domingo, 19 de septiembre de 2010

IN MEMORIAM


Truena tu voz
ante el silencio o el espanto
haciendo de la invisible herida,
sangre de todos.
Amalgamas los brazos
a inquietos mástiles de banderas
teñidas de sueños,
convirtiendo un clamor inefable
en aguerrido canto de consuelo.
Descubriste atajos en los caminos
para esquivar la prisa,
sentando tu palabra
entre bronce de leones.
Nunca rieron éstos más
al oír rugir al maestro aragonés
estoicas lecciones resumidas
a quienes imponían la ira antes que convencer

lunes, 26 de julio de 2010

Sin preguntas hacia el sendero del abismo
se cruzan miradas sin anclar en astrolabio
en misteriosa suerte hallan malecón de atraque,
olas de tu cuerpo lamiendo el secadal mío.

Noche de Madrid, de vino en años, consumida
rescoldo aún en bares donde todo se inicia
gemían los cuerpos temblorosos, no de miedo,
de incendio de besos y en estrépito, caricias.

Donde las musas allá habitan, la muerte juega
con el crepúsculo de su interminable siega
arte nos dejan, salvavidas a la rutina,
raptos de pasión como bastión de espera.

Entre una vida y mi vida el desierto que media,
cegando de arena caminos, abrió sendas
engañoso horizonte, multiplicando en dunas
ahorrando en oasis, ni espejismos concediera.

martes, 20 de julio de 2010

GHIRLANDAIO Y EL RENACIMIENTO EN FLORENCIA


La exposición se presenta alrededor del retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, verdadero icono del Museo Thyssen, junto a otras piezas relacionadas con su boda y las estancias del palazzo Tornabuoni. Pero ante lo que pudiera parecer un mero hecho de sociedad, el valor del retrato en el Quattocento, el epigrama de Poliziano en recuerdo de Giovanna, el poema nupcial de Naldo Naldi y la pátina de Antigüedad asociada al Renacimiento, confieren a esta exposición mucho más que una crónica sentimental si pensamos que el retrato y el epigrama son póstumos y que Lorenzo Tornabuoni, su marido, sería decapitado tan solo unos años después.

Después de la gran peste de 1348, el siglo XV presenta la prosperidad florentina debido a la agricultura, el comercio de lana el lino y la banca (Medici, Strozzi), mas también el papel atribuido a los studia humanitatis, que va a revalorizar el tejido urbano con propuestas artísticas, con predominio de una racionalidad y de una filosofía potenciadora de valores civiles y políticos tendentes a crear una República de Florencia a la vanguardia de la economía y cultura europeas. Con un fondo artístico riquísimo operado por Brunelleschi, Donatello y Masaccio, Lorenzo el Magnífico (apelativo éste, por su mecenazgo artístico y por haber reforzado su posición más allá de los confines de Florencia), confiere a la cultura un carácter unitario, fundando la primera academia artística con una referencia en la Antigüedad clásica como marco del tránsito hacia lo moderno, del que somos herederos, teniendo en cuenta que mucho de lo ideado se consiguió en el siglo de las luces o en el siguiente.

Sin entrar al detalle de fechas, pues ya hablamos en estas páginas de ello con motivo del Impresionismo, podemos ver el Renacimiento como paso de la Edad Media a la Edad Moderna, un término utilizado por Petrarca en XIV y Vasari (Vite) en XVI que en Italia abarca el siglo XV y XVI y en el resto de Europa finales del XV y XVI. Con la Antigüedad como fuente de inspiración para la reelaboración de un nuevo concepto de belleza y con un cierto idealismo frente al “expresionismo” medieval. Parafraseando a Walter Pater es una corriente de pensamiento donde predomina el amor al mundo del intelecto y la imaginación y el deseo de alcanzar una forma más liberal y equilibrada de concebir la vida.

La visión antropocéntrica de la realidad que opera en el Renacimiento, según Jacob Burckhardt, permite al artista renacentista, en un proceso introspectivo, que en los retratos se capte a sí mismo tanto como al modelo que estudia desde esa perspectiva interior, haciendo del pensamiento una imagen. No obstante, el hombre del Renacimiento estaba presionado a contar con palabras adecuadas al interés del objeto, de ahí los contratos tan detallados de las obras donde se especificaba los materiales a utilizar, lo que se percibiría por el trabajo y los plazos de entrega. En este tiempo se sitúa en el trabajo del artista el fin del arte como valor (Argan), su habilidad ya que se pagaba debía ser reconocible, pero su valor no reside en la cosa como fenómeno sino en lo que el intelecto construye sobre el fenómeno. Un cierto idealismo artístico o desiderata donde las obras reflejasen, no las cosas como son, sino cómo deberían ser, exaltados puntos de fuga bajo el ideal del deseo.

