jueves, 16 de abril de 2009

SETTECENTO VENEZIANO


SETTECENTO VENEZIANO

DEL BARROCO AL NEOCLASICISMO


Sin prestar demasiada atención a subtítulo de esta exposición, pues entraríamos en unos acontecimientos historiográficos más propios de un largo ensayo que de un breve artículo, sí debemos indicar que tanto en el Barroco clasicista como en el Neoclasicismo hay un gusto por la Antigüedad clásica entendida ésta desde el Renacimiento. Así esta exposición que se centra en el Settecento (en su primera mitad), hay una mirada al Cinquecentto veneciano, un siglo, el penúltimo quizá, de esplendor de la Serenissima, pues en él se produce una inversión económica de los propios venecianos, en el XVIII serán los ingleses, sobre todo, los que inviertan en las obras de Canaletto o Rosalba Carriera. A partir del XVIII Venecia entrará en una esplendorosa decadencia infinita, explotará su mito exaltando ese agotamiento lento, ofreciéndolo como espectáculo al mundo.

Siguiendo la Poética de Aristóteles, el arte hace posible lo verosímil persuadiendo en la actuación según modelos propuestos, facilitando la imaginación como una posibilidad más de conocimiento, pues hay conocimiento aunque no haya teoría. Fábricas de sueños, que introducen la imaginación como arranque de hipótesis e instrumento de progreso investigador. En esta reinvención de la cultura clásica, la poética barroca recupera el concepto de mimesis como imitación, como representación con un afán de persuadir, de conmover (ad maiorem Dei gloriam) y de ejercitar la imaginación para sentirse a salvo de la realidad limitada y contingente. Los maestros venecianos del Cinquecento contribuyeron a forjar el gran arte decorativo barroco; la pintura del XVII siguiendo al crítico más afamado de ese siglo, Marco Boschini (La carta del navegar pittoresco. Venezia, Roma, Istituto per la collaborazione culturale, 1966), sufrirá una brusca caída de la que no se recuperará hasta el siglo XVIII con Piazzetta y Tiepolo. Venecia en todo caso ejercerá un contrapunto a Roma, oponiéndose a ligar los ideales del arte a la política de la Iglesia romana, conservando una fuerza no debilitada por un excesivo intelectualismo que fascina y nos aloja en los dominios de la imaginación.

Sería demasiado extenso citar aquí todos los pintores de este medio centenar de obras, por lo que podemos orientar la exposición dividiéndola en mitología clásica, cristiana y vedute (vistas urbanas), recurran ustedes tanto a las Metamorfosis como a los Evangelios, teniendo las dos primeras el carácter didáctico del Barroco, las vedute nos servirán para disparar el ingenio. La pintura barroca se caracteriza por su dinamismo, los potentes efectos de luz, color y contraste. Una variante de ese claroscurismo de origen caravaggista, dará lugar a la plástica de Piazzetta y G.B. Tiepolo, añadiendo una luminosidad que entusiasmará a un público más general culminando la gloria veneciana que había iniciado Ricci.

La transición del Barroco al Rococó, se inicia en Venecia mediante la habilidad decorativa y la delicada retórica de Sebastiano Ricci (1659-1734). Ricci sería el eje entre el deslumbrante Cinquecento y el Settecento, con una renovación del gusto en la transición del tardobarroco claroscurista a unas formas más suaves y sombras más tenues. Ricci hace una relectura de los clásicos con el filtro de Veronés, calificando alguno sus cuadros de Ricci alla veronesse.

Debemos mencionar a Rosalba Carriera (1675-1757), destacando su técnica al pastel que ofrece unos vaporosos y amables retratos muy demandados. Aquí nos presenta un infantil William Hamilton quien sería después famoso embajador de Nápoles cuya novelada historia podemos leer en El amante del volcán de Susan Sontag o ver una pequeña sinopsis en Ortega y Gasset “Paisaje con una corza al fondo”.

