domingo, 11 de diciembre de 2011

BERTHE MORISOT


Entre la enorme avalancha de obras de exposiciones rusas, el envolvente romanticismo de Delacroix y la gran maquinaria pictórica para contemplar arquitecturas, emerge formidable la tenaz delicadeza de Berthe Morisot (1841 Bourges - 1895 París). Asociada al Movimiento Impresionista evitaremos repetirnos sobre cuestiones de técnicas cromáticas, abordadas ya en estas mismas páginas al ver la exposición impresionista de la Fundación Mapfre en abril de 2010, por no incidir asimismo sobre la avant-garde impresionista de Delacroix.

Berthe Morisot tuvo un reconocimiento más justo en su momento que posteriormente, puesto que sus obras, y las de su hermana Edma, desde 1864 eran admitidas regularmente en el Salón hasta que optó por las exposiciones impresionistas. Asimismo era admirada por sus compañeros pintores. Las hermanas Morisot (Yves, Edma y Berthe) fueron educadas en el gusto por las artes y la música, viendo el talento en el dibujo de Edma y Berthe, su profesor llegaría a advertir al padre que tuviera cuidado porque podrían llegar a ser artistas. Al estar vetado el acceso de mujeres a la École des Beaux-Arts Edma y Berthe se hicieron copistas en el Museo del Louvre, continuando, en principio, la poderosa y nada desdeñable tradición de la pintura femenina amateur. Ambas tuvieron aprendizaje con Corot y su modo luminoso de reflejar la naturaleza. Edma lo dejaría al casarse, Berthe conseguiría no solo culminar una importante trayectoria artística sino formar parte del grupo más revolucionario y vilipendiado del momento, a pesar de todo lo que lo podía arruinar en ese momento: familia acomodada, casada y con una hija.

Siendo copista en el Louvre, su audacia sorprende al enfrentarse a Boucher, Fragonard (parentesco con él: en unas fuentes bisnieta, en otras, su madre, sobrina segunda), Veronés y Botticelli. A través de Fantin-Latour, en 1868, conoce a Edouard Manet, ambos quedan impresionados. Prácticamente de inmediato Berthe posaría para El balcón por lo que acudiría a su estudio con regularidad, eso sí, acompañada de su madre. Le seguirían una decena de retratos suyos por Manet en los que destacaría su cercanía hasta reflejar una cierta intimidad y la belleza trágica de sus grandes ojos. No obstante Morisot sentiría cierto despecho cuando Manet decidió también pintar a Eva Gonzalès, que dejó la tutoría del pintor de gusto rococó Charles Joshua Chaplin por las audacias plásticas de Manet, que los críticos, amigos de su padre Emmanuel, periodista y novelista afamado, le urgían abandonar. Esta relación, con ser importante, no debe ocultar la verdadera fidelidad de Berthe al grupo impresionista participando en sus exposiciones desde el inicio (solo faltó en 1879) e incitando el ánimo del grupo cuando flaqueaba.

Cuando su hermana Edma se casó supuso un trauma para ambas que queda reflejado en la correspondencia que mantienen y son una buena fuente para ver el clima artístico del momento. Edma admira que Berthe hablara con Degas (aunque éste no apreciaba su obra), riera con Manet o filosofara con Puvis  de Chavannes, que pidió su mano y fue rechazado casándose con Eugène Manet (hermano de Edouard). Berthe fue una gran animadora cultural que apoyó a artistas en su casa: Mallarmé (que se convirtió en el tutor de su hija Julie), Monet, Caillebotte, Renoir o Whistler. Otras mujeres que tuvieron relación con el círculo impresionista fueron Mary Cassat, Marie Bracquemond o Suzanne Valadon, modelo de varios de ellos y primera pintora en ser admitida en la Société Nationale des Beaux-Arts en 1894.

La figura de la mujer, como cuenta Paloma Alarcó en el catálogo de la exposición, es la “gran novedad en la transformación urbana de París de la segunda mitad del XIX”, reflejándose en la literatura y pintura impresionista. El desconcierto de los varones de finales del XIX era tremendo pues se habían criado con madres dedicadas por completo a sus maridos e hijos y se encontraban con esposas que querían votar, estudiar en la universidad y llevar sus cuadros al Salón. Esto también tiene un efecto en la mirada al pintar con un tratamiento diferente del espacio. Desde el inicio Morisot se había decantado por reflejar interiores, un mundo íntimo y doméstico y excepcionalmente actos públicos como En el baile (1875), representativo retrato pues ella retrataba mujeres con elegantes vestidos o arreglándose para la fiesta (la estrategia del dandy  para ser moderno era vestir moderno, como más tarde formularía Adolf Loos). El pincel de Morisot es más escrutador de la intimidad “interior” frente a la de ellos, una mirada más voyeur, intimidad “externa”.

Las mujeres de Morisot, como sigue diciendo Paloma Alarcó, actúan como “motivo pictórico y no como objeto de la mirada masculina”. Lo podemos ver en El espejo psiqué (1876) donde con toques suaves e intensa luminosidad refleja una escena íntima de su boudoir. Era su propio espejo de dormitorio, de la época de Luis XVI, muy popular en el XIX y que refleja un cierto ensimismamiento, quizá ante el reflejo del alma escindida acaso entre las divergencias de Eros, acaso un desdoblamiento con su hermana Edma o quizá sea una modelo. Manet bebe de esto en Ante el espejo (1876-77) y en Nana (1877) y podemos comparar la profundidad femenina en Morisot frente al voyeurismo de Manet o el abismo en este tipo de mirada con Toulouse-Lautrec (Desnudo ante el espejo, 1897). En las toilettes de Morisot hay una cierta incitación muy moderada a lo erótico (Ante el espejo psiché, 1890), no por pudibundez sino que no le interesa esa carrera con la mirada masculina.

Pintar de forma impresionista era representar la realidad diaria con unos rasgos dinámicos que reflejasen los cambios de luz, el ímpetu de los colores con una adjetivación placentera, no obstante no olvidará las lecciones de “Papá” Corot al aire libre: En el manzano (1890), Pastora tumbada (1891) o Pastora desnuda tumbada (1891). Asimismo también supone un comportamiento atento a las personas de su entorno, pequeños fragmentos de la vida como a veces se los describía. Al dar a luz su hermana Edma, la maternidad se vuelve frecuente en su pintura, de igual modo cuando nace la hija de Berthe Julie Manet en 1879 protagonizará sus pinturas, y si antes su álter ego era su hermana, ahora su hija, y curiosamente cuando tiene tres años empieza a autorretratarse, no lo había hecho antes (pudimos contemplar un magnífico autorretrato suyo en la exposición Heroínas).

Desde un primer momento predomina en su ella la ligereza de su trazo, de su paleta, así ya su primer maestro se lo reprochaba pensando que la misma estaba más destinada a la acuarela. Llegó a pintar unos cuatrocientos óleos y un número mayor de dibujos, su talento combina ligereza y emoción y en la exposición traída del Museo Marmottan vemos obras del entorno familiar que Berthe Morisot las había conservado para ella como parte de su propia vitalidad, en la cual según su íntimo amigo Mallarmé “nunca le faltó ni admiración ni soledad”.