domingo, 19 de octubre de 2014

CUERPO, CASA PARTIDA



Caro, Francisco, Cuerpo, casa partida. Soria, Excma. Diputación, 2014.



Este poemario guarda un galardón más, de otros tantos que le persiguen y él rechaza relumbrar. Su bitácora guarda memoria con los versos que agitan Madrid y su ensanche castellano. Nos avisa, congrega y acude, aunque rara vez veo reseña de este poeta con cierta naturaleza de historiador que ahora deja registro de futuros.

Es un cazador herido de luz, sus versos,  que abrazan onces y sietes, nos alcanzan y olvidamos la materia de las palabras, presas del ritmo son más luz que tinta, inunda (o su contraria umbría) casi todos sus poemas, quizá de ahí el título de su blog al que antes nos referimos, Mientras la luz. En Cuerpo… Paco Caro desviste su pronombre más personal para que alumbre su encuentro con la poesía a la que no se cansa de buscar el misterio, la magia que la forja. Esperemos que no la encuentre y siga, pues tiene alma serena y un vino fiel le recorre por las noches.



viernes, 18 de julio de 2014

EL GRECO & LA PINTURA MODERNA

Tan solo durante cinco días han coincidido las dos exposiciones en el Prado sobre el Greco y no se entiende del todo que la primera, sobre su biblioteca, no se haya prolongado hasta que acabara la actual, en las anotaciones al margen en las Vidas de Vasari o en el Vitruvio de Barbaro podemos indagar en sus ideas artísticas.

Ese centenar largo de libros, que llegó a tener el Greco, ayuda a entender, entre otras cuestiones, sus relaciones con la arquitectura como repercusión en la estimación de la pintura como arte liberal. Asimismo, su interés por la perspectiva para sus fondos arquitectónicos y para la composición de sus retablos, en relación con el espectador, y lograr una correcta proporción y gradación lumínica y cromática. Un pintor supuestamente místico, pero que, según se indica en el catálogo, no dejó escrita una línea sobre pintura religiosa, de un pretendido neoplatónico, con libros de Aristóteles pero no de Platón. También se pudo comprobar, en esa exposición, cómo las estampas que circulaban por Europa guiaban la composición según las fórmulas venecianas: Durero, Marcantonio Raimondi, Cornelis Cort o Parmigianino.

Exótica trayectoria de un pintor bizantino, metamorfoseado en un artista occidental en Italia, que termina recalando en Toledo para desarrollar una obra de estridente originalidad: “Grosso modo, el Greco siguió las proporciones en la elaboración de sus retratos, pero no en sus pinturas de asunto religioso o mitológico, […] para él la superioridad de la pintura radica asimismo en su capacidad para representar las cosas ‘imposibles’ – epifanías, mitos, encarnaciones -, representación que necesariamente debe fundarse en proporciones no inspiradas en el canon humano.” (José Riello, Catálogo exposición, La biblioteca del Greco, pg. 69).

Siguiendo El Greco. La obra esencial (Madrid, Sílex ed., 2014) del profesor José Álvarez Lopera (espléndido profesor a quien está dedicada, in memoriam, la exposición) nuestro artista se formó como pintor en Creta, alcanzando el título de maestro. Allí sus trabajos se desarrollaron a la manera tradicional bizantina determinada por el alargamiento de figuras, por reflejar un orden jerárquico a partir de un eje central y un carácter conceptual, con una disposición en un único plano ignorando la idea del espacio en perspectiva. Católico romano como la mayor parte de la población candiota (Doménikos, nombre católico, Kiriakos hubiera sido la versión ortodoxa), de esmerada educación por su posición social acomodada, dominó los modos de hacer bizantinos heredados de la época de los Paleólogos y otra de raigambre italiana en la composición e iconografía, que pudo ver en las estampas.

Probablemente en 1567 ya estuviera en Venecia, no se puede asegurar que fuera discípulo de Tiziano ya que su impronta no es la única que se puede apreciar en el Greco, también Tintoretto (la espacialidad), Jacopo Bassano (la iluminación) o Veronés (la actitud ante la naturaleza). Posiblemente al llegar ya formado a Venecia no volviera a rehacer un nuevo aprendizaje, sino que forjaría independientemente un cierto eclecticismo de todos ellos. En Venecia pasó del temple al óleo, avanzando en la elaboración de los volúmenes, anatomías, texturas, transparencias y detalles delicados a punta de pincel, empapándose del colorido, el espacio y el paisaje. Paisaje al que dieron importancia en la representación Giorgione y Tiziano en las nubes y celaje. En el Greco, los celajes tormentosos, dramáticos, recorridos por resplandores, serán seña de identidad y seña emocional, aportando un cambiante campo lumínico, llegando a una cierta abstracción cromática que dinamiza la escena. Hay que señalar la escasez de paisajes en la pintura española del XVII, entre otras cosas porque la Contrarreforma consideraba la naturaleza humana y la naturaleza en general como contingentes, por lo que la contemplación hedonista del paisaje, el estudio de las leyes científicas que los rigen o su interpretación simbólica como una añorada Arcadia, eran considerados elementos paganizantes o heréticos. Posteriormente va a dar lugar lo que se ha denominado “paisajes de fuego”: fogosidad de un paisaje con trasfondo místico, como en el Greco, que más tarde se podrá ver en Goya, Zuloaga, Picasso, Dalí o Miró.
 
En Roma en el otoño de 1570, Giulio Clovio le introduce en los ambientes artísticos romanos, permaneciendo al menos dos años en el palacio Farnese, bajo protección del cardenal Alessandro, nieto del papa Pablo III, asimismo estudiaría la colección de grabados de Clovio. En 1572 ingresa en Academia de San Lucas como Miser Dominico Greco, es en Roma donde se gana el apelativo Il Greco por lo rebuscado de su apellido. Otro nombre de esa época fue Fulvio Orsini que era bibliotecario del palazzo, coleccionista y un teórico competente interesado por todas las ramas del saber. En su biblioteca se reunían un selecto círculo de literatos y artistas, donde consolidó su idea sobre la finalidad de la pintura como arte liberal, algo que contrastaría con Toledo donde los pintores tenían el estatus de artesanos, de ahí quizá sus numerosos pleitos. 

No se corresponden sus juicios despectivos sobre Miguel Ángel con los abundantes préstamos que aparecen en sus primeras obras toledanas que delatan admiración. Por un lado lo denuesta y por otro toma prestadas sus figuras. Hay que considerar la posición veneciana del Greco que apuesta por el color, frente a los romanos que priman el dibujo. Pudiera ser que a través del “desprecio” a Miguel Ángel realmente lo estuviera haciendo a Vasari y sus seguidores.

En primavera de 1577 ya lo encontramos en Toledo, probablemente una etapa previa para abordar el salto a la Corte, con encargos de Santo Domingo y El Expolio. En septiembre de 1579 todavía no había arraigado en Toledo, ni tenía taller estable, si bien parece indicar que tenía la decisión tomada de quedarse, ya que un año antes había nacido su hijo Jorge Manuel y los éxitos de su pintura le habían procurado amigos influyentes, aunque no se abrían las puertas de la Corte. En 1582 la decisión de quedarse en Toledo sería definitiva, vivió casi todo el tiempo en las Casas del Marqués de Villena, un palacio de los más importantes de Toledo que le acarrearía apuros económicos, pues gastaba más de lo que podía, un rasgo de liberalidad en el gasto en un pintor de valía y condición. Por estas fechas, a inicios de los ochenta ya cuenta con taller para acometer grandes encargos como retablos, cuadros de devoción y para una producción en serie, cuadros que él firmaría o retocaría tan solo (unos 130 lienzos de los que 25 serían total o parcialmente de su mano, según indica el profesor Lopera).

La Trinidad (1577-79), coronaba el desperdigado retablo del convento de Santo Domingo el Antiguo. Iconografía poco usual en España, conocida como Trono de Gracia, resaltaba el sacrificio y la doble naturaleza de Cristo. Compositivamente fundado en un grabado de Durero, así como en  la Pietà Colonna de Miguel Ángel en tronco y piernas y en la escultura de Lorenzo de Medici para el brazo derecho.

El expolio, en origen, simultáneo a los cuadros de Santo Domingo el Antiguo, el que se expone aquí corresponde a la versión de 1580-86 en Alte Pinakothek de Munich. Pensado para el vestuario de la Sacristía de la Catedral, justificaba el tema: primer acto para el sacrificio de la Misa y primer acto del sacrificio en el Gólgota, suceso extraño a la iconografía cristiana, sin antecedentes, recurrió al agobio moral sufrido por Cristo y a la composición donde mezcla un abigarramiento bizantino, con recursos manieristas y venecianos que llenan el espacio de alargadas figuras y movimientos contrapuestos. Según Louis Réau, los Evangelios no hablan de ello, sólo dicen que los verdugos, a quienes correspondía por derecho las ropas de los condenados, echaron a suerte las del Redentor. Los detalles se encuentran en los Evangelios apócrifos y en las Meditaciones del Pseudo Buenaventura. El expolio ofrece un completo repertorio de efectos pictóricos, una iluminación contrastada y un sólido modelado con un sombreado matizado que la hace de las más hermosas representaciones de Cristo.

