lunes, 26 de julio de 2010

Sin preguntas hacia el sendero del abismo
se cruzan miradas sin anclar en astrolabio
en misteriosa suerte hallan malecón de atraque,
olas de tu cuerpo lamiendo el secadal mío.

Noche de Madrid, de vino en años, consumida
rescoldo aún en bares donde todo se inicia
gemían los cuerpos temblorosos, no de miedo,
de incendio de besos y en estrépito, caricias.

Donde las musas allá habitan, la muerte juega
con el crepúsculo de su interminable siega
arte nos dejan, salvavidas a la rutina,
raptos de pasión como bastión de espera.

Entre una vida y mi vida el desierto que media,
cegando de arena caminos, abrió sendas
engañoso horizonte, multiplicando en dunas
ahorrando en oasis, ni espejismos concediera.

martes, 20 de julio de 2010

GHIRLANDAIO Y EL RENACIMIENTO EN FLORENCIA


La exposición se presenta alrededor del retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, verdadero icono del Museo Thyssen, junto a otras piezas relacionadas con su boda y las estancias del palazzo Tornabuoni. Pero ante lo que pudiera parecer un mero hecho de sociedad, el valor del retrato en el Quattocento, el epigrama de Poliziano en recuerdo de Giovanna, el poema nupcial de Naldo Naldi y la pátina de Antigüedad asociada al Renacimiento, confieren a esta exposición mucho más que una crónica sentimental si pensamos que el retrato y el epigrama son póstumos y que Lorenzo Tornabuoni, su marido, sería decapitado tan solo unos años después.

Después de la gran peste de 1348, el siglo XV presenta la prosperidad florentina debido a la agricultura, el comercio de lana el lino y la banca (Medici, Strozzi), mas también el papel atribuido a los studia humanitatis, que va a revalorizar el tejido urbano con propuestas artísticas, con predominio de una racionalidad y de una filosofía potenciadora de valores civiles y políticos tendentes a crear una República de Florencia a la vanguardia de la economía y cultura europeas. Con un fondo artístico riquísimo operado por Brunelleschi, Donatello y Masaccio, Lorenzo el Magnífico (apelativo éste, por su mecenazgo artístico y por haber reforzado su posición más allá de los confines de Florencia), confiere a la cultura un carácter unitario, fundando la primera academia artística con una referencia en la Antigüedad clásica como marco del tránsito hacia lo moderno, del que somos herederos, teniendo en cuenta que mucho de lo ideado se consiguió en el siglo de las luces o en el siguiente.

Sin entrar al detalle de fechas, pues ya hablamos en estas páginas de ello con motivo del Impresionismo, podemos ver el Renacimiento como paso de la Edad Media a la Edad Moderna, un término utilizado por Petrarca en XIV y Vasari (Vite) en XVI que en Italia abarca el siglo XV y XVI y en el resto de Europa finales del XV y XVI. Con la Antigüedad como fuente de inspiración para la reelaboración de un nuevo concepto de belleza y con un cierto idealismo frente al “expresionismo” medieval. Parafraseando a Walter Pater es una corriente de pensamiento donde predomina el amor al mundo del intelecto y la imaginación y el deseo de alcanzar una forma más liberal y equilibrada de concebir la vida.

La visión antropocéntrica de la realidad que opera en el Renacimiento, según Jacob Burckhardt, permite al artista renacentista, en un proceso introspectivo, que en los retratos se capte a sí mismo tanto como al modelo que estudia desde esa perspectiva interior, haciendo del pensamiento una imagen. No obstante, el hombre del Renacimiento estaba presionado a contar con palabras adecuadas al interés del objeto, de ahí los contratos tan detallados de las obras donde se especificaba los materiales a utilizar, lo que se percibiría por el trabajo y los plazos de entrega. En este tiempo se sitúa en el trabajo del artista el fin del arte como valor (Argan), su habilidad ya que se pagaba debía ser reconocible, pero su valor no reside en la cosa como fenómeno sino en lo que el intelecto construye sobre el fenómeno. Un cierto idealismo artístico o desiderata donde las obras reflejasen, no las cosas como son, sino cómo deberían ser, exaltados puntos de fuga bajo el ideal del deseo.