Domenico Ghirlandaio (Florencia 1448/9-1494) toma del ambiente todo lo que le puede servir, ya se trate de la amplificada visión espacial de Filippo Lippi en la catedral de Prato, de la sensibilidad psicológica de Verrochio o de la agudeza flamenca. El arte, para él, es además documento y testimonio. Ghirlandaio es precursor de lo que vino en denominarse tema “histórico-moderno”, una combinación que refleja el deseo de la sociedad de finales del Quattrocento de ver sus propios hábitos expresados en los grandes valores históricos, por ejemplo reflejar plazas y calles modernas donde desarrollan las actividades cotidianas, con edificios a la antigua que den la solemnidad del discurso histórico.

De la pieza en sí que nos ocupa, Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni (1489-1490, que se ha venido conociendo como Giovanna Tornabuoni), se ha destacado sus acentuados rasgos faciales y la estilización acorde con el ideal amoroso propugnado por Petrarca: tez de rosada palidez, finos labios y serena expresión. La cuestión de si esta pieza de Madrid está inspirada en el fresco de La Visitación de Sª Mª Novella (c. 1489), los estudios técnicos revelan, en la de aquí, una larga y minuciosa elaboración con un detallado dibujo primero de Giovanna que fue modificado posteriormente. De aquí que se pueda extraer que “la Giovanna” del fresco florentino no sea la primera pues no tendría sentido tanta rectificación en esta del Thyssen. Más bien Ghirlandaio habría hecho un dibujo basado tanto en las medallas como quizá al natural y en vida, modificando posteriormente la pintura debido a la súbita muerte de Giovanna.

La siempre ardua explicación técnica viene en este caso amenizada en la página web del museo, donde se pueden ver las modificaciones realizadas por Ghirlandaio hasta conseguir el retrato que vemos a simple vista. Así podemos apreciar por imagen infrarroja un dibujo preciso que presenta diferencias respecto al resultado final. Un collar de cuentas, como el que figura en las medallas, sustituido por el colgante final o un busto más señalado al inicio y rectificado posteriormente que le da ese aire mayestático (sobre todo el cuello), como vislumbrando la herencia de Verrocchio.

En las medallas, realizadas por Niccolò Fiorentino, con motivo de la boda, ya percibimos un potente modelado que realza el busto en el espacio y un realismo que le confiere una gran dignidad llena de encanto. Así en la pintura vemos un rostro modelado con sutileza, detalladísimos cabellos y contorno muy definido. En general un destacado virtuosismo con asombrosa gama de texturas que mezclan óleo y temple dando así mayor sensación de volumen (en el vestido por ejemplo).

Debemos destacar también de Ghirlandaio (y su taller) Retrato de una joven (c. 1490-94). Menos refinado (también más dañado) que el anterior, aunque quizá más idealizado, más sugerente en la mirada y el tono poético general del retrato. Virgen y el Niño de Filippo Lippi (c. 1450) inspirado en figura de Luca della Robbia (muy difundidas): Sutileza en los rasgos de la Virgen y expresividad infantil en el Niño, más un refinado uso del pan de oro, que no sólo indica el valor contractual como señalábamos anteriormente.

Y ya, por terminar, señalar La Anunciación de Biago D’Antonio (c. 1500). Si se tiene la oportunidad de sentarse frente a ella e ir viendo cada detalle de la obra y circunscribiendo la historia en ese nuevo modo de representación visual, se podría llegar a creer que nos estamos ensimismando con uno de esos relatos de las enormes y modernas pantallas de plasma… sanguíneo porque no cesa su belleza en siglos, de recorrernos.

jueves, 1 de julio de 2010

TURNER Y LOS MAESTROS


Con el título de esta exposición se nos avisa, fundamentalmente, de las correlaciones pictóricas de Turner. Turner Vs. Claude Lorrain (Claudio de Lorena); Turner Vs. Poussin; Turner Vs. Rembrandt; Turner Vs. … Una serie de enfrentamientos (la eterna querelle entre antiguos y modernos) que a Turner le complacía, donde la fortuna crítica le suele favorecer por el dinamismo en sus paisajes frente a la nostálgica naturaleza idealizada. Faltaría, a nuestro entender, una última etapa donde se enfrenta a sí mismo en un proceso de introspección que le marcará como romántico, con un desarrollo netamente visual, que no se distingue por su teoría (ya estaba Ruskin para eso) y por el cual, cuanto mayor se volvía Turner más moderno resultaba.

