lunes, 23 de abril de 2018

HENRI MICHAUX - EL OTRO LADO (BESTE ALDEA)


La presentación en el Museo Guggenheim Bilbao se centra fundamentalmente en dibujos y pinturas realizados, algunos de ellos, como consecuencia de experiencias con alguna sustancia psicoactiva. Asimismo, en el catálogo, se recoge un extracto del ensayo de Julián de Ajuriaguerra y François Jaeggi (Le Poète Henri Michaux et les Drogues hallucinogènes – Contribuiton à la connaissance des psychoses toxiques. Expériences et découvertes du poète Henri Michaux, Bâle, Sandoz, 1963). La exposición recoge las investigaciones de la figura y el rostro humanos, los dibujos de alfabetos e ideogramas inventados: rostros espectrales, dibujos, tintas, aguadas, frottages, acrílicos y pasteles (crayolors señaladamente temblorosos). La numerosa obra literaria y pictórica (se estiman unos 10.000 dibujos) de Michaux es como poco doble, escritor y artista visual que ofrece diálogos y correspondencias entre la literatura, la poesía y la pintura, formando canales de expresión de la imaginación.

Sus señalados viajes no le hacen perder la aventura interna, la insuficiencia de las palabras, la complejidad del flujo vital en este mundo friable, le llevan a las sustancias psicoactivas como medio de conocimiento que le permita ir más allá, incursiones en ese otro lado de lo aparente, internarse en las apariciones. Una puerta de entrada y salida con posibilidad de dos seres que despiertan en dos direcciones. El desdoblamiento artístico de Henri Michaux que le llevaba de la poesía a la pintura, le animaba a esa trascendencia del ser que le internase en los mecanismos de la consciencia, se quería ailleurs, “en otra parte, esencialmente en otra parte, otro” (Juan Manuel Bonet). Como dice Octavio Paz (recogido también en el espléndido catálogo de la exposición celebrada sobre Michaux en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2006), sus cuadros no son tanto ventanas que nos dejan ver otra realidad como agujeros y aberturas perforados por los poderes del otro lado.

La poética del espacio surge así desde el título de esta exposición, una poética que articula un laboratorio de lenguajes, busca la experiencia poética en el límite del lenguaje, al filo mismo del estado de nacimiento del signo que diría Merleau-Ponty (Signos. Barcelona, Seix Barral, 1964) y que encuentra en la caligrafía china una fusión de pintura y escritura. Tinta china a la que el papel le da un decantar espirituoso donde se pasa de la evocación del objeto a la abstracción del signo.

La exposición de Bilbao ofrece tres ejes de contemplación: Uno, sustancias psicotrópicas para profundizar en su mente y plasmarlo posteriormente a su obra artística o literaria. Dos, signos con resonancias de pintura rupestre (en ambos casos de improbable significación). Tres, rostros, cabezas forjadas a base de manchas con las que trata de capturar alguna esencia humana, un “fantasma interior” un poltergeist que resuene desde lo remoto (Véase Henri Michaux, Una vía para la insubordinación. Barcelona, Alpha Decay, 2015-Gallimard, 1986).

Sus influencias primeras pasan por Lautréamont; Giorgio de Chirico, Max Ernst (le inicia en el frotagge) y Paul Klee, le orientaron en el camino hacia la pintura. De Paul Klee admira la libertad de la línea y le agradece el haberle iniciado en la pintura y descubrirle ese otro lado de la representación espacial. Henri Michaux se encuentra con la pintura en 1925, quizá como intento de mostrar otra realidad o  “transrealidad” (como él lo denominaba) que mostrara un mínimo estructural de lo informe. Parece que su obra se concentra más que en hacer en deshacer, un conocimiento en abismo, inventará un léxico para dar a conocer la oración interior, una oración sin palabras que desemboca en sus formas filiformes. Novela, pintura, poesía (y música) son canales de lenguaje para llegar a una expresión artística. En una entrevista concedida a John Ashbery, en marzo de 1961 para la revista ArtNews, recogida por la revista Minerva del Círculo de Bellas Artes, (www.circulobellasartes.com/revista/minerva/articulo.php?id=129, consulta de 3/4/2018, pg. 2), nos dice que empezó a pintar a mediados de la década de 1930 y que escribe o pinta en periodos alternos, no al mismo tiempo. Asimismo: “Mis dibujos a tinta grande ya no son más que ritmo”, es decir, poesía.

En el catálogo de la exposición se recogen algunos extractos del ensayo de Julián de Ajuriaguerra Ochandiano, psiquiatra de origen bilbaíno, exiliado y nacionalizado francés, que supervisó muchas de las pruebas que Michaux realizó con sustancias tóxicas o alucinógenas (pgs. 34-57. Todas las citas en este artículo toman de aquí la referencia). Cabe destacar la sobreabundancia de adjetivos al referirse a los resultados descritos en el relato, donde un rojo no se ajustará en el pigmento real a aquél experimentado con la mescalina. Si bien las propiedades de los colores no son exclusivas de las drogas alucinógenas, las leyes  físicas no caben en el desbordamiento anárquico de la fantasía artificial, su actividad psíquica fracciona la visión, como disgregada del valor habitual de la realidad, autorreferenciales en sus estructuras, formas y colores. Estas sinestesias abren relaciones psíquicas insospechadas, entre las que podemos señalar una reduplicación corporal, que no es tanto una especie de “disolución de la consciencia muscular” (Ajuriaguerra) sino una despersonalización donde el sujeto tampoco se reconoce. Una sensación de  despersonalización algo habitual en poetas donde contemplamos un desdoblamiento del “yo” que a veces es un “tú” y otras el mismo “yo”.

La vista dice demasiadas cosas a la vez y en esta poética del espacio, siguiendo a Gaston Bachelard (La poética del espacio. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1965), se nos propone un dentro y fuera como una dialéctica de oposición geométrica, de fijación y trascendencia, aquí y allá como adverbios de una cartografía de la soledad en donde Michaux apenas fijada una expresión ya va necesitando otra, lo que le otorga una movilidad de lengua y pensamiento y le hace ir al extremo de la experiencia donde hace concreto lo de dentro y vasto lo de fuera, que en la imaginación se multiplica geométricamente, sin hallar su coeficiente en su evidencia geométrica.

Otra característica que destaca el doctor Ajuriaguerra y de cierta manera se siente en la poesía,  es que la experiencia oniroide es intemporal sin relación al desarrollo del tiempo social vivido, “no constituye una duración, pues carece de referencia”, se produce una descoordinación entre el ser y el tiempo social vivido.  Son experimentos, previos y alejados de la psicodelia heredera de Woodstock, con éter (quizá la preferida por Michaux), hachís, mescalina (estado vibratorio, según Michaux que produce esa pintura atravesada por una corriente eléctrica), psilocibina (bajo su efecto, señala Ajuriaguerra, el sujeto puede conversar e incluso escribir). Juan Manuel Bonet, en el citado catálogo del Círculo de Bellas Artes, realiza una detallada relación entre las drogas tomadas y los libros editados de los que citamos algunos: 

Misérable miracle (Monaco, Éditions du Rocher, 1956), con motivo de cuya aparición la Librairie La Hune organizó una muestra de dibujos mescalinianos; L’infini turbulent (Paris, Mercure de France, 1957); Paix dans les brisements (Paris, Karl Flinker, 1959), y Connaissance par les gouffres (Paris, Gallimard, 1961). En 1957, algunos dibujos mescalinianos se expusieron en la Gallery One de Londres. Dibujos nerviosos, de redes, de horror vacui. Dibujos, luego, de «reagregación». Paralelamente, Michaux se interesará por el peyote –leerá a Havelock Ellis, a Charles Duits–, y experimentará con el hachís, sobre el que escribirá un texto titulado «Le dépouillement par l’espace», y recogido en Les grandes épreuves de l’esprit.

Enrique Vila-Matas, recoge en Revista de Libros nº 47, 1/11/2000, el resultado de Alain Jouffroy, que bajo la psilocibina se adentró en la pintura de Michaux: “No sólo su pintura contenía ojos imperceptibles para la vista ordinaria, no sólo era aquel paisaje mescaliano un paisaje-cabeza, sino que aquel paisaje sufría: era el retrato de una conciencia dividida en mil pedazos, la conciencia misma de Michaux disgregada, diseminada como resultado de la mescalina”. No es necesario ver esta exposición de Bilbao bajo ningún efecto psicoactivo, el propio doctor Ajuriaguerra resalta: “Es cierto que estas ilusiones estésicas, estas sinestesias, estos fenómenos de desrealización e incluso de despersonalización han sido experimentados por todo el mundo sin aportación tóxica. Estas vivencias aparecen en algunas formas particulares de la vida psíquica.”

Esa sensación hipnagógica, de tránsito entre la vigilia y el sueño no es extraña a la creación poética, aunque sin ser comparable esta ensoñación, con la de la experiencia tóxica que, al parecer, tiene una mayor densidad neuronal que la ligereza de la imagen mental de la reflexión e imaginación del pensamiento lúcido. Michaux nos dice en un poema: “En los momentos en que, traicionado por los músculos debilitados, me siento el más incapaz de moverme, entonces me transporto hacia afuera…”. Ajuriaguerra sobre Michaux: “Va hasta el final del abismo para vivir allí el minuto de verdad. Revive los fantasmas destructores, las luces que lo ciegan, las afiladas armas blandidas a su alrededor, las convulsiones que lo machacan, los objetos que lo eluden, el cuerpo que se disloca, las seducciones insípidas que lo disuelven, las tinieblas negras que lo invaden y la imposibilidad de apropiárselas porque enseguida estallan y se hacen pedazos.”

Emil Cioran (“La Passion de l’exhaustif”, La Quinzaine littéraire, 1973, pgs. 4-5), analizando el fetichismo por lo infinitesimal de Michaux, indica su sensibilidad a formas de desequilibrio prodigiosa. Señala que se si se recogieran todos los pasajes en los que trata el éxtasis, con referencia a la mescalina o algún otro alucinógeno, tendríamos la impresión de estar confrontados con experiencias religiosas que merecerían ser incluidas en un breviarios de momentos únicos y herejías ardientes. Michaux se une a los místicos con sus explosiones internas, su voluntad de atacar lo inconcebible, ir más allá creando abismos siempre nuevos. Asimismo Cioran compara esos excesos extáticos con la gran mística medieval Angela de Foligno (véase su Libro de la experiencia. Trad. Pablo García Acosta. Madrid, Siruela, 2014) o los sarcasmos de Jonathan Swift.   

Quizá es lo que intenta con la mescalina, regresar a un inicio y partir de cero en la percepción y recoger esas apariciones que más tarde dibujará sin establecer un reconocimiento o definición de la forma, como un trance de manchas y figuras, donde el signo escapa a su propio estatuto y se dirige hacia la forma o hacia la escritura, un signo cambiante y en movimiento. Estos signos aparecen en la  cartografía de ficción de Michaux, signos de escritura o de pintura. En la escritura se reenvían hacia alguna cosa, en cambio en pintura son espontáneos y no obedecen a alfabeto alguno, sino a combinaciones sin un mensaje habitual. Podríamos decir que son signos plásticos como ideogramas, experiencias pictóricas con una tentativa de comunicación o una intuición de realidad.

Michaux combate tanto el espacio (pictórico) como la sintaxis (poética). El verso de Supervielle: “El exceso de espacio nos asfixia mucho más que su escasez”, gravita sobre Michaux y la  perspectiva se le presenta como una penitenciaría geométrica, de ahí sus “pinturas rupestres” libres de esa cárcel. En sus dibujos podemos distinguir una parte gestual, donde los movimientos pictóricos hacen de las imágenes un estadio intermedio entre aparecer y desaparecer (no sabemos en sus rostros si están apareciendo o desapareciendo).

El fragmento del poema de Michaux citado anteriormente pertenece a “Sueños de vigilia”, como otros muchos más, se encuentra (junto con numerosas ilustraciones) en Henri Michaux, Antología poética (1927-1986). Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005. En estos poemas, podemos observar la distancia sobrehumana que sentía, como si pudiera observar la maquinaria de su propia mente, de su propio cuerpo, desde un intervalo entre la sensación y la conciencia:  

Rends-toi, mon cœur. / Nous avons assez lutté, / Et que ma vie s’arrête, / On n’a pas été des lâches, / On a fait ce qu’on a pu.//

Ríndete, corazón mío.
Hemos luchado bastante,
Que mi vida se detenga,
No hemos sido cobardes,
Hicimos lo que pudimos.