lunes, 26 de septiembre de 2011

La acróbata de la bola (L’acrobate à la boule), 1905

El óleo que ahora exhibe el Museo del Prado, enviado desde el Museo Pushkin de Moscú en el marco del Año de Rusia en España y España en Rusia, está concebido dentro del período rosa de Picasso, el cual no es más que una de las divisiones que se realiza en su obra (también en la Historia del Arte en general) para poder manejarnos e iniciar discursos sobre la misma, como en este caso. Algo que en su época (1904-1906) no se tendía a hacer, produciéndose una mezcolanza de cuadros con sus fases anteriores y posteriores. Así este período también se le llegó a llamar del Arlequín (1905), pues éstos aparecían a menudo, continuando con una reflexión anímica y una cierta melancolía del período azul (1901-1904) también teñido con esta temática de lo errátil, donde se produce una estilización de la marginalidad y de la vida artística.


Arlequines y saltimbanquis eran figuras simbólicas de la vida y del mundo artístico que  habían sido plasmadas en poesía por Baudelaire o Leoncavallo con I Pagliaci. En 1904 Picasso ya está instalado definitivamente en París, en el Montmartre canalla de sabor impresionista. En 1905 establece relaciones comerciales con Clovis Sagot, un ex payaso de circo con galería en Rue Laffitte donde los hermanos Stein se fijarían en su obra. Sin entrar en demasiadas profundidades, en esta época Picasso combina una serie de influencias, que quedan reflejadas en el cuadro, a saber: la solidez del arte clásico recibida durante su formación; la influencia del Greco y de Ingres alientan el camino de la anulación espacial y la perspectiva renacentista, la elongación de las figuras y la mezcla de planos. En este lienzo, sobrepintado y girado en vertical, vemos también la linealidad brillante de sus arlequines; plasmados conceptos como ligereza y pesantez, contraste de tamaños y fragilidad, desembocando todo en el logrado equilibrio de la acróbata que contagia al propio cuadro.

La plasmación de arlequines conlleva también una reflexión sobre la forma, a modo de variaciones sobre la errancia como si de una polifonía visual se tratara, con sus preludios, estudios y repeticiones que también lo plasmará en sus poemas, de los que escribe y reescribe numerosas variantes. Así, no debe extrañar la inscripción en su taller de Bateau-Lavoir, donde fue realizado el cuadro: “Au rendez-vous des poétes”, convirtiendo la pintura en un acto de poesía.

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