lunes, 3 de abril de 2023

VERMEER - 2


En este blog y a lo largo de varios años, hemos escrito sobre poesía y pintura en relación con el lema horaciano ut pictura poesis. En esta segunda parte sobre las obras de Vermeer, con motivo de la exposición en el Rijksmuseum y habiendo hecho, por así decir, un recorrido sobre la misma en el primer artículo, vamos a relacionar alguna de esas obras con un magnífico libro de Carlos Pujol, La pared amarilla, poemario sobre Vermeer (que dedica a su mujer Marta Lagarriga “que también pinta el silencio”), reseñado en la bibliografía del artículo anterior. Sus poemas no tienen título, lo que invita a adivinar la obra de la que se trata y que nosotros aventuramos poniendo el título del cuadro, la fecha y en negrita si se ha expuesto ahora. Sin embargo, es más su agudeza poética sobre los cuadros lo que nos ha llamado la atención, una suerte de ekphrasis e ingenio visual en sus versos que nos ha causado admiración y traemos hasta aquí.

 

 


Cristo en casa de Marta y María (1654-1655) 

Mi hermana a contraluz, yo de oro y nieve / bajo un rayo de sol; / ella apoya la mano en la mejilla / con ensimismamiento, / y yo traigo en la cesta / la hospitalaria hogaza / sobre el mantel blanquísimo. / El trabajo y el éxtasis, / dar de comer y no saber vivir / más que de aire y palabras infinitas. / Soy Marta, la hacendosa, / que saca el pan del horno para Dios. //

 


 


 Diana y sus ninfas (h. 1655-1656) 

Pintamos lo que piden, / lo que la gente espera, / pero al pintarlo lo convierto en mío. / Así el baño de Diana con sus ninfas, / un asunto sin gracia, fastidioso, / pura decoración de Antigüedad. / Yo las representé meditabundas, / preguntándose si eran mitológicas. / Contra un atardecer y un bosque oscuro, / con el cardo que hiere, / y no un lebrel, sino un chucho vulgar. / Las sombras desdibujan / los rostros, una incluso / da la espalda y esconde / su decepción de ser también humana. / Puse ternura y desaliento en ellas, / que se creían diosas de verdad. //

 


 

La alcahueta (1656) 

Este juego de manos / consta de seis haciendo la comedia / del amor que se compra y que se vende. / La muchacha venal alza su copa / con un gesto simbólico que invita, / y alarga la otra mano recibiendo / la moneda del hombre / (quien toma posesión anticipada / de un pecho de la joven que sonríe). / El músico, yo mismo, / brinda ajeno como un espectador, / y la mujer de negro que hay detrás, / expectante alcahueta, / asiste muda al trato. / Por una vez rompí con el decoro, / y desde aquel rincón os miro aún / con una burla cómplice, / apenas sin velar con la poesía / la apariencia del mundo tal cual es. //

 

 

 

 

Joven adormecida (h. 1656-1657)

Ni yo mismo sabría / decir qué es lo que pasa en este cuadro. / Una historia se agota en su misterio, / hasta que se confunde / en un rompecabezas muy dudoso, / con piezas que no existen. / Hay que dar algo más que esté a las claras / y que por eso mismo / se convierta en enigma. / A esa joven que duerme / delante de la mesa, / ¿la ha vencido el cansancio o la embriaguez? / ¿O se ha abandonado a la desolación / de cuitas amorosas? / (pinté en la oscuridad / un Cupido y su máscara). / Tras de la adivinanza está la excusa / que figurase el sueño / intangible y vulgar: / la puerta a medio abrir, / y al fondo la pared y su luz ambigua. //

 

 

 

 

Lectora en la ventana (h. 1657-1658) 

Pintó algunos objetos / con ironía, para que dudásemos / de qué lado caía la invención. / La muchacha que lee / sin duda está pintada, / pero ya la cortina no se sabe. / A medio descorrer, / ¿forma parte del cuadro / o lo va a resguardar de nuestros ojos? / Le gustaba ese equívoco / que incorporó a la escena / para añadir aún más incertidumbre / a la verdad de lo que estamos viendo. //

 


 


La lechera (h. 1658-1659) 

Algunos me decían: Hay momentos / tan prosaicos que son incompatibles / con el arte; verter leche de un jarro / es la insignificancia / que no merece el nombre de Belleza. / Una mujer repite en la cocina / los gestos necesarios, cuidadosos, para dar de comer; arremangada, / saca brillo a tareas que requieren / diligencia común, / rudimentos de amor, mano incansable. / Sobre la mesa el pan / refulge, en la pared / el tiempo glauco y gris se ha detenido / hasta ser muy hermoso porque sí. // 

 

 

 

 


La copa de vino (h. 1659-1661) 

La damita que bebe, su galán / de pie, como esperando / ver el efecto que le causa el vino. / Parece un visitante, / no se ha quitado aún capa y sombrero. / O se despide, y ella acopia fuerzas / para decirle adiós. ¿Un episodio / de seducción o compra de favores? / Entre los hay una intimidad, / no sabemos cuál es. / Es turbador ese montón de indicios / ambiguos, divergentes, / vemos la vida en todos sus detalles / y nos quedamos sin saber qué pasa. / No hay más explicación. //

 

 


Vista de casas en Delft, conocido como El callejón (h. 1657-1658) 

Es un día cualquiera, estoy cosiendo / en la puerta que da a la oscuridad, / con las manchas de blanco de la cofia / y el delantal de la mujer de casa / cuyas tareas nunca se interrumpen; / el tiempo me ha agrietado sin vencerme, / sigo aquí, en el umbral / de la casa y los siglos que han venido, / no indiferente a todo, pero sí / con la humildad serena / de quien no tiene rostro / ni ocupa más lugar, gloria ni estado / que una silla, costura y el silencio. //

 

 

 

 


 Vista de Delft (h. 1660-1661) 

Cansa ver la ciudad, esas fachadas / de colores ingenuos, los canales, / todo visto mil veces día a día, / repitiendo el engaño / del tiempo que se va. / La puerta de Schiedam y su reloj, / y la puerta de Rotterdam / con sus torres gemelas, / la vida amurallada que protege / en vano de pretextos tentadores. / Hay una alegoría en esta imagen / de quietud que se mira en un espejo / que finge no existir. //

 

 

 


La joven del aguamanil (h. 1662-1664) 

Porque siempre hay momentos / en los que algo se ve del otro lado, / fugazmente, a hurtadillas, / como robando el fruto prohibido / de un extraño jardín. / Eso representé con la mujer / perpleja, vacilante. / No va a soltar la jarra / con su jofaina que reluce, pulcra / de belleza doméstica, / pero vuelve su rostro / a la incógnita luz que deja entrar / manteniendo entreabierta la ventana. / Está a medio camino de sus sueños, / indecisa, no sabe lo que quiere. / Más que ver lo invisible lo recuerda. // 

 

 

 

 


La mujer del collar de perlas (h. 1662-1664) 

Delante del espejo / se descubre a sí misma / con el collar de perlas que sostiene / maravillada. Nunca / podía imaginarse / esta luz en sus manos. / Pero el pintor una vez más no dice / qué sentido atribuye a todo eso. / Quiere decir tan sólo el ademán, / la desnuda pared, / la luminosa nada que fascina. //

 

 

 

 

La mujer de la balanza (h.1662-1664) 

Alguna vez el tiempo se deshace / a voluntad, de un soplo, / como los bosques de humo que se aventan / entre las bocanadas de una pipa. / Así la joven con el velo blanco / que pesa minuciosa en sus balanzas / la levedad que no podemos ver, / y una franja de sol pone bellísimos, / siniestros resplandores en las joyas / y las desparramadas perlas, como / estrellas inservibles. / Pensativa, en el fiel de la pureza, / sobre un fondo de Juicio Universal, / esta mujer encinta / sabe que el menor gesto / va a decidir la eternidad del hombre. / Y delicadamente, / sin más que estar ahí, el tiempo descansa, / y entre sus suaves manos queda en vilo. //

