lunes, 16 de marzo de 2009

TARSILA DO AMARAL



La antropofagia, más que un suceso caníbal, sería, en un Brasil aún indómito, el acto culmen de una venganza; y entre sus artistas de inicios del siglo XX una forma de asimilar las vanguardias europeas, y en Tarsila do Amaral saciarse de viajes, amor y arte.

Mujer rodeada de poesía (Oswald de Andrade, Blaise Cendrars) que acompañó las inquietudes sociales de su tiempo, y abogó por militar en el cubismo, aunque en ella misma no veamos muchos de esos trazos, en París entre 1923 y 1925 cumplió un afán de aprendizaje. Gran coleccionista, compraría y asimilaría, la obra de lo más granado de esos años: Brancusi, De Chirico, Delaunay (investigador del color que tanto le interesara), Gris, Léger, Miró, Modigliani, Picabia y Picasso. Entre la antropofagia y la pintura Pau Brasil se desenvuelve la pintura que aquí vemos.

La antropofagia convertida en simbiosis y nombres derretidos, Tarsiwald: El libro de poemas Pau Brasil surgiría en 1924-25 de la mano de Oswald de Andrade, pareja de Tarsila por entonces, y que ésta iluminaría con dibujos (como consta en la portada del poemario). El Manifiesto Antropófago, también de Andrade (y con ecos de la revista Cannibale de Picabia, 1920), surgiría unos años después, 1928, a raíz fundamentalmente de un cuadro de Tarsila, Abaporu (hombre que come carne de hombre, en lengua tupí). Con estos elementos resumidos quizá podemos destacar en esta obra de Tarsila el color. Colores que como los paisajes del país exacerban los sentidos. Un color que a nuestro juicio tiene mucho que ver con el “selvavirgismo”, con la selva virgen (mata virgem) y la avifauna local que entroncan con esa indómita antropofagia que venimos hablando y que dará lugar, entre otros colores, a un verde característico: Verde selva chillón de Tarsila, verde Tarsila o verde azedo (agrio) que extenderá en una pincelada larga y cargada aprendida en Académie Julian, que preparaba para el ingreso en Bellas Artes de París, con numerosos alumnos entre los cuales podemos señalar a Bonnard, Denis, Corinth, Matisse o Vuillard. Asimismo, en la sutil complejidad de su obra podemos apreciar un toque estilizado que envuelve un aprendizaje surrealista y parisino de los años veinte, al que podríamos añadir una emoción colorista compartida con los fauves (fieras, pero también tiene una acepción de rojizo, como el tinte del palo de Brasil, Pau Brasil, que da nombre al país y un tinte muy comercializado en época colonial entre 1500-1822). Entramado cromático, según su testimonio, sacado y basado en las calles de las ciudades de Minas Gerais, es decir extraído de la tierra como los mineros los valiosos metales, que dará lugar también cuadros “metafísicos” como Palmeiras (1925), O Sapo (1928) donde más que De Chirico también establecemos vínculos con J.J. Oramas otro metafísico brasileño; y una cierta atmósfera primitivista heredera del aduanero Rousseau, arte ingenuo, como ella indica al verlo en el taller de Picasso.

En la remozada sala de exposiciones de la Fundación Juan March podemos ver hasta el 26 de mayo la exposición de la obra de esta pintora, comisariada a la par por la Fundación y por Juan Manuel Bonet, en un admirable viaje a las vanguardias de inicio del XX ahora desde un punto de vista brasileño. Visitándola, además podrán completar la guía que la Fundación ofrece, consultando los datos biográficos, en un juego de relaciones estilísticas. Dado que apenas se ha tenido la oportunidad de verla en un par de exposiciones colectivas, en ésta, su primera individual en España, tendremos la ocasión de corroborar lo que nos dice Oswaldo de Andrade, en su cancionero Pau Brasil, poema “3 de Mayo”, en traducción del profesor Sánchez Robayna: “Aprendí con mi hijo de diez años/ Que la poesía es el descubrimiento/ De las cosas que nunca vi”.

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