martes, 14 de abril de 2015

TEN PICASSOS

A finales de junio de 1967 The Beatles, en representación del Reino Unido, interpretaban All you need is Love en la primera transmisión global de televisión vía satélite para 26 países con una audiencia estimada de 400 millones de personas. Unos meses más tarde, en Basilea, se producía una movilización artística para recuperar Los dos hermanos y Arlequín sentado, ambos de Picasso, que los herederos del coleccionista Rudolf Staechelin querían vender y que estaban depositadas en el Kunstmuseum desde 1947. Se organizó una suscripción pública para completar la cifra del Gobierno y el Parlamento cantonal y adquirirlas, en una de las manifestaciones se pudo ver una pancarta con el lema “All you need is Pablo”.

Después del referéndum que decidió la compra de los dos cuadros, Franz Meyer fue invitado por Picasso a su taller de Mougins y donó a la ciudad cuatro obras más: Hombre, mujer y niño, Venus y Amor, La pareja y un boceto al pastel de Las señoritas de Aviñón (1907). Contagiada de altruismo Maja Sacher, coleccionista y mecenas donó al Kunstmuseum El poeta (1912), con lo que de pronto el museo incrementó en siete obras sus fondos.

Aparte de la visita infructuosa de Picaso para ver a Paul Klee en 1932 y por diversas razones ha habido una vinculación de Basilea con la obra de Picasso y gran recepción de ésta por coleccionistas, galeristas e historiadores. En 1914 ya hubo una primera exposición de Picasso en Basel, con un reto de comprensión hacia el público y la crítica, que tenía una mirada de costumbre impresionista. Se pueden destacar colecciones como la de Karl Im Obersteg o Raoul La Roche que dona en 1951 El aficionado y en 1952 tres obras más al Kunstmuseum. Asimismo Rudolf Staechelin, a través de su fundación familiar, depositó ya en 1947 veintisiete piezas en la colección del Kunstmuseum Basel, entre ellas Los dos hermanos y Arlequín sentado.

Desde 1926 llegan las primeras obras de Picasso a la colección del Kunstmuseum Basel. En 1951, su director Georg Schmidt, adquirió Panes y frutero con fruta sobre una mesa, de su fase protocubista. En 1955 se hizo con Muchachas a la orilla del Sena, según Courbet. En 1967 el siguiente director, Franz Meyer, adquirió Mujer con sombrero sentada en un sillón, de los años bélicos. Al adquirir Muchachas a la orilla del Sena, según Courbet, el Kunstmuseum conseguía tener obra de Picasso que comprendía desde 1905 a 1950, que le permitía conectar la obra con otras vanguardias contemporáneas y con la gran tradición de la historia del arte, redondeaba la colección del museo y la visión de la obra picassiana; en 1958 lo haría el MOMA y unos años después el Musée Georges Pompidou.

Asimismo en los años ochenta Basilea también contribuyó a la recepción de la última etapa de Picasso, tan denostada desde los años sesenta. En 1981 Christian Geelhaar, el director por entonces, fue el primero en exponer el último decenio creativo de Picasso, donde se ponía en valor este periodo. Desde entonces se han adherido diversas instituciones en Munich, Berlín, Viena, Dusseldorf…

El diálogo que ahora se nos propone con esta selecta minirretrospectiva, exagerando, ya la tenía Picasso desde su adolescencia cuando visitaba el Museo del Prado con ahínco. Su obra se acomoda, en espléndida sincronía visual, junto a la de los grandes maestros históricos, en el eje de la galería central con Tiziano, Tintoretto, Veronese o Rubens. Actualiza la memoria histórica de la mirada tanto como verifica el transitar histórico de la modernidad picassiana. 

Ya en Picasso: tradición y vanguardia en 2006 en el Prado y Reina Sofía, se entremezclaron obras de maestros antiguos y contemporáneos donde se relacionaba su vínculo con el arte del pasado. Un año después se pudo ver en París y Londres Picasso et les maîtres dialogar con Poussin, Ingres, Delacroix, David o Renoir. Sin ánimo de hacer una exégesis de comparativas, señalar tan solo el documental La cueva de los sueños olvidados (Werner Herzog, 2010), donde al hablar de una estalactita, con un dibujo semejante a un minotauro, el recuerdo más inmediato remite a Picasso.