A su llegada a España cultiva poco el retrato, de cuyo dominio se vanagloriaba. La Dama del armiño (h. 1577-79), en el siglo XIX se consideró hija del Greco por sus indudables rasgos helénicos. En el XX se pensó que era su mujer, pero no se llegó a casar con Jerónima de las Cuevas, a quien no cita siquiera en su testamento y su apellido no está registrado entre los de las familias de elevada clase social toledana, lo que contrasta con los anillos y el armiño de carácter aristocrático. La suavidad del modelado del rostro, el misterio y distancia respecto al espectador era factura frecuente en los retratos de Corte españoles pero no en el Greco, si es que es de él y no de Tintoretto.

El caballero de la mano en el pecho (h. 1580): Prototipo de caballero español de la época, su posición de la mano izquierda podría responder a una fórmula de juramento, no religioso, sobre el propio honor, o bien una pose de afectada elegancia. Con este retrato fija el tipo de retrato que usaría en los años posteriores, un tipo de retrato denso, austero, de refinamiento espiritual y un cierto distanciamiento altanero.

Caballero desconocido (h. 1600-7): utiliza fórmula que llegaría a hacerse consustancial con su manera de entender el retrato en la que el personaje aparece ante un fondo neutro oscuro, con la cabeza casi de tres cuartos y los ojos ligeramente desviados mirando hacia el espectador. La luz se concentra sobre la cabeza, que emerge con una extraordinaria fuerza expresiva sobre la blanca gorguera.

Hacia 1586, cuando ya está afincado definitivamente en Toledo, empieza a desarrollar nuevos tipos iconográficos (Las lágrimas de San Pedro), con lienzos de gran simplicidad, dibujo firme y una tendencia hacia los esquemas geométricos de gran contundencia plástica. En sus primeras obras en España podemos distinguir un luminoso y sutil colorido, cálido tono dorado típicamente veneciano con una delicada sucesión de transparencia y ritmos de superficie (lo que alguna vez se ha denominado “cambiante florentino” o “cambiante veneciano”, a ese tornasolar el colorido en drapeados). Por lo que se refiere a los materiales se puede decir que generalmente usaba tela de mantelillo con base blanca de cola animal y yeso sobre la que se añadió una imprimación coloreada que servía de base cromática. El Greco varió el grosor y la tonalidad de la imprimación, primero más gruesa agrisada o parda, anaranjada más tarde y finalmente rojiza oscura que se alcanza a ver en sus últimas obras.

Los santos emparejados, alargados y ascéticos, concentrados en la escenificación de su propio papel, devienen de los pintados para las calles laterales de los retablos de Santo Domingo el Antiguo y Talavera la Vieja. El primero en el tiempo es probablemente el San Andrés y San Francisco (h. 1595) del Prado, también en estos momentos, San Pedro y San Pablo (h. 1597-1603) del Museo de Arte de Cataluña, como pilares de la fe cristiana, su fusión de enseñanzas constituye la fuerza de la Iglesia.

A finales del siglo XVI su pintura experimenta una transformación gradual y profunda. Se encierra en sí mismo para transmitir unos valores emocionales o espirituales. Su pintura se hace antinaturalista, subjetiva, abstracta e intelectual, que se plasmaría en el retablo (hoy disperso) del Colegio de Doña María de Aragón. Estas pinturas (Anunciación, Adoración de los Pastores, Bautismo de Cristo, Crucifixión, Resurrección) marcan un hito en su carrera, comienza la fase de exacerbación expresiva con desinterés por la ambientación naturalista de los hechos sagrados y apuesta por una visión interiorizada, libre de verosimilitud óptica donde el espacio se adensa o se descomprime dando lugar a saltos de escala e inconcebibles encabalgamientos con personajes que se alargan recorridos por una ráfaga de luz multifocal destinada a hacer evidente el misterio.

Prácticamente, en todas estas las telas, el Greco concibió una doble organización espacial que le permitió distribuir las figuras requeridas, así El Bautismo de Cristo (1597-1600): composición entrelazada de sinuosas formas, pintura de superficie con un amplio rompimiento de gloria, como en la Adoración de los pastores (del mismo retablo), dos franjas superpuestas que se enlazan por el ritmo serpenteante de la figuras y por un eje central luminoso que cobra su máxima intensidad en las figuras del Padre y del Espíritu Santo. Está representado de noche, lo que era inusual, derivado de la costumbre de la iglesia primitiva. Con sus figuras descarnadas, alargadas y con el río Jordán como un hilo de agua, se aleja de la representación naturalista, para darnos la idea de una Redención por la gracia divina.

San Bernardino de Siena (1603): monje franciscano nacido 1380 que fundó la Congregación de los Hermanos de la Observancia porque seguía la Regla primitiva de San Francisco. Fanático del culto al nombre de Jesús, mostraba a la multitud en sus prédicas una tablilla con el monograma IHS en letras doradas dentro de un círculo de rayos. Acusado de herejía fue absuelto y su fama se incrementó al rechazar los obispados de Siena, Urbino y Ferrara, por humildad y para seguir predicando. Lo representa de pie, con hábito franciscano, con una ciudad al fondo que recuerda a Toledo y sus cigarrales. Línea muy baja del horizonte que monumentaliza a la figura ante un amplio celaje borrascoso, con la cabeza perdida en las alturas que le otorga un ímpetu ascensional,  melancolía y ensoñación.

La Anunciación (h. 1576). Ésta del Museo Thyssen sería la versión más depurada, tanto en la composición como en el tratamiento pictórico, ya con un pleno dominio de la técnica del óleo. Paleta luminosa y clara, con protagonismo del azul índigo, el amarillo de Nápoles y el rosa carmín. Las actitudes son semejantes a sus cuadros de época romana pero ha depurado la imagen y ha profundizado en la caracterización psicológica. La contraposición de movimientos del cuerpo de María y del arcángel ofrece un juego de diagonales cruzadas que rige la composición y producen un dinamismo que acompaña la agitación espiritual de los protagonistas.

Laocoonte (h. 1610-14): tan sorprendente como la Visión Apocalíptica (h. 1608-22), el sacerdote del dios Apolo que advirtió la trampa del Caballo de Troya lo había relatado Virgilio en la Eneida y cobrado popularidad a raíz del descubrimiento en 1506 de la famosa escultura helenística. El Greco se aleja de la versión de Virgilio derribando a Laocoonte por tierra y haciendo que la serpiente le muerda en la cabeza, no en el costado y con un hijo ya muerto a su lado, con el caballo entrando a la ciudad por la puerta de Visagra. Los cuerpos están fuertemente iluminados, resalta así su volumetría, con dos personajes misteriosos en la parte de la derecha que está sin terminar y las restauraciones han hecho aparecer una tercera cabeza y otra pierna especulando que pudiera ser Adán (que sostiene una manzana parcialmente repintada) y Eva, como equivalente moral a la caída de Laocoonte. La vista de Toledo daría un aire de actualidad, enlazando con una antigua tradición por la cual Toledo fue fundada por Telemón y Bruto, dos descendientes de los troyanos.

Fray Hortensio Félix Paravicino (h. 1609-13): su relación está documentada, el famoso predicador trinitario era mucho más joven que el pintor, amigo de Góngora y poeta culterano como él, gozó de una extraordinaria celebridad. Compartió ideas con el Greco y éste le influiría en su apreciación de la pintura. Figura hecha de contrastes entre la tensión interior de su rostro que desmiente la laxitud de la pose. Levedad de la pincelada, furiosa y abocetada, tan poco cargada que deja ver la imprimación rojiza habitual en su etapa final en donde veremos cómo los cuerpos aparecen más descoyuntados, quieren quebrarse de puro sutiles si es que no convertirse en espíritus.