De extracción social humilde, J.M.W. Turner tuvo que pasar por todos los programas académicos para compensar las distinciones burguesas que le faltaban, produciendo un catálogo de gran calidad que consolidase tanto su cuenta bancaria como su reputación. Logró sustituir a los dioses antropomórficos por los elementos naturales: agua, viento, tierra, nieve y fuego, cuyas acciones sustituyen a los héroes, como en Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes, 1812. Evanescencia del individuo contra el paisaje, diminutas figuras inaprehensibles ante el estallido del paisaje. De aquí parte la manifestación de lo sublime. Una idea reformulada por Burke en 1757-59 a partir de concepciones retóricas del siglo I d.C. fundadas en Aristóteles. Por decirlo brevemente con Kant, lo sublime sería una manifestación de lo infinito en lo sensible, cuyo carácter se fundamenta en la grandiosidad de diversas acciones de la naturaleza ante las cuales el ser humano queda absolutamente empequeñecido, una acción que sobrecoge y atemoriza al ser humano, que lo aniquilaría si no se mantuviera a una distancia justa, aquella que permite dar cuenta fidedigna del suceso, aunque no tanta que nos haga cambiar a los registros de tragedia.

Tan infatigable lector de poesía como viajero, son dos elementos liberadores de la sensibilidad que producirá figuras diseminadas, pintura como estallido de luz y color con resonancias de infinitud. Una combinación proporcionada entre cromatismo veneciano con la técnica del sfumato y el claroscuro que produce una equilibrada gradación colorista. Turner se recrea en los efectos que éstos nos causan sin incurrir en imágenes metafísicas como pudiera hacer Friedrich, sino a través de la luz y el color que percibimos, lograr una impresión más fuerte sobre el ánimo.

La exposición hace hincapié en la pintura Grand Style donde predomina la ordenada fluidez visual de Poussin, Lorrain y Dughet, con un mensaje moral elevado: permanencia, orden y claridad, frente al agitado pincel de Tintoretto o al paisaje holandés considerado trivial, efímero y cotidiano. Al final gana el empirismo inglés: paisajes del Reino Unido a través del filtro del naturalismo holandés y flamenco del siglo XVII.

El acto de pintar excede los límites de la representación, maestros como Rembrandt le suponía, más que un soporte de respeto donde fijar la mirada, un reto para avanzar en el proceso de creación artística. Así, a los cuadros de Philip James de Loutherbourg, uno de los primeros en orquestar el paisaje con temas sublimes como el peligro la grandiosidad y el horror en espectacular entretenimiento visual, Turner añadirá una textura más empastada, con marcas de pincel y espátula, animando el oleaje como Ruisdael (añadiendo blancos), resultando un mar de lucha y aventura, un mar pleno de energías abstractas que llenaban el cuadro.

En la exposición hay algunos cuadros de Turner que avanzan su etapa final donde más que reproducir hace una recreación colorista sublime como enigma insospechado de la magnitud de la Naturaleza que a veces se nos revela. Hoy el temor que provoca lo sublime, su abismo, no está en los Alpes sino en los picos que dibujan los gráficos de las finanzas bursátiles, quizá por ello sea preferible quedarnos con las eternas puestas de sol retenidas en un ansia de espera: los ojos de Jéssica (1830) la hija del Mercader de Venecia, inquieta en la ventana hasta el momento de su fuga con su amante. Un logrado cuadro de transparencia aérea italiana, donde el sutil echarpe avanza entre un amarillo, que cegó al bucólico Wordsworth, y un tocado rojo que anuncian la evanescencia de la lluvia, el vapor y la velocidad.

jueves, 18 de marzo de 2010

MONET Y LA ABSTRACCIÓN


Coinciden en estos días en Madrid una exposición de Manet y los impresionistas y otra sobre Monet y la abstracción. Si en estas mismas páginas electrónicas, indicábamos la importancia de Manet como eje que da paso a una época moderna, de Monet cabría decir otro tanto, si no más, viendo que su modernidad llega hasta este siglo XXI. ¿Entonces, nos podemos preguntar, cuántos ejes, cuántos pintores decisivos jalonan las etapas del arte? Puede parecer que cada pintor, a poco que destaque, marca un antes y un después en la Historia del Arte. El problema, aquí, radica en ver la Historia del Arte, o la Historia en general, como una sucesión lineal, una vinculación unívoca de hechos y fechas. No. Debemos verla como un encadenamiento de conflictos donde los hechos mantengan la Historia como una disciplina con valor resolutivo del presente, un instrumento de razonamiento teórico que no se funde en juicios de valor y proporcione más problemas que modelos.

Si Manet aportaba un enlace entre los antiguos maestros y los impresionistas, la última etapa de Monet nos lo proporciona con la abstracción pictórica, con pintores que aún están en activo, familiarizando ciertas miradas renuentes con el arte contemporáneo. También hemos de decir que esta apreciación de la última etapa de Monet no fue ni mucho menos inmediata. Si el pintor fallece en 1926 hay un olvido de esta última obra hasta 1945, incluso podemos remontarnos a 1914 fecha en que inicia sus grandes lienzos, que empezarán a ser apreciados en EE UU a raíz de exposiciones e intereses museísticos. En 1950 se empezó a vender casi a escondidas esta última etapa arrinconada en Giverny. En 1952 Andre Masson elabora el celebérrimo aforismo “Capilla Sixtina del Impresionismo” para los paneles del Musée de l’Orangerie y se dispara su cotización, así como la mirada de Jackson Pollock, Clyfford Still, Willem de Kooning, Barnett Newman y Mark Rothko. La última etapa de Monet se empieza a apreciar de forma general en 1955, en 1956 el precio de 1950 se había cuadruplicado (de 12.000 a 55.000 $) y ya apenas quedaban.

Entre tanto, en esas fechas aludidas, por decirlo brevemente, se había valorado otro camino a la abstracción: la volumetría geométrica de Cézanne o la intelectualización de Kandinsky. Con Monet el camino a la abstracción discurre más por la expresión, hay una apreciación mayor del gesto pictórico y la práctica diaria de la pintura, que siguiendo los primeros pasos impresionistas donde se descomponía la luz, llega ahora a la descomposición de la forma, como si al final solo le importaran esas pequeñas cosas junto con la luz y el color, anunciando a los expresionistas abstractos. Así lo podemos ver en Pollock, que abandona pronto el regionalismo descriptivo de Thomas Hart Benton, pero tanto en reconstrucciones asistidas por ordenador como en algunos cuadros de 1950 analizados con rayos ultravioleta e infrarrojos, se ha podido observar que empezaron con alguna clase de imagen figurativa, muy sencilla, que en algún caso de podría tratarse de figuras primitivas pintadas en las cuevas cuyo repertorio no le era desconocido. En otros amontona pintura empastada, como Monet, para crear una figura tosca, turbulenta, cubierta por diferentes capas, pero que es visible por rayos X. Estas superposiciones de capas, sugieren un espacio por variaciones de densidad que hace referencia a la distribución de marcas de pesadez y ligereza que transforman la organización espacial de la imagen, creando un sentido de movimiento, haciendo que su visión se vuelva gesto. Esas capas cubren cada una la totalidad del lienzo con áreas opacas, transparentes otras, creando la impresión de un espacio acotado que contiene varios volúmenes. Ésta es la característica de sus all-over que lo diferencia de Monet que en los suyos no siempre ocupa toda la superficie del lienzo, aunque sí concentra ahí toda la obra renunciando a la profundidad ilusionista de la perspectiva y absorbiendo todos los colores provocando una composición global en claroscuro.


En la exposición podemos ver obras de una segunda generación de expresionistas abstractos: Philip Guston, Joan Mitchell, Sam Francis, continuando con la pintura gestual pero con evocaciones paisajistas, sus pinceladas más serenadas y con cierta regularidad hacen referencia no solo al último Monet sino al Impresionismo en general y Renoir, Sisley y Pisarro en particular, surgiendo lo que vino en llamarse Impresionismo Abstracto, donde se volvía a la visión en profundidad, a las formas naturales, a una manera de hacer más contemplativa y abierta que la primera generación, más pasional y de acentuado solipsismo.

La exposición aparece como una mirada transversal con pintores que mantienen semejante pulsión pictórica, así Turner en el desvanecer de Venecia, nos convoca a otros paisajes de Monet (La inundación, 1881 o Amanecer en el Sena, Giverny, 1897); a Paisaje marino (nublado) de Gerard Richter (1969) donde también encontramos un trabajo de superficie, con variaciones de densidad a través de la espátula y el raspado como pudimos ver hace unos meses en su exposición de fotografías pintadas.

Aquel cazador de instantes sabe que la vida fluye; hay un afán de síntesis en sus últimos trabajos, queriendo darnos una impresión de conjunto, una recapitulación de toda su obra calculando la oposición tonal y la pincelada para distinguir los elementos, como proceso mental, pues sus ojos cansados ya no son fiables. En este final, Monet no yuxtapone colores a la manera impresionista sino que realiza una variación cromática en claroscuro dentro de un tono dominante, como podemos ver en las obras dramáticas de Rothko, luz como coordinadora sensual y unificadora emocional del cuadro, destreza en contrastar valor y temperatura de un color puro. Sobre el puente japonés de Giverny parece observar que lo trascendental pasa por lo extraño y desconocido. Sus nenúfares son el resultado de la unión del agua y del aire, un juego de prestidigitación de la naturaleza que oculta a la ley de la gravedad su anclaje a la tierra, y en desafío, flotan como las vaporosas figuras de Turner.

domingo, 28 de febrero de 2010

MIQUEL BARCELÓ - LA SOLITUDE ORGANISATIVE


En el afamado libro de Don Thompson El tiburón de 12 millones de dólares no se menciona a Barceló ni de soslayo (como ocurre con Antoni Tàpies) y eso que el mallorquín se defiende no sólo bien en el mercado privado de las finanzas que relata, sino en el ámbito público, con proyectos de desarrollo e integración social, algo que no ocurre con alguno de los que relaciona en el libro. Esto no tendría importancia en tanto el autor se quedara en los círculos mercantiles del arte, que ciertamente se manejan con reglas muy susceptibles y difíciles de esgrimir. Pero siempre hay un punto donde lo financiero acude a lo artístico para su solvencia, y en el libro mencionado se produce acudiendo a la comparación del modo de hacer de Damien Hirst con el taller de Rembrandt. Podemos decir que Hirst en escasísimo tiempo ha conseguido una altísima valoración financiera de su obra, dando la impresión que su trabajo ha consistido más en someter su obra a ciertos “acelerantes” que tradicionalmente tardaban mucho más tiempo en desarrollarse, atacando intensivamente el mercado del arte y no preocupándose tanto por el calificativo artístico, que le vendría dado por aquél. Dando por sentado que el dinero no le viene mal a ningún artista, podríamos decir que en la trayectoria de Barceló no resalta tanto el aspecto económico y sí un afán, agónico a veces, de búsqueda por los elementos que conforman la pieza artística, entre los que destacaríamos la preocupación por los materiales o pigmentos y los viajes por conseguirlos y desarrollarlos.

Las islas son anclas de luz en cartas de navegantes, oasis para nómadas, fulcros para la estirpe de los errantes. La vida de Barceló parece un viaje constante por lugares y artistas. Así se destaca en su trayectoria de inicio el interés por el Barroco, por Dubuffet y el Art Brut, por las telas laceradas de Lucio Fontana, el dripping y los planos acumulados de Pollock, la fascinación por el desierto como Millares o el garabateo de Twombly. Pero sería absurdo continuar una lista que aumenta, en la medida que acrecienta su conocimiento de la Historia del Arte y viaja familiarizándose con el contexto donde se desarrollaron esas obras. Así en Nápoles, Caravaggio, Ribera y los colores de Pompeya, donde también recogerá ceniza volcánica del Vesubio para mezclarla con sus pigmentos, como hace con la arena de las playas de Portugal o piedras y raíces de Mali (técnica animista lo denomina). En definitiva se interesa por todo lo que produzca texturas agrietadas, oxidaciones, goteos y degradaciones, haciendo de sus piezas anclajes en un lugar que captando su luz también agarran los diferentes materiales en derredor, resultando unos cuadros impulsivos, esto es, parafraseando a Rodin, que devuelve el tiempo a la mirada, reflejando los movimientos de la materia.

De todo ello quizá nos deberíamos quedar con dos viajes que pueden ser un solo Chemin de lumière: África y el Arte Prehistórico. Mali y Altamira (Lascaux o Chauvet) respaldan su primitivismo natural, resultando sus viajes un traslado al Paleolítico donde podemos encontrar una pintura y cerámica sin balbuceos, un arte sorprendentemente sólido, donde el misticismo no auguraba más porvenir que la aventura de rastrear con el instinto aún sin domeñar y donde la trascendencia era enfrentamiento a ras de tierra, aire y fuego. Un enfrentamiento que no sólo es intelectual, sino con la materia, físicamente, como el que podemos ver en el vídeo de entrada a la exposición Paso doble, un gran panel cerámico, de aspecto parietal y primitivo, donde este Miquel realiza otro viaje más, éste con destino en el barro, acaso persiguiendo en azar de conmemoraciones, el rayo que no cesa de aquel otro Miguel.

sábado, 20 de febrero de 2010

MARUJA MALLO


La realidad es una síntesis de plurales agolpándose a destellos entre ráfagas de miradas: una verbena incandescente de colores, los primeros cuadros de Maruja Mallo (El mago o Pim, pam, pum, 1926. Elementos para el deporte, 1927. Verbena, 1927), vinculados con una luminosa alegría de vivir de la Generación del 27, tantas veces truncada, que más deberíamos pensar en el pesimismo de la del 98.

A Maruja Mallo le caracteriza un alargado surrealismo, aunque en puridad sólo lo fueran sus primeros seis años, ya que, prácticamente, toda su obra se identifica por una elaboración meticulosamente racional, con influencias del pintor-constructivista Torres-García y del ensayista y matemático rumano Matila Ghyka. Forma parte del Grupo Constructivo, formado hacia 1933 en el que se encuentran además: Benjamín Palencia, Luis Castellanos, Rodríguez Luna, Moreno Villa, Manuel Ángeles Ortiz, Alberto Sánchez, Díaz Yepes, Julio González y Torres García. Agrupaba una diversidad artística con diferentes grados de surrealismo así el de Maruja Mallo era un surrealismo de la tierra y la naturaleza, diferente, por ejemplo, al de Óscar Domínguez. Se relacionó en Madrid, con Ramón Gómez de la Serna, con Ortega y Gasset, que le organizó la única exposición que se realizaría en los locales de Revista de Occidente; formó parte del grupo de intelectuales que animaron la Residencia de Estudiantes, con especial relación con Alberti, Concha Méndez y María Zambrano, cuyo ensayo Filosofía y poesía, retomará en sus escritos. En París se relacionó con Breton, participó en la Exposición Logicofobista y en la Exposición Internacional del Surrealismo de Londres. Durante la Guerra Civil, emigró a América Latina y Nueva York volviendo a España en 1965.

En su trayectoria podemos distinguir un naturalismo fúnebre con “Cloacas y campanarios”, con una relación con lo grotesco que enlaza con Solana pero también con las sátiras de las manifestaciones populares. Telas con morfologías óseas derivadas de su admiración por Ghyka: formas y simetrías dinámicas, asociadas a un crecimiento orgánico, o bien, formas y simetrías estáticas asociadas a un crecimiento mineral. Esto quedará reflejado en “Arquitecturas minerales y vegetales”, que contienen detallados estudios en sus cuadernos de trazados directores y que también trasladará a obras con un aura trascendente como El canto de las espigas (1939). Asimismo podemos ver dibujos con influencia de Alberto Sánchez y Benjamín Palencia, “Construcciones rurales”, sería la cara latente del paisaje, la estructura de un universo descarnado, frente a Alberto Sánchez que revelaría una poética del paisaje con sus elementos más patentes.

Su pensamiento teórico se recoge, fundamentalmente, en dos escritos, “Lo popular en la plástica española a través de mi obra” (Buenos Aires, 1938, 1939 y 1942) y “El surrealismo a través de mi obra” (Santander 1981, Madrid 1983). En el primero podemos destacar su insistencia en el desenvolvimiento dinámico de la forma y el contenido, tanto en sus cuadros de feria, como en sus “Estampas cinemáticas” o “cinéticas” donde trata de plasmar las sensaciones visuales, la simultaneidad producida por el dinamismo callejero. En su segundo escrito hace hincapié en el dibujo como una “escritura de las formas” o un “trazado director” que constituye la “anatomía armónica que sirve de andamiaje a toda forma o representación” (“El surrealismo…”. Libro-catálogo exposición. Madrid, 2009, pg. 65.).

Del pensamiento de Torres-García (Estructura, Buenos Aires, 1937), Maruja Mallo tomará su división de épocas artísticas asociando el clasicismo con plenitud y el romanticismo con crisis y alejamiento del arte de su función social. Los planteamientos matemáticos de Matila Ghyka, recogidos en Esthetique des proportions dan la nature et dans les arts (Paris, Gallimard, 1927) y Le nombre d’or (Paris, Gallimard, 1931) servirán a Maruja Mallo para lograr esa sofisticación de sus trazados armónicos con una iconografía singular y cromatismo llamativo que podemos ver en sus “Naturalezas vivas”, siempre con elementos ordenadores que subyacen dentro del proyecto formando un todo unificado.