 

 

 

 


La joven de la perla (h. 1664-1667) 

Es como si salieras de la noche / disfrazada por juego, y me mirases / haciendo una pregunta / inaudible. ¿Quién eres? / Reconozco la perla / y el temblor de tus ojos, / hasta el turbante de un azul zafiro / y amarillo limón; / pero de ti prefiero no saber, / no sea que la vida que te he dado / sea también mi vida y su secreto. //


 

 


El arte de la pintura (h. 1666-1668) 

La modelo, de musa, con laureles, / se aburre y pone cara / de candidez sublime, / como quien da la inspiración a ciegas. / O tal vez sea un ángel / simulando la gloria / sin experiencia en la comedia humana. / Pinto la alegoría / de espaldas a cualquier curiosidad / que sientan los mirones del futuro. // 

 

 

 

 


El geógrafo (1669) 

El geógrafo soy yo, y con la mirada / perdida abrazo lejanías. Uso / compás para medir lo que en mi mente / es inconmensurable. / Delante de mis mapas y en mi cuarto / miro el vacío y veo / el sinfín de los mares y las tierras / que en la distancia puedo dibujar; como se reconstruye / el perfil minucioso y el azul / de la imaginación. //

 


 


Mujer joven de pie ante el virginal (h. 1670-1672) 

Nada dubitativa / por esta vez, la joven elegante / de la falda de raso no interroga, / nos mira proclamando su certeza: está segura de los sentimientos, / teclea distraída el clavicordio; / cantan ángeles músicos / donde sólo ella misma puede oírlos, / y desde la pared / muestra Cupido un solitario naipe, / signo del fiel amor. //

 

 

 

 

 


Dama escribiendo una carta y su sirvienta (1670-1672) 

Abdica de cualquier / impaciencia, y espera distraída / que otra termine de escribir la carta. / Un poco desdeñosa, / va a llevar un mensaje / de amor que no es el suyo, / mira aquella ventana / cerrada, con los brazos / que trenzan la postura / de hacer tiempo. Sabemos / que no pensar en nada es su cobijo. //

 

 

 

 

Alegoría de la fe católica (1670-1674) 

Los reverendos padres / que creo recordar / me encargaron la magna alegoría, / no estaban muy conformes; / aprobaron símbolos, / el crucifijo de ébano y el cáliz, / con la manzana del primer pecado / en el suelo, y la piedra / angular aplastando la serpiente. / Y la bola del mundo que la Fe / pisa como señora. / Pero la dama tiene un corpachón / poco espiritual, / su postura parece de lascivia, / y el ademán es de una actriz barata. / Decían: Teológico y extraño. / Yo señalaba el cortinaje, / el cuero del panel y las baldosas, / y sobre todo el globo de cristal / que cuelga de una cinta azul perfecto / (como un emblema frágil, transparente, / espejeando en la altura / la clara luz que se mira sin ver). //

 

 

 


Mujer joven con flauta (h. 1664-1667) 

Llevo el sombrero chino, y en la mano / una flauta que acaba de llenar / de músicas extrañas / el cuarto del tapiz / (de verdes submarinos / y colores de frutas en sazón). / Con los ojos pregunto si es posible / la belleza, el asombro en que vivimos. / Aunque nadie responde, / temiendo no saber lo que se sabe. //

 

Y terminar con otro excelente poema donde Carlos Pujol vuelve a incidir en los aspectos pictóricos de Vermeer:

 

“Ahora el mundo se ensancha en otros mares
que no tienen final, y en bellas islas
de extravagancia y oro,
dulces, feroces y lejanas. Hay
imposibles aún por descubrir.
Aquí dentro los sueños y las cosas
esperan otra vez un despertar,
entre cuatro paredes,
como una geografía diminuta,
manejable y tan hecha a mi medida.
Lo más grande encerrado en lo pequeño,
la inmensidad de un cuarto,
el tiempo en un instante.
Para que dure más que nuestros ojos”.

 

 

No hay comentarios: