lunes, 22 de septiembre de 2008

HACE MUCHO QUE TE QUIERO




Hay películas que son un renglón más de literatura y como ésta, cuando es buena, desborda sus propios límites invadiendo el campo de los sentimientos más íntimos. Esa zona común donde se deslindan fronteras entre formatos haciendo que una obra se convierte en arte, ya sea cine, literatura o pintura.
Acostumbrados a la veta anglosajona de Kristin Scott Thomas, esta película francesa nos revela y confirma que la belleza se impone ante todo el depósito del infortunio, su afortunado testigo ante el dolor (el ansia etimológica pugna por enlazar duellum y bellum, mezclando en este caso lo bélico con lo agradable). En el caso de Scott Thomas, su belleza, su hermosura escapa por cada fotograma ahorrándonos con su mirada la multiplicidad de diálogos inanes tratando de explicarnos, a la primera de cambio, el duelo de una pérdida irremediable. Y aunque ironice sobre el cine de Rohmer, encontramos a este director entre cada una de las secuencias donde se revele la trascendencia de la cotidianidad, sin que parezca nada más sino eso, aún sabiendo que lo hay. El director Philippe Claudel sabe que el cine de Rohmer se nutre de las cosas de su alrededor (Eric Rohmer, El gusto por la belleza) reemplazando los signos más convencionales por otros más alusivos, más sutiles, más ricos: las miradas en este caso. Véase no sólo la de Scott Thomas, sino la del abuelo, en su sonrisa constante se deposita el catalizador de los monólogos. Sus permanentes lecturas no le hacen estar ido, a decir de las pequeñas nietas, sino, ya lo sabrán cuando crezcan, le hacen saber cerrar un libro ante el desconsuelo, abrir los oídos a los libros de los demás. Últimamente el cine francés o francófono nos propone magníficos ejemplos de convivencia, alejados de la prisa que da la necesidad del desenlace dramático. En esta película el desenlace está ya en el inicio: una emoción contenida, un revivir aletargado, una regeneración pausada y fija.
Claudel dosifica la información del desgarro y por eso en cada caricia de Kristin se contempla una tensión que trasciende el gesto, en cada rasgo de ternura sabemos de otra más intensa que le aturde y le salva, no solo a ella y a su familia sino a los que vemos esa película. Porque en la pequeña sabiduría que nos ha dado este tipo de obras, reconocemos en rápida intuición todas las caricias que nos faltan, y que la ternura (no se lea sensiblería) aflora recuerdos de superviviente.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Dejé el tacto entre tu piel
y la mirada en el sotocoro
de tu frente.
Ahora mis dedos en penumbra
apenas aciertan a transcribir
lo que de cierto surcaron:
campos minados de estrellas
donde al posarse,
amaneceres estallaron.