miércoles, 11 de diciembre de 2019

HISTORIA DE DOS PINTORAS: SOFONISBA ANGUISSOLA Y LAVINIA FONTANA



Con esta exposición del Prado podemos seguir ahondando la mirada en la Historia del Arte al tiempo que la ampliamos, haciendo visible lo invisible, como dice la profesora Estrella de Diego, concibiendo a la mujer como sujeto de representación y no como objeto, releyendo los textos clásicos y profundizando en el entramado teórico y conceptual. En este caso, nos puede servir, además, para revelarnos que las reivindicaciones feministas de hoy día, mutatis mutandis, las podemos encontrar, al menos, desde el siglo XV con la Querella de las Mujeres.

Los estereotipos dominantes que representan a la mujer en el arte de nuestro alrededor, se pueden reducir a dos, la maternidad y el objeto erótico. Con la exposición del Prado, se muestra el trabajo de dos mujeres activas, independientes y creadoras, ilustres podríamos decir como las que se incluían por sus propios méritos en el compendio de Boccaccio De claris mulieribus, que seguía la huella de De viris illustribus de Petrarca. Pero la defensa más clara de las mujeres y que corregía el punto de vista de Boccaccio (véase el minucioso trabajo de Ana Vargas), sería Le Livre de la cité des dames, de Christine de Pizan, su texto inauguró, por así decir, la Querelle des Femmes, que aún permanece abierta.

En 1405 Christine de Pizan, considerada la primera escritora profesional europea, publica La ciudad de las damas, una apología de la mujer apoyándose en las figuras heroicas femeninas de la mitología y de la Biblia y en mujeres de la historia y del presente. La principal fuente fue la obra citada de Boccaccio, muy popular a la vista de las ediciones. Pero aquí se presentaba a estas mujeres como casos aislados y excepcionales que corroboraban los prejuicios misóginos. En cambio, Pizan conforma una versión afirmativa de la identidad de la mujer que, a nuestro modo de entender, es la esencia de los estudios que aborden el acercamiento a la historia del arte, en nuestro caso. Hay todo un río subterráneo (Rocio de la Villa) de artistas que debemos hacer manantial.

Cuando Sofonisba Anguissola llega como dama de corte de la reina Isabel de Valois, basándonos en los estudios de Ana Vargas, había desde el siglo anterior (en la corte de Juan II de Castilla, ya están presentes las ideas humanistas), una importante participación de las mujeres en las cortes hispánicas a inicios del XV, a raíz (pero no solo) de la  Querella de las Mujeres, que se inició a finales de la Edad Media, con un importante desarrollo en el siglo XV con el Humanismo, que perdura hasta el XVIII. Esta Querella se centra en un proyecto de igualdad entre mujeres y hombres en aras por reconocer esa igualdad, como es la recuperación de obras realizadas por mujeres y atribuidas a hombres, en el caso Sofonisba, la recuperación de obras suyas atribuidas a Pantoja de la Cruz según modelos de Sánchez Coello. Una recuperación autoral que proporciona un mejor conocimiento del retrato de corte en España, al tiempo que reivindicación cultural, de ahí los numerosos estudios de Maria Kusche para la recuperación de la obra Sofonisba.

El nombre de Sofonisba junto al de su padre Amilcare y su hermano Asdrubale guardan recuerdos con su supuesta ascendencia cartaginesa que trataba de ennoblecer el linaje de la familia, si bien fue Sofonisba con sus dotes pictóricas la que abriría un nuevo horizonte familiar.
Acude al taller de Bernardino Campi (posteriormente al de Bernardino Gatti) junto con su hermana Elena, lo que supone un hecho extraordinario para el decorum de la época que dos mujeres acudieran al taller de un pintor para formarse. Se abre ahí una vía para el resto de las mujeres que vendrán a interesarse en la práctica más allá del diletantismo, y, además, se ennoblece el arte de la pintura gracias a la fama que alcanzó Sofonisba. En 1550 ya era celebrada como una de las más importantes artistas de su tiempo. A su fama contribuyó en buena medida su padre Amilcare, su relevancia facilitó a otras mujeres la práctica artística.
En la etapa previa a su llegada a España, Sofonisba pone el acento en el dibujo, retratos y alguna pintura de carácter devocional, aunque es en el retrato donde evidencia un dominio del trazo que aflore el carácter psicológico del personaje, como podemos ver en Giovanni Battista Caselli, poeta de Cremona (1557-58): Sofonisba refleja al poeta con una expresión intensa, siguiendo las directrices de Giovanni Battista Moroni (h. 1525-1578),  ante una loa a la Virgen que interrumpe para señalarla, al tiempo que nos da cuenta que está escribiendo Rime del Casellio.

Asimismo destacan sus autorretratos que reivindican su condición de pintora, su capacidad creativa. Sus retratos y autorretratos se caracterizan por una cierta modestia indumentaria (con calidad en los tejidos), exceptuando el que le hizo, en 1557, a su madre Bianca Ponzoni, donde trata de resaltar una imagen aristocrática y suntuosa, aunque el cuerpo adolece de pericia técnica y no presenta un aspecto muy agraciado. Esto es una característica en Sofonisba ya que no pudo formarse en el estudio del desnudo. Es su habilidad como retratista lo que aprovecha para compensar su falta de formación también en el estudio de la perspectiva y la recreación espacial, como se observa en Massimiliano Stampa (1557) retrato de cuerpo entero, o las dificultades en la recreación de fondo para el retrato de 1561 de la reina Isabel de Valois.

Conocemos una quincena de autorretratos de Anguissola. Al igual que Alberto Durero, comprendió la peculiar importancia del autorretrato como el género pictórico más adecuado para expresar la propia poética en el arte de la pintura: su mirada directa la afirma como sujeto y como igual. Se autorretrata como noble, tocando la espineta, declarando su procedencia social pero también la hermandad con otras artes, la literatura y la música

Autorretrato tocando la espineta (h. 1556-57): Al no estar firmada ni datada, a mediados del XIX se le atribuyó a Annibale Carracci (1560-1609), hasta que Giovanni Morelli la reatribuyó a Anguissola en 1890.  Según los patrones establecidos por Baldasarre Catiglione en El cortesano (1528), la música y la danza eran virtudes que debían adornar a la mujer ideal en la corte, siempre que no supusieran amenazas a su honestidad. A diferencia de otros instrumentos, los de teclado facilitaban una actitud decorosa, como connota el propio nombre de “virginal” dado habitualmente a los clavecines de la época. Este patrón se repitió después en Lavinia Fontana, Irene di Splimbergo (1540-1559), Marietta Robusti (h. 1554-h. 1590), Isabel Sánchez Coello (564-1612) y sor Estefanía de la Encarnación (1597-1665).

En 1559, Sofonisba realiza un autorretrato que se inscribirá en el nuevo género: el cuadro dentro del cuadro. La pintora se autorretrata y retrata al pintor que supuestamente lo ejecuta. Según el catálogo de la exposición se piensa que se trata de su maestro Bernardino Campi, pero hay otras opiniones que ven en él a Orazio Vecellio, hijo de Tiziano, a quien Anguissola pudo conocer en Milán de viaje a Madrid: la pintura sería el pendant de un intercambio entre pintores, el cuadro Anguissola pintando a Vecellio, desaparecido en el incendio del Alcázar de Madrid. Quizá no fuera solo un juego de amantes novelesco, sino un reto entre pintores en el cual Sofonisba sale como objeto de representación para convertirse en sujeto, reconocida maestra en la tradición pictórica.

La partida de ajedrez (1555): Incide en la formación de las hermanas Anguissola y en la complicidad familiar, representación de los “motti dell’animo”, término de Flavio Caroli, y que repetirá en dibujos enviados por su padre a Miguel Ángel, entre ellos, Vieja que estudia el alfabeto y que provoca la risa de una joven (único dibujo en esta exposición, de su muy reducido catálogo gráfico). La partida de ajedrez recrea materiales del bordado, una actividad que no pasó del ámbito doméstico, no alcanzó el discurso que rodeaba a la pintura o a la literatura, pero que servía, según ciertos relatos, para pasar del bordado a la pintura y seguir con otras artes. Aunque esta obra se encuentre inacabada, se considera la creación más ambiciosa de Sofonisba. Protagonizado por su padre y su hermana Minerva es su obra de mayor formato de autoría confirmada, el único que reproduce un grupo de figuras y el único que las presenta al aire libre. La obra estaba en su casa (y estudio) y allí la vio Giorgio Vasari en 1566. Las palabras de la inscripción “EX VERA EFIGIE” implican que la artista basó la tela en bocetos anteriores. El paisaje de fondo, se basa en modelos clásicos de retratos de corte más tempranos. Generalmente se identifica a sus hermanas, de izquierda a derecha: Lucia, Europa y Minerva, posando con la ancilla o sirvienta de la familia.

Retrato de familia (h. 1558): Composición que se apoya en la gestualidad de los personajes. Resalta la mirada al espectador del padre Amilcare Anguissola; Minerva a la izquierda y Asdrubale a la derecha. El paisaje de fondo es un tanto idílico, enriquecido por tonalidades azuladas. Al estar sin concluir, y siguiendo el catálogo de la exposición, nos permite saber su modo de pintar, a base de diversas capas de preparación y de campos cromáticos que luego remata en superficie de manera minuciosa, combinando el modelado esmaltado de las carnaciones en los rostros con toques caligráficos de pincel para concretar los cabellos, las joyas o los bordados de la indumentaria.

