso (escritora y poeta oculta), José Luis Reina Palazón, Miguel Losada, Antonio Machado Sanz (gracias por las fotos), Jesús de la Peña, Francisco de la Torre…

Terminó la tertulia con diferentes vinos, ya fuera de la Biblioteca, llegaron más poemas donde Reina Palazón de memoria recitaba para adivinar y Cereijo acertaba como si estuviera poseído por una audioguía secreta. Se prometen más encuentros. 


                                          José Cereijo, Pepa Nieto, Jesús del Real Amado.
                                       














                                          José Luis Reina Palazón, Paco Caro, Javier Lostalé y José Cereijo.
                                                        En primer plano la madre del poeta invitado con Mercedes Siguero.





                                 Atravieso sueños para estar junto a ti,
                         dúctil el cristal ante las palabras
                         que cruzan sin quebrar la transparencia.
                
                         Viajo por la niebla que levantan
                         los susurros temblorosos en tus despedidas,
                         su eco acompaña la deriva de mis pasos.
               
                        Son más los que te forjan en ausencia,
                        momentos que el ahora fatiga
                        en un segundo, como si no le importase
                        el recorrido que propone tu piel en los encuentros,
                        pertenecen a ese mundo inalcanzable a descripciones
                        atrapados solo en la retina del recuerdo.
               
                        Serán tus manos las que caven surcos en las páginas
                        y un canto atraiga semejantes sueños
                        el abrigo que desvanezca las heladas
                        la lumbre dibujando sombras de tus dedos,
                        un rumor escapa de tus ojos, ahí no caben silencios.