Su voracidad creadora se ha transformado en nexo entre tradición y vanguardia. Interioriza y selecciona lo que le interesa de cada obra, no como historiador sino confrontándose como artista a las obras del pasado, lejos de una postura condescendiente.


Los dos hermanos (Gósol, verano de 1906).

Gósol, enclave leridano donde Picasso y Fernande Olivier pasaron unas semanas de descanso. Por estas fechas asimila las lecciones primitivistas de la escultura ibérica y del románico catalán junto el linealismo aplanado de Ingres, su elegante contorno y el ideal clasicista mediterráneo de la escultura llevada al cuadro. Se pueden apreciar referencias iconográficas de San Cristóbal con el Niño Jesús a cuestas, quizá también al grupo de Eneas llevando a hombros a su padre, Anquises; o bien estuviera en su mente una escena popular de la zona. Asimismo se ha interpretado metafóricamente, como representación del paso de la infancia (sin rasgos faciales) a la juventud con ellos bien definidos.

Hombre, mujer y niño (París, otoño 1906).

Gósol le hace procesar todo su bagaje visual para renovarlo. Al tiempo que se acerca a la escultura ibérica y profundiza en la obra de Ingres, Manet y Cézanne, toma contacto con artistas como Derain, Vlaminck y Matisse principalmente. En 1906 parece sentir la necesidad de un cambio en su pintura e insiste en esta vía con un matiz más escultórico y una mayor aproximación a la obra de Cézanne y de Derain. El Louvre por entonces poseía una sección dedicada al arte ibérico con las piezas descubiertas en 1905 en las excavaciones realizadas en Osuna. El interés de Picasso por este arte le hizo concebir la figura humana a partir de su reducción a volumen, que le permitía transgredir las proporciones naturales. Así podemos observar un cierto hieratismo de la mujer, semejante a las esculturas románicas españolas, mientras los rostros del niño y del hombre recuerdan a Picasso en Autorretrato con paleta (1906).

Esta obra se puede encuadrar en el periodo en el cual Fernande y Picasso deseaban formar una familia y buscaban adoptar un hijo, parece aquí reproducir una versión de la Sagrada Familia, aunque se distancia de lo emocional tanto en la actitud de los personajes como en el título del cuadro, meramente descriptivo. Este posible aumento familiar le hizo buscar un nuevo estudio más amplio. No llevó a cabo ser padre con Fernande, aunque Hombre, mujer y niño es antesala de Las señoritas de Avinón: formato vertical, énfasis del dibujo de contorno, simplificación volumétrica, imbricación de las figuras en primer plano y tendencia hacia la monocromía. 


Panes y frutero con fruta sobre una mesa (París, 1908-9)

Picasso profundiza en sus estilos formales descifrando los diferentes lenguajes artísticos, sea arte primitivo, clásico, renacimiento…  Desliteraturizada la pintura en el XVIII (el término es del profesor Calvo Serraller), se llegó a la autonomía de sus elementos como el dibujo y el color, desplazándose el peso hacia la forma que pasaba a ser contenido. Perdido el carácter imitativo, se liberaba también del modelo y se podía tender hacia lo abstracto.

Esta obra es una de las principales piezas de la primera época cubista de Picasso, muestra la conexión directa con Cézanne y la irradiación del cubismo temprano hacia Derain, entre otros. Varios estudios (dibujos y aguadas) muestran el arduo proceso de búsqueda que apuntan a una reunión de una sociedad carnavalesca alrededor de una mesa plegable, como la que vemos, con connotaciones simbólicas (que han dado lugar a numerosas interpretaciones), que se transforma o metamorfosea en este bodegón. Picasso trabaja en la disolución del motivo y el fondo: prolonga y entrecruza líneas que disuelven las formas; se cierran figuras geométricas; se emancipan luces y sombras. Un sombrero de copa se transforma en hogaza de pan y una mano en una taza volcada. La Eucaristía es un misterio del catolicismo que Picasso conoce bien; una transubstanciación de la que quedan dos piernas de unos personajes en bodegón. 

