miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL ARTE DE CLARA PEETERS

Clara Peeters se encuentra entre los autores de inicio del bodegón en Flandes, su prestigio se extendió por los Países Bajos llegando hasta Francia y Alemania. Los estudios le otorgan unos treinta y nueve cuadros, once fechados, diez entre 1607-12 y el siguiente de 1621. La datación tiene algo de conjetura debido a los pocos documentos sobre su vida, por lo que tenemos que completar su biografía a través de su iconografía. Sobre términos y denominaciones acerca del bodegón y naturalezas muertas, nos remitimos, por no repetirnos, a lo mencionado en estas páginas, sobre la exposición De la vida doméstica, celebrada en la Fundación Juan March a inicios de 2013.

Su primera obra fechada que se conserva es de 1607, por lo que su nacimiento se estima hacia 1594; aunque hay varias obras sin firmas, corresponden a la década de 1630 y otro incierto fechado en 1657, por lo que su muerte suele datarse entre 1657-58. Entre los más tempranos (1607-8) manifiesta un punto de vista alto que irá bajando en obras posteriores de 1611-12 donde además mejora el escorzo de los objetos.

Los Países Bajos desde la Unión de Utrech están a menudo en guerra, el conflicto con España se prolonga hasta 1609 y se retoma en 1621 hasta 1648. Tras unos pocos años de tranquilidad surgen nuevas guerras contra Inglaterra y Francia. Más de cuarenta años entre conflictos armados y aún así es una sociedad enriquecida por el comercio holandés que abarca el mundo entero. Del comercio y la guerra podemos decir, muy abruptamente, que resulta una sociedad tolerante ante los intereses económicos, políticos y religiosos. Si bien la religión predominante es el calvinismo, que adopta la familia Orange, la iconoclastia protestante producirá el florecimiento de la pintura “profana” holandesa.

En Amberes, donde todo indica que residió Clara Peeters, existía una industria pictórica desde hacía décadas, era una ciudad líder en el comercio de pintura y sus bodegones formaban parte de esa economía de exportación. Al lado de Clara Peeters encontramos a Jan Brueghel el Viejo, Rubens, Frans Snyders o Van Dyck.  Los bodegones afloraban la belleza interior de la materia, exagerando a Hegel, la radiografía de ese interior supone un hiperrealismo material donde valorar los actos de la vida cotidiana. Evocan sensaciones, sabores y texturas, mueven los sentidos, exhiben objetos relacionados con los hábitos sociales más elitistas, al tiempo que no se necesita un conocimiento erudito para ser entendida.

Con Bodegón con panecillos, arenques, cerezas y jarra de barro y Bodegón con dulces, granada y copa sobredorada, pintadas hacia 1612, Peeters se adelanta a la ordenación piramidal de los objetos características de las ‘mesas’ de la segunda mitad del XVII. En la segunda, entre las barritas de azúcar y las galletas, una con forma de P, característica de esta pintora y que se considera alusión a su apellido. En esta obra la tapa de la copa refleja un rostro que pudiera ser el de ella. Esta forma de autorretrato o reflejo distorsionado fue iniciada por Jan van Eyck hacia 1434 en El matrimonio Arnolfini y La Virgen y el Niño con el canónigo Van der Paele y Clara Peeters recurre a ella al menos en otros cuatro bodegones, a través de ellos se ha podido deducir, por su vestimenta, que pertenecía a una clase media urbana (las mujeres de clase alta vestían golas más anchas y elaborados tocados).

Peeters repitió elementos en distintos cuadros (empleando plantillas o calcos), pero eso formaba parte del repertorio necesario del que debía constar un bodegón y al que nos referimos en el anterior artículo sobre bodegones citado. Era práctica habitual en los pintores flamencos desde el XV, si bien Peeters modificaba, con mucha sutileza, ciertos elementos en los objetos repetidos para que no pareciesen meras copias. Estas repeticiones sugieren la idea de un taller para incrementar la producción, así como la mayor o menor definición o esquematismo en esas repeticiones. También las copias que tratan de imitarla sugieren el éxito de Peeters. Esas figuras esbozadas del taller también pudieran ser de ella, corresponden a animales vivos, y también a una figura femenina. El estudio de la figura humana al natural, realizado con modelos desnudos estaba vetado a las mujeres, de ahí que sus dibujos de movimientos estuvieran pintados de forma algo más torpe.

La sociedad holandesa del XVII no se distingue de otras y lo que se esperaba de la mujer entra en los tópicos a ella asociados, casa, limpieza e hijos. Si bien podemos destacar que acceden a algunas prerrogativas masculinas como gestionar la economía, dirigir el comercio desde casa y, al estar al cuidado de los hijos, adquieren al tiempo una determinada instrucción, como muestran algunos cuadros donde vemos escritoras y pintoras. Será en las casas, en sus interiores donde la mujer ejerza su competencia por una especificación estricta en las tareas. Y aunque la igualdad no ha ido por este reparto, sino por la integración en el mundo profesional, hay que señalar, que aun siendo restringida, la superioridad moral del hogar era mayor que la del mundo exterior.

Rubens,  Jan Brueghel el Viejo y Frans Snyders representaban el gusto dominante en Amberes, Peeters difiere de ellos con un estilo más realista, semejante al estilo de Osias Beert que posiblemente ejerciera como su maestro y la enseñara. Beert compone sus cuadros con una mayor abundancia de formas sinuosas, platos y fuentes rebosantes de frutos o dulces, lo que hace dar un mayor brillo y lujo a sus cuadros, consecuencia, quizá, de su colaboración en algún cuadro con Rubens. El punto de vista más bajo le da a las composiciones de Peeters una aire más vanguardista y discreto. Su lenguaje realista, le aleja un tanto del idealismo del siglo anterior y del estilo de Rubens y Brueghel con sus fantasías alegóricas. Peeters se centra en lo real, cercana a la experiencia cotidiana y representa una alternancia a la tradición renacentista italiana.

Los antecedentes en Amberes remiten a Pieter Aertsen y Joachim Beuckelaer, que en la segunda mitad del XVI pintaban escenas de mercados y cocinas plenas de alimentos. Asimismo las ilustraciones científicas, con sus representaciones de animales y plantas fueron precedente para el bodegón. Estos grabados fueron numerosos en Amberes, también en la segunda mitad del XVI, normalizan la representación de animales y plantas y sirven de fuente para los artistas de bodegones del XVII, máxime en Clara Peeters donde ese punto de vista y composición menos artificiosa le acerca a la observación de la naturaleza material (naturalia) que ofrecen los catálogos.

Otra fuente de los bodegones eran los banquetes de reyes y aristócratas que posteriormente fue imitado por las clases emergentes que deseaban mostrar riqueza y posición durante las comidas. Salvando las distancias, hoy en día rebosa la elaboración de comidas y su ceremonial, si no en cuadros, sí en las pantallas publicitarias de los media, como también abundaba a comienzos de la Edad Moderna en cientos de publicaciones sobre los alimentos. 

Queso y mantequilla (algo excesivo) se ofrecían a los postres del almuerzo junto con nueces y hierbas confitadas. Las pilas de quesos que pinta Peeters expresan cierta opulencia, aunque era un producto muy abundante y relativamente barato, suponía un elemento de exportación y prosperidad. De forma semejante ocurre con la porcelana de encargo (kraak o Wanli), comercializada a través de las Compañías de Indias Orientales, de uso frecuente debido a su abundancia en los Países Bajos, tanto que llegó a saturar la producción de Jingdezehn, teniéndose que decorar en Cantón. Aún así, la porcelana kraak se asociaba al cosmopolitismo y estar a la moda.

También importaban cerámica vidriada alemana y copas de vidrio de Venecia, o bien realizaban, en Amberes, esta cristalería a la manera veneciana, que, junto con el característico vaso Römer, eran para tomar vino, mucho más caro (al igual que hoy) que la cerveza.

Uno de los rasgos destacables de Clara Peeters lo encontramos al incorporar cuchillos nupciales en sus cuadros, muy raros en las representaciones de bodegones, lo reflejó varias veces (cinco en esta exposición), con su nombre grabado. Hasta que se extendió el uso del tenedor, la punta del cuchillo se utilizaba para la pizca de sal (carísima) y aderezar la comida, servían tanto para cortar como para pinchar una porción de comida y llevarla a la boca (citando a Rubén Darío, en su centenario: “… el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada”).

Bodegón con flores, copa de plata dorada, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre (1611). Las flores recuerdan la relación con las ilustraciones científicas que utilizaban como fuente. Observando de cerca esta obra vemos varios autorretratos en la copa y en la jarra, con doble lectura: realza su técnica, pues estos reflejos eran un desafío para los artistas; al tiempo que afirmaba su profesión en un medio dominado por hombres.

Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana con aceitunas y aves asadas (h. 1611). La presencia de aves de caza le otorga el elitismo asociado a la nobleza. Punto de vista elevado como en el anterior y en Bodegón con gavilán, aves, porcelana y conchas (1611) y Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas (1611). En 1612 su punto de vista es algo más bajo: Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas.

Bodegón con frutas y flores (h. 1612-13). Óleo sobre cobre, una de cuatro conocidas en este soporte, lo habitual es tabla de roble. Nos muestra con minuciosidad del botánico a un saltamontes semejante a las ilustraciones científicas mencionadas.

Bodegón con cesto de fruta, aves muertas y mono (h. 1615-21). Las pequeñas aves que muestran, se solían comer cocidas o servían para dar sabor a los caldos. Quizá lo que llama la atención es el mono, que podría acentuar el exotismo del cuadro, o bien derivar la lectura hacia otras simbologías que se vienen asociando a los bodegones. El mono, como atributo del gusto, puede englobarse en una alegoría de los cinco sentidos (vid. Jan Brueghel el Viejo), tiene la costumbre de llevarse frutos a la boca. El mono podría ser también un atributo de la imitación, por los artistas, de la naturaleza, acentuado por esa mosca que, a través de Vasari y Plinio en última instancia, nos remitiría a Zeuxis y la tradicional mimesis.

Bodegón con halcón peregrino y su presa (h. 1612-21). Los cuadros de cetrería manifiestan la importancia de la caza y aluden al derecho exclusivo de la aristocracia a ejercerlo con aves y perros. Para alguien tan detallista como Peeters, las garras demasiado cortas del halcón, sugieren la existencia de un taller o algún ayudante (Nicolaes Cave, que realizó otros cuadros semejantes a éste).

Bodegón con pescado, vela, alcachofas, cangrejos y gambas (1611). Autorretrato en jarra cerámica. Primer bodegón de pescado que se conoce, según Alejandro Vergara, comisario de la muestra, en el catálogo. La vela apagada podría recordar la fugacidad de la alegría. También en estos bodegones con pescado (en las carpas) emplea plantillas que modifica para no dar sensación de repetición.

Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas (1612). En Flandes, exquisitos cuadros de flores de Jan Brueghel el Viejo extendieron el gusto por estos. Aquí podemos apreciar seis o siete autorretratos donde Clara Peeters se muestra joven, con la paleta, se pinta pintando.

Bodegón con quesos, almendras y panecillos (h. 1612-15). Podemos destacar su autorretrato en la jarra de cerámica importada de Raeren (para agua o cerveza) y su nombre inscrito en el mango del cuchillo nupcial, del que ya hemos hablado, como forma de procurarse reconocimiento. Las marcas en las hojas de los cuchillos (una mano), así como marcas de la ciudad en la vuelta de muchos de sus cuadros, indicarían que trabajó en Amberes, aunque no hay documento que así lo pueda certificar. Azul lapislázuli en el plato de cerámica kraak que es semejante a otros, solo que en aquellos se ha desvanecido el azul con base de cobalto, más barato.

En cuanto al significado de los bodegones, ya nos referimos en el anterior artículo nuestro mencionado. Hay símbolos en Peeters como la cruz de azúcar o la vela encendida en alusión al tema de la vanitas. Pero no todos son alegorías, aunque puedan tener otros significados posibles, estos bodegones tenían que ver con el gusto, la posición social y la educación. En los libros de cocina de la época se puede encontrar descripciones que concuerdan con los bodegones de esta época y que alejan la interpretación alegórica acercándolos a una disposición de mesa elegante y cara, apropiada para decorar el comedor de una casa opulenta, evocando comercio y prosperidad.

Hegel nos muestra cómo los holandeses se ocupaban de lo mundano, sin esa transfiguración espiritual de la belleza que sucedía en el Renacimiento italiano, que aporta la belleza de la fantasía rica en espíritu. Esa intimidad de la fe también les aporta tenacidad formal y virtudes como la fidelidad, constancia y rectitud. El goce de lo mundano, de los objetos y la vida doméstica en su honestidad, les aporta autoestima sin orgullo, satisfechos de su riqueza, gozan de la fama de su comercio y de sus navíos.

Provocar al hermetismo de la materia y abrirla al ciclo de las pasiones y las satisfacciones, así “Zeuxis vaga por los campos, junta piedras, las arroja, vuelve a su taller, toma sus pinceles, y le tiembla todo el cuerpo cuando un pájaro, rápido como una flecha, llega a tomar una uva de la cesta. Espera entonces, va a la ventana, mira los grandes vuelos migratorios elegir un techo, allá lejos en la luz de la tarde, reduciendo a polvo azul el racimo del sol que declina”.







Yves Bonnefoy, Las uvas de Zeuxis. Ed. Bilingüe, trad. Elsa Cross. México, D.F., Ediciones Era, 2013:
« Zeuxis erre par les champs, il ramasse des pierres, les rejette, il revient à son atelier, prend ses pinceaux, il tremble de tout son corps quand un oiseau, rapide comme une flèche, vient prendre un des grains dans la corbeille. Il attend alors, va à la fenêtre, il regarde les grands vols migrateurs élire ut toit, loin là-bas dans la lumière du soir, réduisant à poussière bleue la grappe du soleil qui décline ».

Obras consultadas para la redacción de este artículo: Catálogo de la exposición El arte de Clara Peeters. G.W. Hegel, Lecciones sobre la estética. Madrid, Akal, 1989. 

lunes, 29 de agosto de 2016

JOAQUÍN TORRES-GARCÍA: UN MODERNO EN LA ARCADIA

El noucentisme es un arte de la modernidad que reclama una nueva actitud en el siglo que comienza, el novecientos, si bien reacciona contra el modernismo, conserva muchos de sus rasgos. Tiene un componente político-cultural nacionalista y se concreta con los textos de Eugenio d’Ors, inventor del noucentisme, que por decirlo brevemente, desde una primera influencia de Raimon Casellas, parte de textos de Prat de la Riba y de  Joan Maragall, mezclando el sentido del nacionalismo catalán con una idea del clasicismo, humanismo y meditarraneísmo. Este momento mediterraneísta, es señalado, en varios artículos, con otro alcance conceptual por Ortega y Gasset,  y también por Josep Mª Junoy, que incide en el aspecto constructivo del noucentisme, desde unos postulados estéticos franceses, aunque se diferenció posteriormente, denominado “romanismo” o latinidad.

Torres-García entre 1893-95 estuvo matriculado en el Cercle Artístic de Sant Lluc, de orientación católica, donde asiste a conferencias del obispo Josep Torras i Bagès, que le anima a estudiar textos canónicos de filosofía y literatura. Fue alumno de la Escuela de Bellas Artes con compañeros como Mir, Nonell, Canals y Sunyer, también frecuentó el café Els Quatre Gats y en 1905 llamó la atención de Eugenio d’Ors. A partir de aquí arraiga en él un sentimiento de cultura mediterránea, lo que influirá para que  tome causa por el nacionalismo catalán y su vertiente estética del noucentisme, con la inspiración de la Arcadia mediterránea cuya referencia más inmediata, sin recurrir a Virgilio, la podemos ver en Aristide Maillol con sus Mediterrània en pintura y escultura.

En 1910 viaja a París y admira la obra de Puvis de Chavannes que le ayuda a depurar su lenguaje clasicista. Torres-García con sus escritos pretende crear un arte catalán que funda clasicismo y tradición y ésta se encuentra, para él, en un espíritu cuya plasticidad esté liberada de todo realismo. La libertad formal de la modernidad deriva en un empeño por realizar un arte que pudiera ser considerado tanto temporal (realizado en su época) como universal, constructivo y simbólico, abstracto y concreto (figurativo). Considera el tiempo como una colisión de distintos periodos, en vez de una progresión lineal, (kairos / cronos) una distinción que es particularmente relevante al arte contemporáneo.

Busca un modelo donde encajen los objetivos artísticos y los políticos. Surge así el encargo de los frescos para el Salón de Sant Jordi del Palau de la Generalitat en Barcelona que encarna el poder catalán desde la Edad Media. En 1913, La Catalunya ideal, su primer fresco, Torres-García plantea una imagen de Cataluña neohelénica y mediterránea, de iconografía idealizante. Realizará dos más, pero al morir Prat de la Riba  (su mentor, podríamos decir), Puig i Cadafalch canceló el contrato con Torres-García y se acabó su época noucentiste. Truncada su relación con la representación política que no alcanzó a entender esa retroactividad moderna, termina su filiación al catalanismo arcádico.

A partir de aquí, sus trabajos se decantan hacia la vanguardia, aumenta la linealidad de sus obras y la planitud compositiva. Un arte que finalmente denominará constructivo y que empezó hacia 1918. Año en el que el mundo urbano se convierte en el objetivo principal de sus pinturas y dibujos, donde los motivos se articulan construyendo un ambiente mecánico, así Figura con paisaje de ciudad (1917), donde los objetos que definen un ambiente urbano se disponen sobre el plano del lienzo y se superponen unos con otros. Yuxtaposición de planos y figuras, condensando profundidad: Composición vibracionista (1918).

De Barcelona a Nueva York, en junio de 1920, con su familia, donde permanecerá unos dos años. Si la mirada mediterránea le llevó a las composiciones griegas, la mirada neoyorkina le lleva a la yuxtaposición y al estilo constructivo, como su propia descripción de la ciudad: acumulativa. Le fascina la mirada de pájaro que le ofrece Nueva York, la amalgama de puntos de vistas va a articular su retícula organizadora. En Nueva York prolonga la forma de ver  que compartía con su amigo Barradas en Barcelona, sus paisajes de Nueva York ahondan en una organización formal más rigurosa. También desarrolla la vertiente primitivista, con figuras icónicas y muy construidas o constructivistas, Tres figuras (h. 1925). En 1921 comienza la producción de Aladdin Toys, juguetes de madera (la infancia de su escultura) que exploran la noción de una estructura transformable, perfeccionando su camino a la “abstracción”.

Le fascina el bullicio de la ciudad, las impresiones sintéticas de New York descompuesta, una visión, según él mismo, expresionista, geométrica y muy dinámica. Plasma la ciudad mediante múltiples perspectivas, planos superpuestos y colores vibrantes. La compactibilidad de la experiencia neoyorkina  le ayuda a establecer la matriz estructural de sus composiciones constructivistas de la década de 1930.

En Nueva York se relaciona con la incipiente Societé Anonyme que cerraría en 1950 con exposiciones de artistas como Duchamp, Man Ray, Kandisky, Paul Klee, Fernand Léger o Joan Miró. Conoció y se relacionó con personas estrechamente ligadas al mundo artístico de la ciudad: Armory Show, o las fundadoras del futuro Museo Whitney (1931) y que por entonces disponían del Whitney Studio Club, donde expuso Torres-García en 1921. Asimismo participó en la quinta exposición de la Society of Independent Artist en N.Y. celebrada  en el Waldorf Astoria en marzo de 1921.

Bien relacionado, pero vendió poco y la falta de ingresos restó glamour a una ciudad con ritmo aplastante (lo plasmaba él en la composición de sus cuadros). Tampoco funcionó su fábrica de juguetes, que trasladó a Italia hasta que se incendió el almacén donde los guardaba y abandonó el negocio en 1925.

De regreso a Europa en julio de 1922, pasa por Génova, Fiesole y otras pequeñas ciudades, que contrarresten la agitación de la gran ciudad (hasta que en 1926 se traslade a París). Sus cuadros aquí destacan por su interioridad, naturalezas muertas próximas a un cubismo indirecto y estilizado. También comienza una producción de piezas escultóricas y ensamblajes compuestos con maderas rústicas pintadas. Son obras muy esquemáticas con las que irá recorriendo fases africanista, cubista, neoplasticista, arte primitivo (que siempre le fascinó y abordó de diversas maneas), que le sirve de amalgama para conseguir su propio estilo.

Su producción plástica sobrepasa la abstracción y él lo vincula a la potencia esquemática y la fuerza de sus figuras. A su modo, la abstracción no supone un escape de la representación, sino una de sus manifestaciones. Entiende lo abstracto como no mimético y a esta abstracción no opone la figuración, como cabría esperar, sino lo concreto, éste sí, mimético. Este lenguaje cristaliza en 1929 y coincide con su participación en Cercle et Carré (grupo que ayuda a formar) y su intercambio neoplasticista, pero sin confundirse con éste, sus estructuras, su esquematismo, su trama constructiva venía desde antes. En 1930 en la revista de ese grupo, publica que el espíritu de síntesis en el arte es el que proporciona las obras más notorias en pintura, escultura o arquitectura. Ese espíritu de síntesis le impele una mirada histórica, lo combina, necesariamente con la mirada presente, que le rodea, llena de modernidad que acompaña el primer cuarto del XX. Esa voluntad esquemática será la que le lleve a su culminación artística, hacia 1929, cuando tiene cincuenta años logra su lenguaje definitivo como artista, que podemos ver en Fresque constructif au grand pain (1929) y Physique,(1929): figuras esquemáticas trazadas sobre una cuadrícula densa en la que tonalidades sencillas resaltan campos geométricos.


En estos años alcanza la solución estructural y compositiva en sus obras, es el estilo catedral, una frontalidad opaca donde desplegar los iconos esquemáticos y a veces con contenidos esotéricos. Su interés por la astrología y las tradiciones herméticas, secretismo y lo cifrado le lleva a decir en 1932 que los objetivos últimos de su proyecto artístico entroncan con los de la francmasonería universal, en ese afán de comprender la potencia constructiva de sus estructuras.

Ya en 1930 sus superficies pictóricas se han convertido en un plano (antes se podían distinguir dos) sobre el que se disponen figuras muy esquemáticas y a veces con un carácter simbólico y totémico. Motivos silueteados (hombres, mujeres, relojes, edificios…), planos en su repertorio que recuerdan a Theo van Doesburg y Piet Mondrian, un eclecticismo final desde la figuración hasta el Universalismo Constructivo.

Desde Francia siguió teniendo relación con EEUU, con Albert Gallatin fundador del Museum of Living Art (antes Gallery y finalmente se incorporó al Philadelphia Museum of Art) que concibió como un laboratorio educativo y experimental en el que el público podía ver de forma gratuita grandes obas de artistas contemporáneos. En 1932 deja París y llega a Madrid. Depresión europea y de vuelta a Uruguay en 1934 hasta su fallecimiento en 1949. Amplía su manea pictórica, su constructivismo icónico, recordando los vitrales de la catedral de Mallorca en los cuales trabajó para Gaudí.

De regreso a Montevideo (su ciudad de nacimiento) produce uno de los repertorios más contundentes de abstracción sintética y concreta en América. 1935-38 cuadros casi puramente estructurales, impactantes y consistentes, casi también abstracción pura o bien si tenemos en cuenta su peculiar concepto, su propia abstracción, su propio primitivismo atemporal.

Su etapa final se caracteriza por un gran eclecticismo donde retorna a una precariedad en la factura, a sus primeros momentos de la arcadia. En su obra, la figura se inscribe en el espacio, en una planitud sin aire, como si esquematizara un icono o construyera yuxtaponiendo pictogramas. 

En Montevideo se consagra a la creación de una Asociación de Arte Constructivo (luego Taller Torres-García) que profundizaba en el leguaje geométrico abstracto desde una visión profunda del arte precolombino, fusionaba arte del pasado con el del presente. Era un lugar de estudio y divulgación de la idea constructiva con especial énfasis en la cultura preincainca y por extensión a las culturas indígenas de América del Sur.

En el arte precolombino Torres-García encontraba elementos no vinculados a la representación imitativa que enlazaban como un precedente a la abstracción desarrollada en Europa. Entroncaban, así, con una larga tradición de arte prehispano, basado en los principios geométricos. Esos antecedentes que Torres-García buscó con ahínco, los halló en los motivos de telas y cerámica antigua, renovando los cimientos de una identidad eclipsada.

Su obra ha ido exponiéndose destacadamente desde la década de 1940 y su trayectoria se considera que fomenta el arte y artistas sudamericanos. En Montevideo alcanzará los logros que no consiguió en París o Madrid, así como su contribución a la construcción del panamericanismo.


Los juguetes y sus móviles al final resultarían fundamentales para lo que daría en llamarse arte Madí en el entorno del Río de la Plata, primordialmente en Uruguay. Torres-García ejerció gran influjo en el entorno rioplatense, en jóvenes artistas que realizaban un arte abstracto como Rhod Rothfuss, Emilio Pettoruti o Juan del Prete. Estos y otros artistas continuaron con  un movimiento con el nombre de Arte Concreto-Invención. Éste se dividiría creando en Buenos Aires la Asociación de Arte Concreto-Invención cuyo objetivo era anular la condición de signos o pictogramas (en alusión a Torees-García) en las obras de arte. Proponen una visión sin ilusionismo, entrando, como en los mejores tiempos de las vanguardias europeas, en enfrentamientos, discusiones y divisiones por la evolución del proceso creativo, entre el Taller Torres-García, artistas Madí y la Asociación.

El grafismo plástico de Torres-García está a lo largo de sus obras, pero también lo podemos observar en el libro de collages Structures (1932), a modo del de Aby Warburg, Atlas Mnemosyne: un recorrido netamente visual por la historia del arte, un museo portátil. Lo textual explica muchas veces el origen plástico de su obra, al tiempo que sirve de proyección de sus ideas, según lo expresa en El descubrimiento de sí mismo (h. 1917), así como en otros textos, de una abundantísima producción bibliográfica, de la que resaltamos su autobiografía, escrita en tercera persona, Historia de mi vida (1934) y New York (1921), donde muestra el acoplamiento inicial entre las vanguardias europeas y americanas.

La vuelta casa de Torres-García se planea desde Madrid o París, a semejanza de lo que habían realizado Tarsila do Amaral y Oswald de Andrade, desde allí y ya en Brasil fomentan una búsqueda del origen y la construcción de ese panamericanismo. También Vicente Huidobro tuvo una trayectoria viajera muy semejante a Torres-García, donde se cruzan con mucha frecuencia arte y vida, ambos se conocieron y elogiaron. Huidobro escribió un poema en la revista Arturo, solo un número (1944), pero de gran repercusión en el entorno del Río de la Plata.  Para Huidobro la poesía es un desafío a la razón porque está antes del principio del hombre, estableciendo una tensión poética que altera el orden verbal aunque permanezca la sucesión de contenido léxico, los verbos se sustantivan y/o viceversa.

Vicente Huidobro (1893-1948) cuyo creacionismo primaba la invención por encima de la mimesis, dejaba el poema sintácticamente abierto como una sucesión fragmentada de alusiones sin referencia a la naturaleza. Enlaza con la defensa de la invención en arte de Torres-García, era esencial para llegar a una definición de la práctica artística, la invención de formas, el descubrimiento de algo nuevo. (“Contacto externo”, Ver y palpar, Santiago de Chile, Ercilla, 1941): “Hay que saltar del corazón al mundo / Hay que construir un poco de infinito para el hombre”.

 








(Para la realización de este artículo se ha consultado: Bozal, Valeriano, Arte del siglo XX en España, 1900-1939.Madrid, Espasa-Calpe 1991. Catálogo de la exposición, con textos de Luis Pérez-Oramas, Alexander Alberro, Sergio Chejfec, Estrella de Diego y Geaninne Gutiérrez-Guimaraes. Huidobro, Vicente, Altazor /Temblor de cielo. Madrid, Cátredra, 1981. Junoy, J.-M., Obra poética. Edición de Jaume Vallcorba. Barcelona, Acantilado, 2010.)

domingo, 24 de julio de 2016

EL BOSCO LA EXPOSICIÓN DEL V CENTENARIO

En el periodo medieval las imágenes cobran suma importancia porque la mayor parte de la población era iletrada y su uso era una forma de aprendizaje o adoctrinamiento. En el contexto renacentista del Bosco, donde la nueva pujanza humanista coexistía con las antiguas tradiciones feudales, el universo era interpretado como un conjunto de símbolos que eran vistos como una revelación sagrada que podía ser desvelada por quien tuviera la sensibilidad necesaria. Lo sagrado daba sentido y explicación a la vida en la Edad Media, la comunicación entre el mundo divino y el humano estaba siempre abierta.

Los primeros trabajos independientes del Bosco, surgen cuando los primeros grandes maestros de la escuela flamenca como Jan Van Eyck y Robert Campin habían muerto hace treinta años y Rogier Van der Wyden estaba al final de su carrera. Durante la última mitad del siglo XV, Brujas se convirtió en el principal centro de arte en la región y el artista principal en la ciudad fue Hans Memling (act.1465-1494), que pintó obras influenciadas por sus predecesores Jan van Eyck (h. 1390-1441) y Rogier van der Weyden (h. 1400-1464). Memling produjo una serie de obras donde insertaba una especie de viñetas o recuadros con numerosas figuras pequeñas que aparecen en un gran panorama o paisaje que unificaba todo el tema. Este tipo de narrativa continua es similar a los trípticos del Bosco.

Seis generaciones de artistas arrastra el Bosco, Jheronimus van Aken, procedentes de Aquisgrán - conservaron toponimia en el apellido - llegaron a Nimega y después a ‘s-Hertogenbosch, que era una ciudad enclavada en un emplazamiento favorecedor de la actividad económica con rutas fluviales y caminos a otros centros de intercambios económicos. También era conocida como Bois-le-Duc y entre nosotros Bolduque, que se hizo famosa, entre otras cosas, por los cuchillos y sus cintas rojas para atar legajos o balduque.

Era habitual que los componentes de esta familia fueran miembros de la cofradía de Nuestra Señora y que hicieran trabajos para la capilla que ésta tenía en la iglesia de San Juan, donde también tenía su sede. El Bosco entró en ella en 1486 o 1487 y permaneció hasta su muerte. Esta hermandad, aparte de la caridad, era un lugar para el debate de nuevas ideas y participaba en festivales locales, que a menudo eran acompañados de desfiles, con las decoraciones hechas a discreción del artista. El emblema de la Hermandad era un cisne y sus miembros celebraban banquetes periódicamente, denominados quot comidas cisne, donde servían cisne asado, que en ese momento se consideraba buena mesa. Aunque también era un símbolo que el Bosco utilizaba para señalar burdeles en algunos de sus cuadros. El Bosco se acercó a muchos de sus trabajos utilizando elementos binarios para ejemplificar sus pensamientos, como ese contrasentido que en una época caracterizada por la fervorosa devoción a María, siendo cofrade de una hermandad con su nombre, no pareció sentir gran interés por representar algún episodio propio de la vida de la Virgen o del Niño.

El Bosco se convierte en promotor de la ética del trabajo, la frugalidad, la estabilidad y la sobriedad. Provenía de una clase media, ascendió por el éxito de su obra entre la nobleza y en sus últimos diez años de vida llegó a estar entre el diez por ciento más alto en la escala de ingresos de los ciudadanos de ‘s-Hertogenbosch. Goza y reniega de una vida caracterizada por la continua alternancia de sentimientos contrarios. Si las condenas de los placeres del mundo se hacen cada vez más vehementes en boca de predicadores exaltados como Dionisio Cartujano, es porque asistimos a un rebrote de pasiones tan terrenas como el lujo, la gula y la riqueza. La relajación en las costumbres, la pasión por el juego, el gusto acrecentado por la buena mesa, en la que las clases pudientes compiten por derrochar. La búsqueda de la elegancia en el vestir, el lujo de los trajes y joyas que se exhiben ostentosamente aun en los lugares sagrados; todo ello coexiste con manifestaciones extremas de piedad, con un sentimiento exagerado de culpabilidad y con la necesidad violenta de penitencia.

No es posible fechar con seguridad su nacimiento, situándose hacia 1450 por deducción de documentos de compraventa donde ya figuraría como mayor de edad. Desde 1462 hasta su muerte el Bosco vivió en la plaza del Mercado donde se gestaban los negocios de compraventa en la ciudad. El incendio que se produjo allí en 1463 debió afectarle de tal manera que lo refleja en sus tablas (central del Tríptico de san Antonio de Lisboa o la tabla derecha del Jardín de las delicias). Todos los personajes y acontecimientos pasaban por esa plaza y sus individuos quedaban en su retina y luego en sus tablas. Procesiones y carnavales, fiestas religiosas y profanas, a destacar el peregrinaje a la Virgen del Milagro en la iglesia de San Juan, donde miles de peregrinos acudían allí. Una entrada en las cuentas de la Hermandad de la Virgen registra la muerte del Bosco en 1516. Una misa de cuerpo presente que se sirve en su memoria se celebró en la iglesia de San Juan el 9 de agosto de ese año.

A veces se argumenta que el arte del Bosco se inspiró en los puntos de vista heréticos (las ideas de los cátaros y Adamitas putativos), así como por las prácticas herméticas oscuras. Asimismo, ya que Erasmo había sido educado en una de las casas de los Hermanos de la Vida Común en 's-Hertogenbosch, y la ciudad era religiosamente progresista, algunos autores han encontrado paralelismos entre la escritura cáustica de Erasmo y la pintura a menudo audaz del Bosco. En esta audacia, podríamos incluir el cambio en la utilización del formato tradicional de tríptico que era utilizarlo como retablo, para altar en un lugar de culto, cerrado entre diario y abierto los domingos y festivos. A partir del XV se encuentran excepciones a los temas sagrados y encontramos trípticos con temas genealógicos, heráldicos, históricos y mitológicos, así como retratos. En general, en los trípticos se exponía a la vista de los fieles un tema religioso que establecía un ejemplo positivo. La Adoración de los Magos, Las tentaciones de san Antonio Abad y el Juicio Final eran con seguridad retablos. En el Tríptico de Santa Wilgefortis y los Santos ermitaños, el exterior no está pintado, no eran para altar sino para piezas de coleccionista. El carro de heno y el Jardín tampoco pudieron ser retablos, pues en la tabla central no se representan hechos sagrados, sino alegorías del pecado. Utilizó el formato tríptico para dotar a sus invenciones de un carácter ‘sagrado’ y de ese modo hacerlas irrefutables. El Jardín se inspira en la historiografía de la época (ideas sobre las edades del mundo, el primitivismo y la humanidad primigenia), la etnografía fantástica, la botánica, la biología y los mitos populares. Un paraíso intermedio de goce sensual que era en parte terrenal y en parte sobrenatural, de ahí los elementos edénicos y exóticos.

Otras argumentaciones aducen que su obra fue creada simplemente para excitar y divertir, al igual que los grotteschi del Renacimiento italiano. Mientras que el arte de los viejos maestros se basó en el mundo físico de la experiencia cotidiana, el Bosco se enfrenta al espectador con un mundo donde las formas parecen cambiar ante nuestros ojos. La libertad creativa, esa locura creativa la desdeña en otros aspectos y hace que incluso se pueda ver una vertiente herética. La doble lectura de un Bosco ortodoxo y otro herético, se mantuvo entre los autores españoles del Barroco y la ambigüedad de interpretación llega hasta nuestros días. En las últimas décadas, los estudiosos han llegado a ver la visión del Bosco menos fantástica, y aceptan que su arte refleja las expresiones literarias y las creencias ortodoxas del sistema religioso de su época.

Las interpretaciones de la obra del Bosco se disparan a raíz de que Panofsky (como también le sucediera a Antonio Ponz, un par de siglos antes) en 1953 en La pintura flamenca primitiva omitiera un análisis concluyente de la misma. Otros estudiosos empezaron a considerar las obras de Bosco con mayor detalle, en parte a invitación de Panofsky. Estas interpretaciones, generalmente, se pueden separar en dos grandes categorías: o bien tenía una perspectiva cristiana bajomedieval, o él era un hereje o un miembro de una secta mística.

Podemos destacar, en la década de 1980, los estudios de Walter S. Gibson que considera la constante lucha de la humanidad contra el pecado y la locura, la condición universal del ser humano, el tema principal del Bosco. Asimismo podemos destacar también los análisis de Dirk Bax, basándose en proverbios y refranes holandeses y una minuciosa investigación iconográfica, han contribuido a la comprensión del contexto cultural del Bosco. Al identificar algunos temas, la lectura se vuelve más rica y los asuntos tratados ayudan a definir unos a otros.

Sus representaciones de la humanidad pecadora y sus conceptos del cielo y el infierno son ahora vistos como consistentes con los de finales de la literatura medieval y sermones didácticos. En general se acepta que el arte del Bosco se ha creado para enseñar verdades morales y espirituales específicas y que las imágenes representadas tienen significado preciso y premeditado. De acuerdo con Dirk Bax, las pinturas del Bosco a menudo representan la translación visual de metáforas verbales y juegos de palabras extraídas ambas de fuentes bíblicas y folclóricas. Sin embargo, el conflicto de interpretaciones que sus obras todavía provocan, plantean preguntas profundas sobre su naturaleza ambigua. Tal vez fue esta ambigüedad que permitió la supervivencia de una parte considerable de su provocativa obra a través de cinco siglos de agitación política y religiosa.

La Edad Media se despide con una desmesurada proliferación de monstruos y un pintor de lo monstruoso y lo maravilloso como el Bosco debió sentirse hondamente impresionado por los bestiarios medievales que invadían los márgenes de los salterios y los Libros de Horas, con su rica proliferación de formas híbridas y su proteico desbordamiento ornamental, ofrecen una fenomenología de la promiscuidad, del acoplamiento extravagante. Criaturas anfibológicas, renacen de la palabra pero viven en la pintura, sus formas envolventes aparecen como jeroglíficos de lo que vendrá, mitosis del pecado: crisálidas de la percepción,

El Bosco describe la realidad de su mundo con mirada satírica: zahiere a los hombres por sus vicios y debilidades, los reprende con mordacidad e ironía inusitadas; el sujeto que habla en el cuadro, que no es todavía la substancia pensante cartesiana que funda a partir de sí misma el orden racional del mundo, lo hace desde su propia inseguridad y desesperanza. Esa extrañeza grotesca desbordó seguramente al propio artista, que apenas estaba mejor informado que sus personajes de lo que a éstos acontecía.

Los historiadores coinciden en que el sentimiento predominante de esta época terminal no es otro que el melancólico. El optimismo humanista del Renacimiento que había comenzado a brotar en Italia no se conoce en el ámbito franco-borgoñón y flamenco hasta Erasmo. Tras la muerte de Felipe el Bueno en 1467 y con Carlos el Temerario al frente de la casa de Borgoña, comienza un período de luchas y saqueos que diezman y empobrecen los Países Bajos y que continúan después con cruentas guerras civiles en las ciudades de Brabante que habían tomado el partido de la sublevada Gante contra Maximiliano de Habsburgo. Los contemporáneos del pintor fueron testigos del horror y las atrocidades de unos tiempos en los que las ejecuciones públicas se hicieron habituales. Por otra parte, los procesos y ejecuciones por brujería y herejía habían alcanzado al mediar el siglo unas proporciones desconocidas hasta entonces.

Los pocos datos que se conocen del Bosco provienen de la cofradía de Nuestra Señora, de la Tabla del Espíritu Santo (un asilo para pobres) y de la iglesia de San Juan, para las que realizaría una serie de trabajos de orden interno, como un panel (1491-92) con los nombres de los hermanos jurados de la cofradía. Con lo que se le reconoce la buena caligrafía, que quedará patente en otras obras como Ecce Homo de Franfurt, Mesa de los Pecados Capitales, reverso del Jardín de las delicias y la Extracción de la piedra de la locura.  Letras góticas con las que el Bosco diseña las inscripciones, que evocan los escudos de armas de la orden del Toisón, una caligrafía que “delata” su autoría.

No se conservan contratos ni referencias documentales vinculadas directamente con pinturas del Bosco. El único documento que acredita el encargo de una obra, un Juicio Final, no existe, no se sabe si se terminó y si así fue dónde fue a parar. Según la comisaria de la muestra, no se puede otorgar esta acreditación cierta al Tríptico del Juicio Final de la Academia de Viena. Tampoco se conservan obras de su familia, por lo que no se sabe qué pudo aprender de ellos. El desarrollo de su afición al paisaje debe venir de aquellos pintores relacionados con los Países Bajos como Jan van Eyck o Dirk Bouts, si bien desarrollará un peculiar paisaje de fantasía. No se tienen datos fehacientes del funcionamiento del taller del Bosco, que debió contar con ayudantes, discípulos y colaboradores que seguirían sus modelos y directrices.

Los pintores flamencos de la época del Bosco y anteriores a él que firmaron sus obras constituyen la excepción. De hecho, el único que lo hizo con una reiteración similar a la del Bosco fue Jan van Eyck. A diferencia de Van Eyck nuestro pintor firma haciendo referencia a su ciudad y con su nombre latinizado Jheronimus Bosch. Con letras góticas, minúsculas y semejantes a las que se utilizaban en la reciente imprenta. No hay que olvidar que el que figure la firma en una obra no es una decisión personal del artista sino del comitente. A juzgar por el número total de pinturas conservadas que se consideran originales del Bosco (varía dependiendo de los autores, entre veintiuna, que son las que acepta el BRCP – Bosch Research and Conservation Project – y veinticinco), la proporción de obras firmadas es bastante alta, nueve en total. Entre 11 y 20 dibujos se consideran originales y ninguno está firmado, pero sirven para estudiar el estilo del pintor y su desarrollo. El número exacto de obras supervivientes del Bosco sigue siendo un tema de considerable debate y hay incertidumbre acerca de si todas las pinturas, una vez que se le atribuyen en realidad eran de su mano.

El Jardín de las delicias y el Tríptico de la Adoración de los Magos del Prado, de factura semejante y fecha de ejecución cercana, se toman como base para definir el estilo del Bosco. Son dos obras analizadas tanto en superficie pictórica como en desarrollo técnico (radiografías y reflectografías infrarrojas) que constatan una realización antes de 1500. Asimismo permiten ver el desarrollo de su estilo y datar tardíamente El carro de heno del Prado (1512-15). Y en la última etapa de su vida: el tríptico incompleto del Camino de la vida y el de las Tentaciones de san Antonio de Lisboa.

La dendrocronología nos ofrece datos como que el árbol (roble del Báltico, la madera habitual en el Bosco) para la tabla del Jardín se taló en 1458, aunque la pintura se ejecutase hacía 1490. La Extracción de la piedra de la locura del Prado, su árbol se taló en 1486 y se ejecutó en 1501-2. En cambio la versión del Rijksmuseum con variantes de este tema, el árbol se taló en 1544, con lo que debe adjudicarse a un seguidor tardío.

El Bosco fue pionero, entre los flamencos, en dar capas finas transparentes con poca materia pictórica. Esa forma permite acceder al dibujo subyacente y otorgar más fehacientemente la autoría. Este dibujo lo trazaba sobre una base de creta blanca aplicada al soporte, con distintos grosores de pinceles con carbón diluido (a veces con un medio seco) y en varias fases de ejecución.

La mayoría de los expertos considera al Bosco un moralista religioso y satírico cuyas obras expresan un punto de vista cristiano tradicional. Previene contra los pecados y promueve la devoción a Cristo y a los santos. Se inspira en manuscritos iluminados y en esculturas de madera o piedra que decoraban las iglesias medievales. Para dar ese mensaje recurre al simbolismo y las alegorías, a la Biblia (y Apócrifos), obras de san Agustín, Leyenda dorada, Roman de la rose, Viajes de sir John Mandeville, Speculum humanae salvationis, Malleus Maleficarum sobre todo en el San Antonio de Lisboa o Vision de Tundal que fue uno de los primeros libros impresos en ‘s-Hertogenbosch y fuente para sus Infiernos en el Carro de heno y el Jardín.

Aparte de las influencias paisajísticas vistas, otros artistas alemanes serían Mathias Grünewald, Stefan Lochner o Martin Schongauer del que toma el drago del Jardín. Este grabado se encuentra en la Crónica de Nuremberg de Hartmann Schedel impresa en latín y alemán en 1493 y podría ser una de las fuentes directas del Bosco.

En el XVI sus pinturas se calificaron de grylli (en la Antigüedad significaba invención no canónica); en francés se denominan drôleries (del nórdico troll, enano proteico y terrorífico) y en español disparates. Con antecedentes en los grotteschi de la Antigüedad, basado en el intercambio de todas las categorías de seres orgánicos e inorgánicos, en un proceso de gestación y mutua interpenetración. La imaginería bosquiana no solo tenía antecedentes en la Antigüedad, en libros miniados y conjuntos escultóricos de iglesias, Fernando Checa nos informa, en el catálogo de la exposición, que en alguna procesión también desfilaban estos tipos de “monstruos”, con lo cual era un tanto habitual en la cultura urbana del siglo XVI, la mezcla de iconografía religiosa con la civil.

Los especialistas han logrado descifrar numerosos detalles de sus cuadros. Básicamente se pueden distinguir tres conclusiones generales:

  1. Asociaciones simbólicas que arremeten contra la inmoralidad, en sus numerosos grados, desde la fornicación, la codicia o la pereza.
  2. Los tipos humanos que refleja son las clases sociales más bajas.
  3. Todo pecado es vicio asociado a la locura o la estulticia. Así como la virtud lo está a la sabiduría, siguiendo a Hugo de San Víctor: “Ubi caritas est, claritas est” (Donde hay caridad (virtud) hay claridad (sabiduría).


OBRAS:

Los perfiles deformados de los enemigos de Cristo, nos recuerdan las caricaturas de Leonardo, denotan su intención al mal con una fuerza inconfundible: Ecce Homo (h. 1485-95), con fisonomías exageradas hasta la caricatura, que también apreciamos en algunos de sus dibujos (Dos figuras masculinas h. 1905-15) y en Cristo camino del Calvario (h. 1500). Concebida ésta como obra independiente, destaca su monumentalidad plástica, con la que el Bosco pretende que el espectador participe directamente en la escena y viva la experiencia de seguir el sufrimiento de Cristo, en la línea de la devotio moderna.

Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad (h. 1500-5). Con la base de su vida escrita por san Atanasio (IV d.C), combina ésta con escenas de la Pasión de Cristo tomada aquí como modelo del espíritu. Al igual que Cristo, san Antonio sufre con paciencia los tormentos y resiste las tentaciones. También nosotros debemos soportar pruebas terrenales en el camino que lleva hacia la salvación.

Pandemias como lepra, peste negra o sífilis, son enfermedades tardomedievales que asolan Europa y suscitan polémicas interminables cuando son entendidas como maldiciones divinas o desviaciones de la conducta humana. Surge, además, otro brote epidémico conocido como fuego de san Antonio. Dada la fiebre tan alta que alcanzaban los enfermos de ergotismo o ardientes, se asoció a ese santo su sanación por ser santo protector contra los incendios, en la costumbre medieval de intercesión sanadora de ciertos santos (San Severino, lepra; San Sebastián o San Roque, peste). Aparte de la alta temperatura, el enfermo tenía convulsiones, gangrena, hipotensión, vómitos, cefaleas o visiones debidas al alcaloide del centeno generado por el hongo Claviceps purpurea o cornezuelo, próximo a la dietil amida del ácido lisérgico cuyo núcleo químico es parecido al LSD.

El Malleus Maleficarum había descrito la noche del aquelarre, y el Bosco lo incorpora a la iconografía de las Tentaciones de San Antonio, dejando en el tríptico de Lisboa una sensación de pandemónium. En la versión del Prado, san Antonio Abad se encuentra más tranquilo, con espíritu meditativo, sus alrededores tranquilos evocan una sensación de calma, una vez que los demonios, las criaturas de la tentación, son ahora más como duendes y no molestan a la sensación pacífica de la pintura.

San Juan Bautista en meditación (1485-1510).
Venturosa tabla la de la Colección Lázaro: salió de España en la Guerra Civil y se salvó luego del expolio nazi en el Museum Boijmans de Rotterdam, volviendo en 1949. Presenta una factura de gran calidad y extremada delicadeza en su ejecución, si bien no conserva las dimensiones originales en altura. La planta fantástica ofrece un punto de desasosiego a la quietud del Bautista. Algunos autores ven en ella una alusión a la mandrágora con una doble insinuación (habitual en Bosco): de índole afrodisíaco o bien en relación con la Resurrección de Cristo. La reflectografía nos muestra el dibujo subyacente y la planta tapa a un comitente que el Bosco hizo desaparecer.

Tríptico del camino de la vida (desmembrado), (h. 1505-16): La nave de los necios.

La obra El barco de los locos (Das Narrenschiff de Sébastian Brant, publicada en 1494 plantea una concepción de la locura como pecado, concepción que hunde sus raíces en la Baja Edad Media y triunfa en Europa del Norte. Fue esta una de las obras más traducidas y de mayor difusión en el siglo XVI. El Bosco debió conocer de cerca este libro y en su tabla muestra una barca a la deriva con doce personajes entregados al pecado o a los placeres sensuales. En la nave nada tiene sentido salvo la navegación misma, no ya como tránsito o medio, sino como finalidad en sí: tal es el concepto subyacente a la stultifera navis… El mástil simboliza el crucifijo, reemplazado aquí por el Maypole o árbol de Mayo de las fiestas de primavera, caracterizadas por la relajación de las costumbres y la licencia moral a las que no eran ajenos los clérigos. En aquella época los jóvenes acomodados se entretenían, sobre todo en primavera, dando paseos en barcas adornadas con ramas, donde se deleitaban con la música y el amor. Este entretenimiento juvenil se reproducía también en las ilustraciones de numerosos libros de horas como imagen del mes de mayo. Sin embargo, se trataba de jóvenes elegantemente vestidos, cuyos finos modales nada tienen que ver con la conducta libertina de las figuras del Bosco. Aquí se trata de la entrega confiada a los placeres mundanos, como si apurando la vida en tales excesos, este momento fuese a ser el último.

La muerte y el avaro: La representación (en este tríptico desmembrado) guarda relación con las ilustraciones de los libros del Ars moriendi, que eran muy populares en la época del Bosco y en los que se inculcaba al lector el arte de morir y en el espectador, la inevitabilidad de la muerte. Destinado para ayudar a los cristianos que eligen a Cristo frente a los placeres pecaminosos, muestra una visión dual del comportamiento, así en primer plano, el Bosco posiblemente representa el avaro como estaba anteriormente, en plena salud, almacenando dinero mientras agarra el rosario. Otros símbolos del poder del mundo como el casco, la espada y el escudo aluden al poder terrenal de este hombre durante su vida, aunque su lucha final es donde uno debe someterse desnudo, sin armas o armaduras. Este tipo de representación para simbolizar la vanidad o la decadencia terrenal, se convertiría en un género en sí mismo entre los artistas flamencos del siglo XVII.

Mesa de los Pecados Capitales (h.1505-10).

La religión dominaba la vida cotidiana y el arte, el Bosco refleja el devenir de la vida y lo pone en relación con la doctrina medieval, según la cual durante toda su vida en la tierra el hombre está inmerso en una confrontación con los poderes del bien y del mal, entre los que tiene que optar. La imagen de Cristo de Piedad ya no basta para alejar al hombre del pecado, lo que impresiona son los tormentos del Infierno, constante amenaza para el que se deja seducir por el mal dispuesto en una suerte de mesa del juego de ruleta, como ayuda al examen de conciencia de los pecados antes de la confesión.

En esta original concepción de la composición, dos filacterias flanquean el círculo central, una entre tondos de la Muerte y el Juicio Final, otra entre el Infierno y la Gloria. En el anillo interior Cristo vigila. Los tres textos que figuran en esta obra ponen en relación la omnipresencia de Dios, la libertad del hombre y las consecuencias del pecado. La letra empleada es la gótica minúscula asociada al Bosco y que parece indicarnos que sus obras hay que leerlas en semejanza a como hacemos con los libros. 

Siguiendo a la comisaria de la muestra, en el catálogo, esta obra presenta una serie de características definitorias del estilo del Bosco y por tanto no tiene duda de su atribución: si bien está realizada en madera de chopo, que no permite la dendrocronología (frente a su habitual madera de roble), esta madera es más ligera y fácil de manipular y se deduce que no fue concebida para una pintura habitual sino para una mesa. Se observan los característicos dibujos subyacentes de trazo suelto y hecho con un líquido muy fluido, habitual del Bosco. El aparejo de creta y la imprimación fina es la frecuente en las pinturas del Bosco, así como los pigmentos. Las radiografías muestran algunos de los recursos técnicos habituales en las pinturas del Bosco, como la manera de preparar zonas para el paisaje y los finos trazos para realizar figuras. En superficie de color podemos observar los típicos empastes para capturar luces, sus trazos tan sintéticos en la chimenea de la Acidia, el característico búho en la Gula, así como los numerosos cambios buscando la mejor composición y singularidad.

Visiones del Más Allá (1505-15).

La devotio moderna se extendió en Brabante, en parte por las obras de Jan van Ruysbroec (1293/94-1381), su libro El adorno de las bodas espirituales tuvo gran difusión y se ha señalado como fuente de algunas iconografías bosquianas, en estas piezas da muestras de un extraordinario conocimiento. También se ha sugerido a Dante en correspondencia con la estructura simbólica del Paraíso, su disposición de las esferas celestes, se puede identificar con los anillos del túnel luminoso con los que crea una opresora oscuridad, un abismo que absorbe casi por completo a las figuras humanas.
Se deberían poder ver los reversos de esas tablas, que en una primera impresión parecen drippings de Pollock. Este goteo, además se puede observar mejor al ampliar las obras del Bosco y ver cómo hacía algunos adornos, a punta de pincel. Los expertos han determinado que la forma más cómoda sería tumbando el cuadro, poniéndolo en posición horizontal y cargando el pincel hasta que la gota caiga por su propio peso o bien dar un leve toque sobre la superficie horizontal para que la pintura no escurra y forme una esfera perfecta.

Tríptico del Juicio Final (h. 1505-15)

La firma en la tabla central se realizó antes de terminar el cuadro, por lo que se toma por auténtica y da autenticidad a las de Tentaciones de san Antonio de Lisboa, Carro de heno, Santos ermitaños y Santa Wilgefortis de Venecia. La grafía empleada en estas firmas también se asemeja a las de las inscripciones en el reverso de las letras del Jardín.

La extracción de la piedra de la locura (h. 1501-5).

La antropología y la práctica médica constituyen fuentes complementarias fundamentales para la comprensión de esta iconografía. Y es que la extracción de la piedra de la locura no es más que una trepanación, cirugía que tiene una larguísima tradición en la historia de la civilización humana. Este tipo de intervención se apoyaría en la creencia de que la locura era el resultado de la formación de estructuras minerales, similares a los cálculos renales o biliares, aunque en este caso localizadas dentro del cráneo. Estas piedras causarían una disfunción mental y habrían alentado la metáfora de la piedra de la locura.

Si bien la trepanación terapéutica está documentada desde el Neolítico, la iconografía de la extracción de la piedra de la locura, es decir, aquella en que se horada el cráneo para sacar una concreción calcárea, no aparece hasta finales del siglo XV, desarrollándose en la pintura flamenca hasta el siglo XVIII, y con un momento de esplendor en los siglos XVI y XVII.

Para el conocimiento de la trepanación en la Edad Media no se cuenta con suficientes estudios y no se sabe si ésta se seguía realizando siguiendo métodos y procedimientos de la Antigüedad, y transmitiéndolos de forma totalmente oral; o, si por el contrario, había pasado a ser una leyenda difusa y por tanto debemos entender dicha iconografía como una ficción, teatralización o puesta en escena de algo que nunca ocurría, pero que servía a los pintores para retratar la sociedad de su época y para hacer una crítica mordaz de los falsos médicos y los charlatanes así como de los incautos que se dejaban engañar por ellos.

La primera gran obra con este tema es esta tabla del Bosco donde la escena emerge de un marco circular que parece evocar un espejo a través del cual el espectador se asoma a la realidad. Alrededor de este marco aparece una inscripción, ejecutada como si fuese un manuscrito iluminado, que dice, en la parte superior, Meester snijt die keie ras (Maestro, quítame pronto esta piedra), y en la parte inferior, Mijne name is Lubbert Das (Mi nombre es Lubbert Das), lo que en ocasiones se ha traducido como Mi nombre es tejón castrado o Mi nombre es tímido).

La operación debería llevarse a cabo en la consulta del cirujano, pero los personajes están en medio del campo, lo que explica el contexto de cambio y transformación del paradigma médico. Se asiste en este momento a un proceso de regulación de la actividad médica, abandonando poco a poco la transmisión oral de los conocimientos y el ejercicio no reglado de la profesión, y fomentando progresivamente la formación de los médicos en universidades, con la obligación de someterse después a exámenes públicos que les capaciten para ejercer su oficio. Hacia fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento se estableció el cisma entre la cirugía y la medicina. Los cirujanos practicaban su profesión en los campos de batalla, además de hacerlo en los lugares públicos, ferias y mercados, ofreciendo sus servicios en tiendas de campaña, acompañados a menudo de actos malabaristas y otras diversiones. Eran denigrados por los médicos educados en las universidades, los cuales contaban con diplomas que acreditaban sus estudios y reconocimientos científicos. La cirugía era ejercida generalmente por barberos, curanderos y charlatanes, practicaban la sangría y hacían extracciones dentales, trataban luxaciones y fracturas, y en el campo de la salud mental extraían la piedra de la locura del cráneo.

Por todo ello, la obra del Bosco, así como otras que tratan este tema, podría interpretarse como una crítica o sátira a los charlatanes y falsos cirujanos que operaban sin conocimiento científico, con el único objeto de enriquecerse ilícitamente. La bolsa atravesada por un cuchillo que cuelga de la silla del paciente podría ser una alusión al dinero que va a perder con esta falsa operación. El tulipán que sale de su cabeza podría aludir a su ingenuidad, ya que en holandés se llama a los necios “cabeza de tulipán”. Además, en holandés “tener una piedra en la cabeza” significa ser necio. Asimismo, el embudo en la cabeza del cirujano podría aludir a su necedad, engaño o charlatanería. El libro cerrado en la cabeza de la mujer pensativa insistiría en que la verdadera ciencia queda al margen del proceso.

Si aceptamos que esta pintura es una crítica a la charlatanería, como si fuera un espejo donde ver la necedad y la locura humana, admitiremos también que hay una sátira contra la estructura de la Iglesia que consiente y anima a estos timadores. De hecho, el hombre y la mujer que acompañan al cirujano van vestidos con hábitos religiosos y, en vez de ayudar al paciente e impedir este tipo de operación, consienten la cirugía e inclusive parecen burlarse de la necedad del personaje. Son por ello muestra de la degradación moral de su grupo social.

No obstante, existe otra línea interpretativa, según la cual la obra halla toda su dimensión al interpretarla en clave sexual. Esta hipótesis se fundaría, entre otras cuestiones, en la inscripción que rodea la escena y que se ha traducido como “mi nombre es Lubbert Das”, “mi nombre es tejón castrado” o “mi nombre es tímido”. De modo que el trastorno mental del que es curado el paciente es la lujuria. Lo que sale de su cabeza no es una piedra sino una flor, un tulipán de lago, una especie de nenúfar, como el depositado en la mesa de la operación anterior, símbolo de la sexualidad, de modo que lo que hace el cirujano es, más que curarle de la locura, castrarle, anular su deseo sexual y por tanto devolverlo a los cauces de la sociedad y la moral cristiana.

El equipo del BRCP estima que la obra del Prado es una copia de un original perdido, realizado por el Bosco. Por parte de la comisaria de nuestra exposición se insiste en que ésta del Prado es el prototipo original: Felipe de Borgoña era propietario de una tabla “de Lubbert Das” (como la inscripción, única), que fue el comitente de la obra. Además, las inscripciones góticas en recuerdo de los escudos de armas de la orden fundada por su padre (era hijo ilegítimo del duque Felipe el Bueno). Tras la muerte de Felipe de Borgoña se vendió y no se tuvo noticias de ella hasta el XVIII. En 1839 pasa al Prado como parte de los fondos fundacionales de la Colección Real.

La dendrocronología confirma que se pudo hacer a partir de 1488, si bien el desgaste de la capa pictórica no da una visión adecuada del tratamiento en superficie, tan importante en las obras del Bosco. Se ha empleado soporte de roble del Báltico habitual en el Bosco junto con su aparejo de creta habitual.  El dibujo subyacente está hecho con material seco para que no trepara a la superficie. Así actuó en los dibujos de los escudos de armas de la orden del Toisón de Oro que estaba evocando. Si bien también hay dibujo subyacente con medio líquido del mismo color que aplicó en la capa pictórica, al no llevar negro no se aprecia. Es un dibujo esquemático y limitado a los contornos de las figuras y objetos, como hacía habitualmente en sus primeras obras. Se distingue también la libertad de trazo en el pelo del paciente y sus correcciones hechas en la fase de color tan habituales y abundantes en la obras del Bosco.

No se conocen precedentes de esta iconografía en la Antigüedad, por tanto podríamos
considerarlo un tema creado ex novo a fines de la Edad Media tomando como fuentes las prácticas de trepanación conocidas desde antiguo y el deseo de reflejar la progresiva regulación de la actividad médica con un sentido crítico. Así, la obra del Bosco, pondrá las bases para otras realizadas en Flandes en los siglos XVI, XVII y XVIII, como las de Jan Sanders van Hemessen, Pieter Bruegel el Viejo, Pieter Huys o Jan Steen.

Tríptico del carro de heno (h. 1512-15)

El carro de heno sería un espejo satírico de comportamientos reprensibles: debemos alejarnos de los bienes terrenales y de los placeres de los sentidos para evitar la condenación, en relación con Isaías 40.6. Aunque esta obra también podría haber sido entendida como una alusión a los ascensos, descensos espirituales y peregrinaciones.
En el reverso representa el camino de la vida, en pintura y no en grisalla como otros trípticos.

Según el catálogo de la exposición, la dendrocronología prueba que se realizó en vida del artista. Sería una de sus obras tardías y serviría para comprender la evolución que experimentó a partir de obras como el Tríptico de la Adoración de los Magos del Prado (h. 1494). El dibujo subyacente está realizado a pincel con un medio líquido muy fluido, dada la delgadez y transparencia de la capa pictórica, ha trepado hasta la superficie y resulta visible en muchos lugares. La pincelada es rápida y precisa, con mayor cantidad de pasta pictórica para dar toques de luz en los rostros y las manos de las figuras, y realces perceptibles en narices, barbillas o dedos, como también se pueden ver en la Mesa. En general la molienda de los pigmentos es fina, aunque, a veces, introduce granos de mayor tamaño para atrapar la luz en una pincela más gruesa creando diferentes texturas. La documentación técnica demuestra, además, que el original es el del Prado y la copia es la que se encuentra en el Monasterio de san Lorenzo del Escorial.

En la guerra de la Independencia española (1808-14), el tríptico se desmembró, pasando las tablas laterales por diversos lugares hasta que en 1907 con motivo de la exposición El Toisón de Oro, celebrada en Brujas, se reunieron. En 1914 el rey Alfonso XIII dio orden de que las tablas derecha y central se cedieran al Prado (donde ya había ingresado la tabla del Paraíso) para completar el tríptico. El panel izquierdo muestra a Dios dando forma a Eva, en una secuencia narrativa que fluye a través del panel en diferentes escenas: arriba, los ángeles rebeldes son arrojados del cielo, mientras que Dios tiene su trono; los ángeles convirtiéndose en insectos a través de las nubes, parecen ser testigos de un capítulo del Génesis.  

El panel central cuenta con una gran carreta de heno rodeada de una multitud que participa en una variedad de pecados, con Cristo en el cielo. Un ángel en la parte superior del carro mira a éste en oración, pero ninguna de las otras figuras ve a Cristo mirando hacia abajo, al mundo. Las figuras alrededor de la carreta proporcionan vigor para que el ojo del espectador se mueva con ellos en su viaje donde el carro es arrastrado por seres infernales que nos conducen a todos al Infierno, representado a la derecha panel.

En 's-Hertogenbosch, los vecinos del Bosco imitaban el acto de peregrinación religiosa a través de celebraciones que incluyeron desfiles procesionales y carrozas. De acuerdo con una descripción contemporánea, en agosto de 1563 un carro de heno en realidad iba tirado por las calles de Amberes, en la procesión anual que se celebra en la fiesta de la Asunción de María. La importancia se evidencia en El carro de heno para ser leído como un viaje de peregrinación, un programa positivo de consejo y aliento a los mortales en su peregrinación espiritual a través de la vida.

El tríptico era una herramienta de enseñanza destinada a ayudar a la audiencia del Bosco mientras se esforzaban en su vida cotidiana para tomar decisiones correctas espirituales. El Bosco utiliza un formato binario de la instrucción – tanto los elementos buenos como los malos. De esta manera, el camino hacia el cielo y el camino al infierno se presentan uno al lado del otro; el espectador puede elegir si desea ascender con Cristo en la salvación eterna, o descender con el malvado en la condenación eterna.

Los viajes y los destinos ubicados a lo largo del tríptico reflejan los principios teológicos básicos que se encuentran en la literatura conocida de la época, como Summa Theologica (1265-1274). El patrón del libro de Aquino utiliza un dispositivo cíclico similar al motivo de "viaje de la vida" del Carro de heno. Santo Tomás discutió los principales elementos del cristianismo como la existencia de Dios, la creación del hombre, el propósito del hombre, la misión de Cristo, los sacramentos y el regreso a la presencia de Dios. Estos conceptos básicos son vistos en capas dentro del tríptico a través de diferentes signos y símbolos. Reflexiones de estas ideas de la imitación de Cristo y el Speculum Humanae Salvationis indican que una parte del paradigma general de la cultura popular cristiana se adhería en los Países Bajos a finales del siglo XV.

En esta tabla izquierda, los ángeles rebeldes tienen la intención de bloquear cualquier ascenso espiritual hecho por el hombre. Los espectadores del Bosco fueron sin duda aterrados con el conocimiento de que la tierra está llena de demonios empeñados en la destrucción. En la época del Malleus nadie parece dudar en efecto de que las metamorfosis son la mayor especialidad del diablo, el cual confiere este mismo poder a las brujas para mudar su aspecto y el de los otros. Juan Wier, en De praestigiis daemonum (1564), calculaba su número en 7.409.127 demonios, si bien el minucioso cálculo del teólogo y beato Reichhelm de Schöngan lo supera, estimándolo en 1.758.064.176, ni uno más ni uno menos, que pueden adscribirse a todas las cosas.

Si bien el consenso general entre los expertos es que este tríptico simboliza el pecado de la avaricia, la figura de Cristo por encima del heno representaría la propia Ascensión que tuvo lugar al final de la misión terrenal de Cristo. Este evento coincide con el tema del peregrino, ya que es paralela a la tentativa de éste, seguir a Cristo en el cielo en su viaje final. Por otra parte, la posición superior central de Cristo en el tríptico sugiere su papel como el máximo ejemplo para que sus espectadores elijan y sigan el camino de la salvación, simbolizando los pasos necesarios para un peregrino a tomar en su camino, haciendo caso omiso de las trampas de pecado.

El hombre-árbol (h. 1500-10)

Este dibujo del hombre-árbol de la Albertina tiene un carácter autónomo, no se trata de un boceto intermedio. Aquí vemos que es más árbol que hombre, al contrario de lo que sucede en el Infierno del Jardín donde el hombre-árbol supone una crítica a los que frecuentan burdeles y tabernas. En el dibujo, al estar fuera del Infierno, aparece como un gigante grotesco en un apacible paisaje. La firma apócrifa de Bruegel hizo considerarla de Pieter Bruegel el Viejo, pero es el dibujo del Bosco con mayor detalle, con líneas a pluma muy sutiles en el celaje y otros rasgos estilísticos (de trazo) que se encuentran en obras como el Jardín, Adoración de los Magos del Prado y Juicio Final de Viena.

El jardín de las delicias (h. 1490-1500)

De todas las pinturas del Bosco, El jardín de las delicias es su creación más compleja y enigmática, es la imagen que parece marcar la sensibilidad más sustantiva y la que agita con más fuerza la imaginación del público contemporáneo. La enorme subjetividad de la pintura permite las más variadas interpretaciones.

Se puede entender como un conversation piece con la que entretener e instruir a un grupo de miembros de la clase alta en torno a la corte borgoñona de Bruselas. Una especie de juego de memoria donde sus imágenes despertaban el recuerdo de otras que ya se habían visto en otros contextos u obras. La conversatio no se refería solo a las palabras, sino a la participación en una actividad común y relación social. Estas conversaciones servían para inculcar en los nobles un sentido de reflexión personal y crítica acerca de los ideales literarios y de su vida amorosa real. El Jardín y el Roman de la rose guardan algún elemento común del que se puede destacar ese jardín del sueño. Más allá de esto ambas obras encerraban y permitían una cultura de debate y controversia importantes en la corte borgoñona. Se trataban los aspectos del amor cortés y se desarrollaba la capacidad dialéctica sobre cuestiones esenciales en la formación del público cortesano.

El Jardín como un jardín de ensueño, hermoso jardín con caprichos arquitectónicos y ambivalencia de los cuerpos en hibridación con el alma. Criaturas fantásticas con intención moralizante, representan las consecuencias del pecado y la locura. Asociación de elementos iconográficos en rica inventiva, dando connotaciones sexuales a asuntos religiosos. Bebía de la cultura popular, sus jergas, con la que crea un nuevo lenguaje visual. Articulaba una resistencia a la tentación, con protección en la fe y la prudencia. Una moral a la inversa: nos expresa lo que no tenemos que hacer.

No sabemos cómo se denominaba este tríptico en el momento que se le encarga al Bosco y eso aumenta las especulaciones en torno a lo que se detalla en él. Cuando entra en El Escorial en 1593 se hace alusión al madroño, que se repite en 1605. Es en el XIX cuando se le denomina Jardín. Al declararse en rebeldía Guillermo de Orange contra Felipe II, el duque de Alba confiscó el tríptico el 28 de mayo de 1568. Felipe II lo había visto en el palacio Nassau en Bruselas y lo adquirió en 1591 en la almoneda del hijo ilegítimo del Duque. En 1593 lo envió al monasterio del Escorial. Se destino a las dependencias de la casa real y pasó por diferentes estancias hasta 1933 que ingresó en el Prado para restaurarla y por diversos decretos allí permanece hasta hoy.

En el anverso encontramos la figura de Dios Padre con la Biblia (lo más seguro), y en su letra gótica característica un fragmento de los Salmos del Rey David en relación a la creación. Dios Padre está situado fuera del mundo, mirando a esa esfera transparente donde hay un disco plano que en el centro tiene tierra y está rodeada de agua. Representa el tercer día de la creación donde crea la Tierra sin sus habitantes, no hay luz del sol todavía, no hay color cuando se separan las aguas de la tierra y se crea el Paraíso terrenal. Esta grisalla contrasta con el colorido del interior. A la izquierda el Paraíso donde se inicia el pecado, Infierno en el derecho. Central falso paraíso, acrecentado por la continuación del color de la izquierda. Falso por la errónea interpretación del mandato divino “creced y multiplicaos” entendido en clave de lujuria a la que se añade una danza “morisca” de contenido erótico que se practicaba en la época. En el Infierno se castigan todos esos pecados. Los avaros son tragados por el pájaro y defecados. A los glotones alude la escena de la taberna del hombre-árbol. A los envidiosos se les da agua helada. Las desviaciones del clero se reflejan en su caracterización de cerdos.

Con motivo de esta exposición se ha realizado nueva reflectografía infrarroja, que nos detalla un dibujo subyacente esquemático (no en la grisalla) y realizado a pincel con un medio líquido con diferencia de grosores en los trazos, lo habitual en el Bosco. En la fase de color modifica bastante la composición del dibujo previo. La que más llama la atención es la fuente, que en el dibujo es de índole vegetal y en la fase de color se convierte en piedras semipreciosas y gemas. En el Infierno (llamado a veces Infierno musical) en la fase de color también simplifica la composición respecto a lo diseñado en el dibujo subyacente.

En la tabla izquierda del tríptico parece reinar la armonía y claridad, sin embargo hay algo que no es una presencia sino un presagio, un pecado en suspenso que pesa sobre nosotros: la tentación a punto de provocar la caída de Adán. Hay simbolismo en animales, algunos se devoran entre sí, lo que indica un orden natural donde se percibe una cadena de la fuerza en la que el hombre debe elevarse por encima de estos animales. El exotismo para los europeos del elefante y la jirafa; el unicornio de existencia tan creída. Hay dos animales de tres cabezas: el ibis y la salamandra que aumentan la complejidad de este rompecabezas. En el centro de la composición se encuentra la fuente de la vida, hecha de un material de color rosa, una roca con piedras preciosas. Y en el centro centro la figura de un búho, que por todas partes se insiste en que simboliza la brujería, si bien en el mundo clásico, la lechuza, era símbolo de sabiduría también algunos autores modernos tienden a verlo además como símbolo de aprendizaje y en algunos lugares de los Países Bajos es un símbolo de advertencia.

En la parte central del tríptico grupos de hombres y mujeres desnudos gozan de frutas en contacto con las aves y otros animales, se deleitan con entretenimiento erótico múltiple. Un círculo de jinetes se mueve como un carrusel gigante alrededor de un pequeño lago lleno de mujeres. Esta masa de amantes desnudos no debe ser entendida como una apoteosis de la sexualidad inocente. El acto sexual fue visto en la Edad Media con profunda sospecha, como un mal necesario o un pecado mortal. Como se describe en el Carro de heno las posesiones seculares y la codicia, el Jardín de las delicias describe el placer de los sentidos, y, en particular, el pecado mortal de lujuria que aparece representada por la pareja encerrada en una burbuja, en la parte inferior izquierda, y la pareja dentro de una concha, cerca unos de otros. Alrededor, otras figuras parecen estar implicados en juegos de amor.

A la luz de estas referencias al placer de los sentidos, aparecen otras, metafórica o simbólicamente, como las fresas. Símbolos eróticos influenciados por canciones, proverbios u obscenidades del tiempo del Bosco. Por ejemplo, muchas imágenes de fruta mordida por los amantes en el jardín, son metáforas de los órganos sexuales. Madroños, moras, grosellas, frambuesas, fresas y cerezas gigantes, lo que seduce no es tanto el objeto del deseo cuanto el deseo mismo, parece decirnos el Bosco. Frutas ligadas a los placeres de la carne, en el sentido de la vanidad  (como el pavo) y fugacidad de su goce, fragancia que apenas es recordada una vez que ha pasado (según el Padre Sigüenza). También es significativo que el Bosco ha diseñado el placer carnal de imágenes en un jardín, porque durante siglos se consideró el lugar por excelencia para los amantes y placeres amorosos.

Se han reconocido alusiones a la homosexualidad y al adulterio. Grupo del mejillón como el marido engañado que soporta el adulterio de su esposa copulando dentro de las valvas. Relación entre el erizo y las nalgas como referencia a la homosexualidad. Si bien podemos decir con lenguaje de hoy que se puede distinguir conceptos como tendencia, impulso, necesidad o inclinación, un pansexualismo bosquiano que se extiende a todos los seres de la naturaleza.

Este panel central tiene una luz clara, constante y sin sombras, con la mediación de colores claros y fuertes. Como si el Bosco hubiera utilizado estos colores y formas tan formidables para representar objetos y acciones que se consideraban reprobables. Teniendo en cuenta que el hombre medieval sospechó de la belleza física, porque el pecado se manifiesta en la forma más atractiva. Así, la luminosidad de estos colores que están tratados como si fueran piedras preciosas, brillantes colores paradisíacos.

Panel de la derecha: el sueño erótico de las delicias del jardín da una realidad de pesadilla, donde se paga la culpa, la situación final de los prisioneros. Es la visión más violenta del Infierno del Bosco. Frente al Infierno en construcción del Carro de heno, el del Jardín se nos presenta como un Infierno musical. La música se vio como elemento lujurioso y lo refleja, entre otras, con una persona que parece crucificada en un arpa, haciendo de los instrumentos musicales instrumentos de tortura. Los edificios explotan en llamaradas sobre fondo oscuro, un conejo lleva a su víctima sangrante en un palo, es decir, la relación entre la caza y cazador se invierte. Los objetos materiales son enormes en comparación con la pequeñez humana.

En el centro, en paralelo a la fuente de la vida del Paraíso, hay un hombre-árbol con mirada melancólica y una taberna dentro. Su cabeza es compatible con un disco en el que algunos demonios y sus víctimas vagan alrededor de una gigantesca gaita. Alrededor de la fosa, se pueden reconocer otros pecados: el perezoso es visitado en su cama por los demonios, el glotón vomita la comida y la mujer tiene que admirar su reflejo en las nalgas de un demonio. El grupo alrededor de la mesa es castigado por la prostitución y el juego.

Seguramente el Bosco conoció la literatura de viajes y maravillas donde se reseña la abundancia de comida, la desnudez, la libertad sexual, el ocio, y no creemos equivocarnos si lo suponemos ávido lector de la misma en una época en la que uno de los libros más leídos después de la Biblia era el Libro de las Maravillas de ese viajero de salón que fue John Mandeville. El Bosco sintetiza iconográficamente la mentalidad y la imaginación medieval, al mismo tiempo que impregna su obra de una eminente libertad artística abstracta. Parece ser el primero que, de manera sistemática, ponía juntos los objetos y los seres más desiguales para expresar la sistematización del desorden. Pintor de aristocracia, de gente de élite, este tríptico no es para una iglesia, estaba en el palacio de los príncipes de Orange de los Nassau en Bruselas. Engelbrecht II de Nassau, una de las figuras más relevantes de la corte de Borgoña, sería el comitente del Jardín, tío de Hendrik III de Nassau que se tomaba por comitente hasta ahora. Engelbrecht II conocido por su vida licenciosa y su laxitud moral no sería para Paul Vandrenbroeck el comitente, sería otra persona, según señala en el catálogo de la exposición.

Esta exposición del V centenario sobre el Bosco nos recuerda también el tiempo que llevamos haciendo prácticamente lo mismo que hacía Felipe II y sus coetáneos, ir a una sala a contemplar el Jardín (u otras obras suyas). Ahora, como entonces, a no ser que seas un erudito iconográfico o exégeta bíblico tampoco sabes a ciencia cierta lo que realmente ha querido decir con sus caprichos o sus disparates biomórficos.

Cuando no hay documentos escritos que adscriban una obra a un encargo, o bien reflejen las características de esa pintura, los historiadores del arte nos volvemos locos con las hipótesis. Acaba de pasar con la exposición de La Tour en el Prado y pasa constantemente con Las meninas. Nos lanzamos a la procelosa escritura donde los símbolos comunes de la obra representan lo imaginario dentro del mundo real, como un ciclo donde lo imaginario es fruto creado de lo real y de la propia Historia.

A nuestro modo de entender se sale de esta pauta, la parte expositiva que realizan Álvaro Perdices y Andrés Sanz con la videoinstalación El Jardín infinito, una reelaboración del Jardín de las delicias que nos renueva la mirada. Es plausible imaginar al Bosco y sus cofrades discutiendo con minuciosidad las figuras de este tríptico, ampliando los significados visuales a través de consecuentes teológicos. Hoy esa ampliación plástica y fragmentación estética la contemplamos a través de medios técnicos que parecen descifrar el ADN del tríptico, que por unos medios u otros ha ido calando en nuestra sociedad durante quinientos años.

Un estilo sorprendentemente autónomo, vívido simbolismo, prodigioso y aterrador, el Bosco expresa un pesimismo intenso y refleja ansiedades de una época convulsa social y política. Una tensión irreductible recorre el arte del Bosco, un hermetismo difícil de entender. El Bosco manipula materiales de la cultura popular para ponerlos al servicio del sistema moral de la burguesía y para emplearlos a modo de sátiras. Critica esa cultura popular pero utiliza sus métodos expositivos, su lenguaje y expresiones coloquiales los vuelve temas y mitos de sus representaciones públicas. Condena la marginalidad pero la exalta en el buhonero, un ejemplo moral laico este vendedor ambulante que va en busca de mejores tiempos. Si la verdad ya fue revelada, qué les queda por hacer a los eremitas, buhoneros o santos aislados del Bosco, sino compartir la melancólica soledad de los héroes trágicos: 

“Paso desnuda con un cirio en la mano, castillo frío, jardín de las delicias. La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.” (Alejandra Pizarnik, El infierno musical).













Para la confección de este artículo se ha consultado principalmente el catálogo de la exposición donde se dan, a nuestro juicio, los datos más precisos y últimos. Asimismo se han seguido las conferencias realizadas en el Museo del Prado sobre el Bosco. Otras consultas esenciales han sido: Daines, Alison, “Ascents and Descents: Personal Pilgrimage in Hieronymus Bosch’s The Haywain”. (2009). All Theses and Dissertations. Paper 1970. González Hernando, Irene, “La piedra de la locura” en Revista Digital de Iconografía Medieval, vol IV, nº 8, 2012, pgs. 79-88. Peñalver Alhambra, Luis, Los monstruos de El Bosco. Una estética de la figuración visionaria. Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003. Zuiddam, Benno, “The Devil and his Works: the Owl in Hieronymus Bosch”. SAJAH, vol. 29, Lumber 2, 2014: 1-17. Páginas web: Bosch Research and Conservation Poject: http://boschproject.org/.  Enciclopedia Católica: http://www.newadvent.org/cathen/01129a.htm