lunes, 18 de mayo de 2009

JUAN MUÑOZ


A sort of magical pieces

Entre las grandes aficiones de Juan Muñoz (Madrid, 1953- Ibiza, 2001) se encontraban los juegos de magia, y ciertamente, uno de éstos ha tenido que ser el que ha recuperado la pieza de Richard Serra Equal-Parallel: Guernica-Bengasi. La pieza original, que desapareció, de acero corten, pesaba treinta y ocho toneladas y el autor la supone encubierta en alguna carretera. Por unos días coincidirá una gran retrospectiva de Juan Muñoz con esta pieza de Richard Serra, su amigo y mentor que con sus grandes piezas de acero llena el espacio de resonancias insospechadas.

Las vías de escape a los grandes nombres de la escultura española (Julio González, Ferrant, Oteiza, Chillida), en los años ochenta, se produce por vía del land art, el body art, el minimal que resalta la figura plástica o las instalaciones donde la presencia del artista es una huella más de la pieza y la atención del espectador una cualidad más de la obra. También podemos ver como una característica de los ochenta que esos jóvenes artistas (Barceló, Susana Solano, el mismo Muñoz) alcanzasen una proyección exterior que les salvara del aislamiento que habían soportado sus generaciones anteriores uniéndose a una normalidad en la elaboración de expresiones artísticas. En concreto a Juan Muñoz se le relaciona generacionalmente con Robert Gober (EE UU), Thomas Schutte (Alemania), Katharina Fritsch (Alemania), Tony Cragg (Reino Unido), Cristina Iglesias (España) y Jan Vercruysse (Bélgica). Y en su obra podemos hallar escritos, dibujos, bronces y otras esculturas o estatuas, como a él le gusta denominar, de diversos materiales, instalaciones y grabaciones de radio, con unas fuentes de inspiración diversas que pueden ir desde la poesía de T.S. Eliot a la obra de Naum Gabo, Anthony Caro, Richard Serra, Robert Smithson, Giorgio de Chirico, Velázquez y Borromini.

Si hemos hecho estas relaciones artísticas un tanto extenuante es por esa afición de Juan Muñoz a la ventriloquia, la habilidad de hablar con diferentes tonos, de hablar por otros. Sus figuras quizá no hablen pero sí dicen algo, se ríen y podemos imaginar esas estatuas como los muñecos manipulados de los ventrílocuos, son lo que nosotros hemos querido que fueran, lo que hemos sido, una mirada reveladora de pasado un ansia de identidad.

En la obra de Juan Muñoz se produce el alejamiento de una exagerada investigación formalista que conecta con el espectador contemporáneo configurando una especie de escenario donde él “planta estatuas” (así lo denomina) como en Many Times (1999) donde el dinamismo de la pieza traspasa al visitante, dejando de ser éste una estatua visual. Se produce, como en Serra, una activación espacial y emocional, una orquestación de clones activada al entrar el espectador en juego. En Towards the Shadow (1998), asistimos al asombro de la escultura ante su sombra, que da la impresión de llegar ante su propia figura desconocida. Luego vemos que la estatua allí plantada más que asombrada, ríe y nosotros también.
A raíz de Las Meninas, Borges y Focault, Juan Muñoz registra su obra en un ‘no-lugar’ o lugar sin lugar donde coincidan el Mismo y el Otro: la naturaleza de la presencia como él lo denomina en el texto que escribió, Segment (Centre d’Art Contemporain Geneve, The Renaissance Society at the University of Chicago, 1990), una ficción antropológica donde analiza unos efectos visuales en unas casas regeneradas periódicamente en Perú. A nosotros y a él, esa presencia se transforma en un deseo de estar en otro lugar (A Place Called Abroad, 1996) donde en un ámbito fuera de nosotros mismos somos otros. Terminar antes si quiera de empezar: La naturaleza de la ausencia. Tenemos un desdoblamiento, una obra al límite de las palabras, cuando no rodeadas de ellas (en sus piezas radiofónicas), diálogos plagados de dobles sentidos, como diría John Berger obras que tratan de la elocuencia del desaparecer, de la presencia y de la ausencia (Will It Be a Likeness?, 1996). Así podemos contemplar sus balcones como límite de seguridad donde asomarse a ver pasar el riesgo. Son balcones que dan a House of Games (Casa de Juegos, David Mamet, 1987), una de sus películas favoritas donde la identidad se desvanece tanto como se recobra, ahora que apostamos seriamente a encontrar cosas perdidas. Nosotros, paseantes entre las estatuas vemos el balcón desde abajo, pero no constituimos peligro, somos los secundarios que forman parte de la puesta en escena, de la metáfora del arte (asistimos a lo que nos convertiremos) que al salir del museo volveremos a ser estatuas tras el parapeto seguro del balcón.

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