El aficionado (1912)

Picasso descompone el espacio y lo faceta, se aproxima a la superficie desde diversos medios estilísticos y en variados motivos: descomposición de la forma en el retrato partiendo del rostro como fuente de dimensión espacial en boca, pómulos y frente, que también descompone en luces y sombras. Observamos una estructura ortogonal que también caracterizó otras obras como El poeta o El acordeonista (1911), con mayor simplicidad en la facetación que los hace más legibles que en el periodo analítico inmediatamente anterior. Asimismo muestra el intento por reintroducir zonas de color puro tras la fase monocroma precedente.

Braque ya introdujo en 1909 letras aisladas en sus cuadros, luego palabras enteras que Picasso recortaría restando sentido literal e introduciendo cierta arbitrariedad del significado gráfico, como un jeroglífico a solucionar. También fue Braque el que antes utilizó el peine de pintor, con el que se imita la estructura de ciertas materias y trazados, como éste del bigote.

Mujer con guitarra (Céret y París, 1911-14)

En Céret trabaja con Braque tres semanas del verano de 1911, culminando el llamado cubismo analítico, proceso de facetación iniciado por ambos un par de años antes, tras el estudio de la obra de Cézanne, donde realizan una reinvención del vocabulario de la pintura cuya diferenciación entre ellos dos resulta difícil. 

Esta obra se encuadraría del cubismo sintético, si bien podemos encontrar el motivo de mujer y mandolina al menos cinco veces entre 1909 y 1911. En ésta, se pueden distinguir tres planos coloreados de rosa, negro y azul sobre un luminoso fondo plano de distintos tonos blanquecinos. Solo el plano marrón con líneas negras hace referencia explícita a la guitarra como recurso ilusionista.

Hasta donde he podido averiguar, Picasso no expuso en un salón oficial parisino, su reconocimiento vino de la venta a coleccionistas a través de galerías especializadas. Para el gran público pasaba un tanto desapercibido, hasta 1911 fecha de la primera exposición oficial (donde no estaba Picasso ni Braque, según nos dice Teresa Posada Kubissa en el catálogo de la exposición) y 1913 cuando Apollinaire escribió Los pinturas cubistas. Así, el título puesto por Zervos a este cuadro fue Hombre con guitarra. Kahnweiler, que lo adquirió, mantuvo el de mujer y finalmente quedó Mujer. Si bien podrían ser dos rostros superpuestos, uno alargado cubierto con un plano oscuro y debajo otro con un plano azul, como si fuera otro juego ambiguo, al que contribuyen los arrepentimientos que parecen salir a la superficie, como una sucesión de ensayos compositivos, que parecen dejar rastro de su experimentación, de la elaboración de una figura para que aprecie el espectador su génesis y desarrollo creativo.

Arlequín sentado o El pintor Jacinto Salvadó (1923)

Ya hablamos, en estas mismas páginas, sobre arlequines en la exposición de su cuadro La acróbata de la bola (1905), también en el Prado en 2011. Un motivo que está en Picasso desde inicio del siglo XX relacionado con el ballet e interpretado como alter ego en otras ocasiones. Entre 1901 y 1927 más de cuarenta cuadros con este tema, al que volverá al final de su vida. Una figura hábil, personaje de la Commedia dell’arte, embaucador, capaz de transgredir y trascender las limitaciones con una inigualable capacidad de supervivencia.

En 1923 realizó cuatro retratos de Jacinto Salvadó, pintor catalán establecido en París unos años antes, todos ellos como arlequín, sentado y con las manos unidas, en una secuencia que muestra el grado de finalización o creación de la obra. Siendo ésta del Kunstmuseum la que presenta mayor grado de acabado. En la versión inconclusa se ve cómo los elementos gráficos de la composición, con rellenos lisos de diversos colores, debían ser llevados a una síntesis.