Después de este recorrido histórico donde hemos comentado algunas de las obras que aparecen en la exposición, trataremos de relacionarlas con las obras modernas y contemporáneas que en ella se ofrecen. A este respecto, S.M. Eisenstein en su libro El Greco, cineasta, trata de aplicar su teoría cinematográfica, su imagen movimiento, su montaje de atracciones a la pintura; siendo muy breves traslada las explosiones del montaje en cine a alguna de las obras del Greco, multiplicando los espacios. Sin entrar a fondo en esta cuestión, nos parece también adecuada otra teoría sobre el montaje, de un colega y profesor suyo, Lev Kuleshov cuyos experimentos (el más nombrado es el efecto Kuleshov) nos llevarán a uno u otro significado, dependiendo de la sucesión elegida de planos, en nuestro caso de cuadros. En este sentido cabe valorar el afán de la muestra por hacer del Greco detonante de la modernidad y el arte contemporáneo, por él mismo o a través de otros como Cézanne. Hay veces que esto es claro y así lo manifiestan algunos pintores, otras veces nos cuesta asociar el discurso vasariano hasta forzar el atisbo.

La Escuela Española se da a conocer en París en el Museo del Louvre, Galerie Espagnole, de Luis Felipe de Orleans, pero la visita de Manet a España en 1865, aconsejado por su amigo Zacharie Astruc (que conocía bien la obra de ambos), fue la que estableció, de algún modo, los tres pilares del arte del país: El Greco, Velázquez y Goya. El empleo, por el Greco, de fondos grises, casi monocromos (sostén de la armonía coloreada) influyó en Velázquez y éste en Goya, aunque Goya conociera de primera la obra del Greco. Su tendencia al colorismo exacerbado, al abocetamiento y a la expresividad va a determinar el anticlasicismo de la pintura española.

La pintura del Greco alentaba investigar en el misterio de una nación que lideró la Contrarreforma católica, que pasó de ser apreciado hasta la desmesura en el Romanticismo a estar, en los siglos XIX y XX, en la periferia del poder. Entre los pintores franceses su influencia se extenderá a través de generaciones posteriores, donde algunos especialistas incluyen a Delacroix, Chassériau o Daumier, Jean-François Millet, Carolus-Duran, Léon Bonnat que fue amigo de Edgar Degas y poseyó dos cuadros del Greco (San Ildefonso, en National Gallery de Washington y Santo Domingo de Guzmán, Boston). La pintura española interesó así mismo a Renoir que viajó a España y a Monet que también visitó el Prado después de Renoir. Aparte de Manet, señalar fundamentalmente Cézanne, que con sus figuras expresivas y deformadas o el inacabamiento de sus obras le acercan a la plástica del Greco (La dama del armiño según el Greco, 1885-86).

La obra del Greco, Velázquez y Goya era conocida entre los pintores españoles de las generaciones siguientes como Vicente López, José Aparicio, José de Madrazo y Juan Antonio de Ribera. Hasta llegar a Eduardo Rosales, Mariano Fortuny (admiraba la frescura colorista veneciana), Raimundo de Madrazo y su hermano Ricardo que realizó numerosas versiones a la acuarela de las obras del Greco.

Daneses, finlandeses, norteamericanos asociados al naturalismo e impresionismo tuvieron en cuenta la sensibilidad del Greco: John Singer Sargent (cuyo maestro fue Carolus-Duran), William Merrit Chase y Mary Cassatt fueron de los primeros artistas en dar a conocer en Norteamérica las cualidades modernas de la pintura del Greco. También posibilitó allí su conocimiento la facilidad de los viajes al Prado y Toledo y las exposiciones en los diferentes museos, junto a los estudios como el de Meier-Graefe, Spaniche Reise, de 1910.

La obra del Greco se asocia a una transformación del espacio, capaz de evocar escenarios dramáticos y expresivos. Cézanne y su esquematización de la imagen hacen pensar en el Greco que de esta forma se incorpora al discurso común de los artistas en la primera mitad del siglo XX, colocándose ambos a la cabeza de la renovación pictórica infundida también de una generación mística. A finales del siglo XIX e inicios del XX esta combinación Greco/Cézanne llegó a ser un topos sobre la genealogía del arte contemporáneo. Si hemos señalado el estudio de Meier-Graefe, también Visión y diseño (1920) de Roger Fry contribuyó al engarce trayendo el Greco barroco a la dimensión del arte contemporáneo.

En el siglo XX el Greco fue muy apreciado en España por la Generación del 98, así como por Aureliano de Beruete coleccionista e historiador del arte relevante. Sorolla le admiró y formó parte del patronato de la Casa Museo en Toledo que fundó Benigno de la Vega Inclán, a quien retrató en 1913, así como a Manuel Bartolmé Cossío (1908), siguiendo ecos grequianos, fundamentalmente del Caballero de la mano en el pecho. También lo admiró Darío de Regoyos y Santiago Rusiñol que estudió en profundidad la intensa expresión en los rostros del Greco.

Para Ignacio Zuloaga (que poseyó una docena de grecos) fue un descubrimiento, lo reflejó en la campa segoviana, en sus alargamientos de figuras, la monumentalidad de la composición, la energía de sus pinceladas amplias y ondulantes en los celajes. Le Gréco, le llamaron en París. También Toledo pasó en Zuloaga a ser referencia en su paisaje y vistas de poblaciones a los que dotaba de un cierto dinamismo de raigambre romántica.

Picasso no escaparía de la plástica grequiana, desde su periodo azul con sus figuras tan estilizadas y las manos alargadas, recoge las deformaciones expresivas del Greco, sus miembros ahusados, también el espacio compartimentado en alvéolos (podríamos llamarlo découpage, como un vaciado de luz apreciado en Laocoote) para Las señoritas de Avignon. Utilizó la identificación con el Greco violentado por la deformación cubista, con un rasgo sarcástico en su última etapa. En El entierro de Casagemas (1901) se pueden rastrear influencias del Entierro del señor de Orgaz, en el desarrollo vertical; o más claramente con la Adoración del Nombre de Jesús, con sus dos registros separados por nubes y abajo compartiendo el asunto funerario.

Caballo y muchacho vestido de azul (1905-6) y Muchacho desnudo a caballo (1906), se puede relacionar con San Martín y el mendigo, (1597-99) en la síntesis plástica. Asimismo Desnudo recostado con personajes (1908), en relación con La visión de de san Juan, en la asimilación de la compartimentación espacial y el sentido de construcción de grandes planos.

Los retratos del Greco fue lo que más influyó en Picasso, que podemos rastrear a lo largo de su carrera, así Retrato de Jaume Sabartés con gorguera y sombrero, (1939) prosigue el vínculo con el Greco, en este caso sarcástico. El caballero de la mano en el pecho es el cauce iconográfico del cual se vale Picasso para dar una visión burlesca, pero también melancólica de sí mismo: Hombre (1970) y Mosquetero con espada y amorcillo, 1969.

Julius Meier-Graefe, fue un relevante personaje cosmopolita que, entre otras contribuciones, llevó el Greco a Alemania. Para él, tanto el Greco como Cézanne tenían en común su forma de expresión en la relación entre los colores y las superficies, dominando el objeto mediante la esquematización y la estilización. Para Meier-Graefe el Greco abandona la visión naturalista para volver a la visión esencial, desvelando el ser interior tras la apariencia externa. De esta manera las obras tardías del Greco fueron las que provocaron a la vanguardia alemana. Partiendo de la pintura antigua se legitimaba el esfuerzo por liberar el color del objeto (Der Balue Reiter). Influencia y estímulo en el expresionismo europeo que acentúa la tensión y el reconocimiento de una verdad interior y sentimiento profundo de los artistas centroeuropeos, como Louis Corinth, Max Beckmann o Max Oppenheimer que encauza el sufrimiento espiritual a través de sus figuras heridas. Asimismo Oskar Kokoschka: pulsión destructiva de las figuras aisladas y el paisaje tormentoso, o su nuevo estilo de retrato, escueto, figuras delgadas, así en su autorretrato casi podemos verle experimentar el mundo a través de sus manos y sus ojos.

El Greco, hemos visto, había ejercido influencia en anteriores generaciones norteamericanas de pintores, ahora con el expresionismo abstracto, aparte de apreciar las cualidades modernas de su pintura, les interesaba su construcción como artista expatriado que se había forjado su propio estilo tan expresivo. Energía de la pintura del Greco en Pollock, rotundidad del trazo y su cromatismo vivo en Gorky o Willem de Kooning a quien veían influencias de La visión de san Juan adquirida por el Metropolitan en 1956.

Thomas Hart Benton captó al Greco para sus propuestas expresivas regionalistas y su estilización figurativa. Benton, conoció en directo La Asunción que había comprado el Museo de Chicago en 1906, ciudad donde estudiaba. Su influencia se ve en sus paisajes de Chilmark, localidad donde pasaba sus vacaciones que recuerda la Vista de Toledo. Benton fue maestro de Pollock y le inculcó el dibujo de las obras del Greco que podemos rastrear en sus cuadros de gran intensidad. Su pintura abstracta no perdió los patrones figurativos de las composiciones (Véase, Kirk Varnedoe y Pepe Karmel, Jackson Pollock. New Approaches. New York, MoMA, 1998). Más de setenta dibujos y estudios (no todos expuestos aquí) donde se puede ver la destilación de las formas y el dinamismo de las figuras en el seno de la composición: carácter abocetado y expresivo, dinámicos contornos con figuras llenas de vida creando un entorno de expresividad. Así, Figura arrodillada ante un arco con calaveras (1934-38): forma piramidal habitual en el Greco, pincelada visible que puede recordar aquellas del Greco para los drapeados.

