miércoles, 19 de abril de 2023

GUIDO RENI

 

 


El siglo XVII en el que sucede la obra de Reni se conoce como Barroco, una reinvención de la cultura clásica donde la ideología católica extiende la relación entre el ser humano y Dios a la relación entre los individuos y el Estado. Así la cultura aparece como una vía de salvación y cualquier actividad humana debe tener un origen cultural y una finalidad religiosa, la obra realizada por los hombres se hace ad maiorem Dei gloriam, la obra de los hombres acrecienta la gloria y el prestigio de Dios sobre la tierra.

Se revaloriza la mimesis, arte como representación pero más como producto de la imaginación y ésta como superación del límite al ampliar la experiencia de la naturaleza. Reni parte del estudio del natural para añadir un componente devocional en la corriente de la Contrarreforma. Esta representación imaginaria se complementa con una plasmación realista de los cielos o las telas que rodean al santo, por ejemplo, con una ejecución del cuadro segura que alcance y agite el ánimo de la gente: arte como instrumento capaz de suscitar la devoción. La pintura de Guido era brillante y diáfana, de factura rápida semejante a Tintoretto y también con pincelada suelta y veloz con la que animaba sus escenas.

Figura clave dentro del clasicismo fue Guido Reni (1575-1642), hijo del afamado compositor Danielle Reni, la música le influirá en su pintura. Inicia su aprendizaje con Denys Calvaert (h. 1540-1619), maestro flamenco asentado en Bolonia y proseguiría con los Carracci, donde se adentró en el dibujo al natural, técnicas de grabado y modelado en terracota. En la Accademia degli Incamminati (o de los Carracci: Annibale, Agostino y Ludovico) se da pronto a conocer en el devoto y rigorista ambiente boloñés. Con los Carracci buscaba una formación completa a nivel teórico y práctico y podían diseñar desnudos a partir de modelos vivos, prohibidos por la Iglesia durante la Contrarreforma. Buscaban el mismo nivel que los poetas y músicos y que no se les considerase simples artesanos. Hacia el año 1600-3 se encuentra en Roma y asume una actitud de rigor respecto a Caravaggio, pero también con respecto al clasicismo de Annibale Carracci. Asume y resume clasicismo y naturalismo, comprende el alcance de la revolución caravaggista y se da cuenta que es necesario afrontar el dilema realidad/ideal.

Aunque no olvidó nunca la pintura de Caravaggio, lo abandonó pronto para recuperar los principios clasicistas adquiridos en Bolonia y pasar de detentar un estilo de suave expresividad, introduciendo en su pintura un espíritu bello y sereno, con un culto al desnudo con el que expresa dignidad y trascendencia. Reni es el pintor del sentimiento moral, a quien la sociedad selecta del siglo debe una buena parte de la educación moral de sus sentimientos. Se expresa no solo con las armónicas cadencias compositivas (semejantes a la música) y en las actitudes patéticas de los personajes, sino también en la exquisita elección y en las infinitas trasparencias y veladuras de los colores. Según Giulio Carlo Argan, no solo geometriza la mímica icástica (sin disfraz, ni adorno) de Caravaggio, sino que, en su moderación, evita los extremos opuestos de sus valores de luz y sombra y desarrolla, por el contrario, esos tonos intermedios que Caravaggio eliminaba.

Los Carracci se distinguían por el vigor, que Guido tornó en delicadez y nobleza, Guido luchó contra las normas que transmitía la Academia, huía de lo convencional, como cualquier pintor de su tiempo, si bien el programa pedagógico le servía para las estrategias de mercado. Dominó el estilo de los Carracci y la oscuridad y los contrastes de Caravaggio para sobrepasarlos y suavizar la dureza del primer Rafael, la Academia de los Carracci, nos dice Lorenzo Pericolo “había adoptado una concepción artística de la naturaleza, vista entonces con malos ojos, lo suficientemente radical como para destronar la supremacía de la Antigüedad y de Rafael, pero lo suficientemente flexible como para no rechazar por completo la historia y la tradición” (catálogo exposición, pg. 32).

