jueves, 14 de abril de 2016

ERWIN OLAF - CELDA DE EMOCIONES

Si nos acercamos a esta exposición de Erwin Olaf del CAC Málaga, con obras de sus últimos diez años, es difícil imaginar un mundo poblado antes por lo anormal en tanto que inhabitual, con excéntricos payasos, Drag Queens, gitanos y personas obesas entre sus primeros héroes retratados. Durante los primeros veinte años de su carrera, dio gloria a estos últimos temas con audacia y una energía extraordinaria, usando un contraste en blanco y negro o recurriendo a una paleta muy brillante de colores, próxima a la de la publicidad. En oposición con sus últimas series, que están envueltas en un brillo casi ártico, las series más antiguas se enfrentan a los personajes con sombras escabrosas. En estas últimas hay un registro de perturbación, de turbulencia barroca en el momento topográfico captado, que convierte en extrañas las cosas que habitualmente no lo son: el ojo de Olaf es excepcional en lo mundano.


A primera vista, Erwin Olaf puede parecer ser más un director de escena que un fotógrafo. La escenografía para cada imagen está dispuesta meticulosamente, como en un rodaje cinematográfico, controlando cada disparo con su Hasselblad digitalizada. Cada modelo utilizado se somete a un casting extremo y la escena es resultado de la investigación documental, que se revela en la precisión obsesiva de los detalles y en el estudio se reproduce todo con minuciosidad tanto el color del fondo de pantalla o el diseño de las luces. Sin embargo, detrás del estilo frío y pulido aparente de sus fotos, más allá del evidente deseo de dominar a fondo todos los aspectos de su producción, Olaf también exhibe un gusto por lo inesperado, lo que le permite eludir radicalmente estereotipos. Lejos de ser un prisionero atrapado bajo el peso de su propia maquinaria, de la inercia de su decoración, Olaf permanece abierto a las oportunidades de azar.

En Hope (2005) y Grief (2007) explora nociones de momentos privados en entornos domésticos, son series preocupantes ya que, como espectador, uno siente que está interrumpiendo ese momento. Todo esto se suma a la sensación de entrometerse en algo profundamente personal.

Grief es un ejercicio de la coreografía de la emoción en color beige. Quizá no haya otro color que denote menos emotividad, aunque la delicadeza con la que Olaf lo trata, nos ofrece una obra sorprendentemente conmovedora y silenciosa. Cada fotografía muestra al personaje suspendido en una ensoñación melancólica, en un elegante interior de tendencia industrial de los sesenta/setenta. Están orientados a evocar la high class de la época de Kennedy, con varias mujeres exquisitamente vestidas, en tonos que raramente se alejan del espectro de color crema al caoba, y con peinados esculturales. La puesta en escena es impecable y meticulosamente compuesta, nada fuera de lugar, ni un solo objeto anómalo o superfluo. Las líneas son limpias, con un énfasis en la vertical, sobre todo en las cortinas, que a modo de barrotes sugieren un cierto enclaustramiento que vendría a relacionarlo con el título de la muestra. Se obtiene un efecto estilizado pero no hueco, cristaliza la emoción en lugar de reemplazarla. Los personajes son abstracciones, pero los sentimientos que encarnan, atrapamiento o pérdida, son palpables y distintos.

La capacidad de Olaf para transmitir una narrativa a través del cine y la fotografía se deriva de su carrera como reportero gráfico. Mientras estudiaba periodismo en Utrecht, Países Bajos, quedó defraudado con el reportaje fotográfico que le fue encargado y se mudó a Amsterdam, a principios de la década de 1980, donde se involucró en un ambiente underground, con propuestas extremas que remiten a la obra de Joel-Peter Witkin, abandonando el ideal perfecto de la belleza, de la imperfecta e incluso lo grotesco. Con sus modelos nada convencionales, su trabajo es al tiempo fascinante y desconcertante con personas con alguna deformidad, o con niños con enfermedades como el síndrome de Down, o con enfermedades mentales, con cuyos retratos inquietantes revolucionó el concepto del modelo fotográfico a finales del siglo XX. Erwin Olaf sostiene que el retrato de las personas desfavorecidas o marginadas fue presentado históricamente en blanco y negro y desde arriba (en picado). Él va en contra esa convención y en las imágenes de sus modelos los sitúa frente a la cámara, a todo color, con peinado y maquillaje. Olaf remodela las nociones preconcebidas de atractivo y subvierte asociaciones estéticas, negando a la audiencia la oportunidad de clasificar a primera vista.

Olaf ha combinado su trayectoria en la moda y en la fotografía publicitaria, con marcas como Diesel, Louis Vuitton, Bottega Veneta o Tío Pepe. Sus modelos, desnudos o en estados de la casi desnudez, son una reminiscencia de fotografías elegantes y provocativas de Robert Mapplethorpe, al igual que él Olaf no percibe la desnudez como algo vergonzoso o amenazante. Erwin Olaf toma el tratamiento de la piel y el lenguaje corporal de Lucian Freud como punto de partida, con su celebración de las imperfecciones de la piel humana y la forma en que la luz y la sombra juegan en ella.

La serie Le Dernier Cri (2006) combina la representación de dos personajes deformados por la cirugía plástica y plantas en jarrones muy refinados, todo con un carácter artificial, lejos de la opulencia y el placer de los sentidos, alejado de la idea de la naturaleza humana o botánica, transformándolo todo en verdaderos objetos escultóricos. Bajo su universo frío, sofisticado y glamuroso, sus puestas en escena muy cuidadas, su estética refinada esconde un humor negro y una visión humana matizada de la sociedad actual. En este caso, con las caras incrustadas con prótesis, pretende ofrecernos una broma en el vacío del mundo de la apariencia.

Olaf es muy meticuloso con las formas y los tamaños de los objetos que los acompañan en la escena, son indicadores de la posición social y el estado. Él es particularmente sensible a las tonalidades de luz y color. Somos atraídos por la perspicacia compositiva de sus formas –la  sustancia estética de su arte – porque eso es lo que lleva a las emociones.

La fotografía, por naturaleza, destaca momentos individuales fuera de la prisa y el movimiento del día a día, dispone de imágenes en su lugar, les hace esperar. Pero el silencio impuesto a las escenas construidas por el fotógrafo holandés es particularmente inquietante.

Berlín: conflicto y reacción emocional entre juventud y vejez, entre ignorancia y conocimiento, pero no ofrecen un contenido narrativo sencillo. Los retratos son modelos que figuran en las escenas y son presentados junto con la escena que contiene el modelo. En esta serie quería espacio y arquitectura, algo que no podía obtener en el estudio. En esta serie vuelven a aparecer payasos, figuras emblemáticas y diabólicas, y los niños convertidos aquí en metáforas de la competencia otorgada a la juventud. La presencia de un payaso de lentejuelas o una ninfa descarada sugieren una tema alucinatorio en la historia de Alemania, se combinan con otras que parecen tener su fuente en Otto Dix, Christian Schad o George Grosz. Algunas parecen escenas de un mundo en el que niños blancos despóticos ordenan juguetes humanos, como la figura de un atleta negro con medallas revistiendo su torso. En el lado izquierdo de la imagen, el niño con guantes en actitud acusatoria, dominante, paraliza con el dedo al hombre. La historia más convincente detrás de esta fotografía parece ser inicialmente la idea de que es una representación alegórica de Jesse Owens y sus victorias de 1936 en los Juegos Olímpicos organizados por los nazis.

Keyhole: Olaf presenta una instalación, fotografías y películas, todo al mismo tiempo para maximizar la experiencia y para transmitir su mensaje de forma efectiva. Esta cerradura invita al visitante a abandonar su pasividad y participar en la instalación en un acto de voyeurisme. Los espectadores pueden sentarse en una silla, colocarse auriculares y mirar a través de un ojo de cerradura y sentirse como si estuvieran espiando la vida diaria de la gente, viendo escenas en las que un hombre de mediana edad se sienta en una cama o una madre abraza a su hijo. La voz murmullo que se escucha en los auriculares intensifica la experiencia.

Entre 1984 y 1990, Olaf hizo numerosas series, a partir de ahí y durante diez años se afianzó como un fotógrafo para publicidad y revistas, donde se sintió cómodo hasta 1997 que sintió la necesidad de expresar sus emociones más personales, en las que más se va afianzando cuanto más pasa el tiempo, libre de las normas restrictivas del encargo de algún cliente. Aunque nunca deja de trabajar para la publicidad, moda o revistas, ya que trabajar también en esos campos le mantiene independiente del mercado del arte. Por otra parte se ha acercado cada vez más a las artes visuales, en especial la pintura, como por ejemplo el realismo mágico de los pintores Pyke Koch y Carel Willink, de los que admira el vacío, la arquitectura amenazante y el absurdo. Asimismo, cuando expuso en 2002 en BilbaoArte su serie Royal Blood, declaró que todo su trabajo estaba inspirado en Andy Warhol. Otras influencias a las que también alude son Helmut Newton y Man Ray.

Aunque son múltiples las referencias a su obra que la caracterizan como barroca, Olaf no se considera un artista neobarroco, si bien se inspira en Rubens (El rapto de Hipodamía, 1636-37) para la serie Paradise (2001). Por otra parte, las series Rain (2004) y Hope (2005) están inspiradas en obras de Edward Hopper y Norman Rockwell. Erwin Olaf ha comentado en varias ocasiones que no tiene paciencia para la pintura, sin embargo con Photoshop maneja los colores como un pintor.

La fotografía se volvió a evaluar re-imaginada por su imbricación con herramientas digitales, le procura tal inmaterialidad que todo lo que queda de su antepasado es un ancestro de luz, en un “poderoso movimiento de intensidad” (Gilles Deleuze). Photoshop se introdujo aproximadamente en 1988, al inicio como software retoque, como un medio independiente, una herramienta, al igual que el cincel del escultor ante el tamaño de la masa. Ahora es un software de edición de imágenes y más que una herramienta, un integrante de la obra de fotógrafos. Desde ahí Olaf mira y mira pinturas para aprender e inspirarse, si bien al inicio no estaba interesado en utilizarlo, en 1997 lo hizo para un encargo comercial y poco a poco se interesó en sus posibilidades. El resultado fue Mature (1998) y más tarde explorando más posibilidades, Royal Blood (2000) y Paradise (2001).

A medida que va madurando en obra y edad se inspira más en las películas vistas a los dieciocho o diecinueve años.  El cine de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta le influye profundamente, debido a la enorme cantidad de detalles como Ludwig de Visconti, o el mensaje político en Salo de Pasolini, o el ojo estético para la violencia y la sexualidad de La naranja mecánica de Kubrick o las actuaciones de Burton y Taylor en ¿Quién teme a Virginia Wolf? Esas y otras películas se almacenan en su cabeza y le dan ideas para la fotografía.

Erwin Olfaf cree que un artista debe intentar reflejar sus sentimientos personales en su trabajo. Él usa sus proyectos para reflejar emociones y sentimientos que le preocupan. Así cuando era joven estaba luchando con su sexualidad y lo refleja en series como Chessmen. Más adelante en su vida, tuvo un período bastante agresivo que se tradujo en series como Royal Blood y Paradise. En este momento si bien a veces le gusta ir de fiesta, podríamos decir que se encuentra en un periodo más introspectivo, melancólico y calmado.

La suave calidad cinética de la obra de Erwin Olaf está influida por el cine italiano y alemán, sobre todo a partir de la década de 1980, aunque me ha extrañado no encontrar ninguna referencia directa a Antonioni, que recreaba los colores del mundo ante la cámara. Olaf ha experimentado con el cine desde 1987, pero no fue hasta 2003 que empezó a descubrir el potencial de la fotografía y el cine combinados para mediar en el ambiente de una habitación e intentar entrar en las cabezas de las personas para influir en la forma de ver la imagen. Aparte de las series fotográficas mencionadas a lo largo de este artículo, en el CAC Málaga podemos encontrar una instalación a modo de tiovivo Karussell (2012) y además: Annoyed (2005) en vídeo; Le Dernier Cri (2006) serie y vídeo; Grief (2007) serie y vídeo; Keyhole (2012), serie y vídeo. En estas obras Erwin Olaf suele usar actores profesionales, dos canales de video instalación y un soporte laminado en Dibond (recordemos a Carlos León) en sus fotografías que le otorgan un ilusorio mundo de ensueño que nos obliga a palpar con los ojos. Construcciones expresivas y arreglos artísticos de la figura humana, para experimentar de modo directo ambientes y estados anímicos al penetrar con el pensamiento en ese mundo y movernos dentro de él.


Desde 1991 en la que realizó Tadzio junto al pintor F. Franciscus, su trayectoria está marcada por la “imagen-movimiento”: vídeo, cine y, por qué no, la pintura. Soledad y espera podría caracterizar esta amplia muestra y lo que nos puede sugerir su trazado (no solo ésta de Málaga, también ha ocurrido en otras más, como en 2012 en La Sucrière de Lyon) es una provocación, con la intención de entrar en un bucle de percepción de 360º psicológicos – camino y visión unidos – donde el público observa una mujer esperando e imita su propio papel en un intercambio entre el espectador, el sujeto y el fotógrafo. Siguiendo a Paul Valéry, Maurice Merleau-Ponty (El ojo y el espíritu. Barcelona, Paidós, 1985, pg. 15) nos dice: “Es prestando su cuerpo al mundo que el pintor cambia el mundo en pintura. Para comprender esas transustanciaciones hay que reencontrar el cuerpo operante y actual, que no es un pedazo de espacio, un fascículo de funciones, sino un entrelazado de visión y movimiento”.