domingo, 20 de diciembre de 2009

LAS CARACOLAS DE NERUDA


Nos han traído unas caracolas y dentro canta un mar de mapa, parafraseando a García Lorca en un pequeño poema de título deducible. En este caso nos presentan algunas de las ocho mil, aproximadamente, recolectadas por Neruda, a veces como hacen las mariscadoras a la orilla del mar, otras con afán de coleccionista entre mercados de anticuario o amigas como Juana de Ibarborou, otra gran coleccionista y poeta, mas siempre con ansia de mar, su persistente aliada en poesía.

Los moluscos de las caracolas forman su concha secretando unas sustancias proteínicas que desarrollan una matriz de cristales, logrando esa textura pulida que tanto atrae. Las conchas guardan el eco del rumor del mar, y aunque la explicación científica viene a decir que al ponérnosla en el oído amplifica el murmullo de la sangre recorriendo el sistema auditivo, en nada resta poética, pues lo que hace es evocarnos nuestro origen. Estos caprichos marinos nacarados, tienen una forma semejante a la cóclea, con lo que en nuestro oído interno se logra un reencuentro de espirales, dos metonimias que fertilizando sonidos reconstruyen un completo mar de recuerdos.

Sólo cuando muere el molusco, su exoesqueleto renace para la admiración, igual que el arte de los cenotafios. Ahora llegan las caracolas a Madrid, una tierra siempre deseosa de océano cuyas gentes saltan a las playas al menor descuido del calendario, playas del azul o playas de cuero de Castilla como diría Neruda desde la Casa de las Flores, cercana al antiguo “Barrio de Pozas”, donde habitó un tiempo. Y las caracolas pasan a ser metáforas: de las casas del alma, de los caracoles del mar de Castilla, del cementerio marino donde quedan varadas estas flores de porcelana, de aquel mar de mapa que Lorca cantaba y que se llenó “de sombra y plata”.

sábado, 12 de diciembre de 2009

CARLOS LEÓN


Ayer noche / mañana será tarde
(Museo Patio Herreriano de Valladolid)
Galería Max Estrella de Madrid


Quizá tengamos que remontarnos a la Bienal de Venecia de 1976 (España. Vanguardia artística y realidad social, 1936-1976) cuando Carlos León participa junto a otros pintores (Luis Gordillo, Jordi Teixidor, José Manuel Broto, Gonzalo Tena, Xavier Grau...) en un momento donde los acontecimientos políticos desatan la efervescencia social y cultural para que, por fin, el atraso ya no sea el futuro, iniciándose un proceso de normalización creativa que en esos momentos, podemos decir, se mueve entre el conceptualismo, el minimal y la pintura-pintura. Por esos años Broto, Grau, Tena y Carlos León desarrollaron una creciente actividad mediante exposiciones y escritos que se aproximaban a las propuestas del grupo francés Supports-surfaces, que incidía en la experimentación con el soporte, los materiales y el gesto creativo, como componentes elementales de la pintura.

En Carlos León seguimos viendo esa persistencia, pues en su obra no abunda precisamente el bastidor tradicional, destacando un gusto por la figura plástica, la pintura de superficie donde destacan gamas y ritmos cromáticos y un afán de plasmar el gesto tan caro a los artistas de Expresionismo abstracto americano.

Presentar las obras sin marco, tratando el soporte como si fuera la propia obra hace que nos enfrentemos a la pieza sin dilación, directamente, de plano. El soporte ayuda a los colores a despertar o alertar los sentidos. En concreto el óleo sobre dibond, un aluminio tratado, muy resistente y liviano, que otorga a las piezas una luminosa densidad y convierte las superficies en territorios de emoción donde observar las fluidez que dan los dedos al aplicar directamente el color, como en el arte parietal rupestre (lo que no significa que en el arte prehistórico no utilizaran espátulas, pinceles, muñequillas o tubos aerográficos).

Por otra parte, el poliéster otorga unas estructuras geométricas superpuestas muy sutiles, como veladuras apenas perceptibles, delimitando, a su vez, el gesto del pintor en su insistencia en la abstracción de jardines y paisajes, que se vuelve topiario o jardinero que insiste en la abstracción recortando los caprichosos volúmenes con que la naturaleza dota a las plantas.

En el recorrido por sus obras podríamos destacar además los títulos, desde los inicios sin ninguno, a los últimos con gusto mitológico o con referencia a ese territorio de invención, Hafrika. Si bien un título no convierte en mitológica a una obra, sí que opera, junto al soporte, una cierta transformación, aquélla a la que remite el título de la exposición de Valladolid (Ayer noche / mañana será tarde), versos, quizá, donde se derraman los tiempos de un deseo: la metaformosis del color.