El cuerpo funciona como foco de la composición y eje de la historia y del mismo modo que Caravaggio, “Guido se centrará en la figura humana para hacerla coincidir con la superficie pictórica. Ya fuera representado como un busto, o una figura de medio cuerpo o de cuerpo entero, el cuerpo presidirá el lienzo de Guido, que se convertirá así en su encarnación material”. (Lorenzo Pericolo, pg. 35). Pero Guido ya no ensombrece el cuerpo como Caravaggio sino que lo ilumina mostrando la belleza de sus brazos, manos, pies… el escorzo de las cabezas. Realza el relieve del cuerpo mediante contrastes en la gradación cromática y mitiga la oscuridad con tonos brillantes que iluminen hasta adquirir una densidad casi táctil.

Santa Cecilia (h. 1605): nos la presenta como una visión celestial de carne y hueso, lo suficientemente celestial como para inducir al espectador a la contemplación pero lo suficiente humana para incidir en su vista y en su tacto gracias a su magnífica presencia cromática. La técnica de Guido, de lejos, las formas parecen redondeadas, mientras que de cerca la superficie pictórica se anima gracias a sutiles gradaciones en la definición obtenidas mediante delicadas zonas de sombra y trazos casi etéreos.

Tras su paso por la Academia de los Carracci con los que estuvo tres años, logró su propio estilo novedoso, elegante y sobrenatural. Sus lánguidas figuras tienen un brillo misterioso y su colorida paleta de tonos pastel -rosa pálido, amarillo deslumbrante, violeta nacarado- se combina con fríos efectos atmosféricos, cielos oscuros al carboncillo y distantes paisajes montañosos. Restringe la comunicación visual entre sus figuras por lo que las formas aparecen como unidades separadas, así Matanza de los inocentes (1611): con esta obra Guido se erige en promotor de la modernidad y plasma la historia utilizando las figuras como unidades estructurales de la acción. El cuadro es un ejemplo culminante de la destreza de Guido con el pincel, móvil y fluido, capaz de releer el universo clasicista, devolviendo la verdad a la carne y a la sangre imitadas en el lienzo. Lorenzo Pericolo recoge unos versos del poeta Giovanni Battista Marino en un madrigal aplicado a la Matanza de los inocentes que demuestra “que incluso un acontecimiento trágico es un objeto entrañable / y que el horror a menudo va acompañado del placer” (catálogo exposición, pg. 38). Considerada obra maestra por su singularidad y repertorio artístico recoge una acción inmovilizada con toda la violencia a punto de suceder pero no la representa, de ahí la tensión al contemplarla. Con este lienzo arranca Reni su periodo clásico, con una belleza inspirada en Rafael, en el Laocoonte, así como en los putti helenísticos y en los Nióbidas, unas esculturas halladas en 1583 en Roma y depositadas en Villa Medici.

Pintor muy valorado por Felipe IV, uno de los creadores más célebres de su tiempo y admirados en su tiempo en Europa, declinó su apreciación en el romanticismo junto a la escuela boloñesa hasta mediados del siglo XX donde se ha recuperado a partir de los años ochenta su obra en diversas exposiciones europeas y estadounidenses. Su fama se extendió desde Bolonia a Roma o Milán pero también Madrid, París y Londres. Hasta que en el siglo XIX las características por las que se ensalzó su arte tornaron en lo contrario, así lo pulcro y exacto de su técnica se consideraron que encorsetaba la creatividad artística y sus cuadros fríos ejercicios pictóricos. De tal manera que el Louvre retiró de su sala principal los pintores de la escuela boloñesa e hizo una dispersión de la obra de Reni a través de depósitos en otras instituciones entre 1872 y 1896.

Relaciones intensas con España por la Monarquía Hispánica con fuerte presencia en Italia a través de los territorios que gobernaba directamente o con la representación e influencia en diferentes lugares estratégicos como Roma o la misma Bolonia, sede de un célebre colegio para estudiantes hispanos. Así como el conocimiento de primera mano por parte de Felipe III y Felipe IV de la pintura italiana y de Reni en particular. Su obra se concentró en un primer momento en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, también en el antiguo Alcázar de Madrid y en el Retiro.