La visión interior del surrealismo la podemos señalar en André Masson cuya vinculación personal con España viene desde unos meses antes de la Guerra Civil. Había conocido Toledo y algunos personajes de la cultura madrileña, su obra Vista emblemática de Toledo (1942) recuerda los cielos desnaturalizados del Greco, con su división en dos áreas y su topografía ondulada. Considerada como una respuesta al cuadro de Zuloaga Toledo en llamas de 1938, daba a Toledo un clima dramático e inquietante que condiciona la lectura de unos elementos que dan al cuadro tanta densidad como abigarramiento.

Óscar Domínguez pertenecía al grupo surrealista de Breton y en 1937 se encontraba en París, donde se había inaugurado la famosa Exposición Internacional y la Gazette des Beaux-Arts organizó una exposición del Greco con cuarenta y nueve obras. En él encontramos la desnaturalización de las figuras y el cielo irreal, en un formato vertical, con un primer término de figuras humanas muy estilizadas, La pareja (1937): crea un espacio suave que envuelve íntimamente a los protagonistas y una voluptuosidad señalada por el traje rojo del hombre, la pierna desnuda de la mujer y el diábolo como añadido a la connotación sexual.

Barroco como sinónimo de expresividad cromática y matérica se había repetido a lo largo de la historia. Esta comprensión llega a nuestros días con Antonio Saura que reivindica además la bidimensionalidad de sus cuadros con su violento contraste entre blanco y negro y su imagen vinculada estrechamente al plano. Las efigies de Saura tienen una raigambre grequiana desde el punto de vista iconográfico y desde sus valores pictóricos y expresivos. El devenir histórico y la tradición pictórica del Siglo de Oro y de Goya fueron temas frecuentes en debate sobre la pintura figurativa e informalista en las décadas posteriores a la Guerra Civil. Saura, que desarrolló buena parte de su carrera en París, se sentía cómodo en la tradición pictórica española y supo sacar rentabilidad a ese diálogo, creando un universo moderno, propio, de fuerte personalidad, que al tiempo se puede asociar una tradición española (odiaba al personaje de Felipe II, aunque le maravillaban sus retratos). Se consideraba “barroquista” antes que expresionista y en su obra encontramos dinamismo, expresividad y vitalidad, libertad y pictoricidad, sucesión de “borrones crueles” como él los llamó.

Según el catálogo de la exposición El Greco & la pintura moderna, que ha servido de base a este larguísimo artículo, la influencia del Greco se perdió con el pop, el minimalismo y el conceptual, en parte por la mirada hacia el propio arte nacional respectivo. Si bien desde nuestro punto de vista, que ha sido escéptico con tanto origen de modernidad en el Greco, no nos hubiera extrañado asociar su pintura pegada al plano o la repetición de figuras que se le suele achacar (véase por ejemplo La Expulsión de los mercaderes del Templo o La Oración en el huerto) a esa reproducción mecánica, serigrafía fotográfica que podemos ver ahora también frente a esta exposición, en el Museo Thyssen con el pop art o el Reina Sofía con Richard Hamilton.


Sea como fuere los artistas apreciaban el descoyuntamiento, lo irracional y desabrido de la pintura del Greco, así el alargamiento de la figuras de Giacometti en una estilización casi incorpórea del ser humano. Pasión, angustia y vitalidad convergen en la obra de Francis Bacon que prodigó las referencias a pintura y artistas antiguos y modernos. La expresividad cromática y distorsión anatómica del Greco entusiasmaron a Franz Marc que aspiraba a formas sencillas en colores puros, al brillo inmaterial vivo y al color irradiado por la luz, recoge en su aforismo número 82 (Árdora Ediciones, Madrid, 2001,1915): “… el azul del cielo susurrante que bebe el mar, el extático emerger en otro lugar. Reconoced, amigos míos, lo que son los cuadros: un emerger en otro lugar.”

viernes, 27 de junio de 2014

POP ART


Tratando de evitar la reformulación mitología tan cara al escaparatismo de la exposición como innecesaria para entender el desarrollo interno del movimiento artístico, pop art hace referencia a popular art, una propuesta realizada en 1955 por Leslie Fieldler y Reyner Banham, que hacía referencia a un muestrario de imágenes populares, recogiendo publicidad, televisión, cine, cómics y automóviles. En suma, un repertorio de imágenes de la cultura urbana popular e industrial, donde el consumo de estos productos se convierte en un proceso continuo que tendrá que reinventarse constantemente (Simón Marchán Fiz, Del arte objetual al arte de concepto).

El pop designa un conglomerado de ideas y situaciones que recorren el arte de los cincuenta y sesenta con la idea de unir el arte de los museos y los productos de la cultura urbana, empleando grandes formatos, gama limitada de colores y repetición, conciliando una herencia dadaísta en cuanto a espíritu trasgresor y las cualidades subjetivas del expresionismo abstracto. La primera asociación con el dadaísmo está basada en la relación con las obras del nuevo realismo francés que se pudo ver en la exposición “The art of assemblage” (MOMA, 1961), como un desarrollo del collage que ampliaba una multiplicidad de significados asociativos, así, el ensamblaje podía incluir ropa, chatarra, fotografías o affiches lacérées.

El pop se inició en Inglaterra con Independent Group (Eduardo Paolozzi y Richard Hamilton) que salió del Institute of Contemporary Art donde combinaban el sofisticado diseño italiano con la cultura de consumo americana, vista en las revistas en papel cuché con anuncios que reflejaban el auge del consumo y que empezaba a desarrollarse en Inglaterra. En 1956 el grupo se dio a conocer en la exposición “This is Tomorrow” en Whitechapel Art Gallery de Londres con abundancia de objetos e instalaciones, donde Hamilton expuso ¿Qué es lo que hace nuestros hogares hoy tan diferentes y tan atractivos? que se considera la primera obra pop y un compendio de su iconografía (coincidiendo con este artículo se inaugura una exposición suya en el Museo Reina Sofía). Utilizaban los objetos de su época, de su realidad cotidiana como inicio de un análisis de esa sociedad que los rodeaba, sin realizar una crítica de la sociedad en sentido estricto, salvo en algunas obras de Wilson, Warhol o Kitaj (El asesinato de Rosa Luxemburgo, 1960).

Entre 1950 y 1960 es la época donde en economía se impone la sociedad de consumo, justo cuando las imágenes del pop art empiezan a aflorar. Después de las propuestas radicales del happening, el pop cristaliza una actitud más centrada en la representación pictórica, se apropia de los aspectos más comunes de la cotidianidad y amplía sus objetos de uso, cuyos antecedentes se podrían buscar en Boccioni, Severini, Carrá, Picabia o los ready made de Duchamp. Aunque apareció en Inglaterra, se consolidó en EE UU: en 1961 las galerías Green y Leo Castelli empiezan a promover la tendencia, en 1962 llegaron las cubiertas de Time, Life y Newsweek, en 1964 premio a Robert Rauschenberg en la Bienal de Venecia, afianzándose el movimiento en la Documenta de Kassel de 1968.

En España por su retraso industrial como sociedad de consumo (dicho abruptamente), empieza a importarse desde el exterior, cuajando ese mimetismo más en un reportaje social y el realismo crítico. En España el pop tuvo una carga de crítica política, como en Equipo Realidad o Eduardo Arroyo con su visión acerba de la realidad. Lo vemos también en Equipo Crónica donde aflora la controversia política al introducir la explosión nuclear entre la figura de Mickey (América, América, 1965).

En EE UU, los inicios vendrían dados por Robert Rauschenberg y Jasper Johns (consdierados The fathers), con antecedentes en Josef Albers, Merce Cunningham y John Cage. En Rauschenberg podemos destacar sus Combained Paintings: sobre la base del expresionismo abstracto coloca objetos que no eran considerados artísticos, que abrió las puertas al pop y al happening. También construye assemblages, técnicamente próximos a los Merz de Schwitters, sirviéndose de pintura, fotos, dibujo, collage.