Domenico Ghirlandaio (Florencia 1448/9-1494) toma del ambiente todo lo que le puede servir, ya se trate de la amplificada visión espacial de Filippo Lippi en la catedral de Prato, de la sensibilidad psicológica de Verrochio o de la agudeza flamenca. El arte, para él, es además documento y testimonio. Ghirlandaio es precursor de lo que vino en denominarse tema “histórico-moderno”, una combinación que refleja el deseo de la sociedad de finales del Quattrocento de ver sus propios hábitos expresados en los grandes valores históricos, por ejemplo reflejar plazas y calles modernas donde desarrollan las actividades cotidianas, con edificios a la antigua que den la solemnidad del discurso histórico.

De la pieza en sí que nos ocupa, Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni (1489-1490, que se ha venido conociendo como Giovanna Tornabuoni), se ha destacado sus acentuados rasgos faciales y la estilización acorde con el ideal amoroso propugnado por Petrarca: tez de rosada palidez, finos labios y serena expresión. La cuestión de si esta pieza de Madrid está inspirada en el fresco de La Visitación de Sª Mª Novella (c. 1489), los estudios técnicos revelan, en la de aquí, una larga y minuciosa elaboración con un detallado dibujo primero de Giovanna que fue modificado posteriormente. De aquí que se pueda extraer que “la Giovanna” del fresco florentino no sea la primera pues no tendría sentido tanta rectificación en esta del Thyssen. Más bien Ghirlandaio habría hecho un dibujo basado tanto en las medallas como quizá al natural y en vida, modificando posteriormente la pintura debido a la súbita muerte de Giovanna.

La siempre ardua explicación técnica viene en este caso amenizada en la página web del museo, donde se pueden ver las modificaciones realizadas por Ghirlandaio hasta conseguir el retrato que vemos a simple vista. Así podemos apreciar por imagen infrarroja un dibujo preciso que presenta diferencias respecto al resultado final. Un collar de cuentas, como el que figura en las medallas, sustituido por el colgante final o un busto más señalado al inicio y rectificado posteriormente que le da ese aire mayestático (sobre todo el cuello), como vislumbrando la herencia de Verrocchio.

En las medallas, realizadas por Niccolò Fiorentino, con motivo de la boda, ya percibimos un potente modelado que realza el busto en el espacio y un realismo que le confiere una gran dignidad llena de encanto. Así en la pintura vemos un rostro modelado con sutileza, detalladísimos cabellos y contorno muy definido. En general un destacado virtuosismo con asombrosa gama de texturas que mezclan óleo y temple dando así mayor sensación de volumen (en el vestido por ejemplo).

Debemos destacar también de Ghirlandaio (y su taller) Retrato de una joven (c. 1490-94). Menos refinado (también más dañado) que el anterior, aunque quizá más idealizado, más sugerente en la mirada y el tono poético general del retrato. Virgen y el Niño de Filippo Lippi (c. 1450) inspirado en figura de Luca della Robbia (muy difundidas): Sutileza en los rasgos de la Virgen y expresividad infantil en el Niño, más un refinado uso del pan de oro, que no sólo indica el valor contractual como señalábamos anteriormente.

Y ya, por terminar, señalar La Anunciación de Biago D’Antonio (c. 1500). Si se tiene la oportunidad de sentarse frente a ella e ir viendo cada detalle de la obra y circunscribiendo la historia en ese nuevo modo de representación visual, se podría llegar a creer que nos estamos ensimismando con uno de esos relatos de las enormes y modernas pantallas de plasma… sanguíneo porque no cesa su belleza en siglos, de recorrernos.

jueves, 1 de julio de 2010

TURNER Y LOS MAESTROS


Con el título de esta exposición se nos avisa, fundamentalmente, de las correlaciones pictóricas de Turner. Turner Vs. Claude Lorrain (Claudio de Lorena); Turner Vs. Poussin; Turner Vs. Rembrandt; Turner Vs. … Una serie de enfrentamientos (la eterna querelle entre antiguos y modernos) que a Turner le complacía, donde la fortuna crítica le suele favorecer por el dinamismo en sus paisajes frente a la nostálgica naturaleza idealizada. Faltaría, a nuestro entender, una última etapa donde se enfrenta a sí mismo en un proceso de introspección que le marcará como romántico, con un desarrollo netamente visual, que no se distingue por su teoría (ya estaba Ruskin para eso) y por el cual, cuanto mayor se volvía Turner más moderno resultaba.

De extracción social humilde, J.M.W. Turner tuvo que pasar por todos los programas académicos para compensar las distinciones burguesas que le faltaban, produciendo un catálogo de gran calidad que consolidase tanto su cuenta bancaria como su reputación. Logró sustituir a los dioses antropomórficos por los elementos naturales: agua, viento, tierra, nieve y fuego, cuyas acciones sustituyen a los héroes, como en Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes, 1812. Evanescencia del individuo contra el paisaje, diminutas figuras inaprehensibles ante el estallido del paisaje. De aquí parte la manifestación de lo sublime. Una idea reformulada por Burke en 1757-59 a partir de concepciones retóricas del siglo I d.C. fundadas en Aristóteles. Por decirlo brevemente con Kant, lo sublime sería una manifestación de lo infinito en lo sensible, cuyo carácter se fundamenta en la grandiosidad de diversas acciones de la naturaleza ante las cuales el ser humano queda absolutamente empequeñecido, una acción que sobrecoge y atemoriza al ser humano, que lo aniquilaría si no se mantuviera a una distancia justa, aquella que permite dar cuenta fidedigna del suceso, aunque no tanta que nos haga cambiar a los registros de tragedia.

Tan infatigable lector de poesía como viajero, son dos elementos liberadores de la sensibilidad que producirá figuras diseminadas, pintura como estallido de luz y color con resonancias de infinitud. Una combinación proporcionada entre cromatismo veneciano con la técnica del sfumato y el claroscuro que produce una equilibrada gradación colorista. Turner se recrea en los efectos que éstos nos causan sin incurrir en imágenes metafísicas como pudiera hacer Friedrich, sino a través de la luz y el color que percibimos, lograr una impresión más fuerte sobre el ánimo.

La exposición hace hincapié en la pintura Grand Style donde predomina la ordenada fluidez visual de Poussin, Lorrain y Dughet, con un mensaje moral elevado: permanencia, orden y claridad, frente al agitado pincel de Tintoretto o al paisaje holandés considerado trivial, efímero y cotidiano. Al final gana el empirismo inglés: paisajes del Reino Unido a través del filtro del naturalismo holandés y flamenco del siglo XVII.

El acto de pintar excede los límites de la representación, maestros como Rembrandt le suponía, más que un soporte de respeto donde fijar la mirada, un reto para avanzar en el proceso de creación artística. Así, a los cuadros de Philip James de Loutherbourg, uno de los primeros en orquestar el paisaje con temas sublimes como el peligro la grandiosidad y el horror en espectacular entretenimiento visual, Turner añadirá una textura más empastada, con marcas de pincel y espátula, animando el oleaje como Ruisdael (añadiendo blancos), resultando un mar de lucha y aventura, un mar pleno de energías abstractas que llenaban el cuadro.

En la exposición hay algunos cuadros de Turner que avanzan su etapa final donde más que reproducir hace una recreación colorista sublime como enigma insospechado de la magnitud de la Naturaleza que a veces se nos revela. Hoy el temor que provoca lo sublime, su abismo, no está en los Alpes sino en los picos que dibujan los gráficos de las finanzas bursátiles, quizá por ello sea preferible quedarnos con las eternas puestas de sol retenidas en un ansia de espera: los ojos de Jéssica (1830) la hija del Mercader de Venecia, inquieta en la ventana hasta el momento de su fuga con su amante. Un logrado cuadro de transparencia aérea italiana, donde el sutil echarpe avanza entre un amarillo, que cegó al bucólico Wordsworth, y un tocado rojo que anuncian la evanescencia de la lluvia, el vapor y la velocidad.