Formará un gran taller con numerosos discípulos en su regreso definitivo a Bolonia desde Roma en 1613-14. Asimismo el precio elevado de sus obras acrecentó su fama en el mercado artístico. Otra característica en Reni es la repetición de temas o prototipos de figuras sagradas, históricas o mitológicas. Con ello atendía la demanda del mercado. En ocasiones era el taller quien elaboraba la obra y Reni remataba con algunos toques. También en el taller se realizaban copias o réplicas de sus obras en las que Reni no intervenía, amén de las que se hacían fuera del taller y su control. A su muerte continuó el mercado de copias y la difusión de su obra mediante grabados.

Bolonia a finales del XVI se convirtió en uno de los centros artísticos más activos de Europa. Ligada al espíritu de la Contrarreforma, supo renovar la tradición de mano de los Carracci, con un lenguaje novedoso que transmitía un sentimiento religioso a través de unas imágenes de gran belleza. Guido llevará esto a unas cotas altísimas por su talento para representar lo sobrenatural con un gran esfuerzo que unía dibujo y color en perfecta armonía, que podemos observar en su obra titulada precisamente Unión del Dibujo y el Color (h. 1624-25). En este tondo la alegoría del Dibujo lo encarna un joven que fija sus ojos en Color que responde con admiración poniendo su mano en su pecho.

Guido había adquirido una gran capacidad para producir pequeñas pinturas devocionales en cobre que le permitieron sobrevivir económicamente: Asunción de la Virgen (h. 1598-99, óleo sobre cobre). Quizá sea esta obra donde por primera vez Guido utilizara esa mirada transfigurada dirigida hacia arriba y que le caracterizaría. Esa mirada le separa del dramatismo que venía plasmándose en este tema por parte de Annibale y Agostino Carraci que se fundamentaba en el Alto Renacimiento. Así Reni le otorga un suave movimiento ascendente, con un orden más sencillo, que no se pierde en relaciones entre figuras de los Carracci.

Su aprendizaje inicial fue en el taller de Denys Calvaert donde entró con nueve años, dejando de lado la carrera musical que le ofrecía la familia de tradición instrumentista, pero era grande la pasión que manifestaba por la pintura y sus dotes para ella. Ahí tuvo un gran aprendizaje, sobre todo en los pequeños cobres devocionales conocidos como rametti, muy populares y que Guido sabría aprovechar para realizar algunas innovaciones y para su independencia económica cuando marchó a Roma y abrir allí taller. Con los rametti promocionaba su visión artística y gracia divina por la que se haría famoso.

Oración en el Huerto (h. 1607, óleos sobre cobre, Museo de Sens, depósito del Louvre y Monasterio de las Descalzas Reales). La pieza del Louvre es un ejemplo del virtuosismo técnico al que llegó Reni en este tipo de obras devocionales de pequeño formato. Esta técnica sobre placa de cobre era también una técnica muy conocida en Roma desde la segunda mitad del Cinquecento. Este tema ya lo había realizado numerosas veces en Bolonia pero en Roma, donde estaba, su composición innovadora tuvo mucho éxito. La obra de las Descalzas es una réplica de la de Sens, con las medidas semejantes y también el colorido. 

Llegó a ser uno de los artistas más solicitados en Bolonia hacia 1599, con numerosos encargos. En 1601 está documentada su estancia en Roma, por unos pagos a unos encargos en la iglesia de Santa Cecilia in Trastevere. Fue una primera estancia ya que en 1602 está de nuevo trabajando en Bolonia, si bien regresaría a final de ese año de nuevo a Roma. En 1603 no se tienen noticias, pero en 1604 se encuentra de nuevo en Bolonia rematando proyectos importantes y vuelve a Roma a finales de 1604 donde permanecería hasta 1612 con algún viaje a cobrar algunos encargos a Bolonia. Entre 1612 y 1614 viajó entre Bolonia, Nápoles y Roma hasta su salida definitiva de esta ciudad.