A lo largo de los años cincuenta creció el interés por las obras de Sofonisba, hasta que llegó a ser dama de corte de Isabel de Valois, alcanzando así los Anguissola-Ponzoni el centro político del imperio. Asimismo, Vasari la incorporó a las Vite, acaso por el interés de Miguel Ángel y el rey de España. Vasari menciona una quincena de mujeres entre 160 artistas, entre ellas Properzia de’ Rossi, escultora boloñesa donde contó con un régimen diverso para gremios y oficios entre los que abundaron artistas mujeres y también asistieron desde la Edad Media, mujeres a su famosa universidad (véase el artículo de Alicia I. Palermo) quizá famosa por esto mismo. Otra artista boloñesa a destacar sería Elisabetta Sirani (1638-1665), de enorme originalidad de la que el Museo del Prado guarda un par de dibujos. Vasari lamenta la injusticia hecha con Properzia de’ Rossi, que fue rechazada por su amante, y murió en un hospicio para indigentes el día en que el Papa Clemente VII quería conocerla, según Caroline Murphy. Para los boloñeses del siglo XVII, Elisabetta Sirani fue otra heroína. Su padre Andrea la mantuvo en la pobreza al tomar todas las ganancias de su trabajo, dejándola pintar cuadros en secreto para permitirse un pequeño ingreso extra. Cuando murió misteriosamente a la edad de veintisiete años, su familia, indignada por esta fuente de apoyo que se les estaba quitando, sometió a su criada a juicio por haberla envenenado.

Sofonisba Anguissola en la corte de Felipe II

La misión principal de Sofonisba fue iniciar a la reina en el arte de la pintura, aunque también se dedicó a pintar sus propios cuadros, especialmente retratos de la familia real. Al incorporarse a la corte española se encontró con el reconocimiento artístico y económico, pero se limitó su libre creación, en tanto debía ajustarse a los modelos de la retratística de la corte. Permaneció junto a Isabel de Valois hasta la muerte de ésta en 1568. Solo un puñado de jóvenes de las más notables familias francesas y españolas alcanzó esa influyente y representativa posición, lo que da buena cuenta de la relevancia alcanzada por Sofonisba.

En la corte española se encontró con el principal retratista que era Alonso Sánchez Coello que colaboró con Sofonisba para adaptar su estilo italiano al gusto español. También coincidió brevemente con Antonio Moro y algo más con Joris van der Straeten. La falta de documentación relativa a la actividad de Sofonisba durante el periodo que estuvo en la corte española y el hecho que no firmara sus obras que realizó en España, hace que la autoría de sus pinturas vaya cambiando, siendo Alonso Sánchez Coello el mayor beneficiado. Hay que tener en cuenta que comparten momento histórico y lugar geográfico, que ambos trabajaban con semejantes materiales y no sabemos que Sofonisba dispusiera de espacio para su propio obrador dentro del Alcázar, por lo que recurriría al taller de Sánchez Coello para que le suministrara las telas con la capa de preparación ya extendida y seca para pintar directamente.

Alonso Sánchez Coello, pintor de cámara de Felipe II, definió el retrato del rey y su familia estableciendo unas convenciones que mostraban los rasgos físicos, pero también un carácter dinástico: distancia, quietud y severidad. Sus retratos siguen indirectamente el estilo de Tiziano, destacando el detallismo de los trajes y la capacidad de penetración en la psicología del modelo. Sofonisba mantuvo esas fórmulas, pero lo atemperó con una atmosfera tamizada en la que los contornos de las figuras se suavizan. Sofonisba retrata a Felipe II y a su cuarta mujer, Ana de Austria, también a sus hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Los retratos de Felipe II y Ana de Austria, tras los estudios técnicos, reflejan que fueron pintados a la vez en 1573, concebidos desde el inicio como pareja como indica, entre otras, la simetría en la disposición de sus manos. Felipe II (h.1573): Lo retrata Sofonisba justo antes de abandonar la corte española, con la indumentaria negra que solía vestir a diario. Nos los muestra así, en la intimidad, como el de la reina Ana de Austria (h. 1573), también con el traje de diario y sin joyas.

A lo largo de su vida estuvo en contacto con artistas relevantes de su época, incluso sus retratos fueron emulados por Caravaggio y copiados por Rubens. Con la muerte de Isabel de Valois, el paso siguiente de Sofonisba hubiera sido casarse o profesar en religión, como así mandaba el protocolo. En cambio, Sofonisba insistió en seguir con su profesión de pintora y partir hacia Italia. Volvió a ser dama de la nueva reina Ana de Austria y tras encontrarle un candidato idóneo, el 5 de junio de 1573 se casó por poderes en el Alcázar de Madrid con Fabrizio de Moncada. Abandonó la corte en verano de 1573 y en octubre ya se encontraba en Palermo con su marido. Aquí no rompe con la corte española pues Sicilia era un reino de la Monarquía Hispánica, realizando algún cuadro y sustituyendo como gobernadora en ausencia de su marido. Enviudó en 1578 y decidió regresar a su Lombardía natal, encontrando en el camino a Orazio Lomellini, su segundo marido y pasaron a residir en Génova. Ella firmaría algunos cuadros con este apellido. A partir de 1615 y hasta su muerte residió en Palermo, allí se produjo el encuentro con Antonio van Dyck, uno de los pintores más precoces y exitosos de inicios del XVII. Se enmarca en el viaje a Italia que Van Dyck realizó para tomar contacto con el arte de la Antigüedad y del Renacimiento y que irá anotando y dibujando en su Cuaderno italiano. En él encontramos que el 12 de julio de 1624 visita a Sofonisba Anguissola en Palermo y contiene un retrato de ella a los 96 años de edad (dice Van Dyck, aunque no era verdad, se llevaban unos sesenta años), donde elogia su saber, amabilidad y perspicacia.

Lavinia Fontana, pintora famosa de Bolonia

Siguiendo a Caroline Murphy, Fontana puede ser considerada la primera mujer realmente profesional, no solo en Italia, sino en Europa occidental. Sería la primera mujer en ser titular de su propio taller, donde amplió los géneros considerados femeninos (bodegón, miniaturas y pequeños retratos), abordando grandes cuadros de altar, paisajes y representaciones mitológicas con desnudos, algo extraordinario para las pintoras. En su ciudad natal, recibió los mismos tipos de encargos que obtuvieron sus colegas varones: produjo retratos de miembros prominentes de la sociedad boloñesa, pintó pequeñas obras devocionales privadas y retablos de gran escala para iglesias y cofradías. También ejecutó pinturas que representan temas mitológicos y, al hacerlo, Fontana parece haber sido la primera artista femenina moderna en pintar desnudos femeninos. Su obra constituye un corpus extremadamente grande y variado por el cual fue ampliamente reconocida en su propio tiempo. De hecho, su propio éxito, señala Murphy, probablemente haya contribuido a esta falta de consideración, por historiadores posteriores.

Los nombres de los patrocinadores de Lavinia proporcionados por los textos existentes indican que ella estableció una amplia base de clientes en Bolonia: eruditos, clérigos, el patriciado boloñés, en particular mujeres nobles. Hay una escasez de contratos formales entre Lavinia y sus patrocinadores (probablemente la mayoría de sus acuerdos fueron verbales), pero se puede obtener información de las familias para las que trabajó, sus gustos y sus conexiones a partir de la interpretación de una variedad de documentos como archivos familiares, testamentos, inventarios, libros de cuentas…

La carrera de Lavinia Fontana, como la de la mayoría de las mujeres artistas, fue una carrera de obstáculos. Los inicios de su aprendizaje fueron con su padre que poseía taller y veía en su hija la prolongación del mismo y el sustento familiar. La consideración financiera indudablemente motivó a muchos de estos padres artistas a enseñar a sus hijas a pintar. Si una hija mostraba algo de talento, no había razón por la cual no debería ser empleada como un par de manos extra en un taller familiar (no se tiene idea de cuántas mujeres anónimas realmente trabajaron de esta forma).

Vasari, en su edición de 1568 de sus Vite, menciona las habilidades artísticas de Barbara Longhi, que era un año más joven que Lavinia, pero Lavinia no encuentra mención en este texto. Como Vasari conocía muy bien a Prospero Fontana, parece probable que, si Lavinia hubiera estado practicando como pintora, lo habría sabido. Todo apunta a un debut público tardío como pintora. Según Carlo Cesare Malvasia (el “Vasari” boloñés), la casa de los Fontana se convirtió en un centro de discusión intelectual, cultural y artística donde aquellos con intereses en estas áreas se reunieron y fueron entretenidos por Próspero, siendo el anfitrión de una especie de salón, una pequeña república del aprendizaje y las artes en Bolonia. A mediados del siglo XVI en Bolonia, el estatus del artista no era tan elevado como en Florencia, Roma o Venecia; los pintores todavía pertenecían al mismo gremio que los fabricantes de sillas de montar y espadas y, por lo tanto, todavía se los consideraba artesanos. Próspero aspiraba a la igualdad con hombres de letras, altos eclesiásticos, científicos y nobles. Consciente del estatus, inicialmente no preparó a su hija como pintora profesional.

La elección del nombre Lavinia es digna de mención, estaba de moda que las clases altas dieran a sus hijos nombres de origen romano, probablemente para distinguirlos de los niños de clase baja a quienes generalmente se les daba nombres de origen cristiano. Lavinia, el nombre de la matrona romana que murió por defender su castidad, era un nombre popular entre las clases altas en la Italia del siglo XVI. Fue el nombre que Tiziano le dio a su hija menor, Próspero pudo haber copiado conscientemente al artista cuyo éxito y estatus fueron envidiados por cada pintor.

Los primeros trabajos de Lavinia deben haber sido vendidos por su padre a sus propios patrocinadores o fueron regalados con la expectativa de promocionar su trabajo y procurar más encargos. Ella enfatizó su condición de hija de su padre al firmar algunas de sus obras Lavinia Prospero Fontana Filia. Sin embargo, Lavinia, incluso en sus primeros trabajos, nunca fue una servil imitadora del estilo de su padre, desde el comienzo de lo que puede considerarse su carrera profesional, miró más allá de los pintores que le habían influenciado para encontrar sus propias fuentes de inspiración.

Ella tenía un interés mucho mayor en crear narrativas dentro de sus imágenes que su padre, era mucho más hija de la Contrarreforma y desde la adolescencia había escuchado al obispo Paleotti dar sermones (o tal vez un discurso sobre el tema en su propia casa) sobre la importancia de la pintura religiosa en la formación cristiana. De ahí que su desarrollo como pintora coexistiera con la percepción que la misión de la pintura religiosa era enseñar y acercar a los espectadores a Dios. Cualesquiera que sean las imperfecciones técnicas de los primeros trabajos de Lavinia, sus imágenes nunca pueden describirse como carentes de emoción y contenido espiritual.

Al tiempo, también se muestra como una de las primeras pintoras boloñesas en reflejar y adaptar la dulzura y la suavidad de Federico Barocci, otro pintor cuyo trabajo fue accesible en Bolonia a través de grabados y que puede considerarse el primer pintor italiano en reflejar estilísticamente ideales de Contrarreforma en la pintura.

Los primeros trabajos de Lavinia Fontana dan fe de la creciente competencia y la ampliación de los contactos, pero su condición de soltera, particularmente a medida que su padre avanzó en años, amenazaba con ser un factor limitante. Para explotar sus capacidades al máximo, en particular como retratista, necesitaba poder comunicarse con los clientes de forma individual, para discutir con los académicos o la nobleza lo que querían que mostraran sus retratos y poder explorar la fisonomía de la cara de un hombre sin ser acusada de deshonestidad. La familia Fontana sabría por el ejemplo de Properzia de Rossi lo que podría sucederle a una mujer artista sin reputación, o la protección que podría derivarse de un esposo.

También estaba la cuestión de la negociación de crédito y el complicado negocio financiero que solo podía hacer un hombre, ya que las mujeres estaban excluidas legalmente de tales negociaciones. Próspero no podría acompañar o supervisar a Lavinia el resto de su vida. Para mantener su reputación, expandir su negocio y así subir el siguiente peldaño de la escalera del éxito, Lavinia necesitaba un esposo, pero su padre la necesitaba a ella, con lo cual llegó a un acuerdo, un tanto peculiar para la época, permanecerían en casa del padre hasta que éste muriera.

Autorretrato en el estudio (1579): Autorretrato sobre cobre, realizado para la colección del dominico español Alfonso Chacón (1530-1599). Todo el mundo de la artista se condensa en esta obra concebida como un certificado de profesionalidad, cimentada en el clasicismo y en lo contemporáneo, colocándose en el mismo nivel que sus colegas masculinos. Firma “LAVINIA FONTANA [DE] TAPPII [ZAPPIS]”, que adoptó después de casarse. El cobre era el soporte que generalmente se usaba para pintar retratos en miniatura y a fines del siglo XVI se usaba cada vez más para pequeñas pinturas religiosas, que habían sido popularizadas por pintores como Marcello Venusti en Roma. El cobre era un material relativamente caro, su uso habría aumentado el precio, que Lavinia lo haya usado en este momento es un indicador de la riqueza de sus clientes.

En 1604, Lavinia Fontana, junto con su esposo Gian Paolo Zappi, su madre octogenaria y sus cuatro hijos sobrevivientes, salieron de Bolonia hacia Roma. Ella nunca volvería, había sido invitada a mudarse allí en 1600 por Girolamo Bernerio, cardenal d'Ascoli, para quien entre 1598 y 1599 había pintado la Visión de San Jacinto para su capilla en la iglesia de Santa Sabina en Roma. Ella continuó estando asociada con el cardenal d'Ascoli, vivió en el palacio del cardenal d'Este por un tiempo y la familia Borghese, el papa Pablo V y su sobrino Scipione también estaban entre sus patrocinadores.

La muerte de su hija de catorce años, Laudomia, dejó a Lavinia devastada y nunca se recuperó de su dolor. Dado que Laudomia murió en 1605, los últimos nueve años de la vida de Lavinia deben haber pasado en una gran angustia mental y dolor físico. En una carta fechada en 1609, escribió sobre sus "manos rotas", sugiriendo que tal vez era artrítica. Ella continuó trabajando hasta su muerte en 1614.

Lo más importante de todo es que atendió las necesidades artísticas de la nobleza boloñesa y las de sus familias, de hecho, cuando las familias para las que trabajaba murieron o cayeron en tiempos difíciles, sus colecciones de pintura se vendieron en toda Europa. Todavía están surgiendo pinturas atribuibles a ella y, sin duda, según Murphy, aún quedan por descubrir.

Para sus composiciones sedentes retomó la fórmula Passerotti (el más notable retratista boloñés) que había influido en el resto de los pintores de Bolonia, así lo vemos en Autorretrato tocando la espineta (1577), en Retrato de caballero (Senador Orsini) (h. 1577-79) o Retrato de familia (1595-1603). En Autorretrato con espineta se aprecia un caballete al fondo, que indica un espacio hermanado en artes, semejante a lo que hizo Sofonisba. También sigue la fórmula de ésta en la que se califica de virgo (doncella) y añade al suyo el nombre de su padre. Quizá el antecedente más inmediato sea la artista flamenca Caterina van Hemessen (1528-después de 1587) que se había representado delante de un caballete y también retrató a otra mujer ante un teclado. En ambos cuadros se asocia la pintura y la música como en las obras de Sofonisba y Lavinia. Según se indica en el catálogo, no se conoce “ningún artista varón que antes de la década de 1590 pintara un autorretrato independiente tocando un instrumento musical”. A grandes rasgos podemos decir que la división de las artes provocaba que dedicarse a una de las bellas artes, excluía dedicarse a otra también, conservando una cierta jerarquía y orden social y artístico. En estas tres autoras, las artes se hermanan (no solo en la teoría –paragoni- como podía hacer Leonardo), extendiendo una sensibilidad semejante que decía que si habían aprendido a tocar o escribir, también podrían pintar.

En 1589 Lavinia era ya una artista de prestigio, trabajaba tanto en su ciudad, Bolonia, como en Florencia y Roma. De familia reconocida en la sociedad intelectual boloñesa que contaba con la influyente universidad. Ella nunca estableció el tipo de escuela para mujeres artistas que Elisabetta Sirani dirigió durante un período de su breve vida, pero su éxito fue seguramente un modelo al que aspiraban las numerosas mujeres pintoras de Bolonia del siglo XVII. Después de todo, Lavinia Fontana fue la primera en demostrar que las mujeres podían ganar, no solo el reconocimiento como pintoras, sino el tipo de éxito mundano que anteriormente había sido el único territorio de los hombres y que lo hizo sin registro dentro de las paredes del convento, o atado por los alrededores de una corte. Que lo hiciera mientras cumplía sus "deberes" como esposa y madre (dio a luz once hijos entre 1578 y 1595) la hace aún más extraordinaria.

La mayor confirmación del lugar de Lavinia en Bolonia la proporciona el conjunto de San Domenico, en ella trabajará junto a Denys Calvaert, Bartolome Cesi (1556-1629), Ludovico Carracci (que había asistido al taller de su padre Prospero), Guido Reni, Francesco Albani (1578-1660) y el Domenichino (1581-1641). En las quince pequeñas pinturas que representan los misterios del Rosario, se han distinguido las manos de Lavinia Fontana.

Lavinia Fontana nunca se trasladó a España, si bien envió a Felipe II uno de sus más celebrados cuadros La Virgen del Silencio (1589). Probablemente el cuadro llegaría por la relación de Lavinia con eruditos romanos bien relacionados con la corte española y la fama de gran coleccionista de Felipe II y el monasterio escurialense. Su virtuosismo técnico y su claridad expositiva contribuyen a la emoción del creyente.

Lavinia Fontana y la pintura mitológica

Lavinia Fontana fue la primera mujer que tuvo a su cargo un taller de pintura, lo que le permitió alcanzar géneros que estaban vetados para las mujeres, así las composiciones mitológicas donde se adentraba en la representación del desnudo. Tanto su padre como el conjunto de pintores asentados en Bolonia, véase Denys Calvaert (h. 1540 – 1619), Lortenzo Sabatini (h. 1530-1576) fueron la base para la expresión de un refinado cosmopolitismo tardomanierista, el enriquecimiento de detalles y su fuerte capacidad de invención.

En Bolonia había una clientela culta y sin prejuicios que gustaba de temas mitológicos Lavinia, además, imprimía un cierto componente erótico en sus desnudos, añadiendo detalles ornamentales que resaltasen la calidez de la piel como en Galatea con amorcillos (h.1590). La condena del desnudo decretada por el Concilio de Trento no impide que numerosos artistas se dediquen a este tema en obras destinadas a una clientela privada, es el caso de Bartolome Passerotti (1529-2592) o Lorenzo Sabatini. Lavinia es autora de refinadas telas en las que el tema mitológico sirve de pretexto para el desnudo femenino con cuadros elegantes y sofisticados: Venus y Cupido (1592) en Ruan; Minerva desnuda (1613), de cuerpo entero en la Galleria Borghese de Roma; Minerva desnuda (1604-5), de tres cuartos, de la colección Pavirani y Venus recibe el homenaje de los amorcillos (h. 1590).

Quizá el cuadro más ambicioso en este terreno sea Marte y Venus (h.1595), en el Palacio de Liria, que tuvo varias atribuciones antes que entre 2007 y 2008 fuese atribuido a Fontana, por Enrico Maria Dal Pozzolo. Según este autor “La singularidad de esta interpretación iconográfica está ligada a un proceso de relegitimación representativa de las nalgas femeninas que dio comienzo en sentido figurativo en Venecia entre los siglos XV y XVI […]” Asimismo se vincula con la descripción de la Venus Calipigia descrita en la Antigüedad por Ateneo en Deipnosofistas (El banquete de los eruditos).  

En Minerva desnuda de la Collezione Pavirani de Bolonia, encontramos relación con un poema titulado La Pallade ignuda della famosa pittrice Lavinia Fontana (Roma, 1605) de Ottaviano Rabasco, un escritor apenas conocido, relacionado con los Farnese. Lo más probable es que a raíz de esta pieza el propio cardenal Borghese comprase o le llegase la Minerva desnuda de su colección.

La descripción de esta Minerva desnuda, según se nos dice en el catálogo (pg. 225 y ss) “se corresponde en muchos detalles con la descripción proporcionada por los versos” de Rabasco:

“Y si el casco le cubre / el cabello, y sostiene el Asta, y el Escudo; / Venus empero se descubre / al Marfil vivo de su hermoso cuerpo Desnudo […] / Orgullosos y risueña mira, / Y mil teas de sus hermosos ojos espira […] / Mas Venus se plasme, / Si Palas finge, y doble se muestre el engaño.”

Asimismo, podemos destacar el carácter de autorretrato en esta Palas, que parece confirmar también Rabasco:

“Pero si los rasgos Celestes / Formar no osas, de inmortal semblante, / Tú, quien del cielo las recibiste, / Finge tus formas, gráciles y santas; / Que no te costará plasmar a Palas, / Si de la tela haces espejo de ti misma”.

Si bien las facciones de la diosa son semejantes a las de la pintora en sus autorretratos juveniles, cronológicamente no resulta posible que se trate de Lavinia que tenía más de cincuenta años, por lo que quizá fuera su hija Laudomia, que murió en 1605 con dieciséis años, según se indica en el catálogo (pg. 227).

Otras alabanzas en prosa y versos las encontramos en los pintores Francesco Cavazzoni (1559- h. 1616) y Bernardino Baldi (1553-1617), de los escritores Ovidio Montalbani y Giulio Cesare Croce, y del experto en arte Cesare Rinaldi, que dan testimonio de la fama de Lavinia.

La medalla conmemorativa de Sofonisba Anguissola (h. 1559), probablemente fue encargada para celebrar su incorporación como dama de la reina Isabel de Valois. Este tipo de medallas eran habituales en varones y ésta es la primera a una mujer. Luego vendrían las dedicadas a Diana Scultori Ghisi (h. 1547-1612) en los años setenta, a Lavinia Fontana en 1611 y a Artemisia Gentileschi (1593-h.1654). A Sofonisba la pudimos ver en su Autorretrato de 1554 con un libro entre sus manos, parece un petrarchino, un pequeño volumen de poemas habitual en los retratos renacentistas, aunque no se descarta que sea un devocionario. En la medalla conmemorativa de Lavinia Fontana en el reverso podemos leer “PER TE STATO GIOISO MI MANTENE” (Por ti un estado jubiloso me mantiene) verso de Rime estravaganti de Francesco Petrarca, publicadas en 1549 en la canción “Quel ch’à nostra natura in sé più degno” (Lo que nuestra naturaleza en sí misma de más digno tiene, pg. 191-195, Rime disperse) el poeta canta a la libertad y la define como el bien a través del cual el ser humano alcanza un estado de alegría como indica el verso reseñado, que lo hace semejante a los elevados dioses… y diosas, convirtiéndose estas medallas en emblemas del reconocimiento público del papel profesional conquistado por las mujeres artistas.




BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

CATÁLOGO exposición, Historia de dos pintoras: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Madrid, Museo Nacional del Prado, 2019.
---            exposición, Heroínas. Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza – Fundación Caja Madrid, 2011.
DIEGO, Estrella de, La mujer y la pintura del XIX español. Madrid, Cátedra, 2009.
MAYAYO, Patricia, Historias de mujeres, historias del arte. Madrid, Cátedra, 2003.
MURPHY, Caroline Patricia, Lavinia Fontana: an artist and her society in late sixteenth century Bologna. Doctoral thesis, University of London, 1996. Consultada en:
PALERMO, Alicia I., “El acceso de las mujeres a la educación universitaria”, en Revista Argentina de Sociología, año 4, nº 7, 2007, pp. 11-46.
PETRARCA, Fracesco, Rime disperse. A cura di Angelo Solerti, Firenze, G.C. Sansoni editore, 1909.
RODRÍGUEZ ALONSO, Graciela, La epopeya de las mujeres. Madrid, La Huerta Grande, 2018.
VARGAS MARTÍNEZ, Ana, La Querella de las mujeres: Tratados hispánicos en defensa de las mujeres (siglo XV). Madrid, Editorial Fundamentos, 2016.

lunes, 5 de agosto de 2019

OLGA PICASSO


Bernard Ruiz-Picasso, no llegó a conocer a su abuela paterna, aunque heredó sus archivos y muchos efectos personales que se encontraban en el gran baúl (en la exposición) de Olga Picasso, que son la base de esta muestra. Más de seiscientas cartas, permiten a Bernard Ruiz-Picasso adentrarse en los años que Olga vivió con Picasso y que pretende no solo cambiar el “periodo neoclásico” de Picasso, por el “periodo Olga” (Joachim Pisarro lo propone en el catálogo de la exposición, a semejanza de John Richardson a la hora de redenominar el “periodo rosa” por “periodo Apollinaire”) sino también distinguir a Olga más allá de una modelo, en tanto que lo fueran Germaine Gargallo o Fernande Olivier. Olga formaba parte de una vida en pareja que Picasso no para de reflejar y que supone un punto de inflexión en su trabajo.

Olga nació el 17 de junio de 1891, en Nizhyn (Ucrania), sus padres Stepán Khokhlov y Lidia Khokhlova (de soltera Vinchenko) tuvieron cinco hijos: Vladimir, Olga, Nina, Nikolai y Yevgueni. Olga dejó su Ucrania natal en 1911 para incorporarse a los Ballets Rusos y no conoció directamente la Revolución Rusa ni el nacimiento de la Unión Soviética en 1922. Hizo un primer viaje con los Ballets Rusos a Italia en 1912 y regresó a Rusia entre 1914-15 para luego perder todo contacto hasta 1919, cuando se inicia la correspondencia, que revela el desamparo de su familia. A pesar de su comienzo tardío a bailar, tiene grandes dotes para asimilar las nuevas coreografías de Nijinsky, le van mejor estos nuevos repertorios que los clásicos, actuando sin cesar en Europa y Estados Unidos.

La familia de Olga estaba acomodada en la época del zar Nicolás II y con la Revolución de 1917 cae en la pobreza y en el infortunio. El padre y dos hermanos se alistan en los ejércitos contrarrevolucionarios blancos y con la derrota de este ejército los hermanos seguirán otros derroteros, pero en diciembre 1919 fallece el padre, aunque la familia nunca recibe confirmación oficial y eso hace que su madre Lidia no tenga el duelo que la consuele. Olga mandará por todos los cauces posibles, paquetes con vituallas y dinero a su madre, que, en muchas ocasiones, en la incipiente Unión Soviética, no le llegan. Todo son parabienes en las contestaciones de su madre.

En 1917 Pablo Picasso se encuentra en Italia para presentar con la Compañía de los Ballets Rusos de Serge Diághilev el ballet Parade, con música de Erik Satie, texto de Jean Cocteau y coreografía de Léonide Massine para el que había realizado telones y vestuario. Allí, según Cocteau salían a pasear con las bailarinas, una de ellas, Olga Khokhlova sería inspiración para Picasso y así se recoge en esta exposición: una aventura plástica y vital.

La última pareja de Picasso, Eva Gouel, había fallecido en 1915, en 1917, en Roma, Picasso se enamora de una bailarina de 26 años en plena ascensión hacia los papeles protagonistas, justo cuando Picasso ha sido abandonado por la fascinante Irène Lagut, tan seductora como él, también pintora (expusieron juntos) e intensa amante, con quien iba a casarse justo antes de conocer a Olga, con la que se casa el 12 de julio de 1918 en la iglesia ortodoxa rusa de la Rue Daru de París. Hay una gran ilusión por casarse por parte de Olga y así se lo había dicho Diágilev, pero ella sabe de las anteriores relaciones de Picasso y eso le causa infelicidad, aunque le quiera sin límite, lo que contribuye a esa melancolía que manifiesta, de puertas para adentro. 

Se instalan en la Rue La Boétie, en un piso decorado al gusto “burgués” y de ese tono serán sus retratos si los comparamos con Las señoritas de Aviñón, que a Olga no le gustaba. Es una pareja rodeada por artistas, poetas, marchantes, coleccionistas exigentes; con el nacimiento de Paulo se añadirán: niñera, criada, cocinera, chófer, Juan-les-Pins, Antibes y Montecarlo.

A Picasso no le gustaba hacer posar y trabajaba a partir de su memoria o una fotografía, así tenemos Olga en un sillón (1917), a partir de una fotografía de ese mismo año. Su mirada sin fijar parece vuelta hacia un interior inabarcable. Picasso, en este periodo utiliza la fotografía como método especial de representación. Primero la utilizó como medio de documentación, pero más tarde valoró sus resultados plásticos y de ahí, quizá, el valor que da a la línea como concentración esencial de los contornos, las gradaciones de color, el contraste claroscurista y la textura de los materiales, como podemos comprobar en el lienzo Paulo a lomos del asno (15 de abril de 1923). Sus dibujos figurativos, a partir de 1916 están influidos por la composición fotográfica, en los cuales opone la línea a formas abultadas y agitadas, formas modeladas contra zonas vacías. Desde el inicio se adhirió al movimiento internacional que proponía desarrollar la fotografía sobre la base de formas plásticas propias y peculiares. Alfred Stieglitz, uno de los principales fotógrafos en este aspecto, fue amigo de Picasso y le organizó en su galería su primera exposición en EE UU.

Olga se presenta en los retratos como un misterio que no terminara de desvelar y como una metamorfosis que va desde un erotismo eufórico, pasando por una plenitud maternal y familiar, hasta llegar a la deformación surrealista. Olga está llena de melancolía eslava, normalizada en las composiciones musicales, un fervor por la tierra que queda a la espera de algo, un sentimiento de renuncia. Es un lugar común su melancolía, que se debía, también, al drama de su familia y aunque Olga y Picasso ayudaron económicamente a su familia, ella sufría enormemente por no poder hacer nada más, mientras su vida se desarrollaba en el emocionante mundo artístico francés de entreguerras.

Picasso es partícipe para que el dinero y algunos dibujos que envía les llegue a través de Gertrud Stein y de la Cruz Roja, pero el desfase que se crea en Olga, entre su vida, donde alterna eventos sociales y vacaciones en Biarritz o Juan-les-Pins, y la de su familia en ese periodo revolucionario es enorme. Quizá sea por esto por lo cual no envía información detallada de su modo de vida, por pudor se autocensura y se centra en Paulo, su hijo, que también será el eje de armonía de la pareja.

A inicios de 1918 Olga le realizan una intervención en el pie derecho, debido a un terrible dolor, habitual entre bailarines, que requerirá una escayola. Nunca más actuaría en público, aunque allá donde iba le acompañaba su vestuario de escena. Asimismo, seguiría frecuentando a bailarines y coreógrafos.

En 1919 retoma el contacto epistolar, pero las noticias desde allí no dejan de ser desoladoras. Los dibujos de Picasso reflejan la búsqueda de Olga por las palabras adecuadas, para que no dañen a los suyos reflejando su vida acomodada. Su familia sabe que está casada con un artista famoso y Olga propone enviarles dinero, pero no sabe cómo, pues una gran cantidad de cartas y dinero no llegan a su destino. Más tarde, entre 1923-1927, la comunicación postal con la Unión Soviética es fluida y fiable, la madre de Picasso, doña María se cartea con la madre de Olga y los envíos de dinero de Olga garantizan la subsistencia de todos los miembros de su familia. También Olga recibe cartas de su madre, donde no deja de ver la precariedad en la que se desenvuelven y el desespero que ello provoca en Olga y que Picasso refleja en varios retratos de 1923, como en el fantástico Olga pensativa (invierno de 1923).

En 1921 la maternidad abunda en la obra picassiana, así Maternidad (óleo, verano 1921) o Maternidad (carboncillo, otoño 1923), con Olga feliz, coincide con un nuevo interés de Picasso en la Antigüedad y el Renacimiento que ya había redescubierto en Italia, cuando conoció a Olga en 1917. Picasso transmite a Paulo las pasiones por el circo (Paulo vestido de Pierrot, 28 febrero 1925) y las máscaras y así le vemos también en las películas familiares, pero también transmite la herencia materna de los Ballets Rusos. Un mundo teatral que fascina tanto a Olga como a Picasso. Olga se deshace en atenciones con el pequeño y Picasso lo viste de Arlequín (Paulo vestido de Arlequín, 1924) y le pinta dibujando, Paulo dibujando (1923).

La opción de que la familia de Olga fuera a París, se trunca porque a Picasso, parece ser, no le agradaba tener allí a su suegra. La prioridad de Picasso era su trabajo y su familia más cercana, Olga y Paulo, y todo lo que supongan distracciones para su pintura, le era difícil de aceptar. Picasso refleja en la dedicación melancólica de Olga, la emoción de la lectura del epistolario con su familia. No viajaron a Rusia ni antes ni después de la Revolución, ni si siquiera Picasso fue a la URSS después de su afiliación a Partido Comunista Francés en 1944.

En septiembre de 1922 Olga sufre otra intervención quirúrgica de urgencia, sin que se sepa realmente de qué y no podrá tener más hijos, lo que contribuye más a su tristeza. El 23 de agosto de 1927, fallece Lidia, la madre de Olga, añadiéndose así otro motivo más para para la nostalgia y un cierto amargor por no haber podido ir a Moscú (donde residía) a ver a su familia. Siempre quedará la duda si Picasso lo impidió. Los Picasso siguen enviando dinero y paquetes, para Nina, su hermana que tiene a su hijo enfermo y, además, para Sacha, una allegada de la familia, ya anciana que vivía en Leningrado. En 1931 se crearon en la Unión Soviética los almacenes Torgsin donde se podía comprar con moneda extranjera a precios inferiores a la media. Tras la separación de Olga y Picasso, no cesan los envíos de dinero, si bien Olga se aleja progresivamente de su familia hasta que se interrumpe.

Entre 1914-15 Picasso ya había entrado en ese periodo neoclasicista distorsionado con su gusto por lo inacabado. Conocer a Olga supuso un aliciente generador de lo que había empezado un par de años antes y que se alargará en el periodo surrealista. En 1925 Picasso sabe el final de su matrimonio, Gran desnudo en sillón rojo del 5 de mayo de 1929, es expresiva del deterioro conyugal, con una figura desencajada y monstruosa. El beso (1931), dos monstruos se besan, símbolo del declive de la pareja. No habría que pensar que toda deformación es provocada por el desvanecimiento amoroso hacia Olga, pensemos en El acróbata azul, de noviembre de 1929, centrado en las proezas acrobáticas y libertad anatómica que el motivo le permite. La obra de Picasso en los últimos años de relación con Olga, será de una violencia protagonista en la forma y en los temas, con escenas de tauromaquia donde insiste la figura del toro que empitona al caballo.

Olga: una personalidad grave y tranquila, la mayor parte de las veces melancólica que ha dejado su tierra, su cultura y su lengua, introvertida, preocupada por las noticias de su familia rusa que atraviesa enormes dificultades. Picasso subraya todo eso con un trazo ingresco y la expresividad de sus líneas (Olga con cuello de piel, 1922-23). No aparece así, en cambio, en las películas familiares en las cuales Olga y Picasso se pasan alternativamente la cámara: abierta, activa, interactúa con los diferentes personajes de la escena. En las películas familiares se desvela una Olga muy dinámica y sonriente, a su vez nos muestra a Pablo Picasso seducido por la cámara.

En estas películas de 1931, Olga ya sabía desde hace tres años de la relación de Picasso con Marie-Thérèse Walter (M.T.W.). Una esposa “engañada”, que no puede contar con el apoyo de su familia, quizá lo único que puede hacer, es dejar constancia en estas películas de la preponderancia de su posición en el estatus familiar y éxito social que rodea a la pareja.

La relación con Marie-Thérèse Walter, se refleja en la pintura de Picasso. Por una parte, refleja a Olga de esa forma surrealista deformada, y por otra a MTW con una paleta fresca con figuras ligeras y eróticas que reflejan la energía y rebrote en la obra de Picasso, dan una imagen de armonía y complicidad (Mujer en sillón rojo, ésta de 25 diciembre 1931). Dislocación violenta impregna Busto de mujer y autorretrato (1929) o Mujer con estilete (19-25 diciembre 1931).

En 1927 Marie-Thérèse Walter vendrá a dar un giro en la vida y obra de Picasso, Olga y él se separan, si bien permanecieron casados hasta el fallecimiento de Olga Ruiz Picasso en 1955. La vida íntima influye en la obra de Picasso y cobra una dimensión trágica de la vida del matrimonio, de la que corridas y crucifixiones constituyen desgarradoras metáforas (La Crucifixión, 1930, contrachapado, óleo sobre madera). Un divorcio que no llegó a consumarse, pero que derivó en una tormentosa vivencia para ambos. Paulo quedó en custodia de su madre y Picasso vivía separado de ellos. En la década de 1930 podemos ver en la obra de Picasso muestras de culpabilidad y cólera junto a otras de plenitud. Volvió a ser padre con Marie-Thérèse Walter: Maya, si bien mantuvo al tiempo su relación con Dora Maar.

Verano 1933 vacaciones en España con Olga y Paulo. A su regreso multitud de escenas taurinas, tema principal durante los siguientes tres o cuatro años, cuando se trataba de divorciar: Corrida (1922, óleo y lápiz sobre tabla), torero sobre el lomo de un toro a modo de rapto de Europa y ambos sobre un caballo estremecido. Otra variante: Corrida: la muerte de la mujer torero (6 de septiembre de 1933, óleo y lápiz sobre tabla).

Con el tiempo Picasso se harta de las escenas de celos de Olga, también de sus enfermedades, hacia las que siente una supersticiosa aprensión, ya que las atribuye a una energía demoníaca. Unos celos desmesurados con escenas públicas propias de Shakespeare, consumirán a Olga. Se percibe en la incoherencia de sus cartas donde mezcla idiomas y manifiesta un odio tremendo hacia Dora Maar y Françoise Gilot. Separación judicial el 15 de febrero de 1940. No sabemos bien si Picasso quería el divorcio, ella no. Sigue un tratamiento para enfermedades nerviosas, que costea Picasso, pero no cesan los delirios y falleció en la clínica Beau-Soleil de Cannes el 11 de febrero de 1955.

En abril de 1933, después de Arlequín, Picasso adoptó el Minotauro como alter ego gráfico. Por una parte, la pasión con MTW, por otra su esposa, dos hijos Paulo y Maya. Lleva la mitología a su historia personal, sus relaciones amorosas, impetuosidad del deseo como poseído por Dionisos. Minotauromaquia será su amalgama mitológica (corrida, crucifixión y Minotauro). A partir de 1935 y la separación definitiva de la pareja la presencia de Olga será más discreta y pacífica, se produce un parón de un año en su actividad artística y empieza la disputa por los bienes conyugales.  

1935, deja de pintar y comienza a escribir; en sus poemas, Picasso explora los recursos del idioma (francés o español, le da igual) con extrema libertad e indiferencia hacia la gramática y la sintaxis. El primero que encontramos en sus Écrits, en Boisgeloup, el 18 de abril de 1935 escribe en español: “si yo fuera afuera las fieras vendría a comer en mis manos y mi cuarto aparecería sino fuera de mí otros sueldos irían alrededor del mundo hecho trizas pero qué se ha de hacer hoy es jueves y está cerrado hace frío y el sol azota al que yo pude ser…”

Los biógrafos no han tratado bien a Olga Picasso, según Michael C. FitzGerald en el catálogo de la exposición. Pocos la llegaron a conocer y por lo general se tiende a ver a Olga como una mujer convencional que apartó a Picasso del buen camino del cubismo, hacia el “neoclásico” y cuando se alejó de ella retornó a la vía surrealista. La documentación que posee la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte, ha iniciado un análisis de la misma que irá cambiando esta percepción.

Con Olga, a Picasso se le reprocha el tipo de vida mundana que lleva, su apego a la alta sociedad, su manera de vestir tan elegante, pero Picasso abandonó la vida bohemia de Montmartre, realizaba viajes al extranjero y se codeaba con los círculos de la nobleza desde 1916. Acompañar a los Ballets Rusos le permitió visitar Roma, Nápoles y Pompeya; Londres y las esculturas del Partenón. Tuvo acceso directo a las obras del Renacimiento. El periodo transcurrido entre 1916 y 1924 es desconcertante en el contexto de la obra picassiana. Tras inaugurar el cubismo y abolir los convencionalismos de la obra de arte, ahora retorna a los principios de la representación estatuaria y la figuración realista, con composiciones acordes con la tradición clásica partiendo de la línea como elemento determinante de la forma y figuras de grandes contornos, voluminosamente modeladas. Es una coexistencia de contrastes que coincide con otras tendencias después de la Primera Guerra Mundial y otros artistas que también retornan al orden, a la revivificación del clasicismo, como George Braque, Fernand Léger, Gino Severini o Giorgio de Chirico.

No olvidemos que, en esa vuelta al orden, encontramos, entre otras, la espléndida de Músicos con máscaras de 1921, dos versiones, MoMa y Filadelfia. Asimismo, del clasicismo picassiano están ausentes la simetría y la proporción, sus figuras no son equilibradas sino deformantes, tratando de superar unos límites a los que ya había llegado el cubismo.

Hay una cierta crítica que se empeña, según Émilie Bouvard en el catálogo de la exposición (pg. 71), que asocia a Olga con una tópica burguesa, castradora y potencialmente histérica, que coarta en alguna medida la tendencia ordenadamente caótica de Picasso. Según esta autora, Olga Picasso “abrió un nuevo camino para el arte del siglo XX, el de la personalización del modelo privado” (pg. 75). Esta forma se extendió a otros artistas como Giacometti, Francis Bacon, Lucian Freud, Nan Goldin o Marlene Dumas. Si bien Picasso, sigue diciendo Bouvard, “continuó siendo un hombre del siglo XIX, aferrado a una idea casi exclusiva del modelo femenino, considerando siempre a la mujer (hermosa) como un objeto y nunca como un sujeto del arte, en la línea de su propia relación con las mujeres. Bacon, Freud, Dumas o Goldin llevarán esta elección radical a una nueva contemporaneidad de las relaciones entre los sexos, de la confusa mezcla de los géneros, y de la vida y el arte”.











BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA


CATÁLOGO exposición Olga Picasso. Fundación Bancaria “la Caixa”, Editorial Planeta, 2019
(Gallimard-Museé national Picasso-Paris, 2017).
PICASSO, Pablo, Écrits. Édition de Marie-Laure Bernadac et Christine Piot. Préface de
Michel Leiris. Paris, Réunion des Musées Nationaux et Editions Gallimard, 1989 (pg. 1, el fragmento citado). 
WARNCKE, Carsten-Peter y WALTER, Ingo F., Pablo Picasso 1881-1973. Köln, Taschen, 2007.    


martes, 2 de julio de 2019

FRA ANGELICO Y LOS INICIOS DEL RENACIMIENTO EN FLORENCIA




La espléndida restauración realizada, hace probable que tengamos que recurrir a la tópica recogida por Vasari: el quiasmo con lo sobrenatural que impulsaba sus pinceladas, cuando nos sobrecoge ese latigazo de luz alada del arcángel que vuelve banal este intento narrativo sobre La Anunciación. Esta obra que impulsa la exposición que comentamos, se pone en contexto en una Florencia ligada a los primeros pasos del Renacimiento que, parafraseando a Panofsky, era el “verdadero”, en contraste con los anteriores “renacimientos” medievales, ahora se realiza no un cambio evolutivo, sino mutacional, una alteración repentina y permanente, que transforma la representación de la figura humana, el espacio y la luz en la pintura europea.



A inicios del siglo XV en Florencia se produce una variación radical de la concepción, de los modos y de la función del arte, donde la forma artística ya no responde a una ilustración o traducción de figuras, sino que tiene un contenido intrínseco y especifico propio. Para ello, la perspectiva ayudará a construir racionalmente la representación de la realidad natural, ésta ya no aparece como un inventario de cosas, sino como un sistema de relaciones métricas, su descubrimiento y primera formulación son obra de Brunelleschi y su teorización a Alberti (Tratado de la Pintura, 1436). Hasta la versión de Alberti, en lengua vulgar, entender las complejas explicaciones que se daban en los libros de óptica sobre la perspectiva, requería saber latín y tener la habilidad de un geómetra. 

En un devenir convulso entre familias florentinas: Alberti, Albizzi, Brancacci o Medici, se produjo el nacimiento del individuo, de lo subjetivo, siendo el XV el siglo de las capacidades universales. En los treinta primeros años del Quatroccento se realizó gran cantidad de arte público como las puertas del Baptisterio o la cúpula de la Catedral, con los gremios como estructura en la participación de los asuntos de gobierno y encargos de ese arte público. Si bien nuestro artista pintó para las grandes dinastías florentinas, su pertenencia a la Orden le eximió de las reglas de los gremios.  

Monje dominico de la Orden de los Predicadores Giovanni da Fiésole o Guido di Pietro, conocido como Fra Angelico (después de su muerte) o Beato Angelico, a semejanza de santo Tomás de Aquino, por su condición de teólogo de la pintura, ha sido descrito como el místico que, en éxtasis, pintaba visiones celestiales. Siendo un artista religioso fue consciente de los problemas culturales de su tiempo, trabajó según un programa inspirado en elevados principios doctrinales y dirigido a fines concretos. Con cargos importantes en la Orden, fue amigo de San Antonino, arzobispo de Florencia y también dominico; gozó de la estima de los papas Eugenio IV y Nicolás V y contribuyó a la orientación religiosa de la burguesía florentina. Captó las nuevas corrientes artísticas y las trató de encuadrar en la doctrina oficial de la Iglesia y en la doctrina filosófica de santo Tomás, de la que su Orden era heredera y guardiana.

Su pintura predicada (Baxandall) le había encasillado como un pintor aislado del mundo artístico de su tiempo, hasta el ensayo de Roberto Longhi de 1940 “Fatti di Masolino e di Masaccio” donde Fra Angelico se concibe como receptor de la vía del arte-conocimiento de Masaccio, demostrando un nivel de comprensión y capacidad para adoptar las lecciones de esta revolución en el pensamiento visual que eran comparables a los logros originales del propio Masaccio. Otros estudios posteriores situaron a Angelico como un pintor racional y altamente intelectual  e inclinado a lo que se ha llamado en ocasiones “pintura de luz”, pues reelabora las novedades en perspectiva, encaminándolas a la expresión luminosa de los colores. Si el espacio es forma geométrica (Brunelleschi) y la luz divina llena el espacio (santo Tomás), ¿cómo negar que la forma geométrica es la forma de la luz? Según nos dice Argan (pg. 173), y continúa: “Por tanto el color no es ya la frágil y engañosa apariencia que reviste y oculta la sustancia de las cosas; identificándose con la luz, la materia coloreada se sublima en luz, en sustancia espacial”.

Angelico introduce en su gama de colores un filtro de luz que enriquece con nuevas sutilezas lumínicas derivadas del miniaturismo, muy practicado en los monasterios doctos y en la que él hizo su aprendizaje. Asimismo, es importante para Angelico el arte de Ghiberti, su monumentalidad estatuaria actualiza el lenguaje de Angelico, y estará presente hasta sus últimas obras junto a su sutileza decorativa.

No se puede determinar exactamente cuándo tomó sus votos y si era un hombre muy joven en ese momento, como era típico en ese período, o si su ingreso en la orden fue el resultado de una deliberación madura y considerada. Por un documento de 1418 que se refiere a Guido di Pietro como pintor y registra el pago por la producción de un retablo para la iglesia de Santo Stefano al Ponte, es posible inferir que haya nacido alrededor de 1395, por lo que habría tenido aproximadamente veintitrés años en 1418, y por lo tanto su aprendizaje artístico pudo haber comenzado alrededor de 1410. En el momento en que tomó los votos, los dominicos representaban una de las dos principales comunidades de actividad intelectual en Florencia, junto con la camalduense en Santa María degli Angeli. La decisión en 1418 de construir un convento en Fiésole para albergar a la comunidad observante fundada hace más de una década por Giovanni Dominici, pero hasta entonces residente en el exilio en Foligno, y la ráfaga de comisiones para redecorar y embellecer Santa María Novella antes de la llegada allí del Papa recién elegido en 1419, se tradujo en un flujo constante de patrocinio y oportunidad para un joven artista.

Algunas de las peculiaridades técnicas del estilo de pintura de Angelico apuntan a un período de aprendizaje en el taller de Lorenzo Monaco, o al menos a algunos años de servicio como asistente allí. Por lo general, Lorenzo Monaco no prestaba mucha atención al espacio perspectivo, fueron sus colaboradores quienes empezaron a investigar ese camino, entre los cuales estaba Angelico o Battista Sanguigni. Entre Monaco y Angelico se encuentran la paleta muy similar y su forma casi idéntica de llenar las esquinas de los campos de imágenes de forma irregular con indicaciones resumidas de bosques densos. En Florencia, los vivos colores no saturados de las obras de Gerardo Starnina y su modelado firme pero de línea sinuosa, hallaron una respuesta inmediata en Lorenzo Monaco. Asimismo Monaco y Fra Angelico tuvieron en cuenta las novedosas soluciones de Ghiberti a la narración figurativa en los relieves cuatrilobulados de las puertas del Baptisterio. Ghiberti mantenía abierto su taller y contaba con numerosos empleados, ente ellos un joven Paolo Uccello, cuya Anunciación (h. 1424-25), presente en esta muestra, cobra importancia por el arcángel Gabriel que lo presenta en tres fases diferentes: recogiendo las azucenas de Dios Padre; descendiendo sobre unas nubes rosáceas; ya en la tierra, la salutación a la Virgen. 

Otro nexo importante con el taller de Monaco, podría ser el conjunto de dibujos incluidos en esta exposición, preparados para un gradual iluminado encargado a Mónaco poco después de 1410, pero en realidad nunca se pintó. Mucho más allá de los medios de Mónaco, él mismo, talentoso como era en esta área, algunas de las formas empleadas en estas iniciales se pueden encontrar como detalles en la decoración esgrafiada de alfombras y telas de honor, en las pinturas de la Virgen de San Petersburgo (h. 1417-19) y Róterdam (h. 1420), donde se incluyen garzas y tallos retorcidos de flores, con brotes vistos alternativamente desde arriba y abajo, que se comparan estrechamente con los del gradual. Por otra parte, estas dos tablas marcarían la independencia de Guido di Pietro como maestro, ya que presentan un ejercicio perspicaz con las figuras de los ángeles proyectándose hacia el espectador, y en la de Róterdam, realiza un magistral juego de luces y sombras en el rostro de la Virgen, que otorga una vivacidad apreciada por sus colegas y que lo pone en relación con la escultura coetánea, como las madonas de Donatello, así La Virgen y el Niño entronizados con dos ángeles y dos profetas, h. 1420. Aparece aquí el vocabulario arquitectónico que estaba modificando el paisaje urbano de Florencia: una exedra en forma de concha, pilastras acanaladas, capiteles con una variante del corintio clásico y un entablamento con ovas y dardos y dentículos.

Angelico trata de conjugar la poética de la naturaleza con la arquitectura del observador, con la nueva proyección de escenas en soportes bidimensionales, es decir pasar del tratado de Cennino Cennini a los de Alberti. De inicio, recurrió a Giotto para replantearse los problemas espaciales, las expresiones del rostro y las miradas para lograr, quizá bajo influencia de Masaccio, el reconocimiento de la tactilidad y la monumentalidad de las figuras y los ambiciosos efectos espaciales creados por los escorzos. Así lo podemos ver en la obra de Angélico, La Crucifixión, h. 1418-20: Cristo crucificado que se asemeja al de Brunelleschi de Santa María Novella, que también influyó en Masaccio en la Trinidad en la misma iglesia.

Una de las dificultades planteadas por las pocas pinturas de Angelico que se asignan razonablemente a su primera etapa, la década 1410-1421, es que varían mucho en el tipo, como si el artista experimentara conscientemente con diferentes afectaciones para satisfacer diferentes clases de mecenas. En ninguna parte este problema es más obvio que con la pintura más grande atribuida al joven Angelico, la llamada Tebaida, o Historia de los padres del desierto, en los Uffizi, con las figuras extrañamente caricaturescas dispersas a lo largo. Es razonable suponer que esta gran pintura fue ejecutada aproximadamente o solo un poco antes de 1420. Sin embargo, no está claro que represente un indicador fiable del estilo de Angelico en ese momento, o si la naturaleza de su tema provocó una respuesta intencionalmente burda del artista, ya que podría ser una copia fiel de otra obra que se describe con más detalle en el ensayo de Pia Palladino en el catálogo del Metropolitan (pgs. 33-37) y en el del Prado (pgs. 100-5). Por lo tanto, las posturas exageradas de las figuras, sus proporciones y su disposición en el espacio no resultan de una tendencia natural en el desarrollo estilístico de Angelico; representan sus intentos de actualización y, al mismo tiempo, permanecen fieles al prototipo de Trecento que se le pidió que replicara. Poco después, la atención del joven pintor sería atraída irresistiblemente hacia las innovaciones en el realismo pictórico traídas a Florencia por Gentile da Fabriano y luego suplantadas rápidamente por las de un maestro toscano más joven, Masaccio.

En la década de 1420 Florencia era un vibrante laboratorio en el que las ideas saltaban de un artista a otro, lo que hace casi imposible atribuir la patente de las innovaciones a un solo artista. Si bien, con la aparición de Gentile da Fabriano en Florencia, el estilo de Monaco resultó desacompasado, su llegada en 1420 tuvo una repercusión inmediata, era el artista más afamado de Italia. Gentile acabó con el verdaccio (una base de verde terroso) en las carnaciones, utilizando una combinación de blanco, rosa y anaranjado. Esto lo heredó, Masolino que también empleaba amplias pinceladas de óleo, que no era usual en los artistas florentinos que lo reservaban para las capas finales de lacas.

Gentile da Fabriano, La Virgen con el Niño, h. 1420-23: Ventana que se abre a un jardín en el que hay ramas de rosas blancas, manzanas verdes y granadas que han penetrado en los motivos calados del marco. Estos jardines cercados debían estar adornados de manera similar en Florencia. En este de Gentile lo vemos a modo de hortus conclusus, (Cantar de los cantares, 4,13.) con la granada, como un símbolo de la universalidad de la Iglesia, que también vemos en la obra de Angelico Virgen de la Granada (h. 1424-25).

La Anunciación del Prado (1425-26):

El retablo de La Anunciación es el primer ejemplo que conocemos del nuevo estilo pala quadrata, que sigue las indicaciones de Brunelleschi para acabar con las decoraciones góticas usando el lenguaje clásico en arquitectura. Además, la logia de la Anunciación se asemeja mucho a la del Hospital de los Inocentes de Brunelleschi, quizá Fra Angelico contara con los consejos o directrices del mismo Brunelleschi o Ghiberti, que se enfrentaba al mismo problema en las puertas del Baptisterio. La perspectiva óptica la había ensayado Brunelleschi durante las dos primeras décadas del siglo y se lo había enseñado a los amigos. También había sido objeto de conversaciones y experimentos en Il paradiso degli Alberti a finales de la década de 1390, según el catálogo del Metropolitan en consonancia con el académico libro de Alfred von Martin.

El conocimiento de las teorías de Brunelleschi da a las obras de Angelico ese aspecto teatral que destaca Argan, aquél era un especialista en maquinarias escenográficas. Una de las representaciones más celebradas era la de la Anunciación en la basílica de la Santísima Anunciación de Florencia, donde un niño descendía, a modo del arcángel Gabriel hasta María, papel que encarnaba un actor vestido de Virgen. Si bien en la Anunciación, Fra Angelico intenta que la arquitectura no se imponga al relato y crea dos espacios diferenciados: uno el jardín, donde confluye historia sagrada e historia natural; otro, la logia donde tiene lugar la Encarnación. Los últimos retoques los hizo adaptando el conjunto a una percepción empírica y no a un esquema estrictamente matemático. La perspectiva le interesa para dar visualidad a la historia, ésta del Prado fue el inicio de sus reflexiones sobre la representación espacial, con sus cambios durante la ejecución, vistos en los estudios con infrarrojos.

Angelico logra, tras múltiples correcciones, la perspectiva correcta, lo consigue a ojo, lo que le valió de experiencia para la de Cortona y finalmente para San Marco. “La Anunciación del Prado fue el primer ensayo serio de Fra Giovanni con el nuevo sistema de proyección en perspectiva pero, quizás por lo forzada que resultaba visualmente en el estrecho espacio de la logia, enmascaró las ortogonales dirigidas hacia el punto de fuga para que la imagen final fuera convincente, una práctica que recomendaría poco después Alberti y Leonardo. Esta fue una solución que adoptaron otros pintores, entre ellos Piero de la Francesca en su Flagelación y Tintoretto en su Lavatorio del Prado.” (pg. 60 catálogo del Prado).

En La Anunciación del Prado es la luz la que genera la narración y anima la escena. El arcángel está vestido de luz, las manos de Dios Padre emiten un haz de rayos dorados por el que la paloma del Espíritu Santo desciende hacia la Virgen. Se entremezclan la luz celestial y la luz terrenal; la bóveda del pórtico se ilumina al entrar en contacto con los rayos dorados, a la vez que por la ventana de la estancia posterior entra la luz natural y dibuja un brillante cuadrado dorado en la pared, al tiempo que refleja las sombras del pequeño banco. También observamos a un ángel amable que expulsa del Paraíso a Adán y Eva, un hortus conclusus, sin cerrar, conecta el pecado y su expiación. El jardín tan poblado y abigarrado podría recordar “la divina floresta espesa y viva”, de Dante (Purgatorio, XXVIII, 2), presenta un cerezo, un manzano, una palmera, un granado en flor, rosas y claveles, un asilvestrado vergel (selva selvaggia) frente al orden geométrico de la logia donde está la Virgen.

En el catálogo del Prado pg. 71: “En la Anunciación todos los colores son puros, y salvo los verdes de la vegetación ninguno está mezclado con negro”. La enorme variedad de tonos verdes del jardín la conseguiría, según nos dice Ana González Mozo en el catálogo del Prado “con temple al huevo, veladuras oleosas y quizás una emulsión de temple magro y aceite, que da un gran sensación de relieve”. Asimismo se destaca, la complejidad de los delicados esmaltes de color definiendo las plumas de las alas del arcángel o resaltando el bordado dorado de su túnica, suavemente distorsionado a lo largo de cada pliegue para indicar el movimiento de la genuflexión; la precisión matemática de los puntos dorados en retroceso en las bóvedas cuidadosamente sombreadas de la logia; el azul ultramar puro del manto de la Virgen o los reflejos sobre el piso y la pared posterior en la pequeña cámara detrás de la Virgen, son una indicación de la sutileza y la sofisticación técnica de Angelico.

En la era del catolicismo triunfante que sucedió al Concilio de Trento (1545-63), Fra Angelico se había convertido en un maestro venerado por las intensas expresiones de religiosidad. Todo parece indicar que Miguel Ángel alabó la obra del dominico y esto elevó la categoría artística de Fra Angelico, que lo hacía idóneo para regalo al Duque de Lerma, valido de Felipe III, coleccionista exigente, con el que todo el mundo quería llevarse bien. El retablo de la Anunciación acabó en el convento de las Descalzas Reales de Madrid en 1611 y en 1861 el Museo del Prado se hizo con él. Fra Angelico desparece de la escena artística hasta el XVIII, con la entrada de alguna obra suya en los Uffizi que llamó la atención de visitantes extranjeros interesados por los primitivos italianos, expandiendo el interés por su obra a artistas como Ingres, Federico de Madrazo, Overbeck, Ruskin, Degas o Manet.

Fra Angelico muestra una mayor osadía y originalidad en las predelas de los retablos, como en la de San Miguel Arcángel hace que se retiren las aguas del mar para que pase una mujer que ha dado a luz de 1417 en Yale University. Aparte de la predela de La Anunciación del Prado, en esta exposición se pueden ver otras más: Tablas de predela con la leyenda de san Antonio Abad (h. 1430-35), Tablas de predela del retablo de la Coronación de la Virgen o del Paraíso (h. 1435-40) y Tabla de predela del retablo de Perugia (h. 1437-38). En ellas experimenta con nuevas ideas y desarrolla con rápidas pinceladas sus historias con personajes llenos de expresividad.

La respuesta de Angelico al nuevo estilo de pintura introducido por Masaccio fue, como argumentó Roberto Longhi, más inteligente y más profundo que el de cualquier otro maestro de su generación. Las innovaciones de Masaccio como la construcción de un espacio pictórico creíble y la racionalización de los efectos de la luz en el modelado, Angelico las comprendió intuitivamente y las adoptó como refinamientos de sus propios experimentos. Otros aspectos del arte de Masaccio, como la monumentalidad escultórica de sus figuras (derivadas quizás de su asociación con Donatello), o la simplicidad reductora de su paleta, Angelico se acercó con mayor escepticismo, jugando brevemente con algunas de sus implicaciones sin abandonar por completo su propia predilección por las superficies descriptivas y la verosimilitud textural, más en consonancia con su formación anterior en la órbita de Lorenzo Ghiberthi y su admiración por Gentile da Fabriano. En obras como La Coronación de la Vigen (h. 1429-31), la delicadeza innata de la visión de Angelico se combina con las aspiraciones monumentales para producir imágenes de gran serenidad clasicista.

Después de la muerte de Masaccio en 1428 en Roma, ningún pintor florentino podría impugnar seriamente el dominio de Angelico en el campo pictórico hasta la maduración de Filippo Lippi como maestro independiente hacia el final de la siguiente década (en la exposición se puede ver La Virgen y el Niño con santos y ángeles, de 1430-35). Este período de aproximadamente diez años vio la producción por Fra Angelico de un retablo mayor casi todos los años, junto con una producción de obras devocionales más pequeñas (como el díptico expuesto de 1430, con las tablas separadas una en Detroit y otra Delaware), así como varias comisiones de frescos de las cuales era responsable total o parcialmente. También fue en este momento cuando se dieron a conocer en sus obras los primeros indicios de la colaboración de los asistentes, aunque fue solo a mediados de la década de 1430 cuando confió en ellos para realizar contribuciones sustanciales a sus pinturas, en algunos casos, si bien Angelico nunca descendió al nivel de la invención de fórmulas en aras de una mayor productividad.

El primer ejemplo, y quizás el más grande, es el famoso retablo  de La Anunciación (que no figura en esta muestra), pintado para la iglesia de San Domenico en Cortona, probablemente ejecutado alrededor de 1430-31. Allí, toda la sutileza y sofisticación pictórica de la Anunciación del Prado de Angelico de cinco años antes se acentúa y se vuelve más urgente y dramáticamente expresiva como resultado de la influencia de Masaccio. Sin embargo, a pesar del virtuosismo técnico de su ejecución, esta pintura revela los primeros vestigios de la confianza de Angelico en el trabajo de los asistentes. La resolución incierta de las elipses que definen las bases de las columnas del pórtico en las que se establece la Anunciación no se debe al propio Angelico, y las escenas en las bases de predela y pilastra del retablo son en gran parte los esfuerzos de un asistente, que posiblemente sea identificable con el joven Zanobi Strozzi. Es probable que Angelico estuviera dispuesto a conceder un papel tan importante en la ejecución de esta pintura a su estudio porque el trabajo no estaba destinado a un patrón florentino.

En el último periodo (1433-55) de Angelico podemos destacar que su experiencia en Fiésole (de donde procede nuestro retablo) y Cortona, le sirvió para acometer los frescos en el convento de San Marco, donde tuvo que adaptarse a un vocabulario nuevo por el formato y tamaño impuesto por las celdas de los dormitorios. El contraste entre la estética de los frescos de San Marco y los excesos decorativos, casi irreverentes, de los frescos posteriores de Angelico en la Capilla Niccolina en el Vaticano (1447-48) difícilmente podría ser más exagerado, pero los principios de composición que subyacen a estas dos series dispares, así como la mayoría de las últimas pinturas de Angelico, son fundamentalmente las mismas.

Los últimos doce años de su vida constituyen un período verdaderamente peripatético de la carrera de Angelico, entre Fiésole, Roma, Orvieto, Florencia y en 1453 en Roma una vez más, donde murió el 18 de febrero de 1455. La estancia en Roma está marcada por su actividad con Nicolás V, y los cuatro ciclos que debió realizar en su estancia allí, del que solo queda lo realizado para la capilla personal del papa, la pequeña capilla Niccolina, con historias de san Esteban y san Lorenzo, diáconos de la iglesia primitiva y ejecutadas con ayuda de Benozzo Gozzoli y otros artistas. En Roma, Angelico asimilo la atmósfera humanista y los ambientes arquitectónicos de fuerte impronta clásica que se deben a Alberti amigo de Nicolás V, que mezcla con la sutileza de su expresión pictórica, con efectos de preciosismo luminoso insólito hasta entonces en los frescos.

Las máximas tomistas serían incorporadas por Fra Angelico a través de Antonino Pierozzi que lo formó durante su noviciado: integritas, proportio, claritas y eutrapelia (perfección, proporción, luminosidad y alegría). Pierozzi pensaba que la expresión artística era capaz de transformar un texto en expresión visual, lo que aprovechamos nosotros para relacionarlo con la poesía de Dante, cuyo sistema presenta una estructura doctrinal modelada sobre el pensamiento de santo Tomás, al que el poeta cita en varios cantos. Dante es posible que conociera a Giotto cuando éste pintaba, sotto le stelle, la Capilla Scovegni en Padua, y apreciara su obra con un punto más de detalle, pues parece ser que el poeta era también un buen dibujante. Giotto le sirvió a Fra Angelico para resolver problemas de composición; aparte de citarlo en el Purgatorio (XI, 95), otra concomitancia podríamos verla en que la acción de la Comedia se iniciaría un 25 de marzo, fiesta de la Anunciación y pintura que celebramos, que hasta 1611 estuvo en San Domenico de Fiésole, colina a cuyos pies nació Dante (Paraíso, VI, 53). Además, el gran poema mantiene el criterio de la vanidad de la gloria y según José María Micó, diseña “un mundo imaginado y onírico que era el trasunto de otras realidades, naturales, teológicas y simbólicas”.


   “Y uno de aquellos soles dijo: ‘Como
el rayo de la gracia en que se enciende
el verdadero amor que crece amando,
   multiplicado resplandece en ti
y te conduce por aquella escala
que todo el que desciende a ascender vuelve,
   quien te negase el vino de su jarra
para tu sed, nunca sería libre,
como agua que al mar nunca llegase”.

   E dentro a l’un senti’ cominciar: “Quando
lo raggio de la grazia, onde s’accende
verace amore e che poi cresce amando,
   multiplicato in te tanto resplende,
che ti conduce su per quella scala
u’ sanza risalir nessun discende;
   qual ti negasse il vin de la sua fiala
per la tua sete, in libertà non fora
se nom com’ acqua ch’al mar non si cala.








BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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Acantilado, 2018. (Cita del prólogo, pg. 28; del fragmento del poema, pg. 627, Paraíso, X, 81-90).
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