lunes, 29 de diciembre de 2008

PLENILUNIO PICASSIANO

La luna nos amplía el horizonte de lo inmediato (Ángel Gabilondo, Alguien con quien hablar), así a orillas de la Sena, como quizá Picasso hubiera escrito (Androula Michaël, Picasso poète), se refleja una luna llena que apenas sale y se hiela, como todo lo que pasea por este París, resumen del año y de una trayectoria, Picasso et les maîtres (Picasso y los maestros). Si uno se fija, en la obra de Picasso apenas hay lunas pintadas, fuera, quizá, de un par de cuadros con referencias a la pesca nocturna en el mar y unos platos cerámicos con rostros dibujados, que por capricho circunstancial, se me asemejan a la luna. Y sin embargo, bajo este frío que congela los instantes y ese cuerpo a cuerpo que mantuvo Picasso con la pintura, extraña que no hubiera pintado la cara oculta de la luna como una faceta más del plenilunio.
Aunque ahora sabemos por Ángel González (el Resto) que Picasso se tragó el petróleo de la lámpara, acabando así, con esa disyuntiva en arte, heredada de Platón, entre espejo y lámpara, podemos relacionar el esfuerzo dramático de la visión, ese brillo en la mirada de Picasso, con la luz lunar recibida siempre a través del sol. De ahí el magnetismo, la avidez en su mirada, y si la luna atrae hasta las mareas, él arrastrará consigo toda una historia e intrahistoria del arte.
Sin contribuir pues al tópico romántico de la luna, su espíritu vagabundo pintó con el canon de la libertad (Calvo Serraller) otros planos de belleza, planos donde la perspectiva se transforma en memoria del espacio, y el movimiento del pensamiento se vuelve más interesante que el movimiento mismo. Celebramos con sus obras el primer y último soplo, siempre de la carne, su posibilidad, diría María Zambrano, de convertirse en cuerpo, el rasgo apasionado del trazo, la afortunada caricia de los pinceles, la añoranza, hasta el último momento, de la piel extensa en bastidores (battant des ailes autour du carré de son désir). Nuestra mirada en el Grand Palais, puede contribuir así a contrarrestar estos continuos augurios aciagos, haciendo, como el propio Picasso haría, de la luminosa derrota, une prise de sang, un brillo triunfante entre agonías.

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