Según Rachel McGarry en el catálogo de la exposición la promoción de Guido en Roma se hizo en base a confrontarlo tanto con Caravaggio como con Annibale Carracci. Sin embargo esta autora indica que es poco probable que Caravaggio y Guido fueran enemigos ya que la reputación de Guido era muy modesta y aún no se había asentado en Roma. Guido tuvo un ascenso importante cuando murieron ambos, Annibale en 1609 y Caravaggio en 1610.

Hacia 1614 la carrera boloñesa de Guido avanza hacia la segunda maniera, toda Bolonia, por así decir, se tachona con obras de Guido. Se consagró en esa década como uno de los pintores mejor pagados, con una economía muy sui géneris de gestionar sus finanzas. En 1620 ya es célebre en Bolonia y es llamado a Nápoles para diversas obras que culminará años más tarde. Entre tanto siguen los contactos con Roma. Después de 1630, la fama de Guido creció y todos querían una obra del artista. Su fama se fundamentaba en plasmar la gracia y el aura mística y etérea de santos y santas con ojos extasiados que miran hacia arriba con cabezas hacia lo alto.

San Juan Bautista en el desierto (h. 1636), forma parte del retablo mayor de la iglesia agustiniana de la Purísima Concepción de Salamanca. Espléndida obra, como la homónima en Londres (Dulwich Picture Gallery) de 1633-34, y también la de Bolonia (Palazzo Bentivoglio) de 1634-35, otra obra soberbia.

Ecce Homo (h. 1639-40). Guido realizó una serie con este tema para satisfacer las demandas devocionales y dentro de ella, esta pieza es una de las más destacadas. En su particular iconografía, Guido presenta sólo la figura de Cristo, sin otros personajes, con lo que otorga a su obra un carácter de icono, acentuada por su característica mirada hacia el cielo en sus personajes sagrados.

Ana González Mozo, en el catálogo de la exposición (pgs. 222-227) hace mención al Ecce Homo de Tiziano (h. 1546-47), en la colección del Prado, presente en la exposición y al Ecce Homo de Guido en Cambridge. El de Tiziano al realizado en óleo sobre pizarra ésta le otorga un pathos introspectivo muy devocional, por así decir. El de Guido (h. 1639) en óleo sobre lienzo recoge, a juicio de esta autora, la configuración de Tiziano: “propietà o búsqueda de la verosimilitud a través de la simulación del color y las texturas de los cuerpos y los objetos con pinceladas que potenciaban determinados efectos ópticos de la pintura; la vaghezza, o pérdida de nitidez de las formas, atributo que hace referencia a la técnica de desenfocar lo representado para acercarse al modo en que era percibida la naturaleza, carente de contornos precisos; y la morbideza, o aspecto mullido de los cuerpos, que invitaba a hundir los dedos en ellos”.

La belleza que refleja Guido en los cuerpos no se limita a una época de juventud. En las representaciones de apóstoles o evangelistas, supo proyectar esa sensibilidad que traspasa la edad, así los rostros ancianos y cuerpos que presentan flacidez son también tratados primorosamente, con encanto, que entronca con la noción cristiana de la hermosura del alma más allá de la caducidad de la carne: San Lucas (h. 1625), quizá sea uno de los mejores ejemplos, a nuestro entender, con una gama cromática llena de matices o Santiago el Mayor (h. 1626); también cabe destacar El ángel apareciéndose a san Jerónimo (h. 1634-34), deslumbrante en su tratamiento técnico con una fusión cromática de las carnaduras y con el tratamiento del cabello que representa visualmente la disolución de la figura humana como resultado de la privación ascética. Tiene a Ludovico Carracci en el recuerdo por esa combinación del relieve vigoroso con la delicadeza, músculos acentuados y contornos delicados.

El triunfo de Job (1636) es uno de los más complejos de la madurez de Guido. Siguiendo a Giulia Iseppi (catálogo exposición, pg. 264), Guido refleja la imagen del hombre justo recompensado por Dios. Su aparición estuvo acompañada por un librito de Giovanni Pellegrino Pancaldi (Bolonia, 1637), que recoge, junto a un soneto, una descripción analítica de la obra. Organiza el espacio magistralmente con una urdimbre de miradas y gestos que determinan los diferentes planos de las figuras, cobrando una intensa escena coral.

Guido persigue un depurado refinamiento en la representación del cuerpo humano, es su objetivo para alcanzar una belleza que aúne lo carnal y lo espiritual o quizá más lo carnal con la espiritualidad como excusa. Guido estudió en Roma las obras de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina y también el Torso del Belvedere cuyos cuerpos guardaban la monumentalidad exigida para el tratamiento pictórico de la narrativa mitológica, como La caída de los gigantes (h. 1637-40) o Hércules y la Hidra (h. 1620-25).

En los casos que Guido abordó los relatos de la mitología clásica, en sus desnudos combinó su observación del natural con el estudio de las estatuas clásicas, así Hipómenes y Atalanta, Baco y Ariadna o Apolo y Marsias (h. 1621). Según se nos dice en el catálogo y en las cartelas de la muestra, Guido creó estas obras desde su renuncia a las relaciones sexuales, manteniéndose célibe y virgen, aunque esto ha llevado a clasificarle como homosexual y en su tiempo a considerarle como un ser de naturaleza angelical en paralelo a su arte, fuera de este mundo.

En Apolo y Marsias la desnudez es audaz y provocativa al entrelazar las dos figuras, con la pierna de Apolo encajada en la de Marsias se acentúa ese contacto sensual. En Baco y Ariadna hay una relación intensa de miradas y gestos contrapuestos que impregna el cromatismo de ambos cuerpos, en Ariadna contrasta su palidez en el amanecer frente al ambarino del dios. Esta obra, según Mauro Natale (catálogo exposición pg. 306), tuvo mucho éxito en los círculos intelectuales boloñeses y Carlos Bentivoglio le dedicó un soneto al conflicto emocional de Ariadna.

Hipómenes y Atalanta (h. 1618-19 Museo del Prado - h. 1618-25, Museo Capodimonte): Era un pasaje célebre entre autores antiguos como Hesíodo, Sófocles, Eurípides o Apolodoro, pero el más célebre es el de Ovidio y sus Metamorfosis y disfrutó de gran fama asociada a ideales estéticos y religiosos de la época. Inscribe a las dos figuras en carrera en una precisa y abstracta geometría de diagonales: los movimientos físicos, como los morales, deben contenerse en los límites de una norma aceptada a priori, la realidad es la pasión y el ideal es el deber. Los múltiples estudios de esta(s) obra(s) inciden en el vínculo formal de las figuras a gran escala, que plasma el momento álgido las poderosas anatomías de ambos, la plenitud de su belleza vibrante tanto por la luz como por los ondulantes paños vistosos. Con una delicadeza en la ejecución de manos y pies como intento de superación de sí mismo, pues Guido incidía en la dificultad que presentaba pintarlas.

La Anunciación (1629), Guido procede a una compactación del tema que otorga mayor importancia a las figuras de San Gabriel Arcángel y la Virgen. El tratamiento de las figuras de diosas, santas y heroínas fue en muchos casos de medio cuerpo o tres cuartos, lo que acercaba al espectador a la obra, a semejanza de Caravaggio pero con un lenguaje más sugestivo. A esa sugestión contribuyen las telas y tejidos ricos de Bolonia, el modo de reflejar la tersura de la piel, su blancura, todo ello provoca una alta demanda de sus obras.

La Inmaculada Concepción (1627), la frontalidad de la figura, el fondo dorado y la simplicidad compositiva son algunos de los elementos que convierten a este cuadro en una suerte de icono y que a través de copias (o quizá este mismo original se encontrara en la catedral de Sevilla por esas fechas) llegaron a Zurbarán y Murillo para componer sus propias versiones, si bien Murillo consiguió reinterpretar esta imagen devocional que conectó enormemente con la sensibilidad del público español, que entroncaba perfectamente con la intensa devoción popular que se vivía en el siglo XVII.

Impresionante Lucrecia (1625-26) donde domina un trazado curvo de piel extensa parmigianesca. Lorenzo Pericolo (catálogo exposición, pg. 360) nos dice sobre este cuadro que “la blancura del cuello y del pecho de la heroína no se realza hasta la incandescencia deslumbrante, sino que se contrapone a una capa inferior de color verde pálido que anuncia simbólicamente el comienzo de la muerte del personaje. […] La experimentación cromática de Guido va más allá de las proezas de la técnica veneciana del color roto, no solo por su audacia al intentar combinaciones cromáticas nunca antes utilizadas, sino por su discreto desprecio del naturalismo, al teñir labios, pezón y sangre del mismo rosa ‘precioso’”.

Guido y su taller crearon algunas de las obras técnicamente más asombrosas de la Italia del siglo XVII, la extraordinaria habilidad de Guido esta disimulada bajo la sprezzatura, despreocupación, capacidad de ocultar el enorme esfuerzo para mostrar la perfección de un resultado que a primera vista parece simple. Reni es el maestro de la facilidad y la gracia que ocultan estudio, trabajo y dedicación intensas, así Muchacha con una rosa (h. 1636-37):  esta obra según nos dice Lorenzo Pericolo (pg. 344, catálogo exposición) “es el epítome de la destreza de Guido para evocar la belleza femenina con una paleta restringida y unos pocos pigmentos, con las encarnaciones casi imperceptiblemente diferentes de los tonos crema de la camisa caída y el toque de rojo pálido de la rosa que rima con el bermellón de los labios y las sonrosadas mejillas”.

Los últimos años de la trayectoria artística de Guido son complejos de entender, por una parte hay una búsqueda de la esencia del lenguaje pictórico con formas esbozadas, difuminados contornos, apagado colorido y abunda la grisalla. De ahí numerosas obras inacabadas, su célebre non finito, a falta de tiempo o energía pero donde también influye sus deudas por su afición desmedida al juego, hoy, que toda debilidad humana es un síntoma, lo tildamos de ludópata.

Las obras finales de Guido se han descrito a menudo como inacabadas por su pincelada suelta, abocetadas y falta de detalles, aunque los estudios de materiales sugieren que eran tratamientos buscados, con fondos más suaves; si bien en sus últimos años le costaba mucho más esfuerzo terminar las composiciones a su gusto. La última maniera, la del non finito era una estratagema del pintor y no tanto un atajo para cobrar y saldar deudas del juego, en la que llevaba el cuadro hasta el punto de que el comitente no pudiera solicitar la devolución del dinero adelantado o incumplimiento del contrato.

Susana y los viejos (h. 1623-24) y Susana y los viejos (h.1640-42), con estas dos obras, en Londres la primera y en colección particular la segunda, se puede ver este non finito. La de Londres es una composición de las más logradas de Guido y reproducida numerosas veces. La segunda sería un esbozo de tantos que dejó dispersos a su muerte en agosto de 1642. Lienzos imprimados que se vendieron o los terminaron sus discípulos. En éste se puede ver “la inventiva incesante del maestro al final de su vida. Ejecutado a mano alzada, aunque tal vez a partir de calcos de uno o varios cartones, esta Susana esbozada nos permite vislumbrar la técnica de trabajo de Guido, pues revela no solo su costumbre de cubrir la imprimación oscura con capas de pigmento gris y luego blanco -este último en las áreas destinadas a las carnaciones-, sino también su manera de jugar con las partes esbozadas del lienzo mediante un ‘cincelado’ de minuciosas tramas, rápidos toques de color y trazos lineales más gruesos, para modelar los cuerpos y las telas de forma esquemática, como si pensara en ellos tridimensionalmente a pesar de estar realizados sobre un soporte plano” (Lorenzo Pericolo, pg. 391, catálogo exposición).

El mundo de Guido está hecho de piel y de telas, y con estos dos únicos elementos no deja de idear variaciones casi infinitas en sus figuras destinadas a impactar al espectador una y otra vez, siempre con algún efecto poco habitual, así esta Magdalena penitente (h. 1630): uno de los temas más repetidos y solicitados, en penitencia, expiando pecados dentro de la cueva. Esta imagen de Guido se convirtió en emblema barroco, muy popular en la forma que ilustra diversos aspectos de la ideología postridentina. El poeta boloñés Cesare Rinaldi, que coincidió con Guido en la Academia de los Carracci tenía una del maestro, tan popular que la sacaban en procesión y que le robaron.

Según Giorgio Forni (del que tomamos el soneto final de este artículo), Cesare Rinaldi provenía de una familia noble boloñesa y había renunciado de joven a sus posesiones hereditarias a cambio de un "cheque honesto" que le permitiera dedicarse a las letras con total libertad y llevar la vida a su manera. La Academia de los Carracci era frecuentada por literatos, científicos y por virtuosos de todo tipo donde eran frecuentes las discusiones vivaces y agudas que probaban la inventiva y la excelencia de quienes acudían. Se debatía la perfección en pintura, que no consistía en reproducir las formas exteriores armoniosas, sino en hacer evidente su dimensión ideal e interior, expresar los valores secretos que provocan la emoción con los recursos del dibujo y del color para ir más allá de las apariencias sensibles, provocar el efecto que se imprime en el alma del espectador.

En el soneto que mostramos a continuación no describe tanto el cuadro como el acto de pintarlo, la inspiración creadora del pintor que dialoga con la figura a la que da forma. Se puede deducir, puesto que el cuadro se robó, que Guido pinta a la Magdalena conmocionada y perturbada y el poeta entra entonces en juego para interrogar la imagen de la mujer y comprender el contraste de sentimientos que anima su fisonomía agitada y afligida. Aquí el poeta fraterniza verdaderamente con el pintor al definir el significado particular de la escena y al definirse a sí mismo a través de ella. Los gestos de dolor de la Magdalena conservan toda su vigencia como "mensaje" del corazón, capaz de hacer evidentes las profundas e invisibles verdades del amor. Y verdaderamente aquí la pintura y la poesía establecen una nueva familiaridad, una igual confrontación y un entendimiento entre artes hermanas:

 

 

NOLI ME TANGERE, Opera de Guido Reni.
 
Nel peccar fiamma, e nel pentirsi foco
fu MADALENA; al vero amante intesa
Guido la pinge, e pallida et accesa
co’ sospir dàlle un suon tremante e fioco.
Bella di Christo amica, un cor è poco
a sì alto dolor; ma che ti pesa?
che ’l tuo amator ti spregi? ov’è l’offesa,
ivi è lo scampo, in amor l’ira è gioco.
Mentr’ei da sé t’arretra, a sé ti chiama,
ch’un foco è del tuo incendio; o pittor saggio,
dille che tanto ei vuol, quanto ella brama.
Pur faccia umida nube onta al bel raggio,
e per piegar chi le si piega et ama,
sia lo squarciato crin del cor messaggio.
 

(Ofrecemos, con todas las disculpas, traducción aproximada)
 
En la llama del pecado, y en el fuego del arrepentimiento / era Magdalena; verdadera amante atenta / Guido la pinta, pálida y enardecida / con un suspiro le da un sonido tembloroso y sordo. / Bella amiga de Cristo, un corazón es poco /a tan grande dolor; ¿pero qué te pesa? / ¿que tu amante te desprecia? donde está la ofensa, / allí está la huida, en el amor, la ira es un juego. / Mientras os aparta de sí mismo, os llama, / porque el fuego es de vuestro incendio; pintor sabio, / dile que Él la quiere tanto como ella desea. / Incluso una nube húmeda avergüenza al hermoso rayo, / y para doblegar a quien lo doblega y ama, / ser crin desgarrada, mensaje del corazón.
 

 

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
 
ARGAN, Giulio Carlo, Renacimiento y Barroco. Madrid, Akal, 1987 (Florencia, 1976) (2 vol.).
CATÁLOGO exposición GUIDO RENI. Madrid, Museo del Prado, 2023.
FORNI, Giorgio, “Cesare Rinaldi, Guido Reni e l’ecfrasi del moderno” en Quaderns d’Italià 26, 2021 pgs. 145-170.

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