El traje que vemos se lo regaló Jean Cocteau unos años antes cuando se embarcaron en los ballets rusos de Diaghilev, Parade, estrenado en París en 1917. Al final de su periodo bohemio de Montmartre, frecuenta Biarritz y Antibes, se casa con Olga Koklova, bailarina de los ballets rusos. Siguiéndola en sus giras a Barcelona, Londres y Roma, visitando diferentes museos y acercándose a Nápoles y Pompeya.

Este arlequín pertenecería al momento neoclásico, vuelta al orden, que se iniciaría hacia 1915 llegando hasta 1924, con voluntad naturalista y precisión descriptiva. Presenta gran unidad tonal con punto de vista bajo que invade el primer plano con una acusada corporeidad, si bien, tras la Primera Guerra Mundial, practicará un “pluriestilismo simultáneo” alternando los elementos figurativos, cubistas o surrealizantes.

Mujer con sombrero sentada en un sillón (1941-42)

Rasgos de Dora Maar, pintora y reconocida fotógrafa surrealista que fascinaba con la originalidad de sus obras y su personalidad sofisticada entre sus amigos de la vanguardia artística y literaria. Aquí la representa como una dama noble con un toque español a la moda del XVI, sentada pero con la cabeza de perfil que realza su nariz recta representativa del mundo clásico. Fusión de figuras en combinación de formas de representación figurativa y disociativa del cubismo, con partes del cuerpo fraccionadas.

Picasso iba fijando y mezclando diferentes iconografías, ésta enlaza con las figuras femeninas del Guernica, mujeres de perfil (se reconoce en la mujer del brazo extendido con la antorcha), llorando y gritando a modo de Virgen Dolorosa en la imaginería española, de la pintura veneciana y también, de otro modo, en relación con Cranach, padre e hijo (véase de este último, Retrato de Margarethe Elisabeth von Ansbach-Bayreuth en Munich, 1579).

Un patetismo deformador que se asocia al dolor de la Guerra Civil española y la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, a la que se añadía la personalidad intelectual, la soledad y romanticismo de Dora que poseía un sentido tan creativo y original como Picasso. Además de su rostro inconexo, que refleja emociones contrastadas, podemos ver las vigas negras del taller donde se pintó el Guernica que Dora Maar documentó y parece ser que ejecutó algunas figuras según nos cuenta Manuela Mena, en el catálogo de la exposición, así como en diversas conferencias.

Muchachas a la orilla del Sena, según Courbet (1950)

Apollinaire había considerado a Courbet el padre de los pintores modernos y se afirmaba que el cubismo partía de la libertad de éste al implicarse de modo directo en la naturaleza. En el cuadro de origen, vemos dos mujeres tendidas, de evocación sáfica e inspiración en poemas de Baudelaire. Courbet transgredía con ese déshabillé de las mujeres en su pintura y mostraba la realidad cotidiana siendo antecedente del Almuerzo campestre de Manet, seis años posterior.

Si en Courbet prevalece el colorido y la materia sobre el dibujo, Picasso descompondrá hasta el extremo próximo a la abstracción en sus series Las mujeres de Argel y Las meninas. En estas Muchachas… este complicado y frenético arabesco sirve de ejemplo de cómo Picasso se apropiaba de la obra de otros maestros, iniciándose con él la reinterpretación y el diálogo pictórico con los grandes maestros de antaño. Además de esta relación, Picasso eligió el Entierro de Ornans cuando en 1947 le propusieron exponer sus pinturas en el Louvre junto a los antiguos maestros (según Javier Barón en el catálogo).

Venus y Amor (9 de junio de 1967)

Por esa época su fecundidad pictórica era intensísima, ese mismo día pintó tres óleos más y en éste podemos observar una rotunda seguridad en sus trazos y el juego de contrastes: del negro con los tonos rosa; blanco y azul de la figura de Venus; el gris pálido de Cupido y el verde de la vegetación.

En vez de retocar las composiciones, plasmaba cada idea en una imagen distinta: a cada pensamiento un cuadro, un dibujo, una aguada. Refleja el propio quehacer artístico al igual que antes quería reflejar la génesis en un solo cuadro (como vimos en Panes… o Mujer con guitarra). Ahora parece como si con toda esa cantidad de imágenes al día quisiera reflejar parte del proceso de ideación y en relación con la historia del arte.