Por su parte Jasper Johns trabaja sobre la ambigüedad en los signos que usamos como banderas o mapas que agranda y repite vaciándolos de significado y contenido. Johns transforma los objetos cotidianos en un objeto artístico a través de la superposición de capas de collage y los conceptualiza añadiendo una nota de incertidumbre. Como también hace Warhol con los cupones de compra, convierte en emblemas estos objetos de uso cotidiano. Con estos sellos inaugura Warhol la seriación que será su seña de identidad, la expresión más clara de los procesos industriales de las imágenes pop, donde cambia el estarcido por la serigrafía fotográfica. Esto le permite a él y a Rauschenberg introducir en la pintura el repertorio de imágenes de publicidad, cine, prensa y televisión.  Warhol elige una imagen y la serigrafía, amplía y repite; serigrafía los productos más representativos de la sociedad, donde él mismo y su obra se incluyen en un proceso que recordaría los grandes talleres renacentistas, y que en el suyo (The Factory) el proceso industrial eleva en rapidez y llegada al espectador, añadiéndose, que en el mismo proceso de reproducción se inserta el proceso creativo.

Utilizado por primera vez en la obra For Käte (1947) de Schwitters, el cómic como iconografía y la trama tipográfica de imprenta como estilo, serían las marcas de Roy Lichtenstein, tras el expresionismo abstracto en sus obras con Mickey Mouse, Donald Duck y Bugs Bunny. No quiere reproducir sino recomponer, hacer sus propias pinturas y que sean piezas artísticas. Lichtenstein varía el formato y el enfoque de las escenas de cómic y sustituye la reproducción mecánica de la trama de puntos estarcidos benday (por Benjamin Day inventor de esta trama para artes gráficas) con la que se imprimían los cómics, por su aplicación manual.

Entre los autores británicos podemos mencionar a R.B. Kitaj, de origen estadounidense sigue estudios ingleses. Kitaj es un gran viajero que conoce el arte americano y europeo. Su obra es de difícil comprensión sin el libro de claves adecuado al tema que amalgama (Historia y Literatura del XX, Judios, Revoluciones…), con una nueva mirada al arte popular se inspiraba en ideogramas y pictogramas de los indios americanos que combinaba con collages esparcidos al azar por la superficie del lienzo. Será de gran influencia en Allen Jones y David Hockney que de Londres se irá a vivir a Los Ángeles, reflejado en sus obras como una ciudad pulida bajo la pintura acrílica. Asimismo también nos podemos acercar a su pintura como un diario íntimo informalista con humor, después de su acercamiento a Dubuffet.

En una Alemania, por entonces dividida, podemos destacar la manipulación fotográfica de Gerhard Richter, la ironía con los iconos contemporáneos de Sigmar Polke o el trabajo, más procesual, entre la instalación y el happening de Wolf Vostell. Richter (de quien ya hemos hablado en estas páginas en julio 2009 con motivo de su exposición en PhotoEspaña) a finales de los sesenta comienza a transcribir directamente fotografías o anuncios de la vida doméstica que aparecían en los periódicos o revistas, llamando la atención sobre la banalidad de las apariencias que vendía la publicidad, se distancia y cuestiona las apariencias, llegando a unas fotopinturas que tienden a la abstracción.



El pop trabaja con símbolos, sus iconos ya han sido agrupados en unidades temáticas con anterioridad a la obra y los reelabora con técnicas de propaganda. Su repertorio iconográfico surge desde la naturaleza de la sociedad de consumo, industrial, su técnica más conocida ha sido la repetición y seriación de Warhol, Marylin Monroe o Kennedy, cuya repetición estilística favorece informaciones redundantes que posibilitan o fuerzan la inteligibilidad. La redundancia facilita la comunicación a nivel pragmático, de ahí que el cartel publicitario fuera el principal género de la sociedad de consumo y quizá el más influyente en el pop, ya que reúnen las acumulaciones de varios lenguajes y yuxtaposición de materiales: escrito, pictórico, fotográfico, collage…

Otro tipo de manipulaciones sobre la imagen serían condensaciones o supresiones de elementos en las cuales el espectador perciba la ausencia, o bien alteraciones de imágenes (en su momento Lichtenstein sobre obras de Picasso, Cézanne o Monet; Rauschenberg sobre Ingres…). Asimismo la oposición que da origen a la parodia sustituyéndolo por un contenido ajeno: Equipo Crónica, La salita, 1970.

Las mujeres seductoras y los hombres atractivos multiplicados en los medios de comunicación fueron incorporados al repertorio plástico del pop, si bien este nuevo culto al cuerpo se presentaba un tanto artificial y con apariencia superficial, una conversión de lo erótico y sexual en algo estético e higiénico para ver y no tanto para disfrutarlo. En Allen Jones y Tom Wesselmann, los más insistentes, se da una reducción a esquemas representativos, se muestran partes parciales. Jones somete a una metamorfosis entre las formas fantásticas y los fragmentos de las imágenes cotidianas, otras veces son personajes desprovistos de gravedad con inversiones espaciales y direccionales en función del erotismo de las partes sexuales.

Tom Wesselmann: grandes desnudos, aúna el gran formato del expresionismo abstracto con la planitud pop. Gigantescas madonne modernas fragmentadas, con Matisse en el recuerdo del color y la sensualidad. Imágenes que resumen aspiraciones de la sociedad de consumo mediante la publicidad o el cine. Exaltación del erotismo de la mujer con colores chillones y formas sensuales. Recoge la tradición del desnudo femenino que combina con elementos cotidianos o imágenes conocidas de la historia del arte.

Hacia 1950 el mercado estadounidense se hizo hegemónico, Nueva York había sucedido ya a París como capital del arte y su emancipación artística se había consolidado con la pintura instintiva y gestual del expresionismo abstracto, acorde con un sentimiento del horror tras la guerra. Ahora se propone una nueva senda social con el bienestar social, el pop y ocio.

Los peligros de la reflexión teórica directa basada sólo en algunos ejemplos, corre el riesgo de reflejar sus limitaciones y encerrarse en los prejuicios de un momento, así por muy banales que en su inicio se hubieran podido tomar, los artistas pop no reniegan del arte en su sentido tradicional (pasa casi siempre en las oleadas artísticas, fíjense si no en las barbaridades que se dijeron en su inicio a los impresionistas).

El estudio histórico es el complemento necesario del pensamiento teórico, y hay que abocarse entonces a reubicar toda referencia dentro de su contexto de época definido de la manera más precisa posible. El antecedente más inmediato nos lleva a Dadá o los collages cubistas, pero la claridad de lo expuesto en las piezas pop, nos puede llevar a la pintura holandesa y sus bodegones, paisajes o retratos o vida doméstica de la segunda mitad del XVII, que también reflejaba el estatus social, el confort doméstico de aquella época. El pop en este caso afirma la continuidad de la nueva figuración, el apoyo de Bacon a su nacimiento, daría un nexo a esta continuidad o ciclo histórico concreto.

Los museos actúan como instituciones de validación del proceso artístico (recordemos la exposición del MOMA del 1990, o la del Reina Sofía en el 92, con este tema), así con esta exposición podemos asistir a la vivacidad por incardinar el pop en la historia del arte, un testimonio prácticamente en directo de la verificación científica que permite la evolución de la obra de arte, entendiendo la historia del arte como historia de la cultura donde circunscribir la obra, no solo describirla.

Los artistas pop adoptaron las imágenes de los medios de masas e imitaron su aspecto mecánico, reproducido, estandarizado y comercial. Lo adapta a los géneros tradicionales de las Bellas Artes, el retrato, la naturaleza muerta, el paisaje, la pintura de historia, el desnudo… Retomando de nuevo a Marchan Fiz, el pop analiza estos temas a través de nuevos modos de representación o de reinterpretación, de conexión con la tradición. Fue la tendencia más decisiva en los sesenta, que va producir una renovación sintáctica y exploración de la semiótica connotativa que va a influir en las tendencias posteriores.

martes, 1 de abril de 2014

DARÍO DE REGOYOS

La exposición, organizada con motivo del centenario de su fallecimiento en Barcelona en 1913, enlaza con la serie de exposiciones impresionistas que van pasando cada año por los museos de Madrid. Ésta tendría una justificación más que adecuada, pues Darío de Regoyos ofrece una influencia directa del impresionismo francés, unido a movimientos modernos y viajero (desde la infancia, hasta su muerte). Con un punto bohemio, inconformista y cosmopolita que le hace más próximo al siglo XX que al XIX español. Él conocía de primera mano ese naturalismo y realismo, que sustituía a la matriz romántica, en la vida mundana de Bruselas o París y que aquí se trataba de imitar en los cafés.