Giovanni Battista Tiepolo (1696-1770) recupera a Veronés y la ilusión de gloria de la vieja república véneta en un trampantojo forjado de utopía. Tiene una altísima habilidad técnica que le hace merecedor de la mejor tradición veneciana, estilo luminoso y brillante muy reclamado en palacios, color claro y transparente en sus óleos y elegancia y movimiento de sus figuras como podemos admirar en la bóveda del Salón del Trono del Palacio Real de Madrid.

El recuerdo es una mirada que vivifica experiencias del tiempo y los viajeros del Grand Tour deseaban llevarse consigo la permanencia de su estancia, como hoy nosotros las fotografías, ellos las vedute. La veduta es descripción de una vista del ambiente arquitectónico de la ciudad. La tradición de este paisajismo enlaza con el clasicismo ideal de Poussin y Lorena, la influencia de Salvatore Rosa y con el paisaje holandés del XVII. Las vedute no son veristas, es un género versátil, con diferentes recursos compositivos: a) Presentan el capriccio: género compositivo a base de fragmentos de lo imaginario; b) Vista ‘fotográfica’ de lugares de Venecia; c) Vista ideal: se parte de un dato real para realizar una vista imaginaria. El capricho arquitectónico habla de un mundo perdido, proceden de libros de arquitectura romanos, convirtiéndose en signos agnósticos sin significado, sirven para dar escala con las figuras humanas que se relacionan.

Canaletto (1697-1768). Sus descripciones urbanísticas, que muchas son al capricho sin incorporar los elementos clásicos, son de invención, tanto es así que la última exposición de Canaletto en el Museo Thyssen en 2001 llevaba el subtítulo Una Venecia Imaginaria. No es raro que elimine edificios o los añada contrayendo o expandiendo la pintura situando al capriccio entre un dato real para hacerlo verosímil. Así, podemos la pirámide de Cayo Cestio en la laguna (no en esta exposición), que nos hace pensar en Venecia de otra forma, como si se tratara de un collage, una pintura narrativa con diferentes perspectivas porque los elementos vienen de diferentes láminas ofreciéndonos diferentes tiempos visuales, estableciendo cierta inquietud. Utiliza los grabados como archivos de la memoria creando una transparencia absoluta como una fotografía, se ve todo perfectamente en una perspectiva diríamos cósmica, con horizontes bajos para iluminar atemporalmente y situar con precisión cada elemento. Cada pintura es un laboratorio plástico de luz, crea una sensación de espacios infinitos, sesga el encuadre y el agua la convierte en espejo. La vista se convierte en un discurso de lo posible, especie de trompe l’oeil simbólico, de reflexión arquitectónica donde Francesco Algarotti le proporciona los temas que a su vez los tomaba de Carlo Lodoli.

Francesco Guardi (1712-1793). Como dice el profesor Delfín Rodríguez si Canaletto construye Venecia, Guardi la destruye, difumina a Canaletto con su toque suelto de pincel, con nubes que proyectan sombras, con densidad de vapor, es más real pero menos detallado. Su lectura melancólica se recrea en el abandono de Venecia cargando las tintas en su decadencia. Es fotográfico con flou, se deshace en brumas, con una intensidad de luz que acentúa el contraste, inscribiéndose más en la escuela veneciana en la línea de Tiziano o Veronés. Advertencia: no se pierdan un pequeño cuadro Ester ante Asuero de Gian Antonio Guardi, hermano mayor de Francesco, donde parece liberar sus pinceladas, antes prisioneras en su larga etapa de copista.

Ahora cuando vamos a Venecia, entre la multitud, sólo vemos ‘canalettos’, pero cuando regresamos el recuerdo se refugia en Guardi. No obstante, en cada uno se dispara la historia de Venecia, el mito incombustible de la emoción que provoca y no insistiré en su decadencia, sino en Venecia, Tintoretto de Jean-Paul Sartre (Madrid, Gadir, 2007; París, Gallimard, 1964): “En Venecia basta una cosita de nada para que la luz se vuelva mirada. Basta con que una luz envuelva esa imperceptible distancia insular, ese desfase constante, para que parezca un pensamiento”.

LA CAJA MÁGICA


Al tiempo que se celebra el torneo de tenis de Madrid (Masters Series Madrid), se puede contemplar la exposición que Dominique Perrault (DP) celebra en el Museo de Colecciones ICO (29.01.09 - 17.05.09). Se pueden ver aquí sus dibujos y maquetas que en DP operan como conceptos (en paralelo artístico con Daniel Buren) hasta llegar a la forma última determinada por el contexto. Se podrá comparar el proyecto iniciado en 2002 y el resultado final siete años después: La Caja Mágica.

Podemos decir que la arquitectura de DP no se reduce a la construcción, se trata, según el vídeo Les onze mots de l’architecte, dirigido por Richard Copans, de relacionar íntimamente arquitectura y territorio, una suerte de Land Art, como podemos ver en el Velódromo y piscina olímpica de Berlín (1992-1999) o el Campus de la Universidad Femenina EWHA de Seúl (2004-2008), donde los edificios están incrustados en el suelo. La ciudad ya no se puede pensar como un todo, en la tradición que marcó Filarete ofreciendo un proyecto de ciudad contando con todas las determinaciones técnicas y formales, ahora se trata de sistemas no cerrados, de ahí que la arquitectura sea un dispositivo de intervención, superando, a su juicio, la relación puritana que el Movimiento Moderno tenía con el edificio y el suelo. Existe un dinamismo de las ciudades que hace necesario aplicar una arquitectura avanzada, una interacción ciudad-territorio. No son las parcelas las que organizan el territorio sino la relación de territorios, la comunicación entre éstos, sus relaciones espaciales que diría Doxiadis.

La Caja Mágica se concibe dentro de la operación de ingeniería urbana que ha soterrado la M-30 paralela al río para crear el Parque del Manzanares, un parque fluvial de seis kilómetros donde han intervenido Ricardo Bofill y Manuel Valdés. DP desmaterializa su volumen con ayuda de revestimientos traslúcidos de malla metálica y planos de agua reflectante. Lo más característico es la cubierta fracturada en tres piezas independientes, abriéndose o cerrándose mediante gatos hidráulicos en función de los usos, ofreciendo una silueta cambiante y viva.

La malla, elemento característico en sus proyectos, sería consecuencia de concebir el muro no como un elemento de bloqueo, sino como una suma de cualidades, de construcción y poesía, que permita ver a su través, o bien como en la Fábrica APLIX (1997-99), que concibe un muro en acero inoxidable con espejos que prolongan el paisaje del Loira. Otros ejemplos serían la Fachada Lexus de Japón (2003) o la Fábrica GKD en Maryland, EE UU (2001-04). Este elemento envuelve a los edificios, apareciendo semejante a una piel, como protección que rompe la fuerza del viento, pudiendo ser opaco, transparente o brillante, como se podrá ver en la Caja Mágica. Nombre éste que el arquitecto sugirió desde boîte à miracles de Le Corbusier que ya lo empleara en sus exposiciones y en el pabellón Philips de la Exposición de Bruselas de 1958 donde relacionaba, resumiendo demasiado la cuestión, el concepto artístico y escenográfico de Adolphe Appia. Según Le Corbusier es un gran cubo vacío que contiene todo lo que el espectador pueda desear, ofreciendo un espectáculo arquitectónico de síntesis artística (véase Fernando Quesada, La Caja Mágica. Cuerpo y escena. Barcelona. Fundación Caja de Arquitectos. 2005).
El final de carrera de DP fue un proyecto donde se relacionaban los edificios de las Juntas de Distrito con el Ayuntamiento de París en el siglo XIX, esperamos por tanto que esa interacción territorial entre los distritos de Arganzuela y Usera se produzca, toda vez que otro proyecto, muy cercano a éste, contempla la creación de pasarelas en conos de tela metálica dorada que comunican ambas riveras.

ARTAUD - NEW YORK

Desde los años ochenta del siglo XX, la fotografía se ha convertido en uno de los elementos más característicos de la creación contemporánea, con una nueva actitud por parte de los artistas, de los galeristas y museos. Esto ha hecho una mayor apreciación, fundamentalmente al alza en los precios en las subastas, así como en las exposiciones que se celebran.

La fotografía en EE UU, en los inicios del siglo XX fue muy relevante, principalmente alrededor de Alfred Stieglitz y su galería “291” conocida así hacia 1908 cuando amplió su ámbito abarcando la vanguardia europea, poniendo los fundamentos para congregar un verdadero modernismo americano, incluso antes del Armory Show, derogando el carácter pictoricista y llevando poco después (Camera Work) a la fotografía temas urbanos (Walker Evans, Dorothea Lange) y otros trabajos de naturaleza abstracta (Man Ray).

La fotografía es al instante lo que la pintura al recuerdo y en esa sucesión de fotografías sobre un mismo tema creamos microrrelatos que pasan fácilmente de las gárgolas de Margaret Bourke-White al Harlem de Vivian Cherry, generando en esa sucesión, una cierta secuencialidad, como si de fotogramas se trataran, cercana al cine, en una manifestación del recuerdo que, evocando a Valèry, el estímulo del ojo en su momento no pudo organizar. Las esperas en la fila lo atestiguan, sorprende gratamente ver la aglomeración para ver ésta exposición que nos referimos Retratos de Nueva York, Fotografías del MOMA, en tanto que la de Antonin Artaud, en comparación, permanece, quizá como su carácter, un tanto desolada.
Artaud, personaje singular, lo que ya es decir entre las personalidades que desarrollan las artes en la primera mitad del siglo XX, fue escritor, dramaturgo, actor, guionista, poeta y ex-surrealista ingrato a Breton, es decir un exceso y ejemplo de paroxismo artístico, que, relacionando lo escrito más arriba, escribiría: “Es el ojo quien finalmente recompone y subraya el residuo de todos los movimientos” (El cine, Madrid, Alianza ed. 1973). En esta exposición podemos apreciar sus intervenciones en películas, las influencias en este terreno y su guión llevado al cine, La concha y el reverendo (La coquille et le clergyman, Germaine Dulac, 1928), además podemos ver sus dibujos. ¿He dicho dibujos? “Mis dibujos no son dibujos sino documentos, hace falta mirarlos y comprender lo que hay dentro...” (Mes dessins ne sont pas des dessins mais de documents, il faut les regarder et comprendre ce qu’il y a dedans … Catálogo de la exposición Antonin Artaud. Works on paper. Nueva York, The Museum of Modern Art, 1996). Aunque para saber más de estas cuestiones, les sugiero que echen un vistazo al catálogo de la exposición donde, entre otros, escribe el profesor Ángel González y sabrán del paroxismo y la excelencia estética.

viernes, 3 de abril de 2009

LA BELLA DURMIENTE


Pintura victoriana del Museo de Arte de Ponce (MAP)

Si aún no han tenido oportunidad de ver la muestra de Francis Bacon en el Prado, con la exposición que ahora reseñamos podrían hacer un triple recorrido por la pintura inglesa. Es cierto que, como dice su director, el Prado no tiene una buena representación de esta escuela, entre otras cuestiones por la Reforma protestante del siglo XVI donde se distanciaron políticamente la monarquía inglesa y la española con el consiguiente efecto en las colecciones reales. De esta forma el visitante podrá iniciar un recorrido en la sala XXI del Edificio Villanueva, por la obra de Gainsborough o Reynolds, entre otros, ambos del siglo XVIII; pasar al siglo XIX en la sala XVI-B y ver esta exposición del museo puertorricense, y más tarde ver la obra de Bacon en el Edificio de los Jerónimos, haciendo un amplio recorrido en el tiempo, en tan solo unos metros.

El título de la exposición está tomado de la fábula de Charles Perrault (1628-1703) popular por un poema de Alfred Tennyson (1809-1893), que nos indica la poderosa influencia de la literatura no sólo en la pintura sino en todas las artes durante el siglo XIX. Un tema demasiado amplio para desarrollar aquí, indicando tan sólo que esta dependencia, que atenazará incluso a la arquitectura, se irá atenuando con la llegada de las vanguardias históricas de inicio del siglo XX, donde como diría precisamente Reynolds en sus discursos, poesía y pintura estarán unidas por nobleza de concepto.

La exposición cabría interpretarla como un careo entre la Hermandad Prerrafaelista (o Prerrafaelita) y los artistas encuadrados en el Olimpismo, es decir con el ideal ático que ya había apuntado Flaxman, el siglo anterior. O bien entre conceptos teóricos como el de John Ruskin y William Morris (en la reivindicación de la manufactura artesanal y con vinculación al primer socialismo de Saint-Simon o Fourier) por los primeros y Walter Pater por los segundos.

Pero la exposición, por su brevedad de obras, no da para tanto y mejor cabe el disfrute viendo las confluencias. Los prerrafaelistas (Holmant Hunt, Dante Gabriel Rossetti, Burne-Jones y John Everet Millais), influidos por los nazarenos (un grupo de pintores alemanes, llamados así en Roma por su excentricidad en la vestimenta), deseaban volver al primer Renacimiento de Fra Angélico o Botticelli. Rossetti prosigue la tradición del poeta-pintor que unos años antes había desarrollado William Blake, con afición a los textos tardomedievales convoca una pintura simbolista de carácter planimétrico que trata de anular el gusto por la perspectiva. Se calificaron en principio de antiacademicistas, optando por saltarse la depuración de la naturaleza y acudiendo a una realidad más directa. Aunque sólo hace falta ver los cuadros de Courbet para darnos cuenta que estos victorianos conservaban una composición y encuadre convencionales, reelaborando la historia hasta una intrincada red de carácter simbolista, con un afán moralizador preconizado por el crítico John Ruskin (Ensayo sobre el Prerrafaelismo, 1851). Millais acabaría ingresando en la Academia, pintando retratos semejantes a los que hicieran Reynolds o Gainsborough y en Rossetti encontraremos elementos clasicistas como en La viuda romana (Dîs Manibus, 1874): la urna con la inscripción y el juego de drapeados en blanco (color del luto en la nobleza romana).

En la segunda mitad de esta etapa decimonónica, otra generación de artistas viene a solaparse con la Hermandad Prerrafaelista sin incidir en contenidos morales. Esta corriente esteticista (George Frederic Watts, Edward Poynter, Lawrence Alma-Tadema) que abundaba en el arte por el arte, es decir sin una justificación moral o didáctica, ahondaba en la búsqueda de la belleza (objetivo éste también del fundador del MAP, Luis A. Ferré) como podemos ver en Frederic Leighton (1830-1896) Sol ardiente de junio (ca. 1895) cargado de ensoñación y lirismo mediterráneo, donde destacan la técnica, el color y la línea haciendo una mujer de anatomía “ingresca”, en una postura casual y relajante (sino fuera por la tensión que muestra la posición del pie en el suelo). Inspirada en la escultura de La noche de Miguel Ángel (Capilla de los Medici, Iglesia de San Lorenzo, Florencia), presenta un fogoso tono anaranjado que podemos ver también en sus sibilas sixtinas.

Como decíamos al inicio, analizando confluencias, ambas se encuentran en la constancia del retrato femenino. La fortuna crítica y las biografías abundan en un sentimiento exacerbado hacia la mujer, con un reflejo de ensimismamiento o melancolía, e inalcanzable por haberla perdido o haberse perdido por ella. Viendo sus trayectorias y aunando de nuevo ansia de sentimientos, aún mejor, saberse perdido en ellas.