Picasso ha destilado de los grandes maestros unas constantes de las que se apropia: el pintor y la modelo, el autorretrato, el desnudo… los toma y los agota. En 1957 el ciclo de Las meninas, su diálogo con Cranach, Tiziano, Delacroix, Ingres, Manet, Greco, Velázquez, Rembrandt o Poussin. A partir de ese año se podrá referenciar de forma evidente el maestro elegido. En este caso Lucas Cranach el Viejo (a partir de unas litografías que hizo con tema semejante), pero más Tiziano (Venus ante el espejo, h. 1555) del que le cautivaba su apelación a la sinestesia y el erotismo. En este caso es difícil interpretar la iconografía, si no sabemos el título. A no ser que reinterpretemos, hasta el extremo, una mano metamorfoseada en una de las alas de Cupido. 

La pareja (10 de junio de 1967)

Completa este cuadro el par de aldabonazos finales de esta exposición: dos figuras de cuerpo entero ocupan el primer y único plano de la pintura. Ambos se miran, mostrando la temática galante de la pintura. El hombre ataviado a la manera del Siglo de Oro, a la izquierda una mujer le ofrece una copa y quizá sus senos como avance, forjando todo una sugestión de formas que renuncia al refinamiento artesanal.

En esta fase final de su carrera, sustituye los arlequines por mosqueteros o soldados de fortuna, frecuentes desde 1966, si bien en este momento pasaba por una convalecencia de una intervención seria, leyendo Balzac, Dickens o Tintín, pero sobre todo literatura del XVII, entre sus preferidos, Góngora y Lope.



martes, 7 de abril de 2015

RAOUL DUFY

Si alguien sale de la exposición de pinturas académicas del Salón de París en la Fundación Mapfre y se acerca a ver esta otra de Raoul Dufy, pudiera apreciar lo que éste sentía cuando pasaba por la galería de Durand Ruel y contemplaba cuadros de Pissarro o Monet camino del taller de Leon Bonnat en la Escuela Nacional de Bellas Artes de París. No sé si será por lo reducido de las salas de la Fundación Mapfre que se llega a sentir cierto agobio; quizá se haga patente el peso de la Historia en los cuadros de esta muestra, pero al salir y ver la exposición de Dufy del Museo Thyssen uno parece más ligero y siente ahora que es el Arte el que se hace cargo de la Historia.


Hacia 1905 abandona los tonos sombríos de su maestro Leon Bonnat (expuesto entre las pinturas académicas citadas) y se acerca a la composición y temática de carácter impresionista, centrando su atención en los contrastes y en los cambios de luz. Si la técnica impresionista consiste en captar el instante, Dufy trata de superar ese momento ofreciendo en secuencia una alquimia de sensaciones. Para ello adopta el lenguaje fauve (del que ya hablamos en estas páginas en la exposición de Matisse en 2009, en este mismo museo). Es ya un lugar común que fue al contemplar Lujo, calma y voluptuosidad (1904), de Matisse, comprendió la nueva mecánica de la pintura, aun conservando las composiciones con punto de vista elevado de carácter impresionista. Aparte de Matisse hay que señalar a Vlaminck y Derain en cuanto fauves; si bien La justicia de Trajano (1858) de Delacroix, fue su primera revelación que le impulsó a ser pintor, sin olvidar a Claude Lorrain, su dios (según se recoge en el catálogo de la exposición que nos sirve de base a este artículo).

La grafía impresionista se deja sentir en El mercado de pescado, Marsella (c. 1903) donde Dufy capta la acción como si fuera un fotógrafo con pequeñas pinceladas alargadas, movidas y yuxtapuestas, en permanente oposición verde-rojo, rojo-azul, amarillo-rojo, que confieren un aspecto vibrante a los distintos elementos. Se trata, no tanto de pintar un tema, sino de pintar la luz que incide sobre el tema.

En Terraza junto a la playa (1907) podemos observar cómo el fauvismo le da mayor libertad cromática y tensión entre dibujo y color. Aunque como vemos en La pequeña palmera (c. 1907) emplea el negro, que estaba desterrado de la paleta fauve, si bien podemos observar las pinceladas magentas yuxtapuestas que recuerdan lienzos neoimpresionistas.

La experimentación con el punto de vista le lleva hacia 1907 a composiciones con perspectiva volcada (“naturaleza abatida” que diría Guillaume Apollinaire) y geometrización de figuras al descubrir la obra de Cézanne. Su encuentro en L’Estaque con Braque, simplifica la estructuración del espacio con formas geométricas y restringe la gama cromática, dando paso a su periodo constructivo (1908-15): Barcos y barcas, Martigues (1907-8), Paisaje de L’Estaque (1908) y Paisaje de Vence (1908).

El punto de vista elevado le permite cambiar la perspectiva renacentista, por una “perspectiva moral” donde el tamaño de las figuras depende de su importancia afectiva. Un ejemplo de esta disociación espacial es Gran bañista (1914) con reminiscencia de las imágenes de vidrieras góticas y la libertad de escala en los grabados.

Sobre Cézanne ya señalamos, también en estas páginas, la luz en la Provenza, que parece dibujar esculturas aquietando sus paisajes y donde el Mediterráneo parece invadirnos tierra adentro. Allí encontramos a Dufy hacia 1919, le embarga la fijeza de la luz mediterránea, su calma clásica frente al inquieto Atlántico. Será hacia 1920, después de haber hecho sus ensayos con otro estilo, el cubismo, cuando Dufy desarrolló su propio enfoque distintivo que implicaba estructuras esqueléticas, colocadas en una perspectiva disminuida, y el uso de color dispuesto mediante veloces pinceladas, de una manera que llegó a conocerse como taquigráfica. En sus vistas, llegará a disociar el color del contorno, acentuando la vehemencia del trazo y sometiendo la composición a grandes zonas de color donde se contraponen pequeñas figuras y objetos. Su madurez, al contacto con el paisaje y luminosidad de Vence, en la Provenza, otorga a sus cuadros una luminosidad abstracta que denomina ‘color-luz’, luz que emana de los propios colores y no del sol: « Je fais de la couleur l’élément créateur de la lumière, la couleur à mes yeux n’étant que génératrice de lumière ».

Raoul Dufy pinta el cuadro En las carreras a principios de la década de 1930, cuando domina su arte y se le considera un artista consumado que ha desarrollado un estilo propio con una grafía espontánea a base de comas y arabescos, acentuando la disociación del trazo y del color, nunca encerrado dentro de unos límites. Que ha llevado hasta sus últimas consecuencias sus investigaciones sobre el color, la luz,  junto con los trabajos realizados en el ámbito de las artes decorativas.

No teorizó por escrito, si bien sus declaraciones tienen precisión de reflexión meditada. En sus ventanas abiertas podemos observar la dialéctica entre el exterior y el espacio de la pintura de forma semejante a como Monet, Vuillard o Valloton reconocieron la importancia de la ventana que combina interior y exterior en el espacio pictórico. Se acerca a los balcones de  Matisse, a su profusión de ventanas como referencia de continuidad del exterior en lo interior, como invitación a entrar en ese espacio volumétrico, donde quedaríamos integrados con esa simultaneidad de efectos perceptivos que obligan a crear un recorrido de la mirada en profundidad. Esta síntesis de luz que consigue en sus paisajes desde el interior de su estudio o de una habitación se acentuaría a partir de su poliartritis; se volverá más “sonal” según manifiesta él mismo.

Su padre fue organista y desde joven mantuvo estrecha relación con el mundo de la música. “El sonido de la visión”, podríamos llamar a este proceso, siguiendo el sugerente título de un reciente curso en el Museo Reina Sofía del profesor Félix de Azúa, donde se ha tratado, entre otros, el misterio de los sonidos negros de García Lorca; o una cierta anamnesis que recupera o refuerza un sentido cuando otro se pierde, por ejemplo unos ojos que se vuelven más musicales cuando se pierde el oído. Podríamos decir que, desde 1940,  trata de dar expresión plástica a la sonoridad de los instrumentos, dando un efecto de luz a uno o varios instrumentos y otorgándoles una forma o signo abstracto de la música en un pasaje, así Música y violín rosa (1952) o Naturaleza muerta con violín. Homenaje a Bach (1952), donde una concentración cromática apoyada en un dibujo simplificador, genera una tensión y potencia que se corresponde con su amor por la música y  su elocuencia pictórica.

Desarrolló un estilo colorido y decorativo que se hizo popular en diseños para cerámica  (en colaboración con Joseph Llorens Artigas), tejidos y esquemas decorativos de edificios públicos. Cambió la cara de la moda y el diseño de telas con su obra para Paul Poiret. Gracias a este modista consiguió plasmar su creatividad en tejidos prolongando su experiencia del grabado y liberándose de este rigor con una mayor fantasía ornamental. Aparece el Dufy mundano que tanto le caracteriza, con obras que evocan diversiones y fiestas de la sociedad despreocupada en los años veinte.

Desde finales del siglo XIX, los artistas profesionales se habían mostrado cada vez más interesados ​​en el diseño tanto de ropa y textiles, colaborando con los modistas de París y los hábiles tejedores de Lyon, que durante mucho tiempo habían sido protegidos por el gobierno francés y promovidos a nivel mundial por su formación y talento. Además de colaborar con figuras literarias, músicos, compositores, bailarines, y los empresarios teatrales, estos artistas dieron a diseño francés la explosión de creatividad y renovación inventiva.

Hacia 1909 Paul Poiret se interesó en la obra de Dufy. En una cena con amigos le presentó, entre otros a Max Jacob y a Apollinaire, que estaba esperando a Picasso para producir las láminas de Le Bestiaire, pero Picasso, ni siquiera había comenzado la obra y Apollinaire decidió contratar a Dufy del que le atraía el eco del expresionismo alemán y su primitivismo, unas cualidades evidentes para Poiret,  que había viajado en Alemania, donde había quedado impresionado por el progreso de las artes decorativas, especialmente en lo relativo al Deutscher Werkbund. Compartieron un profundo interés por el color y pronto estaban planeando una empresa conjunta para producir textiles para la casa de alta costura de Poiret donde Dufy podría experimentar con tintes y matices.

El Bestiario lo componen treinta estrofas, la mayoría de cuatro versos dedicadas a Orfeo y a los animales que acompañan su música, utilizados como metonimia prácticamente todos los animales convocados dirán algo del poeta. Sus estampas complementan los versos de Apollinaire que señalaba a Dufy la iconografía a seguir en la elaboración de las figuras, si bien en alguna Dufy no se ajustó a lo indicado. Las ilustraciones de Dufy han contribuido a asociar el Bestiaire con una cierta estética medieval, los dibujos de Dufy son principalmente ornamentales; aunque siguen en muchos casos las consignas de una iconografía tradicional en el tratamiento de la imagen del animal.

Ventana abierta, Niza (1929), El estudio, interior (1929): expansión del azul mar por el marco de la ventana, al tiempo que los tonos azules, rojos y amarillos se desplazan de la habitación al paisaje, fusionando interior y exterior. En sus paisajes trata de plasmar no lo que ve, sino lo que es, lo que existía para él, su realidad. Su propia visión aísla el objeto separándolo de la naturaleza, añadiéndolo al arte. Autonomía al color que no sigue la pauta del trazo del dibujo, la mancha de color invade y sobrepasa el entorno que le estaba delimitado, como vemos en Regatas y gaviotas (c.1930).

Al reinventar la realidad parece deshacer la pintura expulsando de ella el objeto pictórico, disociando el color del contorno, como tinta corrida de la luz cruda del sur que le lleva al paroxismo cromático: “Me horroriza la silueta, no me sirve nada más que para describir el movimiento. Mis dibujos están hechos siempre para fijar el fenómeno luz…” En 1926 Dufy ilustró El poeta asesinado, también de Apollinaire, donde leemos: “Calló Croniamantal un instante, para luego añadir: ‘En lo sucesivo no he de componer sino una poesía libre de cualquier estorbo, aunque sea el del lenguaje’”.