Es importante en su trayectoria de inicio el papel modernizador de Carlos de Haes, nacido en Bruselas ocupó en 1857 la cátedra de Paisaje en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando desde la que logró difundir el gusto por el paisaje realista pintado directamente del natural. De Haes recomendó a Regoyos estudiar en Bruselas con Joseph Quinaux, donde se integró en el cosmopolitismo de la ciudad. Amigo del violinista Enrique Fernández Arbós, le facilitó las relaciones sociales en Bruselas donde coincidió con Albéniz que también se encontraba en el mismo conservatorio. Entre estas relaciones se formaban grupos donde se asistía a recitales de poesía, de música, se presentaban escritos y trabajos de artes plásticas. De aquí salió el grupo Les XX y La Libre Esthétique, en estas reuniones Regoyos era conocido también por su habilidad con la guitarra y se cuentan hasta nueve retratos tocándola (en la exposición se pueden ver dos de Théo van Rysselberghe de 1882 y 1889 y otro de Constantin Meunier de 1884).

En un principio expuso en el círculo L’Essor y más tarde se alió con Les XX. A partir de 1884 sus obras empiezan a ser recogidas en revistas especializadas, siendo La Jeune Belgique y L’Art Moderne las que más le apoyaron con críticas que destacaban su originalidad y audacia en los efectos de luz: luz de luna, de gas, eléctrica… Así, Efectos de luz. Estación del Norte, Bruselas (1881) o La playa de Almería (1882). En el grupo Les XX conoció la forma de pintar de los artistas belgas, su empleo de la espátula se inició aquí hacia 1880 y duró prácticamente toda la década, junto a otras técnicas, pero con la espátula lograba esa instantaneidad para sus efectos de luz. En esta década 1880-1890 abundan los paisajes de pequeño formato, que le permitía salir a la naturaleza y también los retratos (aunque pintó pocos), en la exposición vemos Retrato de Miss Jeanning (1885), pintado en el estudio londinense de Whistler, se puede apreciar una cierta influencia simbolista.

En Bélgica conoció a grandes grabadores como Constantin Meunier o Félicien Rops, también asistía a la colaboración entre pintores y escritores, con la elaboración de los frontispicios de los libros. Vio la obra gráfica de Whistler y la aceptación que tenía en general la obra gráfica de pintores como Ensor. Regoyos se inició al aguafuerte en 1887 junto a otros miembros de Les XX. En 1894 también emplea el grattage en Víctimas de la fiesta  y en 1895 se inicia en la obra litográfica, llegando a realizar el denominado Álbum vasco a la manera de los álbumes de Odilon Redon, James Ensor, Fernand Khnopff o Whistler. En España negra recoge siete xilografías originales al boj, que era la técnica que le quedaba por emplear. Esta técnica resultaba idónea para el contraste del blanco y negro que más tarde veremos, por ejemplo, en Munch.

En España negra (publicado en 1899; un año antes, en la revista modernista catalana Luz, se había empezado a publicar como serie) Regoyos y el poeta y crítico de arte Emile Verhaeren recogieron impresiones de su viaje por la Península en 1888. Refleja, más que un viaje, un estado de ánimo y un interés por la realidad de ese momento que contrasta con el escapismo de la Restauración. Apenas tuvo resonancia aunque se acabó imponiendo como fórmula para definir el gusto artístico y la crisis entendida por la Generación del 98. Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Maeztu, Machado o Valle-Inclán, meditan sobre el territorio concibiendo el problema español, luchando contra un mundo que se desvanecía ante sus ojos, no pudiendo impedir ese empobrecimiento emocional y espiritual tan nuestro. Un mundo que en cierto modo entronca con la picaresca y el modelo barroco tan español de abnegación de la dolorosa y que en el último tercio del XIX era un tremendismo asiduo, del que Regoyos, Nonell, Mir o Canals huían, ofreciendo la cotidianidad, sin cargar las tintas pero sin tibieza, alejados de los excesos sentimentales tanto como del idealismo y la espiritualización.

Lo negro tuvo antecedentes en Europa donde se fraguó la “leyenda negra” acerca de la historia y la cultura españolas, que conlleva un entusiasmo internacional por la Escuela Española de pintura, por su dominante orientación anticlásica y por su predominio de los tontos sombríos, por Goya y sus grabados en blanco y negro o las Pinturas negras. Llegando a la época de Regoyos donde había pintores que se adscribían al blanco sensual y solar de Sorolla o los adscritos al negro, como dividió Unamuno: una visión saludable frente a otra más honda, su “intrahistoria”, mística y desgarrada, que podría continuar en Zuloaga, Nonell o Gutiérrez Solana (que conservaba obras suyas en su casa y utilizaría su mismo título de España negra en 1920).

A diferencia de otros extranjeros que veían solo la cara amable de sol y fiesta en España, Verhaeren vio una España moralmente negra, ruidosa, de tétricas costumbres funerarias, de imágenes religiosas y toque de difuntos; si bien para Regoyos esa tristeza era origen de su hermosura. La España negra tenía para Regoyos otros valores más filosóficos y profundos, fuera de los tópicos manejados que llegan hasta hoy. Más allá del folclore, se interesaba por valores más trascendentes y dolorosos ligados a la tradición religiosa, al esfuerzo del trabajo y la pesadumbre que en todo esto recaía en la mujer: Noche de difuntos (1886). Otros cuadros que enlazan con esta temática: Viernes Santo en Castilla (1904), Madrugada del Viernes Santo en Orduña (1904) o Víctimas de la fiesta (1894), este lienzo muestra la costumbre de sacar a las afueras, donde se vendían, los caballos muertos en las corridas de toros en el tercio de varas, cuando todavía no llevaban peto. Una imagen a la que no se tenía acceso y que se evitaba por la impopularidad que generaba. Estos temas se iban intercalando entre su producción paisajística de carácter impresionista y puntillista.

Aunque con residencia en el País Vasco, sigue en contacto con sus amigos París y Bruselas. En España su obra es poco apreciada, salvo excepciones (Aureliano de Beruete hijo, Juan de la Encina o Pedro Mourlane Michelena, entre otros). En 1890 expuso en el salón de Les XX junto a Cézanne, Van Gogh y Tolouse-Lautrec, y en el Salon des Indépendants de París con lo más renovador de la escena parisina. Aquí, ni en ese año, ni en 1892, en la Exposición Nacional de Bellas Artes, no se entendió, por decirlo amablemente (aunque en 1906 tampoco se entendía a Cézanne en Londres). Será en Barcelona donde la acogida sea entusiasta en 1894 en la Exposición General de Bellas Artes, donde había un compromiso mayor con las tendencias renovadoras y mostraban mayor comprensión con la técnica a la espátula de Regoyos.  Los ataques académicos hacia la pintura de Regoyos continuaban en 1905, donde todavía no se tenía bien asimilado el Impresionismo, por una crítica que seguía los pasos de los académicos y ponía de manifiesto el lado ingenuo y desmañado de la producción de Regoyos.

Darío de Regoyos fue más apreciado por los escritores que por los críticos, entusiasmó a la Generación 98 y Joaquín Torres García supo ver la soledad en el panorama español de Regoyos, así como su pintura ingenua, no por falta de formación o técnica como le reprochaban, sino por la libertad y espontaneidad con la que lo hacía. Algunos críticos de arte coetáneos, defensores de la pintura convencional, no apreciaron sus propuestas y le atribuyeron una mirada ingenua y superficial de la realidad. Esto arrastró una corriente de incomprensión que le acompañó buena parte de su vida. Los críticos más renovadores sí que apoyaron su trayectoria que vieron de las más sólidas y personales del momento. El desdén de cierta crítica se veía recompensado por el afecto de los intelectuales más destacados de su generación. Un artista al margen para José Moreno Villa: “Nadie como él mira tan ingenuamente; con ojos de profunda sencillez” (pg. 42 del catálogo de la muestra, que ha servido de base para esta recensión).

En 1897 Pissarro le aconseja centrarse en los paisajes, le presenta a otros artistas y le informa de la evolución artística de París. A partir de este año, también por recomendación de Pissarro, empieza a exponer en la galería parisina de Durand-Ruel, lo que dio más visibilidad a su producción, mayor consideración en París y por ende en España. El paisaje da la oportunidad a Regoyos de expresar el tratamiento de las distintas gradaciones de luz, desde la luz natural hasta la artificial en los nocturnos urbanos. Conseguía las vibraciones lumínicas como lo hicieran los impresionistas, que hemos visto en estas páginas más veces, toques de color y sus contrastes, con sombras en general violáceas. Regoyos es la antítesis de la tradición del paisaje ampuloso, su pintura es escueta, esencial y aparentemente sencilla. Sus primeras obras podrían verse como anecdóticas, más o menos naturalistas (propio de esos años), pero hay una intención mayor, como en Palacio Real (1878) donde la claridad del Palacio le confiere una cierta levedad, contrasta con la oscuridad de las vías férreas que conducen a Príncipe Pío, zona ésta de San Antonio de la Florida que pierde el carácter romántico del XVIII.

