domingo, 28 de febrero de 2010

MIQUEL BARCELÓ - LA SOLITUDE ORGANISATIVE


En el afamado libro de Don Thompson El tiburón de 12 millones de dólares no se menciona a Barceló ni de soslayo (como ocurre con Antoni Tàpies) y eso que el mallorquín se defiende no sólo bien en el mercado privado de las finanzas que relata, sino en el ámbito público, con proyectos de desarrollo e integración social, algo que no ocurre con alguno de los que relaciona en el libro. Esto no tendría importancia en tanto el autor se quedara en los círculos mercantiles del arte, que ciertamente se manejan con reglas muy susceptibles y difíciles de esgrimir. Pero siempre hay un punto donde lo financiero acude a lo artístico para su solvencia, y en el libro mencionado se produce acudiendo a la comparación del modo de hacer de Damien Hirst con el taller de Rembrandt. Podemos decir que Hirst en escasísimo tiempo ha conseguido una altísima valoración financiera de su obra, dando la impresión que su trabajo ha consistido más en someter su obra a ciertos “acelerantes” que tradicionalmente tardaban mucho más tiempo en desarrollarse, atacando intensivamente el mercado del arte y no preocupándose tanto por el calificativo artístico, que le vendría dado por aquél. Dando por sentado que el dinero no le viene mal a ningún artista, podríamos decir que en la trayectoria de Barceló no resalta tanto el aspecto económico y sí un afán, agónico a veces, de búsqueda por los elementos que conforman la pieza artística, entre los que destacaríamos la preocupación por los materiales o pigmentos y los viajes por conseguirlos y desarrollarlos.

Las islas son anclas de luz en cartas de navegantes, oasis para nómadas, fulcros para la estirpe de los errantes. La vida de Barceló parece un viaje constante por lugares y artistas. Así se destaca en su trayectoria de inicio el interés por el Barroco, por Dubuffet y el Art Brut, por las telas laceradas de Lucio Fontana, el dripping y los planos acumulados de Pollock, la fascinación por el desierto como Millares o el garabateo de Twombly. Pero sería absurdo continuar una lista que aumenta, en la medida que acrecienta su conocimiento de la Historia del Arte y viaja familiarizándose con el contexto donde se desarrollaron esas obras. Así en Nápoles, Caravaggio, Ribera y los colores de Pompeya, donde también recogerá ceniza volcánica del Vesubio para mezclarla con sus pigmentos, como hace con la arena de las playas de Portugal o piedras y raíces de Mali (técnica animista lo denomina). En definitiva se interesa por todo lo que produzca texturas agrietadas, oxidaciones, goteos y degradaciones, haciendo de sus piezas anclajes en un lugar que captando su luz también agarran los diferentes materiales en derredor, resultando unos cuadros impulsivos, esto es, parafraseando a Rodin, que devuelve el tiempo a la mirada, reflejando los movimientos de la materia.

De todo ello quizá nos deberíamos quedar con dos viajes que pueden ser un solo Chemin de lumière: África y el Arte Prehistórico. Mali y Altamira (Lascaux o Chauvet) respaldan su primitivismo natural, resultando sus viajes un traslado al Paleolítico donde podemos encontrar una pintura y cerámica sin balbuceos, un arte sorprendentemente sólido, donde el misticismo no auguraba más porvenir que la aventura de rastrear con el instinto aún sin domeñar y donde la trascendencia era enfrentamiento a ras de tierra, aire y fuego. Un enfrentamiento que no sólo es intelectual, sino con la materia, físicamente, como el que podemos ver en el vídeo de entrada a la exposición Paso doble, un gran panel cerámico, de aspecto parietal y primitivo, donde este Miquel realiza otro viaje más, éste con destino en el barro, acaso persiguiendo en azar de conmemoraciones, el rayo que no cesa de aquel otro Miguel.

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