La pintura de Maruja Mallo pasa por una renovación del arte popular fundada en la construcción matemática de sus cuadros, admiración de la forma pura, la simetría y un continuo esfuerzo por buscar un orden geométrico que desarrolle una nueva plástica regida por principios matemáticos, una armonía del número de oro, ese número (φ) de trayectoria pitagórica, por el cual la naturaleza se manifiesta en poemas de geometría.

viernes, 12 de febrero de 2010

IMPRESIONISMO - UN NUEVO RENACIMIENTO


Del Impresionismo ya parece imposible ser ni exhaustivo ni original, habiéndose dicho tanto lo acertado como lo erróneo, pero con el subtítulo de esta exposición, dado que no lo aclaran, no acertamos muy bien lo que nos vienen a decir los organizadores de la misma. Podría aludir al estudio de Erwin Panofsky Renacimiento y renacimientos en el arte occidental dado que Renoir, Monet, Bazille y Sisley fueron discípulos del pintor neogriego Charles Gleyre, y si atendemos a Panofsky, habría un deseo de recuperación de valores clásicos fundamentados en la naturaleza, que en el caso de los impresionistas vendría a ser la pintura al aire libre junto a los efectos transitorios de la luz y el movimiento. Por otra parte, al centrarse la exposición en la figura de Manet, bien podríamos pensar que alude a sus convicciones republicanas abogando por el fin del Segundo Imperio, alentando las virtudes democráticas de la III República Francesa que llevaron, entre otras cosas al Movimiento Impresionista a renovar, si se quiere, la historia de la pintura. Esta interpretación, que encerraría una cierta paradoja al ver el patrocinio del Rey de España en esta exposición, enlaza además con ciertas tesis, entre otras, la de Michel Foucault (La pintura de Manet) donde la figura de Manet se convierte no sólo en precursor del impresionismo sino de toda la pintura posterior, entre otras cosas por una concepción espacial, sin igual desde el Quattrocento, donde va a manipular la mirada del espectador, la superficie interior del cuadro, sus ejes o su iluminación, haciendo de ellas una materialidad más de la pintura. A esta tesis podemos añadir la de Michael Fried (Manet’s Modernism or The Face of Painting in the 1860s) donde Manet es la figura crucial de la historia moderna de la pintura, un eje en el permanente combate de escuelas, la tradicional y la moderna, algo que pudimos comprobar hace pocos años en la exposición que el Museo del Prado le dedicó haciendo realidad su ex libris: Manet et manebit (permaneció y permanecerá quizá tomado de Cicerón, Las Leyes, 1,1 Manet vero et semper manebit).

La exposición muestra una serie de ascendientes, entre los que destacamos la influencia de lo español debido al descubrimiento de la escuela española y el Museo del Prado; también admiran una España exótica, de difícil acceso que idealizaron Merimé o Victor Hugo. Asimismo la apertura de un ala española en el Louvre con más de cuatrocientas piezas reunidas en parte con la rapiña napoleónica o comprada por ésta a precios ridículos, les hizo ver que la pintura española sortea los planteamientos académicos con una técnica suelta que escapa al detallismo y la perfección, notándose las pincelas y los toques de color que precisamente buscan los impresionistas.

Otra influencia a observar es el japonismo, una adopción de motivos de arte japonés, sucesor de las chinoiseries del XVIII, que aporta exotismo (biombos, abanicos) y nuevos atractivos estéticos: movimientos fugaces, asimetría, dinámica espacial, plenitud, colores fuertes y puros, ondulaciones y puntos de vista no convencionales; enlaza además con el uso frecuente de la fotografía y la técnica fotográfica en la captación del movimiento y en los encuadres, llegándose a celebrar, en 1874, la primera exposición impresionista en el taller del fotógrafo Nadar.

Otras influencias a destacar serían: el paisajismo holandés del XVII, sus temas cotidianos y su pequeño formato; de Turner (Pisarro y Monet conocieron su obra en Londres), las masas de color donde sacrifica el detalle por el conjunto; el gusto por el paisaje de Corot en Barbizon; la turbulencia de Courbet con su espátula cargada de pasta; la captación de formas rápidas, de Boudin en Honfleur, convenciendo a Monet para que pinte al aire libre, captando esa primera impresión de atmósferas, cielos y efectos de luz.

Centrándonos en los aspectos pictóricos, podemos decir que fue la teoría de Chevreul sobre la mezcla óptica lo que indujo a los impresionistas a matizar sombras con colores complementarios del color del objeto que las arrojaba, yuxtaponiendo colores en el lienzo para que el ojo, y no la paleta, los fundiese a distancia, algo que causaría incredulidad, mofa o una inmensa risa, como recoge Bataille en su estudio biográfico sobre Manet, cuando presentó su Olimpia en el Salón de 1865. Los impresionistas estaban convencidos que el color de las sombras estaba influido por el entorno. En lugar de dividir su trabajo en zonas contrastantes de luz y oscuridad usaban sombras para unificar el lienzo en un tono dominante. Exploran mucho las gamas de colores, pocos colores pero muy utilizados y mezclados, por ejemplo, la gama de marrones en Acuchilladores de parqué (1875) de Gustave Caillebote.

Los impresionistas buscan el efecto de la luz, destierran los colores pardos y utilizan colores prismáticos (no Degas ni Manet, que aclarará la paleta pero sin abandonarlos), fragmentando el toque (no en Manet que empela una pincelada larga, acortándola en su fase impresionista). Tanto a Manet como a Degas les separaba de los impresionistas su objetivo artístico, su educación, posición social y su edad. La economía y el modo de hacer directo de Manet y Degas fue adoptado por los impresionistas que dejaron de incluir pequeños detalles en sus obras y también optaron por un acabado no perfecto.

Manet y Degas (de Gas hasta 1870), aunque diferían absolutamente en cuestiones políticas, se parecían sobre todo en que fueron supremos ilustradores de la vida parisina de su tiempo. Manet quería reproducir elegancia y encanto siguiendo, en cierto modo, a Baudelaire (El pintor de la vida moderna), con un dinamismo abierto al devenir donde los héroes ya no son los Horacios sino los caballeros con chistera. Degas rechazó siempre el apelativo impresionista, incluso después de la tercera exposición impresionista cuando el término fue adoptado en general. Rara vez utiliza colores yuxtapuestos y tiene un gran apego por el dibujo tradicional declarándose discípulo de Ingres. Su aportación, fue su invención compositiva e iconográfica a raíz de sus experimentos con la fotografía y la influencia de la estampa japonesa.

Pissarro hace una pintura tradicional de paisajes en clave corotiana donde predominan los pardos. Ingresa en Bellas Artes y realiza estudios tradicionales que le harán no perder ciertas composiciones y estructuración con dibujo bajo el cuadro. Es un paisaje con sentido del equilibrio, directo, que capta todo lo que hay, estableciendo una relación individuo/naturaleza de tipo cálido, plácido y tranquilo. Meticuloso y veraz, retrata gente trabajadora por su conexión a la corriente de pintores demócratas. Fue el más influyente junto a Monet, por su humildad en su manera de acercarse a la naturaleza, anticipando la relevancia artística de Cézanne.

Monet cuenta con el tratamiento de luz más atrevido, con orientación hacia el paisaje puro, captando la atmósfera y la luz de un lugar concreto, utilizando ésta como elemento unificador de figura y paisaje. Maneja pocos colores, pero con variedad en sus matices y sombras coloreadas con diferentes reflejos, con depuración del lenguaje, con toques abiertos y quebrados. Su cuadro titulado apresuradamente Impresión, sol naciente (1873) dará nombre, entre críticas burlonas de Louis Leroy en Le Charivari, a todo el movimiento. Aunque la creación del movimiento impresionista fue gradual, más decisivo que esa anécdota, es la estancia hacia 1869 de Monet y Renoir en los alrededores de la isla La Grenouillère (El criadero de ranas) pintando el trémulo rielar del agua. Usando colores puros y sin mezcla, prescindiendo de ferrosos y pardos, descubrieron que las sombras no son ni pardas ni negras sino coloreadas en su periferia y que el color local de los objetos queda modificado por la luz que los ilumina y por los reflejos de otros objetos, por lo que el color local es cambiante, de ahí que buscaran el instante, haciendo de las series la esencia misma del impresionismo.

Renoir fue el más clasicista y el primero que alcanzó el éxito, su carácter hedonista hace transponer la mitología rococó a su mundo. Más plumoso y suave que Monet, por su enseñanza pictórica en porcelanas, pintaba por gusto, siempre alegre y predispuesto al cambio de estilo hereda la carnalidad de la mujer reflejada en Rubens y que veremos en sus tardíos desnudos femeninos. Su concepto de la pintura le evita las angustias del amor propio de Manet, las dudas punzantes de Cézanne, las luchas amargas de Monet, la preocupación de sí mismo de Degas y la grave aplicación de Bazille.

Viendo todas estas diferencias quizá sea acertado decir que no hubo una escuela impresionista, sino impresionistas. Jóvenes llenos de actividad, con una actitud ante la naturaleza excepcionalmente directa reunidos en ocho muestras como alternativa al Salón oficial y sus rechazos de los artistas más innovadores. Después de 1886 y el cierre de la octava exposición, se produce la desintegración del movimiento, buscando la renovación cada uno por su lado y cuando una nueva generación de neo y postimpresionistas venía queriendo escapar del academicismo. El Impresionismo, como se puede apreciar en esta muestra, cierra hasta sus últimas consecuencias el Realismo o Naturalismo, abriendo una nueva etapa de vanguardia con una derivación formalista (moderniza la forma) que se dotará con sus propias leyes plásticas.