Los toros, el Corpus, las procesiones, los bailes, los mercados en las plazas; las escenas populares en diferentes ciudades españolas fueron su gran aportación junto con los nocturnos. Una visión impactante la ofrece Por los muertos (1885) dos mujeres en penumbra cuyos rostros resaltan por el potente haz de luz amarillenta que despiden las velas (que se intuyen fuera de plano), lo que le permite emplear la paleta de azules violáceos que contrasta fuertemente con los amarillos. O La Concha, nocturno (c. 1907), resalta la calma del atardecer en azul, mientras el paseo con la luz de las farolas en juego de luces amarillentas y sombras violáceas.

Su periodo puntillista no fue extenso (entre 1892-95) pero desde el punto de vista histórico es importante porque es el único artista español que forma parte de ese grupo reconocido por Seurat. Destacan La calle de Alcalá (1892, con tonalidades entre rojizas y amarillentas con toques verdes y negros), Paseo de Alderdi Eder (1894), Retrato de Dolores Otaño (1892). Pero esta forma de atacar el lienzo no le permitía pintar al aire libre, pues la técnica superaba el tiempo del efecto de luz deseado, aunque lo siguió utilizando de manera parcial para conseguir texturas y matices de luz. Aparte de Seurat también conoció a Paul Signac, que formó parte de Les XX. Las redes (1893),es la más destacada entre sus obras divisionistas con un entramado de líneas que forman las redes suspendidas en el aire, cuya transparencia permite ver el fondo.

Regoyos no convierte el asunto en una invitación al sentimiento tremendista, poco a poco se va volviendo más ingenuo y primitivo, con figuras más estáticas, donde el énfasis viene determinado por la relación al espacio y el paisaje: Catedral de Burgos. Atardecer (1906), Catedral de Burgos por la mañana (1906), a la manera de Monet, buscando efectos distintos con una gama de colores cálida para la mañana (ocres, dorados y amarillos) y otra fría de azules, morados y rojizos para el atardecer. Con manchas de pintura definidas en sólo lo estrictamente necesario para ser reconocidas, como ocurre también en Viento sur (1885) cuyas manchas oscuras resaltan la sobriedad cromática y simplicidad de factura. Cuando utilizaba pinceles, éstos eran gruesos, en telas industriales ya preparadas a las que daba una capa de imprimación con pintura diluida y sobre esta iba dando forma con pinceladas más gruesas en función de los elementos. Solía trabajar en formato medio, al aire libre, con rapidez y por lo general sin bocetos ni arrepentimientos, reduciendo las figuras a unas pocas pinceladas con suave contorno para integrarlas mejor en el conjunto donde los edificios estaban más perfilados y trazados con largas pinceladas.

El estilo maduro de Regoyos fue evolucionando desde el naturalismo inicial al neoimpresionismo, como les ocurrió a la mayor parte de los miembros de Les XX, cuyos miembros le consideraron, junto con Zuloaga, como uno de los mejores representantes artísticos de esa común concepción crítica de la España del cambio de siglo. En 1912 se trasladó a Barcelona y aunque ya había pasado el modernismo, se vivía una ebullición artística y de galerías, con Torres García y Eugenio D’Ors como figuras clave, que cristalizaría en el Noucentisme. En estos años finales ya empieza un cierto reconocimiento en los medios culturales españoles más afines a la renovación europea, aunque su cotización no era elevada y Regoyos sufría más por su familia que por su enfermedad: « Et ce débordement de lutte dernière / Devient rage à tel point que leur amour fait peur. » (En traducción libre: “Y esa última lucha, desbordada / sobreviene rabia, hasta su amor se hace miedo.”) (Emile Verhaeren, “Amours rouges” en Poèmes. Paris, Société du Mercure de France, 1898, pg. 167).


viernes, 28 de febrero de 2014

CÉZANNE site/non-site

La trayectoria artística de Paul Cézanne arranca, por así decir, en una finca campestre, a las afueras de Aix-en-Provence, llamada Jas de Bouffan (Casa del Viento), donde logra montar un estudio y realizar unos frescos sobre las estaciones. Del contacto con la naturaleza hará un microcosmos del que no se desprenderá y un motivo sobre el que irá evolucionando. A modo de pinceladas biográficas breves: aprendizaje en la Académie Suisse y en el Louvre; amistad-enemistad con Zola y sus numerosos rechazos en el Salon. Asimismo sus contactos impresionistas y la ejecución directa del motivo con Pissarro, hasta que en 1881 encuentra su propio estilo. En 1882 tendrá su admisión en el Salon como discípulo de Guillemet y en 1895 la gran exposición con Vollard en París que le consagra de cara a los artistas, aunque no hacia el público. Ya en 1904, establecido en Aix tendrá encuentros con jóvenes que admiran su arte y en ese año a raíz de su exposición en el Salón de Otoño comienza su influencia en la pintura del siglo XX y especialmente en las denominadas vanguardias históricas. Para más detalle:

Con el subtítulo de la exposición se recoge una “Teoría provisional de non-sites” de Robert Smithson, a nuestro entender una metáfora dimensional donde extender diferencias y aproximaciones entre el mapa y el territorio. Una metafísica dualista de oposiciones deudoras al estilo de Merleau-Ponty, un tropo del lenguaje para entender la mirada. Smithson, como hiciera Cézanne, se aleja de la mimesis y se acerca esa naturaleza originaria no a interpretar la perspectiva geométrica, sino a intervenir en una perspectiva vivida, vivir en la geometría.

La muestra se inicia con Retrato de un campesino (1905-1906), único “retrato” de la exposición y última de sus obras, según el relato de su marchante Ambroise Vollard. Su trabajo es lento y no siempre firma, de ahí cierta dificultad en las dataciones. Este retrato enlaza estilísticamente con la serie de seis del mismo tema, donde el jardinero Vallier figura con las manos y piernas cruzadas (en Chemin des Lauves, en una colina cerca de Aix, donde montó un espacioso estudio es donde el jardinero posaba). Esta asiduidad hace especular que fuera él, si bien el rostro sin definir nos puede inclinar por el non finito (hay zonas sin capa de pintura en el rostro, las manos y la servilleta o pañuelo) o hacia la irrelevancia de la identidad. Asimismo se puede pensar en un autorretrato, ya que cuando el jardinero no podía acudir al trabajo, el propio Cézanne, vistiéndose para la ocasión, le sustituía como modelo. La frontalidad en la pose, el fuerte juego de verticales y horizontales que estructuran la composición y la vestimenta camuflada entre el paisaje hace que el fondo se haga figura, ¿o quizá sea al revés? (site/non site).

Su contacto con Pissarro facilita el paso de una pintura subjetiva (su periodo “romántico” donde la devoción por Manet le lleva a sus dos versiones de Olympia) a otra donde aparece su rigor geométrico y su punto de vista alto en los paisajes, que parece encerrar un mundo entre dos fronteras. Pissarro compartió con Cézanne, en su casa de Pontoise, en el valle del Oise, su manera de aprovechar los tres pigmentos fundamentales (rojo, amarillo y azul) y sus combinaciones, su gradación y contrastes en plena observación de la naturaleza: El camino del bosque (1870-1871), una senda poblada de pinos y un colorido lleno de contrastes con su juego de luz y sombras que dan una gran fuerza expresiva. Sus paisajes de Auvers tienen una luminosidad clara y armoniosa, estructuras geométricas con formas y volúmenes que no se disuelven en la atmósfera. Cuando un grupo de artistas de Aix le invitó a que expusiera con ellos en 1902 y nuevamente en 1906, Cézanne añadió junto a su nombre: alumno de Pissarro.

Desde su juventud y siempre que estuvo en Aix recorrió una y otra vez sus caminos con su caja de colores. Si bien estos paisajes se ponen en relación con la pintura holandesa del XVII (así como los manteles que cubren las generosas “mesas” o bodegones), en los holandeses encontramos un camino que lleva a la mirada a un destino. En Cézane (Curva del camino en el bosque, c. 1873-1875) parecen un camino de cierre, un límite sin posibilidad de regreso, una variante angustiada de los caminos de Pissarro, vistos recientemente en el mismo museo. De ahí, lo que nos dice en el catálogo el comisario de la muestra, Guillermo Solana: “Para ordenar sus impresiones del aire libre, el pintor las somete a la estructura cúbica del interior, con sus coordenadas verticales y horizontales, que simbolizan el control racional del sujeto sobre la naturaleza. El recuerdo del ámbito construido y cerrado del atelier determina el paisaje cézanniano de un extremo a otro. Detrás de cada vuelta del camino, en cada cielo de fondo, nos encontramos la pared del estudio.”

La luz de Provenza sumerge al paisaje en una coloración intensa, saturada, debido al potente sol, el cielo bajo y la atmósfera clara, solo enturbiada por la neblina del mediodía. En l’Estaque hay poca variación entre estaciones y la luz permanece muy uniforme a lo largo del año. En esta zona, con el azul intenso del mar, la luz parece emanar de los propios objetos descomponiendo el paisaje en un conglomerado de manchas de color como lugares de calma. Para Cézanne la luz, si bien no puede reproducirse, sí puede representarse con colores. Él refleja la luz con intensidad de color, no con mayor claridad, con una pincelada corta para los motivos vegetales y otra más amplia para los rocosos, con contrastes cromáticos para estructurar el cuadro (el azul da profundidad y altura, hace sentir el aire). Paulatinamente va separando línea de contorno y color, disociándolos, e inicia el periodo constructivo donde prescinde de lo anecdótico para llegar a formas geométricas fundamentales (cilindro, esfera, cono) con los colores como elemento primordial constitutivo de la imagen, combinándolos determina la forma.

El tema de “bañistas” comenzó en los sesenta, con una forma más provocativa que los presentados en los últimos años. Lo inicia por su admiración a los clásicos, con escenas arcádicas que buscasen una armonía entre el hombre y la naturaleza. Aspira al clasicismo de Poussin, para ello recurre a sus antiguos dibujos de la Académie Suisse y de sus visitas al Louvre donde dibujaba obras de Delacroix, Rubens, Rafael, Veronés o Miguel Ángel. Pudoroso hasta el extremo ante el sexo femenino, no suele juntar mujeres y hombres desnudos, ni desvestía a modelos en estudio, las imaginaba (“... la inteligencia olvida, la imaginación no olvida nunca.” Peter Handke, La doctrina del Sainte-Victoire. Madrid, Alianza, 1985, pg.79).

Bañistas descansando (1875-78) podría resultar un estudio de posturas donde destaca una tomada de los esclavos de Miguel Ángel, con una distribución a modo de friso (o de columnata, como nos indica Guillermo Solana) y con los árboles erguidos (los castaños eran sus más queridos) acompasando las figuras masculinas. No están en la exposición sus famosas bañistas (no hay ninguna figura de mujer, como si el comisario hubiera querido – site/non-site – marcar suavemente una cierta misoginia del artista), donde hubiéramos podido contrastar otra forma de árboles, como arcos apuntados, y ellas distribuidas en triángulo.

Hay una corriente interpretativa que vincula bañistas y naturalezas muertas en relación al paisaje. El paisaje provenzal es el que más le cautiva, fue tanto su afán de conquista de la montaña Sainte-Victoire que podemos reconocer su silueta en los desbaratados manteles de los bodegones, distribuyendo manzanas y melocotones como árboles y arbustos, como bañistas. A este respecto, donde la potencia de la imaginación necesita de empuje, podemos recodar a Cennino Cennini: “Si quieres conseguir buenas imágenes de montañas y que parezcan reales, coge piedras grandes que sean escabrosas y sin pulir y cópialas del natural, dando las luces y las sombras, tal como te dicte tu buen sentido.” (El libro del Arte. Akal, 1988, pg. 133). Asimismo Leonardo nos invita a ver en las manchas de los muros diferentes composiciones: batallas, bajíos, mares, nubes, bosques; a estimular el ingenio a varias invenciones: “si observas algunos muros sucios de manchas o construidos con piedras dispares y te das a inventar escenas, allí podrás ver la imagen de distintos paisajes, hermoseados con montañas, ríos, rocas, árboles, llanuras, grandes valles y colinas de todas clases”. (Leonardo da Vinci, Tratado de pintura. Edición de Ángel González García. Akal, 1998 pgs. 362-364). Quizá por ese “coger” la forma de Cennini, esa evidencia del volumen, seguimos encuadrando la pintura dentro de las artes plásticas (plastiké) por su facilidad para ser moldeable, que aprecia también Peter Handke cuando hablando de Cezánne pasa de las tentaciones de San Antonio a las manzanas y las rocas: “Lo real era entonces la forma alcanzada; la forma que no lamenta la desaparición de las cosas en los avatares de la historia, sino que transmite un ser en paz.” (Op. cit., pg. 20).

Lionello Venturi ve los bodegones de Cézanne como un pretexto formal, sin implicación filosófica, y la exposición explica esta disposición de objetos: la montaña en el bodegón y las manzanas como piedras. De ahí, nos dice Rilke, que sus manzanas sean para ser vistas, no degustadas. Se han transformado en otra cosa, indestructibles en su pertinaz presencia (R.M. Rilke, Cartas sobre Cézanne. Barcelona, Paidós, 1985, pg. 30-32). Elementos paisajísticos conformando sus naturalezas muertas y esquemas compositivos de las naturalezas muertas llevadas a los paisajes. El aparador (1877-79), las cosas parecen unas encimas de otras, como en las alacenas o apiladas en las estanterías, en capas, aplicando la bidimensionalidad a las naturalezas muertas.

Contornos de mesa rotos, asimetría vasijas, fruteros levantados hacia el plano de la tela (construcción table-top) como visiones sucesivas de un mismo objeto desde distintos enfoques fundidas en una sola imagen que equilibre las relaciones en superficie, es lo que incitaría al cubismo. En sus naturalezas muertas, los objetos como representantes del lugar, topos (τόπος) espirituales de la región.  Cézanne sabía de la grande machina de Poussin, donde disponía figuritas en una maqueta para llevarlos a una escala mayor en sus composiciones paisajísticas, él quería vivificar a Poussin al contacto de la naturaleza, resurgir de Poussin en Provenza.

En Jas de Bouffan crea una nueva realidad a base de planos bidimensionales de la imagen, evitando la perspectiva lineal que daría ilusión de tridimensionalidad. Merleau-Ponty nos dice: “… el espacio es la evidencia del dónde” (El ojo y el espíritu. Buenos Aires, Paidós, 1977, París 1960, pg. 36) y Cézanne intenta reproducir el espacio mediante el color solamente, llegando a la estimulación del tacto, a esa visión táctil que se recrea en lo plano y en lo cercano, como nos dice Guillermo Solana en el catálogo de la exposición: “El ideal táctil es el del objeto individual de límites bien definidos y formas geométricas. La manera más directa de alcanzar ese efecto en un paisaje es recurrir a la arquitectura. Por eso buena parte de los paisajes de madurez de Cézanne son paisajes construidos.”


Según nos indica John Rewald (Historia del impresionismo, Barcelona, Seix Barral, 1994, pg. 448) para Cézanne una cuestión principal era encontrar la distancia del cuadro, así sus vistas de Auvers-sur-Oise y l’Estaque con el punto de vista elevado hace que los pueblos aparezcan como una maqueta, esquemas geométricos de poblaciones hasta llegar al paisaje escalonado en Gardanne, que será decisivo en Picasso (Horta del Ebro); Braque (Castillo de La Roche-Guyon, 1909) o Vista de Saint-Paul de Vence de Derain (1910) con sus formas facetadas y geométricas, interpenetración de los planos y densidad en el centro. Maurice Denis, Pierre Bonnard o Edouard Vuillard… Cézanne seducía a todos ellos, admiraban su equilibrio, simplicidad y austeridad, daba una salida a sus preocupaciones de estructuración espacial y reducción de formas a su carácter esencial; volviendo a Rilke: “Da tu belleza siempre, / sin palabras ni cálculos. / Calla. Ella hablará por ti: dirá yo existo. / Y en miles de maneras distintas / acabará por fin llegando a todos”.

lunes, 24 de febrero de 2014

EN RECUERDO DE ANTONIO MACHADO


                               Imágenes, enlaces y recortes de prensa del homenaje. 



Enlace con El País:



Marisa Calvo. Ian Gibson. Pepa Nieto

       
                                          Leonor Machado al terminar unos versos de su tío Antonio



                                         Leonor Machado y Miguel Losada


                                          Leonor flanqueada por Mª Jesús Fuentes y Pepa Nieto



HOMENAJE EN SEGOVIA


En la Casa Museo de Antonio Machado


En el Ayuntamiento

Balcón del Ayuntamiento de Segovia donde un 14 de abril Machado se asomó



Miguel Losada en la Casa Museo


Javier Lostalé


¿En qué pensaba el poeta Cereijo?


Se recitaron versos en la Academia de San Quirce

Sandy García

Marifé Santiago Bolaños

Mª Jesús Fuentes García


Pepa Nieto


Leonor Machado

En la Plaza Mayor junto a la estatua del poeta


Pepa Nieto en el Mirador de la Canaleja, frente a la Casa de los Picos


Enlace con El Norte de Castilla

Enlace con El Adelantado de Segovia:

Enlace con Segovia al día:

RECORTES DE PRENSA
El Norte de Castilla


EL ADELANTADO DE SEGOVIA: